Con
los años te vas dando cuenta de que lo que la gente te atribuía como un gran
defecto, para ti se ha convertido en tu maravillosa forma de vida. Hablo del
desorden, del caos. Soy desordenada, no por naturaleza, creo que me he ido
haciendo así a medida que mi aburrimiento vital iba alcanzando un nuevo máximo.
En mi casa nada está dónde se supone que debería de estar, tampoco en mi vida.
En
el aeropuerto Internacional de Charlotte, se oye pronunciar mi nombre por megafonía.
Levanto la vista de mi móvil y miro al hombre de la mesa de al lado que pega,
indiferente, un trago a su café. Mi nombre se vuelve a escuchar por segunda
vez. Sí, es el mío, garrafalmente pronunciado pero es el mío, es el mío, es el
mío. ¡Coño!, digo en voz alta, cuando
por cuarta vez me he repetido que era el mío. Soy de las que procesan con lentitud.
Corro hasta la puerta de embarque y, cuando entro en el avión, más de un
centenar de pasajeros me reciben entre aplausos. Saludo con la mano en alto y
ellos se ríen. Momentos como aquellos son los que te hacen adorar a los
americanos. ¿Apurando hasta el último
momento?, me pregunta mi compañera de asiento. Sonrío y le digo que sí, lo
que no sabe es que ha sido todo culpa del caos que llevo cosido a mis talones.
Nunca
he tenido un trabajo fijo, tampoco he visto claro que la ciudad en la que esté
viviendo sea la misma en la que vaya a vivir dentro de un año, o no piense que
el hombre, que hoy duerme en mi cama, tenga todas las papeletas para que, dentro
de un par de meses, lo haga en la suya.
De
esto no eres del todo consciente hasta que tu amiga de la infancia, que tiene una vida antagónica
a la tuya, te llama para proponerte algo que le llena de ilusión pero a ti,
sinceramente, ni te va ni te viene.
―¿Celebrar
los 30 años de amistad? ―pregunto incrédula sujetando el móvil con el hombro
porque me estoy pelando un plátano.
―¡Siiiiiiií!
¿No es genial? Nos vamos las 7 amigas de toda la vida, ¡30 años de amistad! Te
digo fechas: del 13 al 17 de agosto. Hemos alquilado una casita en el sur de
Francia, sale a 200 euros por cabeza, pero la casa es ideal, con piscina y todo,
¡imagínate!
Y
sí, me lo empiezo a imaginar: 200 de la casa, más 100 de comida, más 100 de
bebida…
―Y
tenemos que hacernos regalo de la amiga invisible, pero no más de 50 euros, ¿vale?
Más
50 del regalo de la amiga invisible…
―¡Me
muero de ganas, Elvi! ¿Tú no?
Me
meto el plátano en la boca y me pregunto si yo realmente soy de Bilbao. Porque el
orden y la simetría con la que vive la gente de Bilbao es cuanto menos de
asustar. Nacen; van al cole; veranean en un pueblo a 20 kilómetros de Bilbao;
van a la universidad; se enamoran de alguien de la universidad, o de la
cuadrilla del pueblo, o de la cuadrilla de tu hermano o hermana, o del amigo de
la cuadrilla de verano del de tu cuadrilla de invierno; trabajan; se compran
una casa; se casan; tienen hijos que van al mismo cole al que iban ellos cuando
eran pequeños; y veranean en el mismo pueblo a 20 kilómetros de Bilbao. Los
admiro porque viven perpetuos en el día de la Marmota y eso los hace
inmensamente felices. En cambio yo, que vivo en el más absoluto caos, me lamento
cada martes a mi psicoanalista de odiar la cotidianidad, porque sé que con poco
que me gustara, viviría algo más contenta o por lo menos más tranquila.
Me
trago el plátano y le digo que me da mucha pena, pero que este verano no cuento
con vacaciones. Me callo decirle que aunque tuviera, ese presupuesto se me
escapaba de las manos, absurdo comentárselo porque ella no lo entendería. Dejo el
móvil sobre la mesa de la cocina y tiro la cáscara de plátano a la basura y,
mientras lo hago, veo el fondo de toda aquella mierda, y pienso si no estaré
dirigiendo mal mi vida. Retiro el pie del pedal y la tapa de la basura se
cierra. Es martes, son las 6 de la tarde y voy a ver a mi psicoanalista.
Le
digo que me odio, que cada vez me entiendo menos, que se me hace difícil buscar
motivación en mi vida. Me dice que si necesito otro kleenex, lo puedo coger. Le
digo que no tiene sentido seguir luchando, que he decidido abandonar. Me dice
que es la hora y que recuerde que en julio se va de vacaciones, que me llamará
en agosto.
Salgo
de su consulta desechando la idea del suicidio. Lo haré en otro momento, cuando
mi psicoanalista esté más receptivo, porque hacerlo así, sin que nadie te
jalee, sería como llegar tarde a un avión, pero no de American Airlines sino de Lufthansa, y que ninguno de sus pasajeros alemanes te aplaudiera al entrar. El
error no tendría gracia.
Entro
en el supermercado. La desidia se traga mejor con algo rico que lo acompañe. Estoy
pesando tres tomates metidos en una bolsa de plástico, cuando una voz a mi
izquierda hace darme la vuelta. Es un chico treintañero, pelo corto y barba, pendiente
en la izquierda y pulsera de cuero, lleva una camiseta negra de Motörhead,
pantalones estrechos vaqueros y unas Converse negras también. Está cantando a
un volumen bastante alto. Me quedo mirándolo. Se gira, me ve y se quita los
auriculares de su mp3.
―Es
Tesla, ¿te gustan? ―me pregunta.
―No
sé, no los conozco ―respondo, y pego la pegatina del precio de los tomates a la
bolsa de plástico.
―Seguro
que te gustan, toma ―dice ofreciéndome uno de sus auriculares. Lo rechazo con
la mano. Meto los tomates en el carrito y me marcho.
Esperando
en la cola para pagar, oigo gritar a alguien detrás. Es el chico de Motörhead
que, con la mano en alto, no deja de saludarme.
―¡Ey,
guapa! ―Atónita veo cómo se salta la cola de las 7 personas que están detrás de
mí. Se coloca a mi lado y espontáneamente me da un beso en la mejilla―.
¡Tontaca, que no te veía! Es que venimos juntos ―explica a la señora de atrás
que lo mira con desconfianza.
No
digo nada, miro al frente y flipo en silencio. A la hora de pagar dejo que pase
delante, me lo quiero quitar de encima. Cuando termina, y lo veo salir del
súper, me tranquilizo. Pero cuando salgo, me doy cuenta de que me está esperando
fuera fumándose un cigarro.
―¡Ey,
tontaca, aquí! ―dice llamando mi atención. Suspiro y voy hasta él. Déjame en paz, le digo―. Oye, tía, que
voy de buen rollo y sólo quiero invitarte a una caña, qué menos después de
haberme colado, ¿no?
―¡Te
has colado tú solito!
―Se
te pone una cara todo extraña cuando te enfadas. A ver si con unas cañas se te
vuelve a estirar, ¡venga, vamos!
Me
hace gracia, aunque me aguanto la sonrisa. Lo acompaño y nos sentamos en una
terracita cerca del supermercado. Coge mis bolsas y las coloca en una silla
vacía. Con las cervezas ya en la mesa, se enciende otro cigarro y me cuenta que
se llama Joan, que es de Barcelona, pero que está en Madrid porque uno de sus
mejores amigos se acaba de separar y anda todo
chungo. Tiene una granja de caracoles que lleva con la ayuda de su hermano,
pero a él lo que realmente le gusta es dibujar, dice que le encantaría ilustrar
libros infantiles. Es pura simpatía, desborda energía, me hace reír a cada
rato, me gusta.
―Me
gustas ―dice.
―¿Ya
se me ha estirado la cara? ―se ríe.
―Invítame
a tu casa ―Niego con la cabeza, arrugando otra vez el ceño―. Que no, tontaca,
no lo digo para pasar la noche, no voy por ahí.
―¿Y
por dónde se supone que vas?
―Mañana
mi amigo se marcha a Santa Pola y yo vuelvo a Barcelona, si me invitas, me
quedo.
Nuevamente
el caos toca a mi puerta.
―¿Roncas?
―No
―contesta.
Así
que decido abrirla.
Ocho
días más tarde lo miro durmiendo en mi cama. Abre los ojos:
―Hola,
tontaca…
―Hola,
tontaco…
Y
algo me dice que este hombre tiene todas las papeletas para que, después de dos
meses, siga durmiendo en mi cama, porque ha hecho darme cuenta de lo mucho que
amo el caos en mi vida.
6 comentarios:
¡Eres la prueba viva de que se liga en los supermercados!
No sé si podría vivir en un caos permanente, pero de vez en cuando algo así viene mu requetebien, así que ¡hay que disfrutarlo!.
:)
MAGNÍFICO
No tengo más que decirte
¡ah!, sí, que echaba de menos tus relatos, Elvi, ;)
Bessssooo!
Miss Hurry, el último grito para ligar es la sección de tomates del Carrefour ;-) Besito!!!
Sofía, loca mía! muchas gracias! sí, la verdad es que julio se evaporó sin darme cuenta. A ver si esta semana me pongo al día en twitter y leo todos los blogs.
Beso enorme, muaaaa!!
Muy bueno! :-)
Joooooooooo yo quiero que me pase eso cuando compro tomates!!!!! a mi solo se me cuelan señoras mayores con la escusa de que no pueden estar tiempo de pie, caxis, en la mar!!!!!!
Me a encantado tu relato, bueno, que me he quedado con ganas de mas, Tontaca jajajajajaja, un abrazo, que pases un feliz día.
El caos tiene su encanto ;)
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