Querer es volar de Javier Avi
Beto
era un pequeño castor del bosque Las Masas. Como cada mañana se levantó para ir
a la escuela. Allí aprendía las mejores técnicas para construir presas. Y así
cuando fuera mayor, ayudaría a sus padres en la faena de la casa.
Cuando
llegó a clase se sentó en la última fila. Siempre lo hacía. Desde aquel sitio
podía camuflarse tras sus compañeros de delante, para pasarse la mañana entera
mirando por la ventana.
―Beto,
enumérame las características de un dique ―ordenó el profesor Espejuelos, desde
lo alto de la tarima. Pero Beto estaba demasiado ocupado observando el exterior
a través de la ventana―. Las características, Beto ―repitió de nuevo. Pero
nada, el pequeño castor miraba ensimismado el cielo―. ¡Beto! ―gritó esta vez el
profesor Espejuelos.
―¡Presente!
―respondió el estudiante dando un respingo en su silla sobresaltado. Toda la
clase rió.
―Presente
no, Beto, presente no. Te he pedido las características de un dique… ―explicó
con paciencia el profesor.
―Eh…
Umm…Son… los troncos… y luego… ―Beto bajó la cabeza, se frotó los dientes con
las uñitas de su mano y, muy bajito, confesó que no lo sabía.
―Pero
Beto, éste es tu futuro, si ahora no te aplicas en aprender la teoría, ¿a qué
te dedicarás cuando seas mayor?
Beto
se puso en pie de un brinco y gritó entusiasmado:
―¡A
volar!
Todos
sus compañeros volvieron a reír a carcajadas, pero aquello no pareció
importarle a Beto que seguía marcando una esplendida sonrisa en su rostro.
―¡Silencio!
―pidió nervioso el profesor Espejuelos al resto de la clase―. Beto, eres un
castor, los castores no vuelan, fabrican presas. Son los pájaros los que saben
volar.
―¡Entonces
iré a la escuela de pájaros para aprender a volar!
Y
antes de que el profesor Espejuelos pudiera replicarle, el pequeño castor había
metido todos sus libros en la mochila y había salido pitando de la clase. Todos
sus compañeros se arremolinaron en las ventanas para verlo correr bosque a
través gritando: “¡voy a volar, voy a volar, voy a volar!”, y dando zancadas
altísimas mientras agitaba sus pequeños brazos al aire. Está loco, exclamaban unos, qué
tonto, decían otros, y todos reían sin parar.
Al
llegar a casa, Beto, tan exaltado e ilusionado como hacía un rato, pidió a sus
padres que lo matricularan en la escuela de pájaros porque quería volar. Su
padre entró en cólera, llegando a roer, enfurecido, dos ramas que sobresalían
de la pared. Su madre se sentó en el porche con los pies bajo el agua del río,
decía que con los pies a remojo la cabeza se mantenía fría y, en ese momento,
necesitaba tenerla bien fresquita. Cuando los gritos de su marido cesaron,
entró en casa y, pidiendo a su hijo Beto que dejara de llorar, anunció que si
realmente era lo que quería, lo matricularían en la escuela de pájaros.
―¡¡¿Qué?!!
¡Todos se reirán de él! ¡Es un castor!―exclamó el padre de Beto dispuesto a
roer el resto de la casa. Su mujer lo contuvo y le pidió comprensión y
paciencia.
Al
día siguiente Beto se levantó más temprano que de costumbre, porque la escuela
de pájaros estaba al otro lado del bosque y le llevaría más tiempo recorrer el
camino. Se despidió solamente de su madre, porque su padre fingía dormir
todavía.
Llegó
a clase el primero y se sentó en la primera fila. Colocó con cuidado y
ordenadamente los libros sobre la mesa, y esperó con una enorme sonrisa mirando
al frente. Fueron llegando pajarillos que asombrados lo miraban y cuchicheaban
señalándolo con el dedo. Poco después, entró la profesora Lunetas y observó
perpleja a Beto en primera fila.
―Soy
Beto, profesora, un estudiante nuevo ―se apresuró a decir, poniéndose de pié
para no ser descortés.
―¿Beto?,
pero creo que aquí hay un error. Esto es una escuela de pájaros y usted… usted
es…
―Un
castor ―Los pajarillos, sentados en sus pupitres, no pudieron evitar soltar
unas risitas.
―¡Eso
ya lo veo!, por eso que usted debe ir a la escuela de castores para aprender a
construir presas.
―¡Pero
es que yo quiero volar! ―La clase rompió a reír y Beto, dándose la vuelta, los
miró agachando la cabeza. Con lentitud se volteó de nuevo y explicó a la
profesora Lunetas―: Quiero que usted me enseñe a volar.
―¡Qué
barbaridad! ¡Vivimos en el bosque Las Masas, los colectivos son lo que son!
¡Nadie nunca ha pretendido ser lo que no le corresponde, porque sería una
atrocidad! ¡Aberrante!
―Pero
yo… sé que podría volar…
―¿Cómo lo haría?,
¿agitando sus dientes?
Y,
al oír esto, fueron muchos los pajarillos los que se cayeron de sus sillas
muertos de la risa. Beto, encogiéndose de hombros, metió los libros de nuevo en
su mochila y, arrastrando sus enormes pies, salió de la clase con la ilusión
carcomida por la humillación.
De
camino a casa, tuvo que hacer una parada, porque era tanto lo que lloraba que
no podía ver el sendero con claridad. Se apoyó en un árbol y sollozó sin temor
a que lo escucharan, porque allí no parecía haber nadie.
―¿Por
qué llorasss?
Beto
sacó la cabeza de entre sus rodillas, y vio a una diminuta serpiente frente a
él ladeando la cabeza esperando su respuesta. El pequeño castor le contó su
drama: sus deseos de volar y el rechazo por parte de los castores y de los pájaros.
―No
esss un problema el rechassso, amigo… No nesssesssitas la aprovasssión de nadie.
Utilisssa tu propio medio para hassser lo que anhelasss. Fíjate sssi no en mí.
―Eres
una serpiente.
―Fíjate
bien…
Beto
se acercó y con cuidado la tomó en su mano. De tan cerca pudo ver que aquella
diminuta serpiente tenía muchos pies, algo así como unos cien, y que su piel
era en realidad una larga hoja de avellano untada en sudor pegajoso de sapo,
con una pequeña piñata anudad detrás, a modo de cascabel.
―¿Un
ciempiés?
―¡Yesss!
―dijo agitando la piñata con un golpe de bata de cola―. Sssiempre quissse
modelar, pero un sssiempiésss no esss lo demasssiado hermossso para passsarela,
¿me comprendesss?, me rechasssaron en la essscuela de ssserpientesss, ¡viborasss!
No importó. Mi entorno me ofresssía todo aquello que haría de mí una modelo… et voilà! Mírame, amigo, aquí essstoy
yo. Con un poquito de maquillaje y un essstudiado asssento, consssigo hassser
ver a losss demásss como yo verdaderamente me sssiento. Tu entorno, amigo, no
lo olvidesss, aprovecha tu entorno para realisssar tus dessseosss…
Beto
masticó las palabras del extraño serpiés
durante días, sin encontrarle demasiado sentido. Y además tras el fracaso en la
escuela de pájaros, había decido empezar a trabajar con su padre, porque
tampoco se veía con fuerzas para regresar a la escuela de castores. Así que su
padre llevaba semanas enseñándole cómo hacer presas, mientras su madre los
observaba, royendo tronquitos, desde el porche con los pies a remojo.
Pasaron
dos años y el pequeño castor se convirtió en un joven castor trabajador,
experto en presas y diques, introvertido y caracterizado por su enorme apatía.
En sus ratos libres le gustaba tumbarse en el porche y mirar hacia el cielo,
y cuando un pájaro aparecía en su campo de visión, cerraba los ojos con fuerza
para que las lágrimas no llegaran a caer, porque él era un castor y los castores
hacen presas.
Un
día, trabajando en el río, su padre le ordenó que deshiciera toda la parte
izquierda de una presa. Era vieja y la madera se había retorcido por la
humedad, ya no servía, había que reconstruirla de nuevo. El joven castor fue
retirando las ramas curvadas, y las fue amontonando en la orilla. Cuando
terminó, alineó toda aquella madera para que se secase y aprovecharla para hacer
una enorme hoguera y calentarse con ella. Mientras esperaba sentado junto a
ellas, un pajarillo se posó sobre la orilla del río y estiró sus alas, qué hermosura, pensó Beto. El pajarillo
las plegó y después las volvió a abrir por largo tiempo, y fue entonces cuando
Beto se percató en la curvatura de su forma. Giró rápidamente la cabeza hacia
las ramas que estaban a su lado secándose y recordó lo que, años atrás, alguien
le dijo: aprovecha tu entorno para
realisssar tus dessseosss…
Beto
recogió todas aquellas ramas y corrió a casa. Se encerró en su habitación. Sus
padres preocupados le picaban la puerta pero no obtenían respuesta. Hasta que, tres días más tarde, lo vieron salir con dos piezas grandes triangulares
hechas de trozos de madera curvados y enlazados con tallos de plantas. Sus
padres lo acompañaron intrigados al exterior. Allí Beto se colocó las dos
piezas sobre sus brazos y los agitó. Su madre se llevó la mano a la boca
emocionada, al darse cuenta de lo que aquello significaba. Beto atravesó el
bosque corriendo, sus padres detrás pidiéndole que no hiciera locuras. Los
gritos provocaron que los vecinos del bosque lo siguieran también. Corría Beto
y detrás toda una multitud de Las Masas. Subió una colina y por fin, allí, se
detuvo. Los vecinos también, y expectantes esperaron en silencio. Beto se
arrimó a la pendiente, miró hacia atrás y vio a sus padres.
―Hijo,
no lo hagas, los castores sólo saben hacer presas… ―suplicó su padre,
sosteniendo la mano temblorosa de su mujer.
Beto
dio un paso al frente, y la multitud coreó un largo: ¡¡Aaaaaay!!, cuando lo vieron desaparecer, para después convertirlo
en un: ¡Ooooooh!, al verlo
resurgir del vacío y planear sobre la colina como un pájaro.
Beto,
sin dejar de sonreír, agitaba con fuerza aquellos trozos de madera retorcidos y
anudados unos a otros, aquellos troncos que habían sido herramienta de su
trabajo, y ahora se habían convertido en su anhelado deseo, en sus alas.
―¡Yesss!
―se oyó entre las hierbas de aquella colina.
8 comentarios:
Bien!! Qué majo Beto. Nada como tener claro lo que quieres en la vida... Da que pensar. Mil besos.
¡¡¡Ole!!!. Al final cada uno es lo que siente que realmente es.
Una historia muy bonita con una muy buena moraleja y el dibujo... ¡qué decir del dibujo! muy bonito también :)
Cuando he empezado a leer me he acordado de esta canción de Ismael Serrano que siempre me ha gustado (te la dejo por si no la conocías): http://www.youtube.com/watch?v=X1ogjjWgCN4
Ya, Mai, da mucha envidia el Beto que lo tiene tan claro... ;-)
Y sí, por mucho que se empeñen en marcarnos con un rol definido, cada uno es lo que siente ser.
Y Miss Hurry, me encanta que te hayas fijado en en esa pedazo de ilustración!! es que es preciosa!! jajaja!! Y no conocía esta canción, pero yo al Ismael Serrano lo escuchaba muchísimo hace años y me ha encantado recordarlo :-D
¡qué bien lo haces! Me encanta esta forma que tienes de contarnos historias. Felicidades!!!
Ohhh, qué historia más esperanzadora. Todos deberíamos ser como Beto.
Cuando lo he empezado a leer me ha recordado parcialmente a un cuento que leí hace tiempo:
http://www.nocuentos.com/tinkus_camaleon/valcarcel_tinkus_camaleon_uno.html
Un saludo.
Gracias, Amalie!! me tiran las fábulas, así que tendré que practicar más. Muaaa!!
Gliphe, gracias por pasarte y leer el blog. Acabo de leer la historia de Tinkus y es realmente bonita. Un saludo!
Preciosa fábula, gracias Elvira!!!!! Amaia
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