Futuro de Javier Avi
El
padre lanzaba al medio del mar, desde una pequeña barca de pescador,
al violador y asesino de su hija, un chaval maniatado de no más de
16 años que suplicaba perdón. La pantallá se volvió negra y,
todavía con el rumor de las olas de fondo, aparecieron los créditos
de la película. Me quedé inmóvil en mi sofá con la vista fija en
el televisor y con la certeza de que yo hubiera hecho lo mismo. ¿En
qué me convertía aquello? Me levanté con torpeza, apagué la
televisión y me preparé un café a pesar de ser casi las dos de la
mañana. Con la cafetera sobre la vitro pensé en Joan y en lo mucho
que lo echaba de menos, su vuelta a Barcelona me estaba costando,
sobre todo que la decisión la hubiera tomado una crisis que poco
tenía que ver con nosotros, un criador de caracoles y una profesora.
—Lo
mataría —dije en voz alta—. Al mar.
Aunque
supongo que no lo ataría, no, que tuviera la oportunidad de nadar,
de nadar a ninguna parte, con su traje y con esas gafas que le hacen
la cara todavía más de tonto. Desde la barca lo saludaría con
ceremoniosidad, nada, idiota, le diría, nada, a ver si
consigues llegar a alguna parte. Pondría en marcha el motor de
la barca y me alejaría sin dejar de saludarlo.
—Se
está riendo de todos nosotros —volví a decir en voz alta.
Él
y toda su tropa de corruptos farsantes, de necios inmorales, de
asesinos impolutos. Hace ya tiempo que nos tiraron al mar y a quí
estamos, yendo a ninguna parte, tan agotados que ni gritar podemos.
—Hijos
de puta...
El
gorjeo del café me sacudió la imagen de golpe. Me serví un vaso
y, después de leer cerca de una hora, me metí en la cama.
A
la mañana siguiente salí de casa cargada con el denso sueño del
que tan solo ha dormido tres horas. Bajé las escaleras y al pasar
por el segundo piso, la puerta de mi vecina Guillermina se abrió.
—Ay,
hija mía, sabía que eras tú por esa manera tan torpe que tienes de
bajar las escaleras.
Guillermina
tenía 84 años. Le sacaba la basura y le hacía los recados, porque
sus hinchadas piernas poco le permitían moverse.
—Anda,
guapa, que te voy a dar 5 euros y cuando te vuelvas de trabajar me
traes una botellita de aceite, ¿eh?
Guillermina
abrió su monedero y me ofreció el billete.
—Que
no, mujer, que no gaste dinero, guárdelo, que le voy a dar yo una.
¿No ve que el fin de semana pasado fui para Bilbao y mi madre me
carga de aceite, café y embutidos? Es muy triste pero como están
las cosas, siempre me prepara una bolsa para que me traiga, así
ahorro en súper.
—¡Oye,
que no!, ¿eh? ¡Faltaría más! Que eso tu madre te lo da para que
lo gastes tú, no la vieja del segundo.
—Pero,
Guillermina, si desde que se fue Joan no gasto nada. Él sí, con sus
croquetas, pero yo ni sé hacerlas. No se preocupe, de verdad, cuando
vuelva de la uni le bajo una botella.
—Bueno,
bueno, pues..., gracias, hija, qué buena eres, un sol, eres un
sol...
—No
se crea, ¿eh?, que últimamente me afloran deseos asesinos.
—¡Uy,
uy, uy, no te preocupes, bonita! Mira, yo desde que está este
gobierno —dijo bajando el tono de voz casi a un susurro—, a más
de uno lo tiraría al mar...
La
besé con media sonrisa y bajé las escaleras. Al salir del portal
abrí el paraguas, porque últimamente no paraba de llover en Madrid.
3 comentarios:
Pues si Elvi, llueve en todas partes. Yo no sé si es el clima o que llueve en nuestras cabezas... Beso fuerte!!!!
Pero pronto saldrá el solete!!! eso seguro!!!
Mucho animo!!
Mua
Ma
Ay, pues hoy rayos y truenos en Madrid, pero sí, creo que no falta mucho para que salga el sol.
Besito, chicas, mmmmmmuaaaaaa!!
(Mai, en mi cabeza graniza ahora mismo!)
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