Espanta-males de Javier Avi
Elvira lo miró
buscando una solución. Gael, sin decir nada, cogió su móvil y
llamó a su amiga Leticia.
—Cielo, mira, te
cuento: tengo aquí a mi amiga Elvi, que es pobre..., sí, sí, pobre
de sin dinero. Resulta que de aquí a diciembre tiene tres bodas, y
no hay cosa más horrible que invitar a un pobre a una boda, porque
en vez de disfrutar del evento lo convierten en una hoja excel de
contabilidad..., ¡Ja, ja, ja!, ni que lo digas, ¡terrible!, la
tengo a mi vera sin parar de hacer numeritos. Pero espera, que ahora
viene lo mejor, va y me dice que tiene pensado llevar el mismo
modelito a tres bodas, ¡y las amigas son del mismo grupo!...., ¡Te
lo juro, reina! ¡Sigo en shock!
—Marica mala...
—¡Te he oído!...,
No, a ti no, cielo. Así que a ver si le puedes prestar algo.
Tendréis la misma talla, tú más menudita, claro, a ella le pierden
las palmeras de chocolate..., ¿Zapatos? Sí, creo que también,
espera un segundo. Cari, ¿qué pie tienes?
—El cinco.
—Un 35..., ¿el
36?, perfecto, le metemos algodón y listo..., ¡Genial!, pues te llamo
en unos días para que te vengas a casa y hacemos probaturas, ¡te
adoro, reina!
Gael dejó el móvil
sobre la mesa de la cocina y miró a Elvira esperando su
agradecimiento.
—Viva el marxismo
—dijo ésta con el puño en alto.
—Cari, ahí tienes
el baño, vete a cagar un rato.
Elvira cogió una
cerveza de la nevera y fue al salón donde se dejó caer en el sillón
de piel de vaca. Miraba al infinito mientras se mordisqueaba el labio
inferior.
—Me superan las
bodas... —dijo.
Gael, también con
cerveza en mano, se sentó sobre la mesita de café, frente a ella.
Le acarició la rodilla.
—Elvi, tengo que
contarte algo.
Elvira lo miró de
golpe.
—¡No!, ¡no me
digas que te casas porque no! ¡No me invites! —Se levantó—.
¡No!, no quiero tu banquete y ¡mucho menos tu número de cuenta
bancaria!, ¡no! ¡Basta ya! ¡No-a-las-bodas-capitalistas!
—Elvi...
—Vale, iré...
pero no me cobres la entrada, porque con tres tengo más que
suficiente... —Y se tumbó en el sofá dejando la cerveza en el
suelo.
—No, no me caso.
—¿Ah, no? ¿Y
entonces? —Al reincorporarse vio la cara de su amigo desencajada.
Se levantó y se sentó junto a él, en la mesita de café—. ¿Qué
pasa, amor?
—Es Raúl.
—¿Qué Raúl,
vida?
—Raúl Perella. El
escritor. Que fuimos juntos a la presentación de su libro hará cosa
de dos meses.
—¿El orgánico?
—¡Elvi!
—Perdón.
—Bueno, pues nos
liamos.
—Sí, claro, para
eso fuimos a la presentación, ¿no?
—La verdad que
estamos muy bien. Bien de verdad. Es un tío genial, estoy súper a
gusto con él, no sé, como que la cosa ha empezado a ir un poco en
serio, un poco bastante.
—Ay, me encanta,
¡pero no os caséis!
—Elvi... —Poco
quedaba del chico que pedía a Leticia, con energético sarcasmo,
vestidos de boda para su amiga la pobre. Estaba cabizbajo y
tembloroso. Elvira se juntó más a él y con un gesto de cabeza le
animó a que hablara—. Me ha pedido que tengamos relaciones sin
condón porque, claro, estamos limpios y claro, es mejor, y claro, él
está muy seguro y claro, yo también le he dicho que sí, que estoy
seguro, que estoy limpio —Pausa—. Elvira, estoy acojonado, no me
he hecho nunca los análisis.
—¿Qué? Tienes 33
años y ¿nunca te has hecho los análisis? Vale, no pasa nada, el
VIH no sé coge así como así, si siempre has tenido sexo seguro no
pasa nada. ¿Gael?
—No sé, a
veces... Yo... Joder, Elvira, estoy acojonado. No quiero morir. ¡No
quiero morir!
—No vas a morir.
—Elvi, ¿qué voy
a hacer?
—Los análisis.
—No puedo, te lo
juro, no puedo, he ido varias veces y no puedo, me rajo, no puedo.
Vete tú...
—¡Yo ya me los he
hecho unas 10 veces! Es lo primero que te hacen cuando aterrizas en
un país extranjero para trabajar en una entidad pública, si no
olvídate del visado. Y desde que estoy en España dos veces, una
porque pedí análisis de tiroides y otra de diabetes tipo 1. Ambos
médicos me aconsejaron hacerme una serología completa, no sé, debo
tener cara de promiscua irresponsable.
Al día siguiente
por la mañana, fueron al centro de salud del barrio de Gael.
—Hola —dijo
Elvira agachándose, en el puesto de Información, para que su voz
saliese por el hueco de la ventanilla—. Venía para unos análisis.
—Muy bien, dime el
nombre de tu médico, por favor.
—Sí, un momento
—Elvira se dio la vuelta. A su espalda Gael con las manos
apretándose los ojos mientras gimoteaba una y otra vez que no
podía—. Sí puedes. Venga, el nombre de tu médico.
—Aguilar Sáinz de
Buruaga.
—Aguilar Sanz de
Luaga —dijo agachándose de nuevo.
—Aguilar Sáinz
de Buruaga
—repitió Gael destapándose los ojos.
—Sí, perdón,
Aguimar Sáinz de Luaga —dijo esta vez con la cabeza casi metida en
el hueco y lo repitió por si acaso—. Luaga, Sáinz de Luaga,
Aguimar.
—Joder... —Y
Gael volvió a tapárselos.
—¿Aguilar Sáinz
de Buruaga? —preguntó la recepcionista.
—¡Sí! —gritó
Gael saltándose a la intermediaria.
—Te puedo dar cita
para hoy a las 4:22 de la tarde. ¿Está bien?
Elvira se dio la
vuelta esperando respuesta de su amigo.
—Sí...
—Sí —repitió
ella a la recepcionista, y le dio la tarjeta de salud de Gael.
Al salir del centro,
Elvira devolvió a Gael su tarjeta sanitaria.
—Hoy a las 4:22.
Te espero en la puerta a y cuarto, ¿vale? Y apunta bien el nombre de
tu médico: Aguilar Sáinz de Buruaga, no te vayas a volver a
equivocar.
A las 5.10 de la
tarde Gael y Elvira seguían sentados en la sala de espera del centro de salud.
—¿Por qué tardan
tanto? —preguntó Gael a su amiga que deslizaba el dedo índice por
la pantalla de su móvil mientras se reía a cada rato.
—Me encanta Facu
Díaz.
—¿Por qué...?
—Porque es un
genio. Tiene a todo twitter revolucionado. ¡Mira! —Y estampó el
móvil en la cara de su amigo.
—Elvira...
—Venga, que le voy
pedir que salude a todas las víctimas de la Seguridad Social, ya vas
a ver qué risas.
—Me troncho...
5:27, 5:32 y a las
5:46...:
—¿Gael Álvarez
Carrillo? —preguntó la enfermera ante la puerta del médico.
—¡Aquí! —gritó
Elvira como si llevara tres días perdida en el Amazonas y la
acabaran de encontrar.
Se sentaron ante la
mesa, y esperaron a que Aguilar Sáinz de Buruaga dejara de revisar
algo en el ordenador y les prestara un poco de atención. Elvira
cogió la mano de Gael y asintió cerrando los ojos. Gael se
desprendió de su mano abriéndolos mucho.
—Perdonad, que
ando liadillo con esto —dijo el médico y, dejando a un lado el
ordenador, masculló sonriendo—: Este Facu Díaz es la hostia...
Bien, Gael, cuéntame.
—Quería unos
análisis.
—¿Una analítica
completa?
—Sí, para lo del
colesterol que lo llevo fatal y eso... —Elvira lo miró de golpe—.
Y, bueno, para lo otro también.
—¿Lo otro?
—VIH —contestó
la resabionda de la clase.
—Me estoy mareando
—dijo Gael sujetándose la frente.
El médico se rió y
le dio un papel.
—Entrégalo en
recepción, allí te darán cita para hacerte los análisis. Siendo
verano, imagino que mañana por la mañana tendrás hueco. En diez
días estarán los resultados.
—¡Diez días!
—Gael colocó su cabeza entre las rodillas—. Me estoy mareando
mogollón... ayuda...
Efectivamente tuvo
hueco al día siguiente. A las 8:13 de la mañana, Elvira colocaba
las pequeñas pegatinas rojas, que le había dado una de las
enfermeras, bajo el clip de las hojas de la analítica. Luego le
explicó a Gael que, según lo que le habían dicho, debía esperar
en la cola. La línea de unas 7 personas se cortaba ante una puerta
cerrada. Detrás, cinco mujeres, tras cinco pequeñas mesas, extraían
sangre como si de una central lechera se tratara. Cuando le tocó el
turno a Gael, fueron los dos quienes cruzaron la puerta.
—Lo siento, sólo
puede entrar uno —dijo la mujer de la primera mesa apretando la
goma del brazo de su ternerita.
—Por favor, es que
soy muy aprensivo —dijo Gael.
—Y yo —dijo
Elvira.
—Y si tú también
eres aprensiva ¿para qué lo acompañas?
—Dos aprensivos
mejor que uno.
La mujer se rió y
los mano a la mesa del fondo. Y los dos, como niños, corrieron al
final de la sala no fuera a ser que la ganadera cambiara de idea.
Media hora más
tarde Elvira se terminaba su café en el bar de al lado y Gael no
dejaba de mirar el papel con la nueva cita para recoger los análisis.
—Diez días...
—decía—. No lo voy a soportar.
—Pasan en seguida
—mintió Elvira.
—Y si me da
positivo, ¿qué voy a hacer?
—Eso no va a
pasar.
—¡Y si pasa! —El
camarero los miró desde la barra.
—¡Pues si pasa,
pasa! ¡No te vas a morir! —Después, Elvira bajó el tono de voz—:
Tener los anticuerpos del VIH no significa que vayas a desarrollar la
enfermedad. Gael, por favor, no me hagas darte una clase de
sexualidad ahora, pero creo que ser más responsable y tener un
poquito más de cabeza, no te vendría mal.
Gael bajó la
vista. Elvira se percató de que lloraba. Se acercó a él. Lo
abrazó.
—Eres una amiga de
mierda, cari...
Diez días más
tarde.
Eran las 4:38 de la
tarde y Elvira abanicaba a Gael con un folleto sobre la diabetes
gestacional, en la sala de espera del centro de salud.
—¿Tengo pulso?
Elvira le tocó la
muñeca.
—Sí, Gael, tienes
pulso.
—Me mareo...
Elvira lo abanicaba
con más fuerza. De reojo miró el reloj de la pared: 4:53.
—Nunca jamás voy
a follar con nadie, se acabó, te lo juro, nunca más... Me están
entrando nauseas.
Elvira dejó de
darle aire.
—Gael, tranquilo,
respira por la nariz, por la nariz, fuerte, mira así, ¿ves?
Una mujer se fue a
sentar junto a la chica, pero en el último momento prefirió hacerlo
tres sillas más allá, por si las moscas.
—¿Gael Álvarez
Carrillo?
—¡Aquí! —Y del
Amazonas volvió a resurgir.
Una vez ya ante el
médico esperaron en silencio. Éste revisaba de atrás a adelante
las dos hojas que contenían los resultados de la analítica
completa. Aguilar Sáinz de Buruaga, por fin, pareció decidido a
hablar. Chasqueó la lengua y levantó la vista con gesto raro.
—Ay, madre...
—suspiró Elvira.
—Creo que me estoy
muriendo... —Gael.
—Pues como no te
cuides va a ser que sí. Chico, para lo joven que eres tienes el
colesterol disparado.
Y tras un grito
eufórico al unísono, los dos amigos se abrazaron ante la perpleja
mirada del médico.
Al salir del centro
con los análisis estrujados en la mano de Gael, Elvira propuso
celebrarlo por todo lo alto.
—Vale, pero a mi
manera, cari. —Sacó del bolsillo su móvil y tras buscar en la
agenda el nombre, esperó tono—. ¿Leti?, cielo, en 30 minutos en mi
casa, no olvides traer los vestidos de boda, a mi amiga le gustan como muy de
princesa..., sí, nos vamos a reír...
—Marica mala...
—¡Te he oído!...,
No, cielo, a ti no.
3 comentarios:
Me has hecho reír y llorar a mares, te lo juro. Eres única!!
La época de las bodas ya pasó, ¿por qué la gente sigue empeñada en casarse? A ver si Javi Avi se estira y te dibuja con uno de los vestiditos en la próxima entrada, por bichear y tal XD
Ay, me ha encantado tu idea, Miss Hurry, de que Javi Avi haga un dibujo con algún modelito. Puede dar mucho juego esa entrada ;-)
Muaaaaa!!!
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