24 sept 2019

Toc-toc-toc


Obra de teatro: La clase muerta de Tadeusz Kantor

—Profa, ¿entonces para la próxima semana capítulo 1 y 2?
Estaba recogiendo tranquilamente mis cosas sobre el atril de clase, pero como un resorte levanté la cabeza y miré con seriedad a mi alumno.
 —Profesora o profesora Elvira.
El estudiante se enderezó en su asiento.
—Sí, profesora, pensé que al venir de España…
—El día que a la profesora Ding, a la profesora Zhou y a la profesora Ni, las llames “profas”, podrás llamármelo a mí, pero hasta entonces no, ¿está claro?
—Sí, profesora.
—Y sí, para la próxima semana analizaremos los dos primeros capítulos. Para cualquier duda estoy disponible 24 horas en mi Wechat y los martes y miércoles me podéis encontrar en el despacho de la séptima planta.
Era el primer día y claro que me supo mal, dejé a toda la clase en silencio. No eran muchos, 7 chicos de postgrado que habían cogido mi optativa de Generación del 98, y que ahora estaban completamente arrepentidos. Me lamenté, no siempre había sido así, la edad supongo, no lo sé.
Todos comenzaron a levantarse y a salir de la clase.
—Ya sabes que puedes ponerte en contacto conmigo si tienes dificultad con las lecturas, Unamuno no es fácil —dije al de “profa” antes de que saliera por la puerta.
—Sí, lo sé, profesora, gracias, sí, porque Unamuno es un poco… farragoso —dijo, parecía contento de que no le hubiera dejado marchar, se apoyó en una mesa de la primera fila.
—Sí, podríamos decir que Unamuno es farragoso. —Sonreí, yo también me alegré de que me diera otra oportunidad.
—Voy a escribirle todas mis dudas por Wechat.
—Me parece muy bien, suelo ser rápida contestando.
—Sí… ¿pero no cree que 24 horas son muchas para estar conectada?
Me reí, él también al verme a mí.
—Bueno, es lo que pasa cuando tienes problemas de sueño y cuando tu vida social brilla por su ausencia.
—Sí, comprendo, no tiene que ser fácil vivir sola en China. —Y dio con la mano unos golpecitos en la mesa: toc-toc-toc… Un impulso rápido hizo llevarme la mano al pecho.
Toc-toc-toc.
—¿Comprobando la calidad de la mesa? —pregunté riéndome.
Yo tenía 22 años y era el primer curso que daba como profesora en una universidad de Bilbao. Él tenía 24, era estudiante alemán, también de postgrado. Me miró, no dijo nada y volvió a golpear con sus nudillos en la mesa, esta vez un poco más fuerte:
Toc-toc-toc.
—Lo hacemos en Alemania cuando nos ha gustado la clase —dijo finalmente, con la férrea seriedad que lo había caracterizado durante esas 5 primera semanas de curso.
—Bueno, gracias, me alegro —dije sonriendo, porque nunca perdía mi sonrisa, nunca lo hacía entonces.
El chico recogió sus cosas y se marchó sin añadir nada más. Recoger las mías me llevó un poco más de tiempo, cuando ya me colgué el bolso al hombro y me di la vuelta para salir, lo vi plantado en la puerta de clase.
—¿Olvidaste algo?
—¿Puedo invitar a mi profesora a un café?
Con la mano todavía en el pecho vi que mi estudiante chino estaba hablando, lo veía mover los labios pero yo todavía estaba regresando poco a poco de Bilbao, cruzar aquellos 20 años me había sacudido violentamente por dentro.
—… o a casa?
—Perdona, ¿qué?
—Le pregunto, profesora, que qué va a hacer ahora ¿ir a comer o ir a casa?
—No… no, ahora voy a tomar un café…
Mi alumno se despidió y salió de clase, yo tras recoger con torpeza mis cosas, también lo hice. Al entrar en el ascensor, saludé a los de dentro con la cabeza y me coloqué contra la pared del fondo, acaricié la superficie con la mano derecha, no siempre había sido así, pensé de nuevo, cerré los ojos y preparé mis nudillos…
Toc-toc-toc.

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