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"Christine de Pizan" |
―Oye, perdona, perdona, oye,
¡oye! ―el chico chistó a su vera pero hasta que no chasqueó los dedos frente a su
pantalla del portátil, Elvira no levantó la cabeza. Esta vio a un joven de pie
junto a ella moviendo los labios, se quitó los auriculares y, disculpándose
primero, le pidió que repitiera―. Que estás haciendo mucho ruido y molestas a
toda la biblioteca.
―¿Se oye la música? ―preguntó
mostrándole los auriculares.
―No, es tu teclado.
Elvira miró primero al teclado y riéndose volvió a mirarlo a él.
―Es una broma, ¿no?
―No. Tecleas muy fuerte.
Molestas. Si quieres trabajar te vas al piso de arriba, esta es la sala de
consulta.
―Estoy consultando ―levantó
el libro que tenía sobre la mesa, junto a su ordenador, y se lo acercó―. ¿Lo
ves? Consulto.
―Te aconsejo que te compres
una funda de goma para tu teclado ―y señaló algo 4 sitios más a la derecha,
Elvira se levantó un poco de la silla y vio un pequeño ordenador plateado con
una alfombrilla de silicona sobre las teclas.
―Gracias, lo haré.
Elvira hizo amago del
volverse a poner los auriculares creyendo que aquel gesto sería suficiente para
terminar la conversación y volver a sus textos, sin embargo no fue así. El
joven permaneció de pie sin dejar de mirarla.
―¡Así nos va y luego pasa lo
que pasa! ―exclamó de pronto y luego, a grandes zancadas, regresó a su mesa.
La mujer se sintió incómoda
y se agitó en su silla. Buscó un poco
de apoyo pero era agosto y tan solo había otra joven en la sala tres filas más
adelante que, además de tener puestos los auriculares, llevaba 3 horas de reloj
sin levantar la vista de sus libros, Elvira llegó a pensar que era de atrezo.
Después del incidente le costó
concentrarse, así que terminó por cerrar el portátil y mirar fijamente el libro
que había solicitado en consulta. Acarició la portada y resopló, a pesar de
estar resguardada bajo el aire acondicionado de la biblioteca sabía que Madrid
ardía a 40°. Observó sus uñas, las tenía pintadas de negro, pensó que al llegar
a casa las cambiaría por el granate cereza mate que le había regalado Almudena.
Tamborileó la mesa y miró a su derecha, 4 sitios más allá localizó al tarado,
calificativo con el que lo había fichado mentalmente. Pasaba las hojas con
energía de atrás hacia adelante, revisaba cada una de ellas un par de veces. Las
volteaba como si tuvieran prisa por ser seleccionadas. Elvira lo observó
durante al menos diez minutos después, con decisión, se levantó y se dirigió hacia
él.
―Oye, perdona, perdona, oye,
¡oye! ―exclamó entrometiendo su mano entre sus ojos y el libro. El chico
levantó la cabeza y se quitó los tapones de las orejas. ¿Tapones?, cabrón,
pensó Elvira dándole tiempo a guardarlos en la cajita transparente de plástico―.
Que estás haciendo mucho ruido y molestas a toda la biblioteca.
―¿Perdona?
La mujer señaló desde arriba
el libro.
―Las páginas. Las pasas muy
fuerte. Molestas. Si quieres leer te vas al piso de arriba, esta es la sala de
consulta.
―¿Perdo… perdona? ¡Estoy
consultando!
Elvira ladeo la cabeza y levantó
las cejas, sonrió pero con la mascarilla el joven no pudo verlo.
―Entiendo ―dijo―, en ese
caso te aconsejo que la próxima vez solicites documentos digitales. ―Se giró y
señaló algo 4 sitios más a la izquierda.
El chico alzó la cabeza y
vio el portátil de la mujer. Sin añadir nada abrió su cajita transparente de
plástico y se puso de nuevo los tapones. Elvira no se movió de su lado. El
joven desconcertado la miró, se quitó uno de los tapones y preguntó:
―¿Qué?
―¡Así nos va y luego pasa lo
que pasa!
Y, con pasitos cortos pero
bien marcados, Elvira regresó a su mesa. Abrió el portátil y con energía
comenzó a teclear de nuevo: “Son muchos los ejemplos que demuestran que la
imitación es una manifestación característica de los personajes con rasgos psicopáticos
en el teatro español de finales de…”.
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