Ellos de Javier Avi
―Elvira, quieres dejar el móvil ya, pero ¿qué te pasa?
Era sábado noche y seis profesores nos habíamos ido a
cenar, entre ellos Verónica, a quien tenía a mi lado.
―No lo miro tanto, mujer.
―No has parado desde que hemos salido de casa.
Joan me tenía en cuarentena. Las cosas no terminaban de
andar bien entre nosotros, los problemas empezaron cuando, en verano, le
confesé que me estaba planteando renovar en China.
―Primero dijiste 6 meses, luego ha resultado un año y
¿ahora dos?
―Joan, son muy buenas condiciones las que tengo allí.
―Vale, quédate otro año o dos o tres o los que quieras,
pero casémonos.
Y yo le hice un corte de manga. Sí, esa era yo. Respondiendo
a propuestas matrimoniales con cortes de manga. Es cierto que en ese momento
nos entró la risa, pero también es cierto que desde aquella semana Joan se
alejó, algo cambió.
―¿Vas a acompañarme al aeropuerto? ―le pregunté el día
antes de venirme a China.
―No, no somos así.
―Sí, no somos así.
Una vez en China, las llamadas eran contadas y los
mensajes pocos. Eran muchas las veces que cogía el teléfono y llevándomelo a la
frente me imaginaba diciéndole todo lo que sentía por él, luego, desesperada,
dejaba el móvil en la mesa y abría el balcón para que entrara el viento, el
viento frío de aquella ciudad que tanto me ayudaba a serenarme a veces.
Aquella tarde, antes de salir a cenar, lo llamé. No
pareció sorprendido al oírme y eso me gustó. No hablamos de nada, esas
conversaciones estúpidas que mantienes con la típica compañera de trabajo que
acabas de encontrarte por segunda vez en un día.
―Lo pasaréis bien ―dijo.
―Sí, supongo, somos todos profes, yo haré tándem con Vero.
―Yo en breves iré a la estación de tren a recoger a
Anita, se queda hasta el martes.
―Ah, no sabía que fueran a verte Bruno y Anita.
―No, viene Anita sola.
Quedé en silencio. Los pinchazos empezaron en la planta
de los pies y llegaron hasta detrás de las orejas, molesta me las rasqué.
Bruno fue compañero de la escuela de dibujo a la que Joan
había ido, haría cosa de 6 ó 7 años, para un curso especial de ilustración
tradicional. Pronto hicieron muy buenas migas. Es cierto que Joan y yo nunca
salimos en parejas, ni compartimos amigos, nosotros no hacemos eso, nosotros no
somos así. Pero un día, la casualidad hizo que nos encontráramos con Bruno y
Anita en el concierto de Mr. Big y, a la salida, nos fuéramos a cenar juntos.
Lo cierto es que encajamos muy bien, así que las quedadas se repitieron varias
veces hasta que hace 3 años se mudaron a Oviedo.
―¿Sola?
―Sí, Bruno se ha ido a Escocia y Anita se viene al
concierto de Alice Cooper, vamos juntos, me ha conseguido entrada, ya sabes
cómo es.
Sí, lo sabía. Anita tenía una personalidad arrolladora.
Era rubia, de pelo largo e híper rizado, estilo afro, y se lo zarandeaba de un
lado a otro con una energía que solo ella sabía contener. Su voz cascada
llamaba muchísimo la atención, sobre todo su risa. Sus manos eran huesudas y
llevaba los dedos hasta arriba de anillos de plata, y cuando hablaba siempre
señalaba al aire con un ímpetu que la definía como una mujer implacable. Lo
cierto es que siempre nos habíamos llevado muy bien hasta que un día las cosas
cambiaron, para mí. Habíamos quedado los 4 y terminábamos de comer en un
restaurante de Malasaña, Bruno se levantó al baño y no sé qué tontería dijo
Joan que Anita y yo nos reímos, después ella añadió algo que no entendí bien
pero que Joan parece que sí y soltó una enorme carcajada, se reía como un loco,
ella también, se tapaba con la servilleta y le agarraba a Joan del antebrazo,
los dos estaban muertos, literalmente, de la risa, y yo me di cuenta de que los
miraba seria desde enfrente, pero ellos ni se percataron, claro, estaban siendo
demasiado cómplices para reparar en los demás. Me dolió. Fue cosa de dos
minutos, pero se me hicieron eternos y me dolió.
Alguien estableció que la infidelidad era mantener sexo
fuera de la relación, supongo que quien lo decretó nunca se rio con su pareja,
porque de haberlo hecho sabría que no hay nada más íntimo ni más personal ni nada que
recuerdes con tanta intensidad como una relación en la que ambos lloréis de la
risa. Y esa relación es la que tenía yo con Joan. Esa. Al llegar a casa estaba
muy molesta. Pero ¿cómo vas a explicar a tu chico que lo que te molesta no es
que se tire a otras mujeres sino que se ría con ellas? Tenía todas las de
perder, así que no dije nada y esperé a que se me pasara.
―Vaya, Alice Cooper… ―dije.
―Me gustaría que estuvieras aquí, Elvi, y a ti, ¿te
gustaría?
Asentí con la cabeza muy rápidamente. Empecé a llorar, me
tapé la boca para que no me oyera. Cómo explicarle que era yo la que le tenía
que hacer reír, cómo explicarle que lo echaba tanto de menos que a veces creía morir, cómo explicarle que
jamás renunciaría a mi trabajo por nadie, cómo explicarle… tenía todas las de
perder, así que no dije nada y esperé a que se me pasara.
―Elvira, háblame…
―Tengo que irme… ―y colgué.
Cuando vi que Vero andaba despistada, volví a sacar el
móvil del bolso y revisé el Wechat,
no tenía mensajes, pero era cierto que en aquel restaurante la cobertura iba y
venía, así que levanté el móvil y lo agité. Vero me vio.
―¿Me vas a explicar qué te pasa? ―preguntó.
Se lo expliqué. Vero me escuchó, no hizo ningún
comentario, solamente pidió una servilleta de papel que estaban al fondo de la
mesa, sacó un boli de su bolso y escribió los 5 sentimientos sobre los que
tenía que hablar con Joan. Los había escrito en lista, enumerados, y me dijo
que debía hablar con calma y mencionándolos uno por uno, que no me saltara
ninguno.
―Sí ―contesté cogiendo la servilleta de papel.
―Pues venga, sal y llámalo. Y tranquila, ya sabes, uno
por uno.
―Sí, uno por uno.
Salí del restaurante. En la misma acera junto a la
puerta, cogí mi móvil y lo llamé. Mientras esperaba el tono repasaba la lista
de Vero, repetía el nº1 sin cesar.
―¿Elvira?
―Joan, Joan, verás, Joan…
―Elvira, vamos a entrar al concierto, te llamo luego.
―No, Joan, escúchame, por favor, por favor… Tengo 5
puntos. El nº1 es el sentimiento, el de la sensación de sentir… de saber que…
cuando te viene la sensación de estar lejos de alguien, ¿sí…?
―¿Echar de menos?
―¿Eh?, eso pone aquí.
―¿Dónde lo pone?
―Es una lista, Joan, de cinco cosas que debo decirte.
―¿Me echas de menos? ¿Esa es la primera cosa?
―¿Eh?, yo, no sé… eso pone aquí.
―¿Me echas de menos, Elvira?
Estrujé la servilleta y agité la cabeza afirmativamente
pero era absolutamente incapaz de verbalizarlo y solo dije:
―A veces...
―¿A veces me echas de menos? ―Silencio―. ¿Qué más dice esa lista?
―No sé, porque la he estrujado tanto que la he roto.
Oí a Joan reírse. Me apreté más el móvil a la oreja
quería escuchar bien su risa.
―Ríete otra vez ―le pedí.
―Vamos a entrar al concierto, Elvira, ¿hablamos luego?
―Joan, yo ya estoy casada contigo.
―No, Elvi, no lo estamos.
―Es que nosotros no somos así.
―No, no lo somos pero ojalá lo fuéramos.
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