Nota: Para contextualizar este relato, te recomiendo leer la entrada anterior Viernes de Joker
―Elvira, ¿qué vamos a hacer con esto?
Elvira acababa de salir del ascensor, en la séptima
planta de la facultad de la Universidad China donde trabajaba desde hacía dos
semestres. Frente a los despachos encontró a su compañero Rober que le mostraba una pelota
de papel arrugada.
―¿Y qué es eso?
―Nuestra novela.
―¿Nuestra novela? ¿Qué novela?
―La de los amantes reencontrados 15 años después. Antonio
y Vero. Nuestra novela.
―Querrás decir mi obra de teatro. Es una obra y es solo
mía.
Roberto puso las manos en jarras y respiró fuerte.
―Ya sabes que Antonio ha vuelto a llamar a Vero, ¿no?
―Sí, lo sé.
―Para quedar.
―Sí, lo sé.
―Está claro que Antonio no es inmensamente feliz.
―Sí, lo sé.
―Bien, pues si lo sabes, tenemos historia.
―La historia, Rober, la tengo yo. Dos actores, un único
espacio, 70 minutos y una sala off de Madrid. La empiezo a escribir en unos
días y la monto en enero cuando regrese a España.
―Ya. ¿La vas a montar igual que tus otras obras?
―Gracias, Rober, eres un mierda.
Elvira entró en clase con rabia. Dejó sus cosas en la
silla junto al atril. Encendió el ordenador y desplegó la pantalla del
proyector. Pidió silencio. Se quitó las gafas, se frotó los ojos, miró por la
ventana y resopló. Podría gritar, reír y llorar al mismo tiempo. Se puso de nuevo
las gafas y pidió, por segunda vez, silencio. Miró al proyector, lo señaló y
comenzó.
―Bueno, como ya dije la semana pasada, Valle-Inclán
revolucionó el teatro…
Tocaron a la puerta. Rober entró.
―¿Puedes salir? ―preguntó.
―Acabo de empezar la clase.
Rober la miró y ella, apretando los dientes, salió del
aula.
―Joder, Elvi, lo que intento decirte es que es posible que
tus obras no funcionen porque quizá, y solo quizá, no sepas contar las
historias.
Elvira recibió la bofetada fingiendo no haber sentido ni
una pizca de escozor aunque tuviera la cara ardiendo.
―Gracias por tus consejos, mi querido literato, sin
embargo te aseguro que esta historia de amor la voy a saber contar muy pero que
muy bien.
―¡Lo ves! Ahí está tu error, porque esto-no-es-una-historia-de-amor,
¡mendruga!
Rober cruzó el pasillo y entró en su clase. Elvira entró
en la suya repitiendo “imbécil de mierda” como si fuera un mantra. Pidió a sus
alumnos abrir un par de ventanas. Se arremangó el jersey. Se frotó los ojos, pero
está vez por debajo de las gafas y pidió silencio aunque nadie estuviera hablando.
―Valle-Inclán con la construcción de Max Estrella puso de
manifiesto… ―Pausa. Elvira clavó los ojos en una de la estudiantes de la
primera fila―. Dadme un minuto, chicos, por favor.
Salió de la clase y tocó a la puerta del otro lado del
pasillo. Rober salió.
―¿Antonio no busca a Verónica, 15 años después, porque la
ama? ―preguntó ella.
―No.
―¿Quieres decir que Antonio pone en jaque su matrimonio
por una infidelidad que ni le va ni le viene?
Rober se agachó a la altura de su compañera que apenas
medía un metro y medio y le susurró:
―Antonio no es el personaje infiel en esta historia. ―Y
entró en clase.
Elvira cruzó el pasillo de vuelta. Cerró la puerta de su
sala pensativa y miró a sus alumnos.
―Bien, decía que Valle-Inclán, ¿verdad?, con sus más de 50
personajes arma a uno solo: Max Estrella. Todos y cada uno de ellos, con sus
intervenciones, cimientan sus rasgos. Todos. ¡Todos! Incluso aquellos que en un
principio parecen estar relegados a figurantes son… ―Silencio―. Dadme un
minuto, chicos.
Y la profesora salió corriendo de clase.
Ya en el pasillo frente a Rober:
―¡Es la mujer, Rober! ¡El personaje infiel es la mujer!
Su compañero le dio una palmadita en el hombro.
―Bien, pedazo de mendruga, lo vas pillando. Está claro
que su mujer disfruta en Barcelona del salario y de la libertad que le ofrece
un marido expatriado en China.
―Vale, a veces los hechos son complicados de explicar, pero
sigo sin entender el punto de inflexión, ¿por qué Antonio llama a Vero si hemos
decido no otorgarle el rasgo de marido infiel? ―Rober adoptó su postura en
jarras y sonrió con aquella pregunta, sabía que Elvira era de procesamiento
lento, así que esperó―. ¡Coño! ¡Antonio lo sabe!
―Ay, amiga mía, tú los has dicho: a
veces los hechos son complicados de explicar.
―No me gusta. Muy folletinesca. ¿Antonio actúa por
venganza?
―Joder, no diría venganza, ¿torpeza?
―Sí, Antonio es torpe emocionalmente. Cree que mueve
ficha. Antonio sigue enamorado de su mujer.
―¿Enamorado? Joder, Elvi, 10 años de matrimonio, 3 de
noviazgo, 2 hijas, ¿enamorado?, ¡macho, ni en Walt Disney!
―Sí… ―La profesora se apretó el labio inferior
mascullando palabras que solo ella parecía entender―. Está bien. Antonio es muy
competitivo y ha perdido por primera vez, pero decide jugar en la siguiente
partida: Vero.
―Antonio ha perdido por primera vez… Vale, te lo compro.
―¡Sí!
Elvira regresó a su clase dando palmaditas.
―¡Muy bien, muy bien! ¡Vamos que lo tenemos! ―jaleaba a
sus estudiantes como si de futbolistas se trataran, y ¡plas, plas, plas!, y más
¡plas, plas, plas! ―¡Lo tenemos!
―Profesora ―un alumno de la tercera fila levantaba la
mano―, yo no entiendo el valor que aporta el Preso.
―¿El Preso? ¡Es un personaje indispensable!
―Sí, profesora, ¿pero cuál es su valor?
Alguien tocó a la puerta y Rober entró. Subió a la tarima
y acercándose a la profesora le dijo al oído:
―¿Qué valor le damos a Verónica?
Elvira miró a su estudiante de la tercera fila y luego
hizo un barrido a la clase entera.
―Dadme un minuto, chicos, por favor.
―Hemos dejado a Vero como mero instrumento funcional de
Antonio.
Elvira arrastró a Rober a la pizarra, daban la espalda a
los estudiantes.
―Dale la vuelta ―dijo Elvira―. Si hemos dicho que Antonio
era muy torpe emocionalmente, hagamos que pierda esta segunda partida también.
Convirtámoslo en el objeto fetiche del arco dramático de Vero.
―Objeto fetiche… Vale, te lo compro.
―Entonces, ¿estamos de acuerdo en que Vero sea nuestra
heroína?
―No lo veo, había pensado en la mujer ―respondió Rober,
en jarras, su postura favorita.
―Vero parte con unos valores legítimos que marcan los
supuestos cimientos de la novela: el amor verdadero; esto, por supuesto, irá
cambiando. A la mujer necesitamos presentarla adulterada desde el principio, no
nos sirve.
―Entiendo, pero no veo a Verónica como voz narrativa, nos
fallaría en Barcelona. Y no me coloques a un omnisciente en tercera persona, se
carga la historia.
―Sí, pero un narrador deficiente podría funcionar. Sería
engañoso… ―Elvira escribió los nombres de los personajes en la parte baja de la
pizarra. Rober se agachó apoyando las manos en las rodillas.
―No aporta nada que sea engañoso.
―La duda. Y no deja de ser una novela que trata sobre la
mentira y la apariencia ―explicó ella.
―Ya, y ¿por qué no dejamos que hablen los tres?
Elvira asintió, pareció gustarle la idea. Marcó primero a
la mujer en la pizarra:
―Ella es inteligente, cínica, controladora y
manipuladora. Voz narrativa en segunda persona, siempre se dirige a Antonio.
Rápida, frases cortas y vocativos insultantes. ¿Me encargo yo?
―Sí, toda tuya. ¿Antonio? Competitivo, pragmático y cero
inteligencia emocional, ¿no?
―Eso es, y hay que dibujarle como un hombre bastante
frustrado, incluso acomplejado diría yo. Primera persona. Frases largas e
inacabadas. Que introduzca reflexiones figuradamente existencialistas pero que sean
de lo más elementales.
―Un papanatas.
―Un perdedor ―matizó Elvira―. ¿Tuyo?
―No, creo que le vas a sacar más jugo tú.
―Vale, pues para ti la heroína.
―¿Profesora?
―Un momento, chicos ―respondió a la clase sin darse la
vuelta.
―Vero sería el personaje antagonista de Antonio.
―Cuidado, Rober, porque también lo sería de la mujer. Ten
en cuenta que los conflictos se establecerán directamente con Antonio pero no
dejan de ser una consecuencia de los establecidos entre Antonio y su mujer.
―¿Profesora? Es
que…
―Sí, chicos, un segundo.
Rober miró a Elvira. Elvira, que seguía observando los
garabatos en la pizarra, dejó la tiza y se llevó las manos al cuello, se lo
frotó.
―Lo tenemos, Rober…
―Lo tenemos, mendruga.
―¿Profesora?
―¿Quééééé? ―respondió por fin dándose la vuelta.
Al girarse la vio. La Decana Wang estaba en medio de la
clase, con las manos cruzadas sobre su falda, mirándolos con curiosidad.
―Roberto, ¿podría preguntarte por qué tus alumnos llevan
más de 20 minutos solos en su clase?
Los dos profesores se miraron y finalmente Rober
contestó:
―Profesora Wang, es que… a veces los hechos son
complicados de explicar.
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