5 oct 2019

Viernes de Joker

Joker de Jeziquina on DeviantArt

―Me parece una historia increíble ―decía Elvira desde el cuarto de baño. Estaba en China, en la casa de su compañera y vecina Verónica. Era viernes, su amiga se preparaba para salir y Elvira, en pijama, trasteaba en su neceser de pinturas. Desde que se había quedado ciega de un ojo y perdido la visibilidad de parte del otro ya no se maquillaba, principalmente porque su reducido campo de visión no se lo permitía, así que aprovechaba la estancia en casas ajenas para desquitarse―. De verdad, Vero, tu historia es para escribir una obra de teatro. ¿Me puedo echar sombra de ojos?
―¡Claro, échate lo que quieras! Puedo ayudarte, si necesitas  ―contestó Verónica desde su habitación.
―No, no te preocupes, me apaño yo, me sirvo de la uña del meñique para medir las distancias en el párpado. ―Bueno, eso creía ella, porque el eyeliner parecía la mismísima carretera Yungas.
Verónica entró en el baño, miró a su compañera que empezaba a esparcir sombra verde sobre el ojo que veía, es decir, dirigía la operación con el ciego. No hay nada más que decir.
―Te queda muy bien ―dijo su Verónica tapándose la boca para no reírse.
―Gracias, al final te haces a todo.
―Claro, adaptarse, ¿verdad?  ―Y le frotó la espalda con cierta ternura.
―Y ahora, que lo he visto hacer en Youtube, te pones blanco en el lagrimal. ―Y colocando primero la uña del meñique se imaginaba las distancias, y digo imaginar porque lo que es calcular, realmente calcular, más bien poco―. Y cuando te llamó ¿qué cara pusiste?
―¡Imagínate! No te exagero si te digo que han pasado 15 años desde la última vez que nos vimos.
―Qué fuerte. Me pasó algo similar la semana pasada. Me llamó el amigo de un ex, de hace 10 años, para quedar.
―¿De verdad? ¿Y te dijo algo de tu ex?
―Sí, que se había muerto. ¿Me echo colorete o contouring?
―Vaya, Elvi, lo siento.
Elvira levantó los hombros y se echó colorete con una brocha enorme que encontró en el neceser.
―Bueno, Antonio está vivo, fue él el que me llamó. Es mucha casualidad, ¿verdad? Que esté trabajando temporalmente en esta ciudad, que me haya localizado por redes y que vayamos a quedar esta noche. Es… no sé… mucha casualidad, demasiada... ¿El destino?
―Sí, es una historia para contar, de verdad. El  reencuentro de dos amantes después de 15 años. ¿Dónde tienes los pintalabios?
Verónica abrió un cajón del armarito que tenía a su espalda y sacó otro neceser algo más pequeño.
―Toma. Amantes no creo que sea la palabra. Sí, estuvimos saliendo, pero él solo me ha invitado a cenar.
―Ya… ―dijo mientras rebuscaba en el nuevo neceser―. Pero ¿cuántos pintalabios tienes aquí?
―Treinta y dos.
―Joder, qué fantasía… ―Y sacó uno anaranjado y otro púrpura. Los probó primero en su mano y luego fue directa a los morros―. Quien dice cenar, dice follar.
―¡Elvira! ¿Tienes tú mi espumadera?
En la puerta del apartamento, que estaba abierto, apareció Rober, también vecino y compañero del Departamento. Elvira asomó la cabeza  por el cuarto de baño.
―¿Qué espumadera?
―¡Coño! ¿Por qué te has puesto esa pinta de Pennywise?
―Ja-ja-ja-ja, Rober. Me mondo. Aquí no se te ha perdido nada.
―Pues sí, mi espumadera.
―Yo no la tengo.
―Elvira, con la excusa de que no sabes cuánto tiempo vas a quedarte, arramplas con todas nuestras pertenencias.
―No se llama arramplar, se llama comunismo, todo es de todos.
―¿Sí? ¡Yo lo llamaría Elvirismo: lo tuyo es mío y lo mío es mío!
―Pero ¿a ti qué te pasa?
―¡A mí nada, mendruga, que quiero mis cosas!
―¡Pues cógelas, mi puerta está abierta!
―¡Pues las cojo!
―¡Pues vale!
―¡Pues ya!
―¡Pues eso!
―Chicos, por favor, haya paz ―aconsejó Verónica.
―¡Es él, Vero!
―¡Ladrona!
―¡Capitalista!
―¿Sí? Pues gracias a que soy un capitalista consumista tú puedes hacerte un huevo frito con MI espumadera en MI sartén y después beber agua en MI vaso. ¡De nada!
Y Rober salió del apartamento.
―Lleváis así un año ―dijo Verónica a su amiga con tono recriminatorio.
―Es muy pesado. Él sí que necesita que le llame una ex, a ver si le da vidilla a su existencia porque es un amargado.
―Elvira, los ex no llaman para dar vidilla, llaman para ponerse al día, para verte y para pasar un rato agradable recordando viejos tiempos.
―Los ex llaman para follar. Punto.
―¡Por favor! ¿Tú no llamarías a alguno de tus ex para saber cómo está?
―No.
―No te creo.
―No, de verdad. Al único que tendría algún sentido llamarlo sería a un ex francés que tuve, y de la que le estaría llamando él estaría poniendo una orden de alejamiento.
Verónica se rio a carcajadas, no se esperaba aquella respuesta.
―Es que no te ves, pero con esa cara pintarrajeada, no me extrañaría, pareces el puto Joker…
Se fueron a la habitación donde Verónica se probó diferentes chaquetas.
―Creo que Antonio solo quiere verme y ya, pero es cierto que ha insistido mucho en quedar, no sé… Yo lo quería con locura. Estuvimos 8 años juntos.
―Madre mía… 8 años… Es como si Joan ahora me dejara y en 15 años me llamara… Qué movida.
Salieron y, junto a la puerta de casa, Verónica empezó a ponerse los zapatos, su amiga le ayudaba a sostener el equilibrio mientras se ponía uno y luego el otro.
―Pues sí, una movida... ―dijo, luego la abrazó y las dos salieron de casa. Elvira la despedía con la mano a medida que Verónica iba bajando los pisos, folla por las dos, le decía, y se reía.
Entró en su apartamento y encontró a Rober con una ensaladera en las manos y dentro de ella: la espumadera, dos cucharillas, un vaso, la sartén y dos trapos.
―Esto es mío.
―¿Y te lo llevas?
 ―Sí, es mío, y como buen capitalista amo la propiedad privada.
―Muy bien, llévatelo.
―Eso hago.
―Vale.
―Bueno, la sartén te la voy a dejar, porque además de tocarlos, sé que te gusta desayunar huevos.
Y dejó la sartén en la mesa del salón.
―Bien. Gracias.
―Y bueno, los trapos también, porque el aceite salta, y… con lo torpe que eres lo vas a poner todo hecho una mierda.
―De acuerdo. Gracias por lo de torpe.
―De nada. Y claro… la espumadera también te la dejo, porque si no tú me dirás cómo coño vas a hacer los putos huevos.
―Vale. ¿Quieres un café?
―¿Un café? ¿De quién es la cafetera?
―De la Decana Wang, me la ha prestado durante el tiempo que me quede, porque ella sí que es comunista.
―Ya. Vale. Un café.
―¿Sí? Bien. Siéntate.
―A eso voy.
―Vale.
―Bien.
Y Elvira se empezó a reír.
―¡Pero qué porculera eres, tía! ¡Joder!
Se tomaron el café hablando de la historia de Verónica. Para ambos era fascinante. El reencuentro de dos enamorados 15 años después no les dejaba impasibles, desde luego. Elvira ya la había convertido en una obra de teatro. Una noche, una habitación de hotel. Dos actos. Por el contrario, Rober defendía que la historia necesitaba narración, que en los detalles estaría el atractivo, así que propuso una novela corta y capitulada. Discutían sobre la estructura de ambas creaciones, incluso Rober esbozó en un papel el esquema temporal al que estaría sujeto su novela, cuando oyeron ruido en las escaleras. No habían pasado ni tres horas desde que Verónica se había ido, así que se extrañaron de que pudiera ser ella ya de vuelta.
Elvira se levantó y abrió la puerta.
―¿Vero?
Su compañera subía el último piso con lentitud.
―Hola, Elvi.
Elvira abrió con amplitud su puerta invitándola a entrar.
―Anda, pasa, dentro está Rober.
Rober la vio llegar y no dijo nada, solamente estrujó el papel donde había garabateado el esquema de su novela y se lo metió en el bolsillo de la sudadera. Vero se sentó en una de las sillas y habló:
―Que está casado, que tiene dos niñas y que es inmensamente feliz. Para eso me ha invitado a cenar. Para eso. Para decirme que es inmensamente feliz. Y yo con casi 40 años no sabía ni qué contarle de mi vida. Cada vez que sacaba el móvil de mi bolso tenía cuidado de que no viera los condones que había cogido.
El silencio fue largo, hasta que Elvira, acariciándose el maquillaje con la yema de los dedos, afirmó:
―Vero, lo que no te mata, solo te hace más... extraño.

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