1 ene 2021

Múnich, tenemos un problema

 

Brindis con distancia social, de Javier Avi

Mierda. Me acababa de quemar la lengua con el café. Siempre lo pido frío. Por favor, un café con leche fría, gracias. Y no hay día que el café no esté ardiendo.

—¿Entiendes? —me preguntó Darío.

Pestañeé rápidamente. Sí, dije. No sabía de qué me estaba hablando, me acababa de quemar la lengua, estaba abstraída.

—No tiene sentido —añadió.

No, contesté. Eran las 08.00. Darío parecía tener prisa por contarme algo, así que habíamos quedado para desayunar. Me toqué la punta de la lengua y con dos dedos me la estiré con la intención de vérmela.

—¿Qué haces?

Lo miré con la lengua fuera sujeta por mi dedo índice y pulgar. No dije nada. No podía. Esperó a que guardará la sin hueso y me secará la mano con una servilleta para preguntármelo:

—¿Hablarás con ella?

—¿Con quién?

—Elvira, joder… ¿Dónde has estado todo este tiempo mientras te lo contaba? —Resopló y dio vueltas a su taza de café vacía—. Escúchame, ¿vale?

Ese escúchame me sonaba. Me lo había dicho Joan hacía día y medio. Escúchame, no hemos comprado nada para Navidad, me dijo. Lo sé, le respondí. Entonces, ¿no nos vamos a comprar ningún regalo?, preguntó. Por supuesto que no, contesté, ¡rechazamos el consumismo!, ¡rechazamos esta sociedad capitalista!, no somos lo que tenemos, somos lo que somos. Ya, dijo él, somos-somos. Exacto: somos, puntualicé. Vale, y para mi cumpleaños ¿seguiremos siendo somos o te podré pedir una PS5?

—…Múnich porque él tiene un apartamento que se lo deja su tía. Y como Beatriz es incapaz…

—¿Qué?

—Que Beatriz es incapaz…

—No, antes.

—Que el apartamento es de su tía.

—No, antes.

—Múnich.

—¿Múnich? —¡Zas! de un manotazo me zafé de todos mis entrometidos pensamientos.

—Elvi, que Bea se muda a Múnich con Markus a finales de enero.

—¡¿Pero cómo no me lo has contado nada más llegar?!

Darío se echó hacía atrás frotándose la cara desesperado. Después, con infinita paciencia me lo volvió a explicar. Markus tenía una tía que se mudaba a Wiesbaden, así que le dejaba su apartamento de Múnich a cambio de que se lo cuidara y corriera con los gastos de suministros, ojalá Joan tuviera una tía así, ¿no?, aunque estoy encantada de ser somos-somos. Bien, sigamos: Markus le propuso a Beatriz marcharse juntos en cuanto la situación del Covid-19 les diera un respiro, ella aceptó y dos días más tarde llamó a Darío para contárselo.

Pegué un sorbito a mi café ya templado y respiré profundamente. Muchas cosas no me encajaban.

—¿Vas a hablar con ella? —preguntó.

—Es su decisión, Darío, poco le puedo decir.

—Elvira, no se puede ir, es su sentencia de muerte. ¿Múnich? ¿Qué hay en Múnich?

—Hombres con pantaloncitos cortos y tirantes, borrachos de Paulaner.

—Elvira, hablo en serio. No podemos dejar que se vaya, no está bien. Es incapaz de tomar decisiones en su estado. Berlín es teatro pero Múnich… ¿Múnich? Hay tres capitales del teatro: Buenos Aires, Nueva York y Berlín. ¡Punto! —Le pedí que se tranquilizara—. Entiéndeme, a mí me da igual, yo tengo una vida aquí con Eva, las clases de Expresión Corporal funcionan bien online, la gente ya no quiere salir. Estoy bien, estamos bien. Pero me preocupo por Beatriz. ¿La has visto últimamente? —Asentí—. No está bien. No parece ella. ¿Es que Markus no se da cuenta?, ¿no entiende que en cuanto Bea pongo un pie en una ciudad como esa se va a morir de pena? Múnich no es Berlín. No es Berlín. ¡Múnich no es Berlín!

—Sí, Darío, ya te he entendido, no es Berlín, no es Berlín, ¿y?

—Beatriz ama Alemania por el teatro y Múnich no es teatro, hay tres capitales del teatro: Buenos Aires…

Nueva York y Berlín. Buff, adoraba a Darío, pero podía ser repetitivo hasta la extenuación.

—…Beatriz no va a sobrevivir al invierno de Múnich y mucho menos en pandemia. Frío, oscuridad y alejada de lo que más le gusta. Markus la va a matar.

Para estar tan bien con Eva creo que su rechazo hacia Markus era cuanto menos significativo.

—¿No crees que estás exagerando un poquito? Markus es un tío encantador y muy divertido, no parece alemán. —Esperé a que se riera pero no lo hizo—. Está bien. Oye, mira, comparto tu opinión, Alemania no es el país más alegre de este mundo, es cierto, si no no tendríamos España llena de viejos alemanes jubilados disfrutando de sus últimos días. Los pobres vienen buscando un poquito de sol y caras sonrientes. No estoy diciendo que Alemania sea el país de La invasión de los ultracuerpos, pero todavía no entiendo cómo son capaces expresar emociones sin mover un ápice las cejas. —Conseguí hacer reír a Darío y le sonreí cómplice—. Markus es genial y, en serio, habrá sopesado mucho la situación para proponer a Bea, en su estado, mudarse a Múnich. Markus la quiere con locura.

—Y Beatriz, ¿lo quiere a él?

Esa reflexión me desmarcó. Sabía lo que sentía por Darío, me lo dejó claro la última vez que fui a verla, pero ¿y por Markus, qué sentía? ¿Y si aquello de mudarse a Múnich era solo una treta para darle celos a Darío? ¿Y si solo quería llamar su atención? Claro, sí, por eso a mí no me había comentado nada, porque sería mentira, qué tonta había sido. Únicamente pretendía agitar a Darío para que reaccionara, quizá Bea también se había dado cuenta de que algo no marchaba bien con Eva, si no ¿por qué tanta preocupación por su amiga?

No dije nada. Calmé a Darío y le prometí que hablaría con ella. Y así lo hice, pero para disimular una situación tan incómoda, le pedí a Almudena que me acompañara. Le conté la conversación con Darío y mi teoría sobre la estrategia de Bea, así que nosotras solamente íbamos a su casa a tomar café y a desenmascararla entre risas. Todo iba a ser muy, muy, muy divertido.

—Importante —dije a Almudena en el ascensor justo antes de llegar al piso de Beatriz—: nosotras no hemos hablado con Darío.

—Sí.

—¡No!

—Ay, que sí, que no hemos hablado. Nosotras no hemos hablado con Darío.

—Eso es. Nosotras no hemos hablado con Darío.

Todo estaba yendo sobre ruedas. El café estaba templado, Beatriz tenía bastante buen ánimo, se reía sin parar de las últimas trastadas que Almudena contaba de su hijo, y Markus acababa de anunciar que salía a correr. Nos íbamos a quedar solas y Bea podría hablarnos sin tapujos sobre su plan para reconquistar a Darío. Todo era perfecto.

—Me marcho a vivir a Múnich —dijo. Almudena y yo reaccionamos como dos suricatas observando el Kalahari—. Me lo propuso Markus, creo que es una buena idea. Nos vamos a finales de enero o en febrero, depende de la situación del coronavirus.

—Oh, oh, oh, Múnich, qué bien, Bea, ¿verdad, Elvi? Qué buena idea.

—Sí, sí, sí, Múnich, muy buena idea, sí, sí, porque Múnich tiene, tiene, tiene…

—¡Salchichas! —gritó Almu.

—Sí, salchichas de Múnich, ¡uy, qué ricas!

—Salchichas bávaras.

—¡Ay, Almu, me encantan las salchichas bávaras!

—Y a mí, rositas…

—Blanditas…

—¡Salchichas!

—¡¡Salchichas!!

—¿Qué mierda os pasa? —preguntó Bea.

—Nada —contesté.

—Nada, nada. Nosotras no hemos hablado con Darío.

Y con el ano contraído me pregunté por qué, de los 7 mil millones de habitantes en el mundo, había elegido a Almudena como mi persona favorita.

Beatriz cogió una manta del sofá se la colocó sobre los hombros y salió a la terraza. Un minuto más tarde volvió a entrar, se sentó frente a nosotras y comenzó a hablarme muy despacio.

—Sé, Elvira, que tienes una vida muy aburrida y de verdad que lo siento, pero eso no te da derecho a entrometerte en la mía.

—No es tan aburrida...

—Elvi lo hace porque está muy preocupada por ti. Sabemos por lo que has pasado y no terminamos de entender que quieras refugiarte en Múnich.

Ahí sí comprendí por qué Almudena era mi persona favorita. Me quedé mirándola embobada. Bonita, pensé.

—No voy a refugiarme. Huyo. Así de claro. Huyo de Madrid, de vosotras, de... Huyo de Darío. No tengo la capacidad de escuchar un no. Otro no. No puedo volverme a ilusionar con él. Se acabó. Desperté. Tiene su vida y yo la mía. Y nunca serán la misma. Markus me ha ofrecido un sí y lo he aceptado, es lo que necesito, alguien que organice mi vida en estos momentos, porque estoy agotada. La vida me ha superado. Me sigue superando. Markus me ofrece una nueva alternativa y necesito creer que eso va a cambiar algo las cosas. Anhelo el yo que era antes y quizá Múnich me lo devuelva, pero si no es así siempre podré echar la culpa a la ciudad, a un Múnich frío y despersonalizado, no a mí misma. Necesito un verdugo en la recámara para atreverme a tener esperanza.

No dijimos nada. Nada más se podía decir.

Tres días más tarde tenía la lengua dentro de un vaso de agua.

—¿Qué haces? —preguntó Darío.

—En esta cafetería no entienden el concepto de leche fría.

—¿Hablaste con ella?

Dejé a un lado el vaso de agua y apoyé toda la espalda en la silla.

—Sí, hablé con ella —dije. Hice una pausa apretando los labios y continué—: Se va porque está enamorada de Markus y lo quiere intentar.

—Lo sabía. Lo sabía pues, es verdad, es un buen tío. —Nos miramos un instante—. ¿Alguna vez has sentido que eres la persona que más boicotea tu propia vida? Que sabes lo que quieres pero, por alguna extraña razón, haces lo contrario. ¿Nunca has sido infiel a tus sentimientos o ideas conscientemente?

—¿Yo? Nunca. Soy completamente consecuente con lo que digo y hago. —Darío agachó la cabeza—. Por cierto, ¿después del café me puedes acompañar a hacer un recado? Tengo que ir a PcComponentes a reservar una PS5.


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