29 jul 2020

Amigos

Autor desconocido

Nota: Debido a la nueva interfaz de BLOGGER (cargada de errores) se han suprimido palabras y frases completas de todas las entradas. Además no admite, en algunos casos, la cursiva y no acepta enlaces. En resumen, un pequeño desastre. Espero que se solucione pronto.

—…la amistad, Elvira. Unos buenos amigos es la base de todo. Y tú tienes suerte, tienes buenos amigos...
Almudena y yo bajábamos por la calle del Amparo en Lavapiés, íbamos a la casa de Enrique. Desde que a Almudena le mencioné eso me acribillaba a motivos para aferrarme a la vida. 
Llegamos al portal de Enrique y yo resoplé.
—Amigos, Elvi.
—Amigos —repetí.
—Amigos —sentenció por última vez ella.
Al alcanzar el tercer piso, Enrique nos esperaba con la puerta abierta. Hacía tiempo que no lo veía tan sonriente. Nos había invitado a cenar como despedida. Se iba finalmente a Poitiers. Tras sopesarlo bastante, decidió aceptar la propuesta de Claudio y apostar por mostrar su teatro a los franceses. Daría un par de clases en una escuela de interpretación y con la enorme ayuda de Claudio (sospechosamente desinteresada a mi parecer) pagaría, poco a poco, las deudas que le había dejado el cierre de su negocio teatral.
—¡Enhorabuena, asqueroso! —dije al abrazarlo.
Al soltarnos, me miró sorprendido por mi corte de pelo.
—¡Joder, te pareces mogollón a alguien, tía! —dijo.
—A Patti Smith —le ayudó Almudena que ya había entrado en su casa.
—No, no… —Cerró la puerta—. A la tía de los The Pretenders¿cómo se llama la tía de los The Pretenders?
—Tía de los The Pretenders —dije.
—¡Trasto! —El grito llegó del fondo, al poco apareció Darío que primero abrazó a Almudena y luego a mí.
—¿Cómo se llama? —le preguntó Enrique.
—¿Quién?
—La tía a la que se parece.
—Ah, ¿a la hija del director de cine?, que hacía un poco de todo —respondió Darío.
—¿Sofía Coppola? —yo por ayudar.
—¡Ya quisieras! —Enrique.
—Que no, coño, la hija del que quemó un billete de 500 francos.
—Charlotte Gainsbourg.
De detrás de Darío asomó una jovencita de aspecto tan dulce como su voz.
—¡Esa! Gracias, cariño. Ah, bueno os presento: Eva, Elvira y Eva, Almudena.
—Para mí te pareces más a Patti Smith —dijo después de las presentaciones.
—¡Joder!, pero ¿cómo se llama la tía de The Pretenders?
Todos le dijimos que era un pesado, así que Enrique, vencido, repartió bebidas y nos acomodamos en el “salón”. En realidad vivía en un estudio de 30 m2, y donde ahora aposentábamos el culo era también su cama.
Almudena y yo, con miradas cruzadas, dedujimos que Eva era la Eva con la que Darío en su día, antes de la pandemia, había propuesto a Beatriz mantener una relación abierta. Sin embargo, visto lo visto, Darío parecía haberse decantado por ella como pareja estable porque lo cierto es que parecían dos tortolitos. Me preocupaba la llegada de Bea, su reacción. Eva tenía 23 añitos, pero una cabeza muy bien amueblada. En 20 minutos se había metido al grupo en el bolsillo, mantenía la conversación con un humor ácido que me había conquistado desde el minuto uno, sin tomar en cuenta la frescura y naturalidad que un cuerpo tan joven desprendía. Bea iba a morir. Decidí tantear el terreno.
—Bea parece que tarda, ¿alguien sabe algo?
—Sí, hablé con ella ayer, dijo que vendría un poco más tarde —explicó Darío.
—¿Hablaste con ella? —pregunté.
—Sí.
—¿Hablaste de hablaste?
—Sí. —Sonrió—. Hablamos de todo.
—¿De todo de todo?
—¡Joder, Elvira, hostias, qué puto coñazo eres! Anda, bébete tu vaso de agua y calla —me abroncó Enrique.
Treinta minutos más tarde apareció Beatriz. Y lo hizo de la única manera que podía hacerlo ella, con una entrada triunfal. No sé ni cómo lo había dudado. Se plantó en medio del salón, absolutamente pletórica, marcando sus curvas en un ceñido vestido estilo “salto de cama” color marfil que resaltaba su precioso moreno dorado, solo ella podía conseguir en Madrid ese tono, y su complemento fetiche que a todos nos dejó con la boca abierta: un maromo de casi metro noventa, de poco más de 30 años, de pelo largo rubio atado en un moño alto, barba espesa y con unas manos grandes y venosas que al verlas apreté el muslo de Almudena quien a su vez me arañaba el tobillo.
—Os presento. Se llama Markus. —Todos levantamos la mano y fuimos diciendo nuestro nombre sin movernos del sitio—. Es alemán, de Múnich, pero el pobre se quedó atascado en Madrid con lo de la pandemia y al final ha decidido quedarse unos meses más, porque con esto del teletrabajo todo son ventajas. No habla mucho español, pero entiende bastante. Y nada, ¡que somos muy felices!
Cerré los ojos por el golpe de vergüenza ajena que me produjo aquella frase. Ay, mi Bea, con lo elegante que es asumir una retirada a tiempo.
Se sentaron en el suelo y Enrique les repartió cervezas.
—Y ¿te gusta Madrid? —pregunté al alemán para romper un poco el hielo.
—Oh, ja-ja-ja. Muy muy.
—Mucho —corregí.
Ja, mucho muy —dijo con una preciosa sonrisa.
—No sabe ni una palabra de español pero se lo perdonamos porque está como un queso el bávaro éste —susurré al oído de Almu que rompió en una risita de quinceañera.
La tarde transcurrió en una competición por ver quién se quería más. Cuando Darío besaba a Eva, Bea manoseaba a Markus, le mordisqueaba la oreja y le daba de comer a la boca, algo que al alemán parecía violentarle bastante, juraría que no estaba acostumbrado a semejantes muestras de cariño en público. Pobre.
Evitaba mirar a Almu porque nos daban verdaderos ataques de risa. Intentábamos disimular pero nos lo estábamos pasando realmente bien viendo semejante cuadro surrealista.
Los temas transcurrían de puntillas, se lanzaban y se descartaban con rapidez, el ambiente no estaba para profundizar en nada: que si qué mal gestionada la pandemia; que si qué mal la oposición; que si tendría un hijo con Fernando Simón, y yo, y yo; que si el teatro estaba tocado y hundido; que si no hay ni un hombre que sepa hacer bien el cunnilingus; que si Merkel iba a acabar con Europa; que si qué vergüenza que el centro de las ciudades sean resorts para turistas y ahora, a falta de estos, estén cerrando todos los comercios; que si hay que acabar con el capitalismo; que si prefiero el misionero a cualquier otra postura; que si para una taza de arroz dos de agua, que no, que mejor tres.
Todo transcurría con una aparente normalidad, hasta que Darío zanjando conversaciones brindó por el futuro francés de Enrique. Todos levantamos nuestra copa (yo mi vaso de agua) y gritamos su nombre.
—Qué pena —comenzó diciendo Almudena—, Elvira y tú podríais haber sido vecinos.
—¿Elvira?, ella regresa a China —aclaró Enrique sin entender el comentario.
—Sí, claro, porque al final ha rechazado Toulouse.
Enrique se puso de pie con las manos en jarra y me miró. Me conocía esa mirada.
—¿Cómo que has rechazado Toulouse? ¿La Universidad de Toulouse?
—Bueno, a ver, rechazar no, pero nos seleccionaron a tres para el proyecto y…
—¿Qué proyecto?
—Un proyecto de investigación para el departamento de Estudios Iberoamericanos, pero una tontería, porque yo ya me había comprometido con China, así que nada. Un año más en China y luego ya se verá.
—¡Joder, trasto, eso es la polla! —exclamó Darío levantándose para darme un abrazo y todos aplaudieron.
—¿Cómo lo haces? —Cuando me lo preguntó Enrique, seguía de pie con las manos en jarra mirándome serio—. ¿Cómo haces para convertirte siempre en el centro de atención? Eres una puta narcisista de mierda.
—A ver, Enrique, no seas injusto, Elvira se ha reciclado y está recogiendo…
—¡No me he reciclado, Almu! Un doctorado es avanzar, ¡estoy avanzando!, el que se ha reciclado es Carlos, tu mierda-coach, y la gente como él que llega a los 40 años y decide cambiar de profesión, haciendo un cursito, de dos semanas, de frases motivadoras para luego estafar a la gente.
—¡Vete a la mierda, Elvi! Encima que solo quiero ayudarte, ¡eres un monstruo!
—Elvira, sé que os conozco de poco, pero me da pena ver cómo las mujeres tendemos a pelear entre nosotras cuando en realidad deberías enfadarte con Enrique.
—Perdona, monada, pero ¿a ti quién coño te ha dado vela en este entierro?
—Bea, no hables así a Eva, no te lo permito —dijo Darío.
—¿Perdona? ¿Que no me permites qué? Bien que me permitías decirte guarradas, durante la cuarentena, en nuestras videollamadas, ¿te lo ha contado, bonita? —preguntó Bea mirando a Eva.
—¡Tú, tú y tú, Elvira, siempre tú! ¡Si no eres tú en todo momento, te aburres y machacas a los demás! —Enrique con su tema.
—Beatriz, eres muy sucia… Sigue follándote a alemanes que se te da muy bien, ¡necrófila!
—¿Pero habéis follado por videollamada? —Eva.
—Es que Elvi, ¡ni siquiera te molestas en conocer a Carlos! ¡Eres una amiga de mierda!
—No necesito conocerlo, Almu, ¡es un inútil!
—¡¿Pero habéis follado o no habéis follado?! —Eva otra vez.
—Un poco…
—¡¿Un poco?! ¿Tres veces a la semana es un poco? —Beatriz.
—¡¿Tres veces por semana?! ¡Joder, coño, coño! —Eva.
—¿Acaso crees que te van a dar el Pulitzer por tus mierdas de obras teatrales, Elvira?
—¿Y a ti, Enrique, te lo darán? Porque además de chupársela a Claudio, ¿qué más vas a hacer en Poitiers? —Yo.
—¡Zorra!
—¡Cabrón!
—¡Monstrua asquerosa!
—¡Putonga!
—¡Fracasada de mierda!
—¡Psicópata mentiroso!
Y de repente se hizo el silencio, así, nos habíamos cansado de gritar. Y despacio nos fuimos sentando otra vez cada uno en nuestro sitio. En orden y calma. Almudena me miró y rellenó mi vaso con un poco más de agua, le di las gracias y le ofrecí el plato de las patatas. Enrique carraspeó y dijo que el calor en Madrid cada verano era más insoportable, todos le dimos la razón con frases diferentes. Y Bea dijo algo sobre el sexo que hizo que explotáramos de la risa
—Oh, Spanien loco, loco. Mucho muy.
Pellizqué el muslo de Almu y ella me arañó el tobillo.

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