8 ene 2022

Mutaciones

 

Miquinemi de Eugenia Velis

—No sé qué más decirte, Elvira. Sé que no he estado a la altura y lo siento, lo siento, ¡lo siento, joder!

Beatriz tenía las manos en alto, me miraba con fijeza, no parecía del todo sincera así que no dije nada. Me senté en uno de los taburetes altos de la isla de su cocina y le pedí una cerveza.

Mi vida se había desmoronado en poco más de una semana y durante tres meses había estado chapoteando en un pozo ciego. Por si fuera poco, Óscar, mi psicólogo, había decidido dejar Madrid y mudarse a Galicia. Morriña rural, lo llaman. Regresaba a Pontevedra, a su aldea de la infancia, a atragantarse con grelos y a bailar muñeiras. Necesito un cambio, me dijo.

 —¿Y qué pasa conmigo? —pregunté, porque a una psicópata narcisista es lo único que le importa.

—Puedo derivarte a un colega. Antes de marcharme podemos encontrarnos los tres.

—¿Los tres? ¿Un trío? —Y deseé que una meiga lo convirtiera en percebe.

Asumía el abandono como decorado permanente en mi vida. Quien se quiera marchar que se vaya y que cierre la puerta al salir, gracias.

Sonó el timbre de casa y Beatriz salió de la cocina. Regresó acompañada de Enrique y Jèrôme. Este último me saludó desde la puerta y se apoyó en el quicio. Enrique, en cambio, entró.

—Cuánto tiempo —me dijo sentándose en el taburete de al lado—. Pensaba que ya te habrías suicidado.

—Con las últimas lluvias, se ensanchó la madera de mi ventana y no pude abrirla.

—Qué lástima.

—Bien, bien, bien —intervino Bea—, me alegro de que os haya hecho tanta ilusión volver a veros. Vale, ¿vamos al salón? Jèrôme, ¿te llevo una cerveza, corazón?

Una vez sentados en el salón, con una cerveza en la mano y mirando al suelo, sonó de nuevo el timbre. Un minuto después entraron Darío y Almudena. Almu me saludó con la manita y se sentó junto a mí, inmediatamente entrelazamos los brazos y nos agarramos de la mano, estábamos imantadas. Restregó la nariz en mi hombro y me dio un beso.

—De acuerdo, chicos, por favor —Beatriz, de pie frente a nosotros, tamborileó su botellín pidiendo atención—. Os he pedido que vinierais porque ha sido un fin de año movido, ¿verdad? Han pasado cosas y pocas buenas. —Se sentó en el antebrazo del sofá y continuó—: Todos hemos sido arrollados por el Corona y para algunos no ha sido una simple gripe. —El grupo entero miramos a Darío que tuvo que ser ingresado durante dos semanas a principios de diciembre, supongo que el asma no le allanó el camino—. Y qué queréis que os diga, entre unas cosas y otras yo he reflexionado un poco, ya que a veces es obligatorio hacerlo.

Con disimulo miré a Almudena que prefirió bajar la cabeza porque de encontrarse nuestras miradas nos reiríamos como quinceañeras.

—Así que —continuó— no quiero perder más el tiempo y he decidido casarme. Ya está, ya lo he dicho, me caso, ¡me caso!

El silencio cayó como una losa sobre el salón. Impertérritos no podíamos dejar de mirar a Bea que sonreía como una loca ausente.

—¿Con quién? —me atreví a preguntar por fin, porque a no ser que aquella lámpara de pie fuera en realidad Markus con una tulipa en la cabeza, no podía ni imaginar quién sería el agraciado.

—No importa con quién.

Su respuesta hizo acordarme de algunas amigas de Bilbao que estuvieron más preocupadas por el bodorrio en sí que por certificar si el hombre elegido sería el idóneo para compartir pedos en el sofá de su casa, en el hipotético caso de un eterno confinamiento pandémico.

Dejé la cerveza sobre la mesita y empecé a aplaudir. ¡Bravo!, decía. Todos, de a poco, empezaron a imitarme y en unos minutos la jaleábamos el grupo entero.

—¡Viva la novia!

—¡Guapa, valiente!

—¡Bravoooo!

Beatriz se puso en pie, dejó el botellín en el suelo, cruzó los brazos agarrándose los hombros con las manos e, inclinándose como una antigua actriz de teatro, agradeció la ovación.

Nadie en ese salón daría positivo en un test de cordura, por eso dejamos que Bea disfrutara de su papel aquella noche porque nos iría tocando interpretar el nuestro poco a poco. El dolor no tiene una cara definida, muta en diferentes cepas y sorprende con la reacción de cada uno, a veces es suficiente con un par de vinos y un grito agudo sobre el puente de Segovia. Sin embargo, otras necesitas aferrarte a la esperanza de ser una persona diferente para dar sentido de nuevo a tu vida.

Al salir de su casa y despedirme de Almu y Darío, que juntos tomaron un taxi, saqué el móvil, busqué su contacto en el WhatsApp y le dejé un audio:

—Hola, Óscar, solo es para pedirte que, cuando tengas tiempo o ganas o las dos cosas, me dieras, por favor, el contacto de tu colega, creo que tengo que comentarle algunas cosas antes de que quiera casarme con ni siquiera saber quién. Y, bueno, ya. Solo eso. Gracias.

Miré el móvil y volví a apretar el botón de grabado de audio:

—Y, y… yo… te abrazo, te abrazo fuerte, percebe.


2 comentarios:

Unknown dijo...

Viva la novia!!!😘

Elvira Rebollo dijo...

¡Viva! (Y el novio, sea quien sea...)