—Mmm… sí, creo que eso soy yo. Elvira —respondí corrigiendo la pronunciación de mi nombre.
—Almira —repitió el hombre muy seguro de sí mismo.
—Exacto, muy bien, Almira… —para qué íbamos a perder el tiempo.
El hombre me pidió que lo siguiera. Se abría camino por una abarrotada Bencoolen Street de las ocho de la tarde, yo, expectante, detrás. Se paró ante un impresionante coche negro de cristales tintados, abrió la puerta de atrás y con por favor me invitó a entrar. La cerró y dio la vuelta colocándose ante el volante. Me miró por el retrovisor asegurándose de que todo estaba bien, le sonreí y él bajó la cabeza en un gesto de aprobación. Arrancó y tomamos las calles de Singapur.
Me sentía princesa de Pakistán, ¿por qué no? Puse mi manita cóncava y empecé a saludar desde el otro lado de la ventanilla a los transeúntes. Clonc-clonc, clonc-clonc, pequeño giro de muñeca a derecha y a izquierda, clonc-clonc. Soy Almira Mir, princesa de Pakistán. Clonc-clonc, derecha-izquierda, derecha-izquierda, pero con el antebrazo tieso, ¿eh?, sólo la muñequita, clonc-clonc. Sí, mis queridos súbditos, la princesa os quiere. Bajé la cabeza añadiendo más formalidad al real saludo. Os quiero, pueblo, os quiero. Clonc-clonc, derecha-izquierda. De repente la ventanilla se bajó y me vi, con desnuda vergüenza, fingiendo ser una ridícula princesa de oriente. Miré roja como un tomate al chófer. Le costaba trabajo ocultar la risa. Me miró por el retrovisor y subió de nuevo mi ventanilla.
—Gracias —dije indignada.
Nos desviamos y salimos del centro de la ciudad. Recibí mensaje al móvil.
Cerveza después? Te espero a las 11 en Blue Jazz Café, Arab Street, ok?
Respondí seguido:
Vale, my sexy indian man.
Me reí en alto, pude imaginar la cara de Ankit leyendo el mensaje, creo que ya habría empezado a santiguarse.
Llegamos a Bukit Timah Hill, naturaleza salvaje a mi derecha, naturaleza salvaje a mi izquierda. Aquel lugar no me gustaba en absoluto, demasiado verde virgen para asimilar en un solo vistazo. El sonido de los animalillos y el escaso asfalto me asfixiaban. El hombre fue creado para vivir apelotonado y estresado en las urbes, y los animales para esparcirse libremente por tierra no edificable. Grave error confundir y, lo peor de todo, fusionar ambos hábitats.
—¿Falta mucho? —pregunté como niña impaciente.
El chófer sin abrir la boca señaló a su derecha, un pequeño palacete asomaba entre palmeras. Giramos, dejando la autovía, y tomamos un estrecho camino que nos llevó hasta la entrada principal de ese edificio tan colonial.
Me bajé del coche sin saber qué hacer. El chófer, desde dentro, me indicó con el dedo que entrara al palacete. Me ajusté el bolso al hombre y con paso decidido me acerqué hasta la puerta de cristal, era enorme. La empujé y me colé dentro.
Como una cría ilusionada por lo que acababa de descubrir, no pude evitar llevarme las manos a la boca para ahogar un pequeño gritito de fascinación. Di un paso atrás para que el campo de visión fuera completo. Quería verlo todo, empacharme de aquella imagen porque acababa de entrar en la cueva de Ali Baba.
Una sala inmensa se abría ante mí con techos de más de cinco metros de altura. Desde lo alto colgaban gigantescas alfombras persas. Infinita exposición de nudos de seda, abacá, yute, lana y piel. El color de lo antiguo inundaba el espacio y ese olor a cuento de hadas me convirtieron en niña de nuevo.
—¿Puedo ayudarla en algo? —una joven de rasgos asiáticos espantó torpemente toda la magia.
—Sí… busco a Abid Shah Mir.
—Lo siento mucho, el señor Mir está ocupado, pero quizá pueda servirla yo misma —dijo con una irritante amabilidad.
—Bueno… soy Elvira Rebollo, su profesora de español, habíamos quedado a esta hora…
—Oh, es usted tan joven que no he podido imaginar que sería la profesora… —pues es lo que hay, reina, pensé molesta—. Por aquí, por favor.
La seguí. Cruzamos toda la galería, al fondo tocó una puerta, y sin esperar respuesta la abrió. Abid estaba tras una enorme mesa de madera rodeado de papeles. Levantó la cabeza y al verme sonrió. Se puso de pie precipitadamente, tomó mi mano entre las suyas y sin apenas despedir a la joven asiática, que le decía no se qué de unas llamadas, cerró la puerta.
—¿Puedo ayudarla en algo? —una joven de rasgos asiáticos espantó torpemente toda la magia.
—Sí… busco a Abid Shah Mir.
—Lo siento mucho, el señor Mir está ocupado, pero quizá pueda servirla yo misma —dijo con una irritante amabilidad.
—Bueno… soy Elvira Rebollo, su profesora de español, habíamos quedado a esta hora…
—Oh, es usted tan joven que no he podido imaginar que sería la profesora… —pues es lo que hay, reina, pensé molesta—. Por aquí, por favor.
La seguí. Cruzamos toda la galería, al fondo tocó una puerta, y sin esperar respuesta la abrió. Abid estaba tras una enorme mesa de madera rodeado de papeles. Levantó la cabeza y al verme sonrió. Se puso de pie precipitadamente, tomó mi mano entre las suyas y sin apenas despedir a la joven asiática, que le decía no se qué de unas llamadas, cerró la puerta.
—¿Té? —preguntó mientras me ofrecía asiento en un viejo sofá de cuero granate.
Negué con la cabeza, él insistió con otras bebidas. La verdad es que me moría por un café pero tuve vergüenza de pedirlo.
—No gracias, estoy bien, no tomaré nada —en ese instante maldije mi educación en colegio de monjas.
Saqué dos libros y un montón folios de mi bolso.
Lo miré, me sonreía con sus negros ojos fijos en los míos. Por favor, pero qué hombre tan atractivo, cómo iba a dar clases en aquellas condiciones. Suspiré en alto y me llevé el pelo detrás de la oreja, intentaba pensar en algo bien feo para poder arrancar con la clase de una vez. Creo que el lunar verrugoso de mi tía abuela Feli, sería más que suficiente, ¡qué feo, rediós!
—Bien, Abid, ¿sabes decir algo en español? —pregunté por fin.
—Hola… ¿qué tal?, gracias, también, sí, adiós, no… —dijo con cierta timidez al escucharse a sí mismo hablar en español.
—Bravo, Abid, vale, muy bien, muy bien —le alabé sin querer mirarlo a la cara para no desconcentrarme.
—También conozco los colores.
—¿Qué? —mierda, levanté la vista de los folios en blanco, me había pillado desprevenida. Nuevamente tenía su perfecta y angulada cara ante mí—. ¿Qué…? —volví a preguntar con enorme esfuerzo.
—Los colores, los puedo decir en español.
Lunar verrugoso de tía Feli, lunar verrugoso de tía Feli, lunar verrugoso de tía Feli…
—Ah, genial… —lunar verrugoso, lunar verrugoso…—, a ver, pues, mmm… por ejemplo ¿éste? —y señalé mi bolso. Súper tía Feli, tía Feli, tía Feli, fea como un culo, ¡uy!, pobre tía Feli. Me tapé la boca pero la risa ya se me había escapado en voz alta.
Abid rió divertido. Estás loca, me aseguró. Perdón, dije completamente avergonzada, y volví a señalar mi bolso.
—Negro.
—Bravo, y… y, ¿éste? —dije señalando el mar de la portada del libro
—Azul celeste.
—¿Cómo? —un resorte en mis oídos dieron voz de alarma, lo miré embobada.
—Azul celeste —repitió tan serio como la primera vez y con un imperceptible acento urdu.
—¿Azul celeste? —volví a preguntarle completamente asombrada.
Abid sin descolgar su rictus serio asintió por tercera vez:
—Azul celeste.
Rompí a llorar de la risa. No podía parar. Me tiré hacia atrás para dejar que mi tripa disfrutara cómoda de las carcajadas. Era tan absurdo aquel color para una primera sesión de español, en realidad, era tan absurda toda aquella situación. Abid empezó a reírse completamente contagiado a pesar de no entender el por qué de mi ataque.
Durante dos horas seguimos descubriendo más colores y más risas, más verbos y expresiones, más anécdotas y trocitos de historias propias.
—¿Vas a venir mañana…? —preguntó abriéndome la puerta del coche. Lejos quedaba la imagen del serio hombre de negocios, tenía ante mí un niño grande lleno de ilusión.
—Claro… —respondí escondiendo tanta o más ilusión que él.
—¿Vas a venir mañana…? —preguntó abriéndome la puerta del coche. Lejos quedaba la imagen del serio hombre de negocios, tenía ante mí un niño grande lleno de ilusión.
—Claro… —respondí escondiendo tanta o más ilusión que él.
11 comentarios:
Genial empezar el lunes asi. Te prometo que estas historias siempre las leo en horizontal.
Un besazo
mai
Hola Elvira.
El cuento me ha fascinado creo qué es el mejor que has escrtico.
El granate sigue siendo tú color.
El principe,elchofer y el palacio son de cuentos de hadas.
Pero como tú eres una princesa te van muy bien.
Bueno Elvira hasta mañana.
No te olvides de la leche con el colacao Besazo.
Cada vez que leo una historia nueva me gusta más que la anterior. Me encanta! Un beso guapa!
Gracias, chicas, por ser tan fieles.
Un besito enorme a las tres, MUA!!
Pao llego tarde, pero como te he dicho y me dedico a leerte.
Coincido me encantan tus historias!!!
Son preciosas, y me imagino a ti en esas situaciones.
Montones de besos y no pares de escribir es un regalo!!
...¡Enseñando español en la cueva de los cuarenta ladrones! Prosa fresca, dinámica, casi tocando el azul celeste. Genial, Elvira...
TE SALUDO: LeeTamargo.-
plas plas plas plas!!!!!!! son aplausos es que no se que mas decirte... no tengo palabras cada vez me gustan mas...... un besazo enorme!!!!!!1
Me gustan tus onomatopeyas y tu literatura gestual. Me encanta tu veridica vida inventada. Besos a ras de suelo.
ME ENCANTA ME ENCANTA ME ENCANTA. De hecho creo q el titulo coincide con mi color favorito aunque creo q el mio en lugar de celeste seria electrico. Eres una pedazo de artista tia. A ver cuando te decides a hacerte famosa. Termina el libro q yo te lo compro fijo ;-)
Hasta la noche loca
Gracias, locas y locos!!
Lee y Jojo os tengo muy abandonados, pero me tomé unas mini vacaciones, así que he andado muy desconectada. A ver si me paso esta noche por Mi Literaturas y me pongo al día. Un beso a los dos!
Hola Elvi!!! Como me equiboque de blog vengo viajando de lejos!!
hay cafe? Ojala.
Me encantaron tus escritos mujer, hermosos en realidad.
Seguimos en cotnacto. besos
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