11 nov 2008

La noche del cambio

Knock-knock
—¿Seeeeeee…? —dije sin levantar la cabeza de mi portátil.
—Hola, guapa, ¿qué haces?
Mi jefa acababa de entrar en mi despacho con una enorme sonrisa y su desparpajo habitual.
—Intentando terminar esto —contesté señalando a mi portátil.
Mi jefa se acercó y empezó a fisgonear por encima de mi hombro el documento word que tenía abierto.
—Buff, chica, creo que tus alumnos no van a tener nivel para entender esto, ¿eh? ¿Grupo?
—Doscientos tres —dije automáticamente con la vista perdida en la pantalla.
—Un doscientos tres no tiene nivel para el texto que estás escribiendo, cámbialo. Chica, abarca menos, estamos en América…

Sí, pero acababa de llegar de Singapur donde el nivel exigido era mínimo también. Y tres cuartos de lo mismo me ocurrió en Francia, pero ¿qué pasaba?, ¿que el mundo estaba lleno de retrasados mentales a la hora de aprender español? No quise entrar en la eterna discusión sobre la capacidad del alumno, así que seleccioné todo el texto y presioné back space sin pensármelo dos veces.
—Chica, qué radical, ¿no?, con haber cambiado un par de cosas hubiese sido suficiente.
Miré a mi jefa con cierta desesperación cansina.
—Uy, qué carita… —dijo arrastrando, hasta mi lado, la silla que estaba detrás de la mesa—. A ver, ¿qué te pasa? —me preguntó y se sentó.
Que me sentía triste y terriblemente sola. Que no encontraba el sentido que me hubiera llevado a ese pueblo con menos de cuarenta mil habitantes en la América profunda. Que estaba muy cansada de llevar una maleta bajo el brazo. Que era frustrante trabajar para alumnos poco motivados. Que sentía que perdía mi jardín. Que odiaba conducir y no tenía más remedio que coger el coche diariamente. Que tenía la casa llena de arañas. Que me daban ataques de ansiedad cuando a las seis de la tarde mi barrio estaba oscuro y completamente silencioso. Que no merecía la pena tener una vida excitante si no podías compartirla con nadie. Que no podía dejar de pensar en él.
—Nada, Luisa, que hoy he dormido muy mal… —dije pellizcándome el labio, gesto inequívoco de que estaba mintiendo.
—Bueno, ya sabes que eres nuestro bebé, y aquí estamos todos para lo que necesites, ¿vale? —dijo apretándome la mano—. Y ahora recoge todo que nos vamos a casa de los Stanford a ver la noche electoral. ¡El gran día ha llegado, chica, hoy es la noche del cambio! —estaba entusiasmada.
Le agradecí el gesto pero dije que no iba. Quería evitar multitudes aquella noche. Luisa se lamentó y me hizo prometerle que estaría bien, después se marchó cerrando la puerta.
Me hice una pequeña pelota sobre la silla y empecé a llorar como una niña asustada.
Llegué a casa arrastrando los pies y con un enorme dolor de cabeza después de haber estado llorando casi toda la tarde.
Encendí el televisor. En el dormitorio me quité los botines y los calcetines, me encantaba andar descalza, tenía toda la casa enmoquetada. Era una delicia. Fui a la cocina y abrí la nevera, no tenía muchas ganas de preparar nada, así que cogí un yogur y una mandarina. Me senté en la butaca y, mientras pelaba la mandarina, me fijé en el mapa electoral del escrutinio que mostraban en televisión. Muchos de los estados del este ya tenían color azul o rojo.
¿Ohio demócrata? ¡¿Florida demócrata?!!! Dejé de pelar la mandarina y decidí prestar un poco más de atención porque quizá iba a ser verdad eso de que sería la noche del cambio.
No terminaba de enterarme muy bien qué decían por televisión así que decidí coger la calculadora y empezar con mis propias sumas.
A ver, Nueva York demócrata, ¿no?, entonces… más treinta y un votos, más… más veintiuno de Pensilvania, más veinte de Ohio, vein-te, veinte, ya, más, más… a ver… ¡a ver, señora calle un poco y saque el mapa otra vez que no me entero! Me reí, me parecía a mi madre hablando sola con la tele. La reportera desapareció y el mapa se volvió a mostrar y continué con mis cuentas. Más... más, a ver, Ohio, ya lo conté, ¿no?, pues, más trece de Virginia, tre-ce, y quince de Carolina del North, North, North, súper North, y… y… veintisiete, de Florida, jo, veintisiete, ¿eh?
Seguí gritando a la periodista que se empeñaba en mostrar las imágenes de la gente agolpada en el Grant Park de Chicago, y no me dejaba aclararme con el mapa electoral. ¡Pero qué pesada, mona, pon el mapa, MA-PA!!!!!
Pero no me hizo falta terminar con mis cuentas para ver el resultado: Obama ganaba y por mucho. Aunque varios estados del oeste estaban todavía sin colorear, California era imposible que se convirtiera en republicana de repente así que cincuenta y cinco puntos estaban asegurados para los demócratas, con lo que conseguirían 273 votos y, por lo tanto, la presidencia.

No me lo podía creer. ¿Obama presidente? Obama presidente… Poco a poco se iban terminando de colorear todos los estados. Los demócratas pasaron de los 273 votos, y de los 286. Las imágenes de la gente en la calle en Nueva York y Chicago eran increíbles. Y de los 301, y 316, y de los 337… Obama era presidente. Obama era presidente con 364 votos finalmente…

Me levanté, cogí el tuper de la nevera, me puse un jersey y toqué la puerta a mi vecino.
—Fred, soy yo, abre… Fred…
—Está abierta —oí desde dentró.
Empujé la puerta y entré. El salón estaba a oscuras, sólo la televisión iluminaba la habitación. En el sofá estaba Fred sentado con las piernas juntas y los codos sobre sus rodillas. Entre las manos su cabeza. Lloraba como un niño mirando el televisor. Me senté a su lado sin decir nada. Imité su postura juntando las piernas y sujetando con ambas manos el tuper sobre mis rodillas. Frente a nosotros la imagen del nuevo presidente Obama y su familia saludando a la multitud del Grant Park de Chicago.
—Hemos ganado, princesa… hemos ganado… —dijo Fred con la vista clavada en la televisión.
—Sí, Fred… hemos ganado… —repetí muy bajito.
Fred me miró y, aunque seguía llorando, sonrió y me susurró:
—Eres una chica afortunada, que ha llegado a América para vivir un hecho histórico…
Sus palabras se colaron directamente en mi ánimo que estremecido encontró un sentido.
Apreté con más fuerza el tuper entre mis manos, lo levanté y finalmente se lo ofrecí.
—Toma, Fred… son para ti, son peras… al vino… al final compré vino… —las lágrimas me caían silenciosas.

5 comentarios:

Kaña-mon dijo...

Paula... me van a echar... que hago yo llorando delante del ordenador? ayyy, me encantan tus historias. besos

María Jesús Rebollo dijo...

Poto,
Me siento feliz de tener una hija como tú.Tús cuentos son preciosos y siento que aveces estés tan sola, pero te compensará con el tiempo.
He llorado mucho por tú gran sensibilidad.
Me alegro mucho por Obama y por que estés siempre en los grandes acontecimientos.SIEMPRE LA LIAS.

Anónimo dijo...

que hara esta llorando delante del ordenador???? es lo que se estan preguntando.... pero no he podido evitarlo... me has hecho sentir lo que tu sientes alli, no se como explicartelo.... me ha encantado... un beso

EntreRenglones dijo...

...Me alegra haberte encontrado, Elvira. Sí, también me parece que esta es una buena forma de leer una novela o un relato, en definitiva, las historias nuestras de cada día... TE SALUDO:
LeeTamargo.-

CANIZALES dijo...

Me gusta el matiz, la convergencia, algo desconcertante al principio,entre las dos historias y luego su vinculación en lo emotivo, histórico, humano, actual... tiene el caracter completo de la crónica.

Gracias por visitar mi abismo.