Había un ritmo frenético en la redacción del periódico. Unos por aquí, otros por allá. Félix, columna tres, ¡qué chapuza es ésta, joder! No, cariño, que llegaré más tarde, venga te dejo, que estamos a tope. La puta virgen y todo su séquito, ¡¿dónde cojones está Aurora?! Iñaki, Iñaki, en diez minutos te quiero ver en la diputación, se acaba de liar una gorda. Pero, ¡la madre que os parió a todos!, ¿por qué nadie repone el papel de la fotocopiadora? Veinte líneas, veinte putas líneas te he pedido, ¡la ostia, que ni eso sabes hacer! Queréis pedirle a la becaria de mis huevos que se esté quieta, ¡ostias!, ¡¡¡que deje ya los putos periódicos!!!
Este último era Carlos, jefe de la sección local, mi jefe.
―Elvira, que pares, coño… que pares… ―me sermoneó un compañero sin demasiado entusiasmo.
Es que me moría de ganas por participar en esa vorágine, y como no tenía trabajo asignado llevaba una hora corriendo por toda la redacción, tomando y dejando viejos periódicos de una mesa a otra. Ahora los pongo aquí y ahora me los llevo como un rayo a la mesa de enfrente, y ahora corre, corre, a la sección de deportes, los dejo y me los vuelvo a llevar a internacional, a cultura, a infografía y rápido, vamos, vuelve a local. Sí, desde hacía tres meses era la becaria con menos luces que había pasado por el Crónicas Bilbao.
Empecé psicología, lo dejé y me metí en hispánicas en Deusto, en menos de dos años me expulsaron por inútil. Intenté convencer a mis padres de que quería ser actriz y les juré que, si confiaban en mí y me pagaban un curso de interpretación en Madrid, antes de los veintidós les llevaría un Goya a casa. Mi padre me aconsejó que jurara menos y que me tomara en serio los estudios de filología en la universidad pública, si no quería terminar desheredada.
Tres años después, aprobando milagrosamente unas veinte asignaturas por año, ocurrió lo inimaginable por todos: terminé la carrera. Era filóloga o por lo menos eso decía un papelito con el sello de la universidad y la firma del rector. No tenía muy claro que yo sirviera para la enseñanza y mucho menos para la investigación, así que decidí estudiar otra carrera. Pensé que mientras estudiaba tendría tiempo suficiente para descubrir la utilidad del latín vulgar y centrar mi futuro. Elegí periodismo, siempre me gustó la Rana Gustavo porque era el reportero más dicharachero de Barrio Sésamo.
Todavía no eran las once de la mañana y yo ya estaba en el periódico, nunca perdía la esperanza de ser algún día útil. Me saqué un café de la máquina. Mientras daba vueltas al azúcar con el palito de plástico, oí a mi jefe cagarse en la becaria. Me bebí el café de trago y me planté delante de su mesa.
―¿Y tú qué ostias quieres? ―preguntó mi jefe levantando la cabeza de entre los papeles de su mesa.
―Que soy la becaria, que creo que me estabas llamando, soy… soy… Elvira.
―Joder, ¿Elvira?, ¿qué pasa, que tus padres no te querían para ponerte semejante nombre? ―dijo sin ocultar la risa.
―Bueno, no, no sé, pero es que mi madre estaba muy unida a su abuela que se llamaba así y le prometió que a su hija le pondría Elvira, y bueno… ¡pues aquí estoy!
―Hay que joderse, pues el amor de tu madre te ha coronado de mierda, hija, Elvira, puffff… manda huevos.
Me costaba mucho aguantarme la risa. Carlos se creía la viva imagen de José Coronado en Periodistas, pero por lo pronto le faltaban treinta centímetros de altura y los bífidus activos.
―Bueno, mira, también has estudiado filología, ¿no?
―Sí, sí, sí, sí ―dije orgullosa porque lo mío me había costado.
―Ya, se nota, escribes como el culo pero por lo menos no cometes faltas de ortografía, bueno… y el reportaje del mapache no te quedó del todo mal, así que mira, Elena, te voy a…
―Elvira ―le corregí rápidamente.
―Hija, créeme, llamándote Elena te hago un favor ―y soltó una sarcástica carcajada de medio lado―. Bueno, a lo que vamos, que creo que puedes entrar en el equipo electoral.
Me llevé las manos a la boca, no podía ocultar mi excitación. Iba a formar parte del equipo electoral, del equipo electoral, ¡equipo-electoral!
―Bueno, cuando te tranquilices y dejes de hacer esos putos aspavientos, vuelves y te explico en qué consiste tu trabajo, ahora largo de aquí que me estás poniendo enfermo.
Fui corriendo al baño porque de la emoción me estaba meando y luego llamé a Marieta desde la mesa.
―Tíaaaaaaaa… ―dije en tono susurrante tragándome el auricular, no quería que la gente me oyera―, tía, tía, tía, tía que estoy en el equipo electoral, me lo acaba de decir la versión pigmea del Coronado.
―Tía, tía, ¡no!, ¿en el equipo electoral?, ¡no!
―Sí, tía, sí, sí, en el equipo electoral.
―Ya… oye, y ¿qué es eso?
―Ni idea pero suena genial, no sé… imagino que tendré que entrevistar al Lehendakari, en plan Ally Mcbeal total.
―Elvi, ¡Ally Mcbeal es abogada!
―Ah, ¿sí…?, pues ¿quién es periodis… ―antes de terminar la pregunta vi los pies de mi jefe junto a la mesa―. Ahá, ahá, ahá, comprendo, pues si tiene algún indicio de quién lo ha podido asesinar póngase en contacto conmigo: Elvira Rebollo de Crónicas Bilbao, gracias ―y colgué el teléfono.
―¿Con quién hablabas?, ¿con Agatha Christie? ―me preguntó Carlos apoyándose en mi mesa. Le sonreí como si fuera tonta―. A ver, rápidamente te explico, veinticinco de mayo elecciones municipales y forales, te encargas de las páginas cuatro y cinco, repito, cuatro y cinco ―se me atragantó mi propio aire, ¿dos páginas para mí?, creo que Ally Mcbeal en ese momento querría ser periodista también―, se trata de las páginas más importantes del día post-electoral, ¿por qué?
―¿Por qué…? ―repetí fascinada.
―Porque son las únicas páginas que nadie pasa por alto, las lee desde el abuelo de la casa al chaval. Recogen las fotos y los nombres de todos concejales elegidos, ¿sí? Así que empieza a llamar a las sedes y que te envíen las fotos de los alcaldes y concejales de todo Vizcaya, ah, y Elena, bonita, no quiero ni un puto espacio en blanco, ¿me has oído?, como si tienes que pedir foto a las abuelas de los concejales, ¿está claro?, ni-un-puto-espacio-en-blanco ―repitió con el dedo en alto mientras volvía a su mesa.
Bueno, aquello distaba bastante de entrevistar al Lehendakari pero era mejor que nada, además formaba parte del equipo electoral y seguía sonando muy de serie televisiva.
Me pasé todo un mes llamando a las sedes y pidiendo fotos de los supuestos concejales y junteros que según mis propias quinielas podrían salir en lista. Los amontoné en grupitos según su partido político y atado a un clip escribía su nombre, edad y lugar de nacimiento. Parecía que coleccionaba cromos. Unos días antes me pasé por infografía para escanear todas las fotos y preparar el formato para encajar la página. Sólo quedaba esperar a la noche electoral e ir metiendo manualmente las fotos, ya guardadas de los concejales y junteros elegidos, y cubrir todos los huecos.
El gran día llegó. Por la mañana, Elvira Rebollo Azcúnaga vota y voté.
Durante la comida escuché como mi padre hacía un soporífero repaso de la guerra civil española, la dictadura, la transición, el golpe de estado, la democracia y las grietas en el nacionalismo vasco. Tener un padre catedrático de Historia, además de ególatra, era especialmente duro en jornadas electorales. A media tarde, llamé a Marieta y a Blanquita para tomar una cerveza. A las nueve de la noche estaba delante de la bandeja de sándwiches que el periódico había encargado para toda la redacción. Buscaba el que más mayonesa tuviera. Éste, sí, éste. Lo cogí ayudada por cinco servilletas de papel y me senté en una de las mesas de infografía con el ordenador preparado para colorear mis páginas cuatro y cinco. Mientras atacaba el sándwich no perdía de vista la televisión colgada del techo, la periodista, encargada de llevar el informativo especial-elecciones en la cadena autonómica, no paraba de enfatizar el giro que estaba cobrando el mapa electoral con los primeros votos escrutados. Y ¿ésta por qué anda tan emocionada?, pensé de la presentadora mientras me rechupeteaba la mayonesa que caía por mis dedos.
―¡A ver!, pero ¿dónde ostias anda la puta becaria?
―¡Aquí, aquí! ―contesté exultante a mi jefe levantando una mano enfundada en baba y mayonesa.
―¡Venga! ¡Quiero todas las fotos ya! ¡Páginas cuatro y cinco terminadas antes de las doce de la noche!
―Sí, sí, sí… ―dije concentrada en despegarme una servilleta de la mano.
―¡Elena! ¿Has visto como anda la situación con la ilegalización de Batasuna?, ¿no? ¡Todo se lo lleva el PNV! Pensaste en ello, ¿verdad?, en la ilegalización de marzo, ¡fotos suficientes, espero! ¡Elena, coño, que te estoy hablando, cagüen la ostia! ¿Tienes o no tienes fotos de todos, repito, TO-DOS los concejales y junteros?
Lo miré con el sándwich en una mano, la servilleta pegada en la otra y con cara de: ¿alguien me puede prestar fotos de concejales peneuvistas, por favor?
―Ssssshhhhí, sssshhhhhí, tengo muchas, muchas, de sobra… ―dije queriéndome desintegrar y vi como Carlos volvía a la sección local despreocupado.
Hice un recuento rápido. Me faltaban cuatro fotos del PNV y una de Izquierda Unida, ¡¿por qué el Supremo no ilegalizó Batasuna después de las selecciones?!, ay, madre… y ¿ahora?
Abrí mi cartera y rebusqué, tenía una foto de Blanquita con seis años, otra de mi hermano Gerardo con birrete, y otras tres de Marieta y yo en un fotomatón sacando la lengua. Vaya… creo que ninguna me podría servir. Un momento. ¿Y por qué no intentamos que…?, pensé. Abrí Google y empecé a escribir nombres arbitrariamente, mezclando los de familiares con apellidos de mis compañeros del colegio y universidad, además de algún escritor y de algún restaurante rimbombante, por ejemplo: Ricardo Trueba Farketa. Perfecto y ahora pincho en imágenes y… voilà, aquí lo tenemos, un estupendo concejal peneuvista, ¡sí! Uno, dos, tres y cuatro, terminado, el PNV ya tenía todos sus concejales. Ahora busquemos al comunista. Gerardo Saratxaga Azkena, pincho y… ¡uy!, ¡pero si tiene bigote!, no, no, no, que con bigotito parece pepero. Bien, probemos otro, Gerardo Saratxaga Badulake, no, no, demasiado cantoso, a ver… Gerardo Saratxaga Zugarramundi, y… ¡perfecto! Copio, guardo, pincho, arrastro y colocado en la página cinco, bien, ¿edad?, mmm… treinta y dos, ¿lugar de nacimiento?, lugar, lugar, pues… Sestao, ¡hala, perfecto! ¿Espacios vacios? ¡Ninguno! Grité en voz alta observando orgullosa las páginas cuatro y cinco finalmente maquetadas.
A las doce y veinte de la noche estaba riéndome en el asiento de atrás de un taxi, pagado por el periódico, camino a mi casa.
La verdad es que los remordimientos no llegaron hasta el día siguiente, cuando al entrar por la puerta de la redacción Carlos me llamó a su mesa. Estaba hojeando diferentes periódicos locales y me pidió que cogiera uno.
―Mira las páginas seis y siete… ―me ordenó.
Con miedo abrí el periódico y eché un rápido vistazo. Se trataba de las páginas de las fotos, me empezaron a temblar las piernas.
―¿Cuántas fotos faltan? ―preguntó serio.
―Pues… cuatro concejales del PNV, dos de Izquierda unida y tres junteros ―dije casi sin voz por lo nerviosa que estaba.
Carlos me tiró otro periódico a las manos.
―Página cinco.
Lo abrí, por lo menos faltaban seis fotos en total. Después desplegó el Crónicas Bilbao en la mesa de cara a mí y volvió a preguntar:
―¿Cuántas fotos faltan?
―Ninguna… ―contesté titubeante.
―Buen trabajo, Elena, sí señor, somos el único periódico que ha cubierto todas las fotos, ¿cómo lo has hecho?
―!Uy!, las fuentes nunca se desvelan, ¡ja, ja, ja! ―contesté con una forzada carcajada y, sin más, me di la vuelta tropezándome con mis propios pies y recolocándome el corazón en mitad del pecho porque se me había subido hasta la garganta.
3 comentarios:
Bufff, todavia recuerdo mi taquicardia, y tu tan traquila... Las hay que nacen con estrella, jajajaja. A mi me hubieran pillado fijo! Musu
Qué bien escribes Elvira, diálogos frescos, narración trepidante, buena dosis de humor .. muy buena técnica.. de algo sirvió la carrera vez..ja..ja. yo hice al revés empecé periodismo y acabé haciendo filología.. un beso
Mil gracias "Chiflada", eres todo un encanto. Creo que nuestras vidas se pueden parecer un rato ;-D
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