30 sept 2010

Historia de una escalera


Rafa aparcó la moto frente al portal, cogió el casco, se lo colgó del brazo, sacó las llaves del bolsillo de su chamarra de cuero y abrió el portalón. Subió un primer tramo de escaleras. Eran de madera viejas y desprendían un cierto olor a recuerdo. Se acercó a los buzones. Después de abrir el suyo se encontró con un poco de lo mismo, la factura de Vodafone y propaganda de comida china a domicilio. Con los papeles todavía en la mano miró al portalón, alguien entraba. Hola, dijo sin mucho entusiasmo, hola dijo ella con menos entusiasmo todavía, cerrando la puerta. Rafa, después de cerciorarse de que tomaba la factura de internet y dejaba sobre la repisa la propaganda, subió hacia el tercer piso, no había ascensor.
―¡Ey, ey!, perdona, te olvidas eso.
El chico se dio media vuelta y miró los papeles que la joven le estaba señalando con cierta teatralidad irónica.
―Es propaganda.
―Lo sé, es tu propaganda ―respondió ella sin mirarlo, girando su llave en el buzón del 5º derecha.
Rafa bajó lentamente los cuatro peldaños que acababa de subir, se acercó a la repisa, recogió la publicidad, miró a la chica, quien le había parecido sobradamente soberbia, y le espetó:
―¿Y tú quién coño eres?
―Elvira, me acabo de mudar a una de las buhardillas, encantada. ―Sin esperar la reacción de su vecino, cerró el buzón y con brío empezó a subir las escaleras.
Rafa, mirando al espacio vacío que acababa de dejar Elvira, no paraba de pensar en lo imbécil que era aquella tía, pero imbécil de verdad. Se parecía a su ex Natalia, igual de zumbada, putas tías. Natalia le había dejado haría cosa de año y medio, necesitaba tiempo para pensar, ¿para pensar en qué?, si no había necesitado ni dos meses para irse a vivir con Néstor, su compañero de trabajo, de Argentina, el tío era argentino, sí, argentino, argentino, contra ese acento era imposible competir. Sin darse cuenta estaba estrujando la propaganda en su mano. Resopló. Se calmó. A la mierda con Natalia. A la mierda con Néstor. Se dio la vuelta para confirmar que Elvira ya no estaba detrás, miró los papeles publicitarios y los fue metiendo de uno en uno en el buzón del 5º derecha. A la mierda con esa vecina resabionda.

Eran casi las once y media de la noche y Elvira sacaba a la calle una bolsa de basura y una enorme caja de embalaje de cartón. Acababa de montar una estantería. Fue al entrar de nuevo al portal cuando lo vio. Con rabia se acercó a su buzón y, escurriendo dos dedos entre la ranura, pudo sacar un papelito de colores arrugadísimo, anunciando el Le Dragron. Qué cabrón, musitaba una y otra vez mientras zarandeaba la cabeza alucinada.

―¡Qué hija de la gran puta!
Eran las ocho menos cuarto de la mañana del día siguiente y Rafa, con su casco colgado del brazo, salía de casa para ir a trabajar cuando encontró su felpudo bañado por papelitos recortados. Allí estaban los cuatro o cinco panfletillos publicitarios hechos añicos sobre su Welcome.
Al escuchar el grito, que había ascendido por el hueco de la escalera como una llamarada, Elvira se rió dándose media vuelta en la cama.

Eran las seis de la tarde, y en la oficina no quedaba nadie excepto Rafa que se frotaba la cabeza mientras releía una y otra vez el email. Natalia se mudaba a Buenos Aires, iba a casarse.
No pudo aparcar la moto frente a su casa, la tuvo que dejar a la vuelta de la esquina. Cabizbajo, lamentándose de haberla dejado ir, cogió el casco y se lo encajó en el brazo como hacía siempre. Al torcer la calle y tomar la suya vio a Elvira apoyada en uno de los coches junto al portal, hablaba por el móvil. Qué tía asquerosa, se lo haría limpiar con la lengua, se iba a enterar esa enana de mierda, qué se creía.
―¿Qué? ¡Graciosa!, ¡¿qué pasa contigo?!
Elvira levantó la cabeza. Estaba llorando. Te llamo luego, dijo al auricular. Guardó su móvil.
―A mí no me pasa nada, ¿y a ti? ―Tomó aire, se hizo un hueco para llegar hasta el portalón, sacó las llaves y abrió la puerta.
Rafa estaba paralizado, nunca había sabido qué hacer ante una chica llorando. De hecho no pudo recriminarle nada a Natalia cuando le dijo que le dejaba, estaba llorando, qué podía hacer, sentía pena, seguro que necesitaba tiempo, Natalia siempre terminaba agobiándose porque él a veces era muy pesado, si es que todo era por su culpa, pobre Natalia, no llores, cariño, anda, no llores…

Eran las nueve y veinte de la noche y la pequeña aspiradora de coche, que Silvi le había prestado, se atragantaba con el confeti publicitario del felpudo del tercer piso. La puerta se abrió.
―Hola ―dijo Rafa.
―Hola ―dijo Elvira apagando la aspiradora. ―No te había conocido sin el caso colgado del brazo.
Qué cabrona, pensó Rafa mientras se reía con cierta timidez.
―Oye, mira, ya está, ¿vale? Queda zanjada aquí nuestra guerra, ¿vale? ―Elvira se expresaba con nerviosismo, nunca se le dieron bien las disculpas, quizá por eso había perdido tanto en su corta vida. ―No quiero tener líos con ningún vecino, mira, demasiado, no sé, vamos, ya me entiendes... ―Sujetó la aspiradora con una mano y se pellizcó los labios con la otra mientras intentaba seguir hablando―. Que demasiados rollos tengo en mi vida como para echarme más tierra, paso de tener problemas por la mierda de la propaganda, haz con ella lo que quieras.
Rafa la miraba sin decir nada. No, no era como Natalia. Ahora que la oía hablar eran muy diferentes, sí, no se parecían en nada. Elvira tenía algo que la hacía parecer inmensamente frágil a pesar de ese pronto tan arrogante que, a veces, desprendía. Así que con un dulce gracias, Rafa cerró su puerta guardándose un extraño deseo de abrazarla.

Era casi media noche y Elvira, con el corazón sobre la mesa, escribía un escueto email a su ex novio Etienne felicitándole por su reciente paternidad.

3 comentarios:

Monis dijo...

OHHHHHHHH! Me ha encantado, Elvi, y seguro que a Vallejo -si levantara la cabeza- también :)
Tengo la intuición de que vamos a tener más de una con este Rafa. A ver, a ver... ya me estoy comiendo las uñas!

celia dijo...

Que buena eres loca!!!
Achuchón desde HK

ma dijo...

Me ha encantado!
Un besazo desde el botxito