14 nov 2010

El cambio

Nota: Recomiendo leer los relatos Historia de una escalera y Corazón de Hielo para poder contextualizar este cuento.
Los buscadores de luz por Lidia Kalibatas

Me levanté con el propósito de cambiar.
Miré al cielo y me alegré, estaba lloviendo, me encantaba la lluvia, me permitía sentirme apagada justificadamente. ¿Qué te pasa? Nada, que llueve y eso.
Estiré el brazo y con los dedos toqué el frío cristal de la claraboya. Vivía en una diminuta buhardilla. Siempre soñé con vivir en una buhardilla con enormes ventanales en el techo, a los que pudiera mirar cada vez que sintiera que el mundo se me estuviera quedando pequeño.
Antes de meterme a la ducha, preparé café y encendí el portátil, busqué la canción, al encontrarla sonreí. Ghalla Gurian empezó a sonar y, con un acompasado movimiento de hombros siguiendo el ritmo, empecé a desnudarme en el cuarto de baño.
A medio vestir y con la toalla enroscada en la cabeza, me serví café, volví a escuchar por cuarta vez la canción y miré al cielo, seguía lloviendo por lo tanto seguía estando alegre. Era un buen día para cambiar.

Desplegué el periódico que acababa de comprar en el quiosco de al lado de casa. Era tan pequeña la mesita de la cafetería que las hojas la inundaban entera, incluso se desbordaban por los lados.
―¿Qué te pongo, guapa?
―Un cortado. ―Dije mirando a la camarera que, anotándolo en una libretita, se iba hacia la barra sin ni siquiera preguntarme por lo que iba a comer. Es cierto que no hubiera pedido nada porque no suelo desayunar pero no sé, nunca se sabe, a veces soy así de impulsiva y me lanzo y qué se yo, pues que igual me hubieran apetecido unos churros o igual no.
Apoyé los codos sobre el periódico, junté las manos encajando la barbilla entre ellas y empecé a leerlo por la sección de cultura. Siempre hacía lo mismo.
La camarera llegó y dejó el cortado sobre el periódico.
―Algún día escribiré en este periódico ―le dije acercándome la taza.
―Estupendo, ¿la quieres fría o caliente?
―Fría, por favor. ―Y volví a arrastrar la taza entre las letras de imprenta, pero esta vez hacia ella.
La mujer vertió la leche y, con un gesto antipático, se dio media vuelta y se largó.
No me importó, tenía mi café, mi periódico y un sábado por delante que prometía ser diferente.
Rafa, mi vecino, llegó cuando estaba en la sección internacional después de haber leído la de gente, sociedad y opinión, por ese orden, siempre por ese orden. Me levanté y dejé que me abrazara.
―He visto tu nota por debajo de la puerta ―me explicaba mientras tomaba asiento junto a mí. Nunca nos sentábamos uno enfrente del otro, decía que prefería tenerme al lado, que si no me sentía muy lejos, qué idiota, le decía yo―. No sé, pensaba que me ibas a llamar.
―He salido de casa a las 9.30, me he imaginado que seguirías durmiendo.
―¡Joder! ¿Y ese madrugón?
―¿Qué te pongo, guapo?
Rafa se giró y vio detrás de él a la camarera sosteniendo la libretita.
―Mmmm… pfff... pues, a ver, un… no sé…
La camarera puso los ojos en blanco amarrando aire.
―Pfff, venga, sí, un cortado, por favor.
―Tanto pensar para un simple cortado si es que la juventud no sabe ni lo que quiere, aburridos est…
Nos reímos viéndola marchar farfullando de aquella manera. Después Rafa me miró y con esa espontaneidad que lo caracteriza me dijo:
―Qué guapa te veo, tía, no sé, el madrugar te sienta bien o no sé, pero estás guapísima.
Me quería casar con él. Lo había decidido hacía dos semanas. Era el hombre perfecto, pocos como él por no decir ninguno. También había decidido dejar las clases en la universidad y dedicarme por completo al periodismo, quería escribir y no aguantar a chavales que me tomaban por el pito de un sereno. Había decidido aparcar la tristeza, me merecía un respiro, había tomado la decisión de cambiar, de ser feliz. Es como el dejar de fumar, tenía que ser radical. Hoy voy a ser feliz. Hoy-voy-a-ser-feliz.
―Rafa, esto, quería decirte algo… ―Había tomado la decisión de hablarle de mis sentimientos, de lo fingida que me sentía sin decirle la verdad, que lo quería y no sólo como buenos vecinos que pasaron a ser mejores amigos, sino que lo quería de verdad, de los que se quieren y se van a la cama y follan y se siguen queriendo.
Me quedé en silencio. Me costaba mucho. Así que empecé de nuevo:
―Rafa, mira, son muchas las cosas que quiero cambiar en mi vida, prácticamente todo. No me gusta lo que hago ni cómo soy, no me gusta, ¡no sé!, ¡nada! ―grité volcando los hombros hacia adelante mientras me apretaba las manos bajo el estómago―. Quiero volver a tomar decisiones, cambiar de actitud, necesito cambiar de actitud y eso sólo puede salir de mí, no puedo seguir…
―¡Joder, Elvira, joder! ―Exclamó abrazándome con fuerza sin dejar que terminara―. Eres la ostia, tía, ¡joder! ―y volvió a abrazarme―. Eres valiente, tía, ahí, pum-pum, hacia adelante, te caes y te vuelves a levantar, tía, ¿que no te gustas? ¡Pum, te reinventas!
―Sí, bueno, en reali…
―¡La ostia! ¡Alucino contigo! Con tu fuerza, tía, con tu fuerza.
―Ya, bueno, no creo que…
―¿La quieres fría o caliente?
―¿Eh?, ah, mmm, no sé… ―contestó Rafa a la camarera.
―¿Templada? ―volvió a preguntar ella.
―Pff… No, mira, caliente.
―Chico, como eres tan indeciso te puedo echar de las dos y se te queda templada.
―¡Caliente! ¡Ha dicho caliente! ¡Quiere la puñetera leche caliente! ―grité en pleno ataque de ansiedad, entre lo poco que me estaba entendiendo Rafa y aquella mujer, estaba de los nervios.
Los dos me miraron sin decir nada, la mujer vertió la leche en la tacita, a saber si finalmente era fría o caliente, y después se marchó. Rafa me miró un instante más y luego me abrazó.
―Elvi, lo estás haciendo muy bien. Va a costar, pero el primer paso, el de querer cambiar, el de salir, el de: ¡venga yo puedo!, ése ya lo has dado, tía, de puta madre.
―Rafa, no me entiendes… ―dije completamente derrotada.
―Sí te entiendo, y te envidio y me avergüenzo de ser tan dejado, tan cobarde, tía, de no tomar decisiones, de, de, de, no sé, de ¡coño, si me gusta tengo que ir a por ello!
―¡Sí! ¡Eso es! ―Parecía que una pequeña luz empezaba a iluminar la conversación.
Rafa se recostó pensativo en la silla soltando fuertemente el aire por la nariz. Después se frotó la frente. Asentía con la cabeza como si estuviera moldeando una idea y fuera a sacarla hecha una pelota por la boca.
―¡Sí! ―dijo.
―¡Sí! ―dije yo, segura de que por fin me estaba entendiendo.
―¡Me voy a Argentina!
―¿Qué...?
―Gracias, Elvira, ¡eres la ostia! ―Me dio un beso en la mejilla, me abrazó con fuerza y se fue a la agencia de viajes de Fuencarral, sin haberse bebido siquiera el café.

Yo me bebí mi café y el suyo, doblé el periódico sabiendo que nunca escribiría en él, pagué sin dejar propina y salí de la cafetería y, aunque seguía lloviendo, yo ya no seguía estando alegre. Y una vez en mi buhardilla, miré con ansia a través de la enorme claraboya buscando alivio, pero el mundo me seguía pareciendo angustiosamente pequeño.

2 comentarios:

Topo Gigio dijo...

Bueno y bien detallado...

Elvira Rebollo dijo...

Veo que para ser un topo has abierto bien los ojos...
Besito,