Creatividad de Javier Avi
Estaba
tumbada en el sofá con una cerveza, viendo a Joan dibujar en su mesa. Sonreí,
levanté el botellín y brindé:
―¡Por
nuestra panadería, amor!
Llegué
a Madrid de Estados Unidos con 6 mil euros ahorrados que fueron a parar, a toca
teja, a IMEC, Instituto Moderno de Escritura Creativa. Me había tirado 2 años
en la América profunda dando clases en una universidad y, sobrellevando el duro
invierno, escribiendo relatos. Una editorial se interesó por ellos y, tras
firmar un contrato, mi primer libro iba a ser publicado en poco más de 6 meses.
Estaba contenta, muy contenta. Además IMEC me daría las pautas para abrir mi
mente, reflexionar y ahondar en temas que pudieran dar a mis escritos cierta
profundidad. Estaba contenta, muy contenta.
El
primer día, el profesor Cañamares explicó que debíamos organizarnos porque cada
semana, uno de nosotros, se encargaría de traer vino y algo de comer.
―¿Perdón?
―pregunté ojiplática―. ¿Quieres decir que vamos a organizar merendolas y además nosotros tenemos que
correr con los gastos? Pensaba que era una escuela de escritura, no una
asociación para hacer amigos.
―Vaya,
tenemos una rebelde entre nosotros. ―La clase rió y yo vi caer mis 6 mil euros
por el retrete.
Poco
tiempo después, me enteré de que Cañamares estaba casado con una ex alumna, 35
años más joven que él, y que ahora también por
supuesto era profesora de la escuela. Mi profesora. Poco tiempo después, me
enteré de que mi profesora había
expulsado a mí compañera, porque se había tirado a Cañamares después de una de
las merendolas. Poco tiempo después,
mi novela salió publicada y Cercas, otro profesor, se olvidó de darme la
enhorabuena, pero sí me invitó a abandonar la escuela alegando ser carne de taller, dijo que IMEC me
quedaba grande. Poco tiempo después, mi compañero me dijo que Cercas le había
tirado los trastos. Poco tiempo después, mi
profesora arrojó mis escritos sobre su mesa y dijo algo sobre que los relatos
eran cerillas y que sólo tenemos una para encender, que alguien le dé lumbre a
esta pobre mujer, por favor. Poco tiempo después, mi otra compañera me enseñó
un email subidito de tono de Aguinaga, mi otro profesor. Poco tiempo después,
se lo tiró. Poco tiempo después, Cercas, que nunca había publicado nada, nos
contó que Pedro Almodóvar le había robado el guión de Hable con ella, aunque en primera instancia Cercas lo había
titulado Susúrrale. Poco tiempo después,
Aguinaga tras decirme que mis relatos le hacían perder el tiempo, me pidió que
lo abrazara, que te abrace tu puta madre, le contesté. Poco tiempo después,
Cañamares, Cercas, Aguinaga y mi profesora,
evaluaron con un no apto mi proyecto
de fin de máster, lo justificaron con un no
estás preparada, Elvira.
Me
marché a París. Alguien me habló de un excelente curso de creación literaria en
La Sorbona. El primer día, el profesor Rubaud exigió puntualidad y prohibió
cualquier tipo de comida y bebida en clase. Suspiré aliviada. Dos días después,
tras la sesión, me acerqué a él y vomité toda mi frustración. El profesor
Rubaud me ofreció su pañuelo y me aconsejó que pintara. ¿Pintar? Pinte, y mañana tráigame lo que haya hecho.
Compré témperas, una cartulina y pinté. Al día siguiente se lo llevé. El profesor Rubaud lo observó. Es algo así como abstracto, intenté
explicarme al ver que su rictus era serio.
―Su
creatividad está muerta ―dijo finalmente―. Mire, lo único que ha hecho usted ha
sido trasladar la paleta de colores a la cartulina, en perfecto orden, sin
mezclarlos, ¿a qué tiene miedo?
―¿Yo?,
a nada, pero no sé pintar.
―No
hablo de pintura, sino de creatividad. Un panadero desborda más creatividad
haciendo sus brioches cada mañana,
que usted intentando escribir 4 palabras. ―El profesor Rubaud volvió a
prestarme su pañuelo―. Potencialmente todos los seres humanos somos capaces de
crear, así que no se preocupe y, ande, devuélvame el pañuelo.
El
profesor Rubaud me dio una lista de recetas que debía preparar en casa, de
autores que debía leer, de lugares que debía observar, de conversaciones que
debía encontrar, de vinos que debía catar y de texturas que debía tocar. Sin
embargo no me obligó a escribir, solamente me aconsejó que siempre me
acompañara la música y que, por favor, sonriera.
La
última semana, al terminar la clase, me pidió que me acercara a su mesa. Me dio
un folio y un bolígrafo y me ordenó que pintara. ¿Con esto?, pregunté. Pinte,
contestó. Y pinté. Una hora más tarde, Rubaud observó mi dibujo. Enhorabuena, mi querida pastelera, dijo.
Al
regresar a Madrid, Cañamares, Cercas, Aguinaga y mi profesora me estaban esperando para darme una segunda
oportunidad. Expuse un nuevo proyecto en el que defendí la naturaleza creativa
del ser humano. Tras deliberar, Cercas me informó que estaba aprobada, pero que
mi tesis no tenía ni pies ni cabeza porque:
―¡No
todo el mundo es capaz de escribir una novela!
―Por
supuesto que no ―contesté―, pero entonces serán capaces de crear deliciosos brioches.
5 comentarios:
Pues no, no todo el mundo es capaz de escribir una novela, pero tú ya la has escrito. Y las que te quedan. Y para las épocas bajas, si no salen los brioches, siempre quedan los sandwiches de nocilla. A mi me encantan... ;). Bss
¡¡¡Desbordas creatividad!!! Creo que tengo que empezar a dedicarme a hacer brioches... XD.
Brioches, magdalenas, panecillos, bollos y rebollos, todo lo que haga falta, chicas!! ;-)
Muy bien ¡perla!y sobretodo rebollos. :DD
Caramba de lo que se entera una!!! y yo en las nubes!!! Tienes también chispa, y eso, si que se tiene o no se tiene!!! Felicidades.
Publicar un comentario