29 ago 2019

En la cama con Heidegger

Martin Heidegger de David Levine


Almudena estaba rota de la risa escuchando las anécdotas de Beatriz en Berlín. Me encantaba verla así, sobre todo esa noche. Me hacía sentir un poco menos mala amiga.
Aquella tarde estaba frente al ordenador resoplando, llevaba en aquella postura 3 horas, cuando me llamó Almudena para invitarme a la inauguración de su nuevo piso. Me llevé el móvil a la frente y pensé rápidamente una excusa para no ir. No es que no quisiera, es que la liada que tenía encima era cuanto menos surrealista. Por la mañana, la Decana Wang me había llamado desde China, al ver su nombre como llamada entrante me hizo presagiar lo peor, y así fue.
—¿Que se ha confundido Novela Realista con Realismo Social?
—Eso es, Elvira. Ayer cuando recibimos tus programas nos dimos cuenta de que debió de haber problemas con la traducción y de ahí la confusión.
—¿Confusión? No es una confusión, Profesora Wang, ¡es un tremendo error a una semana de empezar las clases!
Joan, que estaba sentado a mi lado en el sofá, me pidió que me calmara gesticulando con las manos. Lo hice, bueno, lo intenté.
—Lo siento, Profesora Wang, estoy un poco nerviosa porque no me esperaba que se pudieran confundir los nombres de mis asignaturas. Y, ahora que sé que en verdad imparto Novela Social y no Novela Realista, me supone volver a empezar, prepararlo todo de nuevo, y no tengo ni 7 días para hacerlo.
—Oh, Elvira —dijo riéndose—, estate tranquila, por favor, confiamos en ti, lo prepararás muy bien y los alumnos seguirán encantados contigo, eres una profesora extraordinaria, todos los dicen. Bien, nos vemos la próxima semana, cuídate.
Y así se lavó las manos, señores. Los chinos eran únicos en pasarte un marrón y, encima, hacer que estuvieras orgullosa de él.
—Almu, es que… de verdad que hoy no puedo, ni te imaginas la que tengo encima…
—Ya, claro, pero me hace tanta ilusión.
Y es que cuando tu amiga, tu buena amiga, la que quieres con locura, pronuncia la palabra “ilusión” después de haber pasado unas semanas horribles, te doblegas.
—Vale, ¿pero te importa que lleve a Darío y a Beatriz? —La preocupación de la confusión de China no me iba a dejar disfrutar de la noche, así que qué mejor idea que llevar a tus dos amigos actores como parapeto—. Son amigos del primer máster. Yo creo que te los presenté, pero igual ni te acuerdas, hace 9 años, claro. Son majísimos, se marcharon de Madrid un tiempo y, hará cosa de un año, nos hemos vuelto a juntar. Te partes con ellos, de verdad.
Por suerte vivía en Madrid y traficar con amigos era de lo más habitual, porque de haber estado en Bilbao esta situación hubiera sido imposible:
—Elvi, ¿cómo que quieres traer a dos amigos de fuera a la cena de la cuadrilla?
¡Alerta, alerta! ¡Muros de contención social elevados! Vale, soy un poquito exagerada, no es así exactamente, por supuesto que alguien que no pertenezca a una cuadrilla bilbaína puede pasar un rato en ella, siempre y cuando entregue las 4 cartas de recomendación firmadas por uno o más miembros de la cuadrilla y se asegure que su estancia sea absolutamente esporádica. Es decir, bajo ningún concepto se admitiría la repetición del convite, evitando así el riesgo a una posible permanencia indefinida. Y es que Bilbao es un poquito cerrado, a ver, entiéndase cerrado como: hermético, impenetrable, sellado e inaccesible. Pero por lo demás es una ciudad preciosa, y más ahora con el Guggenheim.
—¡Claro! —exclamó Almudena—. Pensaba en un mano a mano, tú y yo, pero me encanta que vengan, además ahora que te vuelves a China me conviene conocer a gente. Perfecto, pues avísales, a las 20:30 en casa.
Y allí estábamos, llevábamos sentados casi 4 horas en el salón del nuevo piso de alquiler de Almu. Nos habíamos trincado, además de la cena, dos botellas de vino (íbamos por la tercera) y unas poquitas de cervezas.
—¡Te lo inventas todo, Bea, por favor! —gritó Darío muerto de la risa.
Beatriz apoyó los codos sobre la mesa y se escondió la cara entre las manos, como si aquello le fuera a devolver su tono serio, el que había perdido hace algo más de una hora relatando todo tipo de desvaríos en Alemania.
—Os lo digo en serio, los hombres alemanes son así, ¡no me lo invento! Mira, tú conoces a un tío que te gusta, ¿no?, yo por ejemplo, en el bar donde trabajaba, siempre llegaba un tío im-pre-sio-nan-te. No os hablo de un lechoso, era un morenazo de ojos verdes, mezcla de turco y alemán, ¡lo más! Entonces mi cerebro reconoce que me gusta, lo miro, él me mira, lo sonrío, él me sonrío, mi cerebro reconoce que yo le gusto. Me acerco, le pregunto si quiere que le sirva otra cerveza, me dice que sí, le guiño un ojo, me sonríe con timidez y agacha la cabeza, mi cerebro reconoce que esa noche me lo tiro. Bien, ¿qué pasa finalmente?, que el tío paga y se va, ¡se va!, ¿se va?, ¡sí, se va! Conclusión, sus señales no corresponden a las nuestras, las únicas señales que entiende un alemán son verbalizar un alto y claro “me gustas, tío”. Si no, os aseguro que no lo captan, creo que piensan que les faltan parámetros para entender la situación pre apareamiento.
Todos nos reímos. Almudena me sirvió más vino.
—Me encanta esta chica —me dijo llenándome la copa.
—Así que, claro, cuando conocí a Karl anduve más espabilada. Me lo presentó una amiga en una fiesta, y lo mismo, miradita por aquí, sonrisita por allá y pensé: si seguimos así, otro que se me va. Fui directa, y le propuse ir a mi apartamento, lo entendió y yo entendí lo mal que lo había hecho hasta el momento, porque llevaba 5 meses en Berlín y seguía casta y pura.
—Los parámetros, Bea, los parámetros —dijo Darío. Me hizo mucha gracia, me divertían sus puntualizaciones.
—Eso debió de ser. La cosa es que yo estaba loca con mi novio alemán, y mi novio por aquí y mi novio por allá, llevábamos 3 meses y todo iba fenomenal, hasta que un día después de follar, me pregunta: “¿Beatrgggis, qué somos?”, coño, que se me pone existencialista… “¿Qué somos?”, repitió. Yo de verdad que estaba completamente perdida, pero tampoco quería que pensara que era una simple, así que le suelto: “Somos Dasein, cariño”.
Darío y yo rompimos en un verdadero ataque de risa. Él empezó a aplaudir, y yo me tuve que poner de pie porque de la risa empezaba a faltarme el aire.
—¡Mira, cómo se ríen estos! ¿Qué hubierais hecho vosotros? Heidegger es muy socorrido para estos momentos. Conclusión, mi Karl de existencialista tenía más bien poco, lo que me estaba preguntando era que si éramos novios formales o si lo nuestro era un rollito.
—¿Y tú que le dijiste? —preguntó Almu porque Darío y yo seguíamos descompuestos.
—Uy, yo me hice la tonta, no le iba a decir que llevaba teniendo novia desde hacía 3 meses, le hubiera explotado la cabeza. Así que en ese momento acordamos que éramos una pareja formal, establecimos nuestro aniversario y él lo anotó en su Google Calendar, y todos contentos.
—Qué diferente de un español, ¿verdad?
—La noche y el día, Almudena. ¿Quieres más vino?  —le preguntó ya rellenándole la copa sin esperar respuesta. Habían congeniado muy bien las dos, y eso me gustaba. Mirándolas me volví a sentar—. Bueno, pues esperad que viene lo mejor… Llegó el año de noviazgo, ¿no?, y todo muy bien si no fuera porque el chico había establecido únicamente dos días a la semana para follar.
—¿Cómo que dos días establecidos?, no entiendo.
—Ni yo, Darío, hijo, eso no lo entiende nadie. A ver, nunca se establecieron como tal de forma oficial, pero sutilmente los martes y viernes eran los únicos días que follábamos. Al principio pensé que era casualidad hasta que un domingo le empecé a meter mano y me dijo claramente que no faltaba tanto para el martes, que no fuera impaciente.
—Hostias… —dijo Almu mirándome, buscando cierta complicidad, pero yo había entrado en el bucle de la risa tonta y todo me parecía ya un despropósito—. ¿Y qué hiciste?
—Uy, pues buscarme a otro.
—¡Muy bien, Bea! —aplaudió Almu.
—No, no, no, pero sin dejar a Karl, ¿eh? Claro, yo ahora soy una cuarentona a la que, sinceramente, muchas veces le da pereza follar, pero con treinta y pocos era lo único que me apetecía hacer, ¡por favor! Así que no podía dejar a Karl, porque yo me imaginaba que sería lo mismo con el nuevo. Por lo tanto, que si uno establecía los martes y viernes, el otro podría hacerlo los miércoles y domingos y, amigos míos, ¡así me hacía la semanada!
Darío se levantó y con las manos en alto empezó a alabarla.
—¡Eres la mejor, Bea!
Yo intenté hacerlo también pero entre el pedo que llevaba y la risa que no me daba tregua, aborté el plan.
—Así que conocí a Otto, y lo mismo: sonrisita, miradita, “me gustas, tío”, tres meses de probaturas, y la pregunta: “¿Beatrgggis, qué somos?”, y claro, llegados a ese momento, y compartiéndolo con Karl, yo ya lo tenía muy claro: “tú no sé, yo bastante puta”. —Todos explotamos en carcajadas y aplausos—. Ah, y nuestros dos días fueron los lunes y los sábados.
Cogí una servilleta y me sequé los ojos, parecía una vieja pero me había hecho reír tantísimo que no podía parar de llorar. Adoraba a Bea y su sentido del humor, era imparable.
—Y ahora, Bea, ¿sales con alguien? —preguntó Almudena.
La atmósfera cambió de color y yo me arrepentí de no haber hablado antes con Almu para contárselo, ni me di cuenta, de hecho se me había olvidado, Beatriz hacía que siempre se nos olvidara.
Darío y yo quedamos en silencio, un silencio espeso, intencionado, cobarde.
—No, Almudena —respondió Beatriz—. Ahora no salgo con nadie. —Nos miró pero yo agaché la cabeza y la oí continuar—: Mi chico murió hace año y medio, con su moto, volviendo de trabajar.
—Oh, lo siento muchísimo, Beatriz, siento haberlo preguntado, si es que a veces… Lo siento mucho.
—Gracias, no te preocupes, de verdad. Pero, sí, fue un golpe duro, porque era español, si hubiese sido alemán la pérdida no habría sido tanta.
Y, sin querer, nuevamente me brotó la risa tonta, Darío no tardó en seguirme y Almudena, aunque le daba cierta vergüenza, terminó riéndose con nosotros, y es que Beatriz era esa mujer que sobrevivía haciendo de la vida un continuo chiste, porque si no, según ella, no merecía la pena vivirla.
—Bueno, cuando paréis de reír, os cuento mi verano en Nueva Delhi y cómo conocí a Suhas, pero antes abrimos otra botella, ¿no?


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