15 may 2021

Samara

 

Samara por Guacala

Hace 19 años recibía una llamada en mi Nokia 3210. En la pantalla aparecía el nombre de Jaime.

—¿Qué? —contesté mientras abría la cama y me metía dentro.

—Siete días… —y colgó.

Esa misma noche habíamos ido al cine a ver la película de The ring y lo que no sabía es que mi amigo iba a estar con la bromita más de mes y medio. Un año más tarde, viviendo en China, compré en un bazar una copia de la versión japonesa y la guardé. Pocos meses después, cuando Jaime vino a visitarme, la vimos juntos y, como si de dos expertos críticos de cine nos tratásemos, coincidimos en que la japonesa era muy superior a la norteamericana, principalmente por la fotografía, sí, sí, si, por la fotografía.

Esta semana, 19 años más tarde, recibía una llamada de Wechat en mi Huawei Nova 6. En la pantalla aparecía el nombre de Jaime.

—No te lo vas a creer —dije nada más aceptar la llamada. Y cogiendo el vaso de café me senté en el sofá de mi nuevo apartamento en China.

—De ti cualquier cosa.

—He conocido a Samara.

 

Entré en el despacho que compartía con Verónica quejándome de los alumnos de 4º y de sus TFGs.

—Y luego, claro, querrán aprobar, pues dime cómo, ¡¿cómo?! —Dejé los libros sobre mi mesa, me senté y con la silla de rueditas me acerqué hasta ella—. ¿Nos vamos a comer?

—Oh, Elvi, lo siento, ya le he dicho a Narumi que iríamos juntas.

Verónica desde que llegamos de nuestra cuarentena había estrechado lazos con el Departamento de Japonés. En parte lo entendía, había decidido no renovar, el próximo semestre se mudaba a Japón donde daría clases en la Universidad de Osaka. Supongo que afianzar su nivel de japonés era una prioridad, lo que me chirriaba era su novedosa amistad con Narumi, ya que antes de la pandemia tuvo más que palabras con ella por, supuestamente, un malentendido que dejó en muy mal lugar a Verónica y por el que nunca recibió una disculpa.

—¿Con Narumi? ¿Otra vez? No sabía que te había pedido perdón.

—No empieces, Elvi. Es otra cultura.

—Ya, la del harakiri pero a terceros, ¿no?

—¿Qué quieres que haga? Me quedan dos meses aquí, quiero disfrutarlos. A ti no te gusta ir a la ciudad, te pasas el día en el campus mirando el lago.

—¿Qué tiene de malo el lago?

—¡Que es agua estancada, por dios!, que necesito salir, despejarme. Y con Narumi puedo hacerlo, además practico mi japonés. ¿Qué otras opciones tengo? Dime, ¿eh? ¿Quieres que salga con Esteban o Raúl o Marina?

—Buff, no, por favor. Qué pereza.

Lo cierto es que nuestro Departamento estaba constituido por una fauna bastante poco agraciada; desde el necio que con un CAP se cree Camilo José Cela, al aventurero que estudió filosofía y aterrizó en China para vivir la experiencia o la psicóloga, casada con un ingeniero que mandaron a China con un contrato expat, quien decide probar suerte en la enseñanza porque parece “guay”. Y es que mientras a los profesores chinos se les exige un doctorado, a los extranjeros simplemente ser nativos y tener un master en cualquier grado. Vero y yo habíamos entendido que en China era imposible hacer carrera, por eso no íbamos a renovar, estaba claro que las universidades chinas preparaban un ejército de profesores altamente cualificados porque era cuestión de tiempo (muy poco tiempo) deshacerse por completo de la mediocridad extranjera que inundaba sus departamentos.

—¡Lo ves! Narumi es la mejor opción, además es un encanto, solamente hay que conocer su forma de ser y entenderla.

En esta vida estoy enamorada de dos mujeres, una es Almudena, porque no conozco persona más bonita y otra es Verónica porque admiro su inteligencia y su incapacidad de ver la maldad en los demás.

—Está bien —dije—, voy con vosotras. —Vero me miró aterrada—. Tranquila, no le voy a decir nada, voy a comportarme como una mujer madura, empática y muy, muy, muy, muy respetuosa.

—Te ha crecido mucho el pelo, Narumi —dije en inglés. Estábamos las tres sentadas en una mesa cerca de la puerta de la cantina. Narumi me sonrió y dijo que sí, que le gustaba así. Miré a Verónica y le dije en español—: Se parece a Samara saliendo del pozo.

Verónica apretó los ojos, respiró profundamente y no contestó. Inmediatamente se dirigió a Narumi y le preguntó por su comida.

—Muy rica —contestó—. Me gustan mucho las berenjenas así cocinadas, es una receta china que siempre preparo cuando regreso a Japón.

—Oh, perdonad, me están llamando —dije y metí la mano en el bolso. Saqué el móvil, me lo acerqué a la oreja y luego ofreciéndoselo a Verónica le dije—: Es para ti.

—¿Para mí? ¿Quién es? —Nerviosa se lo colocó en la oreja sin mirar la pantalla, entonces arrimándome a ella, que la tenía al lado, le susurré en español: “Te quedan siete días…”—. ¡¡Elvira!!

Empecé a reírme como una idiota acordándome de Jaime, porque solo Joan y él me permiten seguir siendo una niña a mis 43 años. Después me pidió que me marchara, que seguro que llegaba tarde a mi clase.

—No tengo clase —refunfuñé.

—Sí que la tienes. Elvira, vete. —Esta última frase la dijo en español y apretando los dientes, así que supe que tenía que irme sí o sí.

—Adiós, Samara —dije con una sonrisa al levantarme de la mesa. Oí suspirar a Vero.

Una semana más tarde estaba en el despacho peleándome con la impresora cuando Verónica entró.

—¿Sabes por qué este cacharro no funciona? —pregunté.

—Porque habrás hecho algo mal. ¿Vamos a comer?

Sorprendida la miré. Hoy era jueves, y los jueves tenía comida con su íntima amiga Narumi y algunos profesores del Departamento de Francés. No sé exactamente cuándo se instauró ese ritual, solo recuerdo que el primer día que me lo propusieron dije un rotundo NO, antes muerta que comer con un ramillete de franceses gangosos. Sí, me llevo mal con toda la universidad si es lo que os estabais preguntando.

—Hoy es jueves —intenté aclarar.

—Lo sé, pero no voy a ir a comer con ellos.

Entonces me lo contó. Parece ser que Narumi, hacía un par de días, le dijo que Cédric le había hecho un par de comentarios muy desafortunados sobre su no-renovación, parece ser que había dado a entender que era el Departamento el que no quería hacerle un nuevo contrato, parece ser que explicó que Verónica dejaba mucho que desear como profesora según comentarios que había escuchado de sus propios alumnos.

—¡Oh, por favor! —exclamé—. Todo el mundo sabe que Cédric es un misógino de mierda. Piensa que la mujer solo sirve para parir a sus hijos, llevar su apellido y follársela 2 días, mínimo, por semana. Así está, más solo que la una a sus 38 años. Porque tanto Cédric, como especímenes como él, cuando se topan con un cerebro de mujer colapsan. Son pura inseguridad. Machirulos acojonados. Necesitan decir mentiras sobre las mujeres como tú, vuestra inteligencia les revienta la cabeza. Ni caso, ¡ni caso!

—Lo sé, pero me afecta… Además decir tales cosas sabiendo la relación que tengo con Narumi, no sé… Es un poquito de mala persona.

Me hizo reír con ese inocente “poquito”.

—Bueno, no te preocupes, ¿sabes lo que vamos a hacer? Narumi, tú y yo, nos vamos a ir a la cantina y nos vamos a poner de berenjenas hasta las orejas. Venga, coge tu bolso.

—Vale, pero Narumi no viene, se ha ido a comer con ellos.

Estaba casi saliendo por la puerta pero me paré en seco y retrocedí hasta plantarme frente a ella.

—¿Ellos? ¿Con quién?

—Con los franceses —contestó.

Dejé de nuevo el bolso sobre la mesa, me apoyé en ella y me crucé de brazos.

—¿Narumi ha ido a comer con Cédric?

—Sí, claro, ellos son amigos.

—¿Amigos? —No tenía sangre, tenía fuego—. Si tan buenos amigos son, ¿por qué te cuenta sus conversaciones privadas en las que te deja en tan mal lugar? ¿Cuál se pensaba Narumi que iba a ser tu reacción? ¿Por qué te ha dicho semejante cosa si luego ella va a seguir manteniendo una amistad cordial con él? ¿No tiene principios? ¿A qué se dedica, a traficar con el corre-ve-y-dile? ¿Qué coño…?

—Elvira, no empieces, Narumi lo ha hecho por mi bien, para que sepa cómo es realmente Cédric.

—¡Todos sabemos cómo es Cédric!, ¡Cédric es gilipollas, lo dice su pasaporte, no hace falta indagar mucho! ¡Virgensantadelamormisericordioso! ¡Verónica, por favor! ¡POR FAVOR!

—Ves, no te puedo contar nada porque enseguida te pones a gritar…

—Escúchame. —Me acerqué a la puerta y la cerré, al volver me senté en mi silla—. Tenemos a la Samara liberada, sacando agua como una loca para no regresar jamás al pozo de donde nunca debió salir, nos va a ir eliminando una a una y ha empezado contigo, de momento los jueves te ha sacado de la comida con los gabachos, mientras ella se ha quedado dentro reinando el cacareo. Está bien —dije. Respiré y me recoloqué en la silla—. Nos quedan solamente dos meses en esta universidad, pero podemos salir por la puerta grande o con una reputación muy cuestionable. Sabes que esos chismes en China, aunque sean mentira, corren como la pólvora.

—¿Y qué vamos a hacer?

 

—Y ¿qué vais a hacer? —preguntó Jaime.

—Sinceramente, no lo sé.

—Pues date prisa en pensar algo porque te quedan seis días…

 

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