3 jul 2021

Empollones

Desconocido


Estaba en el salón del apartamento de Verónica, sentada en el sofá con su portátil sobre las rodillas.

—¡Pasa la siguiente imagen! —me increpó.

—Ah, vale, sí, sí, la siguiente —y presionando intro cambié la diapositiva del PowerPoint.

Vero me había pedido que escuchara su discurso de presentación de la Universidad de Osaka, así que después de cenar crucé el descansillo y me planté en su casa. Llevaba casi 20 minutos oyendo no sé qué en japonés.

—Vale, eso sería todo, ¿qué te ha parecido?

—¡Muy bien, muy bien, muy bien! ¡Es una presentación soberbia!

—¡Elvi, pero si no has entendido ni una palabra! —Cierto, pero creo que las dos teníamos claro que mi presencia allí era como simple figura de apoyo y eso era lo que estaba haciendo—. ¡No está bien, sé que no está bien! Voy a hacer el ridículo y es posible que al escucharme cambien de opinión y rescindan mi contrato.

Bien, admiro mucho a mi compañera pero hay que matizar que Verónica era la típica empollona del colegio que lloraba histéricamente después de cada examen asegurando que lo iría a suspender, y yo era esa compañera mediocre de al lado que la tenía que consolar aun sabiendo que no solo no suspendería sino que además sacaría un sobresaliente. Sí, todos tenemos en la cabeza a alguien así, ¿verdad?

Apreté la mandíbula con disimulo y me froté la frente con la vista fija en el portátil.

—¡Elvi, no lo puedes entender pero me juego mucho! ¡Mucho! ¡Los japoneses no se andan con tonterías!

—Lo sé, lo sé pero, Vero, vamos, no te van a rescindir el contrato, por favor. Tu CV es brillante y has alcanzado un C1 de japonés en poco más de año y medio, ¡eres un prodigio de mujer! Tienes que estar tranquila.

—¿Tranquila? ¡¿Tranquila?! ¿Qué quieres, que sea como tú? ¿Cómo va tu alemán?

Sí, ese es otro golpe muy habitual de las empollonas: recordarte lo inepta que eres. En vez de gestionar su inseguridad prefieren el ataque hiriente a terceros. Respiré hondo de manera exagerada para mostrarle mi molestia y dejé con calma su portátil sobre la mesita de café.

—Ya no me mudo a Leipzig.

—¿Y eso? ¿Te han descartado?

—No, no, no, he sido yo, les escribí para abandonar la candidatura. Seamos sinceras, no iba a aprobar el examen de alemán. Además… bueno, además… —titubeé recordando que a pesar de que Vero y yo habíamos retomado la relación seguía sin contarle muchas cosas—, me han ofrecido algo interesante en Madrid. Vuelvo a Madrid.

—Pero ¿y Leipzig? No me puedo creer que hayas rechazado la posibilidad de trabajar en una de las mejores escuelas de teatro de Europa solo porque no has sido constante con el alemán. ¡Elvira, por favor!

Sí, y vamos con un nuevo golpe: las empollonas, durante su brote de ansiedad, son únicas en humillarte.

—Vero… —dije resoplando—, no descarto Leipzig en un futuro, pero ahora necesito Madrid, lo necesito con toda mi alma, necesito volver a casa y estoy muy contenta con lo que me ha salido. No busco más.

—Bien, si te conformas con eso...

Dadme un cuchillo, por favor.

Al día siguiente preparaba café a las 5.20 de la mañana. Observaba la cafetera en el fuego y pensaba que ya que me había sincerado con Vero debía hacerlo con Max. Hacía casi dos semanas que me había llegado la oferta de Madrid y todavía no me había atrevido a decirle que dejaba nuestras clases secretas de alemán. Había invertido mucho tiempo en ayudarme y, sinceramente, no sabía cómo se lo iba a tomar. Sé que no había hecho bien las cosas, me sentía muy culpable.

Empujé los hombros hacia atrás delante de su puerta. Saqué el móvil, eran las 5.58, sin dejar de mirarlo esperé hasta las 6 en punto. Dibujé una falsa sonrisa en mi cara y toqué a la puerta. Max abrió.

Guten Morgen, Herr Srrraiba!

Entré sin mirarle a la cara y dejé mi bolso sobre la mesa del comedor. Saqué el termo de café y mi cuaderno y los dispuse con orden. Cuando sentí que se había acercado, levanté la vista.

—Hoy tengo que contarte una casa —dije en inglés. Fui a sentarme pero como él permanecía de pie decidí imitarlo—. Es muy graciosa. La cosa. La cosa es muy graciosa. Muy, muy graciosa. Vas a reírte mucho, Max. —Pero por el momento no parecía hacerle ninguna gracia y me miraba como un cirujano a su paciente antes de operarlo—. Bueno, los dos vamos a reírnos mucho, mucho. ¡Qué divertido! ¡Qué divertido! ¡Oh, dios mío! ¡No te tomo en pelo! ¡En serio! ¡Morimos de la risa! ¡Oh, mi señor! ¡Voy a romper tu culo! —Y al ver su cara me di cuenta de que no había hecho una correcta traducción de “partirse el culo”. Él se sentó así que lo imité inmediatamente—. Vale, sí, es mejor sentarnos. Verás, Max —tragué saliva—, me estás ayudando mucho a aprobar el examen de nivel que me piden en Leipzig, y yo te lo agradezco mucho, mucho, mucho. Pero no me voy a presentar, ¿vale?, no lo voy a hacer. Yo, no. No —dije y sellé la boca sobreponiendo un labio sobre el otro con fuerza.

—¿Por qué no? —preguntó con calma.

—Porque no voy a aprobar.

—No, no vas a aprobar —dijo, agaché la cabeza con vergüenza.

—Me llegó una oferta de Madrid y he aceptado.

—Entonces, ¿regresas a Madrid?

—Sí.

Por un momento me sentí como una niña pequeña justificándose ante un padre autoritario cuestionando sus infantiles decisiones.

—Está bien. Se acabaron las clases de alemán. Nada más que comentar.

—Voy a pagarte, Max, voy a pagar por tu tiempo, por supuesto.

—No necesito el dinero. Está bien así. Entiendo tu decisión, de verdad. Y creo que, por el momento, es la forma más coherente de actuar. Sé lo mucho que deseas regresar a Madrid, no hay día que no lo menciones. Te entiendo y estoy contento por ti.

Lo miré sorprendida, tras el episodio de Verónica pensaba que me iría a encontrar con un frío Max que destrozaría mi poca autoestima insultando mi escasa capacidad para los idiomas. Pero no fue así, como el primer día de clase volvía a enternecerme.

—Voy a pagarte, en serio, voy pagarte —repetía sin poder soltar ni un ápice de mi culpa tras sus palabras.

—Solo te pido que digas algo mejor de mí, ¿no?

—¿Cómo? —pregunté desorientada.

—¿Gollum?

—¿Qué?

—En tu blog Novelife, donde escribe tus cosas, me llamaste Gollum.

Y a veces, solo a veces, se juntan mis dos mundos y cuando ocurre me siento desnuda. Me contó que fue fácil encontrarlo introduciendo mi nombre en internet y que Google le daba la opción de traducir los relatos directamente a alemán. Cerré los ojos y solo quería desintegrarme en mitad de su salón.

—Te pido perdón, pero no es la realidad, son tonterías que escribo, no es la realidad. —Aquella no-realidad me había costado más de un enfado de varios amigos míos, cierto.

—Solo di algo mejor, creo que no todo es tan feo en mí, mis ojos por ejemplo —dijo entornando su silenciosa mirada de azul intenso—. Puedes decir que se parecen al mar Báltico —sugirió y lo miré absorta, engullida por sus ojos, como quien admira el mar Báltico desde el tranquilo paseo marítimo de Travemünde.

—Lo haré —dije sonriendo.

Recogí mis cosas y sin atreverme a abrazarlo salí al descansillo, nuestro descansillo.

—Gracias por todo, Max, es probable que vuelva a intentar Leipzig en un par de años.

—Bien, a mí no me llames para ayudarte.

Solté una carcajada que no esperaba. Y después quedé en silencio mientras en mi cabeza lo abrazaba con fuerza y le agradecía que fuera un empollón diferente.

  

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