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Desconocido |
Estaba en el salón del apartamento de Verónica, sentada
en el sofá con su portátil sobre las rodillas.
—¡Pasa la siguiente imagen! —me increpó.
—Ah, vale, sí, sí, la siguiente —y presionando intro cambié la diapositiva del PowerPoint.
Vero me había pedido que escuchara su discurso de
presentación de la Universidad de Osaka, así que después de cenar crucé el
descansillo y me planté en su casa. Llevaba casi 20 minutos oyendo no sé
qué en japonés.
—Vale, eso sería todo, ¿qué te ha parecido?
—¡Muy bien, muy bien, muy bien! ¡Es una presentación
soberbia!
—¡Elvi, pero si no has entendido ni una palabra! —Cierto,
pero creo que las dos teníamos claro que mi presencia allí era como simple
figura de apoyo y eso era lo que estaba haciendo—. ¡No está bien,
sé que no está bien! Voy a hacer el ridículo y es posible que al escucharme
cambien de opinión y rescindan mi contrato.
Bien, admiro mucho a mi compañera pero hay que matizar
que Verónica era la típica empollona del colegio que lloraba histéricamente
después de cada examen asegurando que lo iría a suspender, y yo era esa
compañera mediocre de al lado que la tenía que consolar aun sabiendo que no
solo no suspendería sino que además sacaría un sobresaliente. Sí, todos tenemos
en la cabeza a alguien así, ¿verdad?
Apreté la mandíbula con disimulo y me froté la frente con
la vista fija en el portátil.
—¡Elvi, no lo puedes entender pero me juego mucho!
¡Mucho! ¡Los japoneses no se andan con tonterías!
—Lo sé, lo sé pero, Vero, vamos, no te van a rescindir el
contrato, por favor. Tu CV es brillante y has alcanzado un C1 de japonés en poco
más de año y medio, ¡eres un prodigio de mujer! Tienes que estar tranquila.
—¿Tranquila? ¡¿Tranquila?! ¿Qué quieres, que sea como tú?
¿Cómo va tu alemán?
Sí, ese es otro golpe muy habitual de las empollonas:
recordarte lo inepta que eres. En vez de gestionar su inseguridad prefieren el
ataque hiriente a terceros. Respiré hondo de manera exagerada para mostrarle mi
molestia y dejé con calma su portátil sobre la mesita de café.
—Ya no me mudo a Leipzig.
—¿Y eso? ¿Te han descartado?
—No, no, no, he sido yo, les escribí para abandonar la candidatura.
Seamos sinceras, no iba a aprobar el examen de alemán. Además… bueno, además… —titubeé
recordando que a pesar de que Vero y yo habíamos retomado la relación seguía
sin contarle muchas cosas—, me han ofrecido algo interesante en Madrid. Vuelvo
a Madrid.
—Pero ¿y Leipzig? No me puedo creer que hayas rechazado
la posibilidad de trabajar en una de las mejores escuelas de teatro de Europa
solo porque no has sido constante con el alemán. ¡Elvira, por favor!
Sí, y vamos con un nuevo golpe: las empollonas, durante
su brote de ansiedad, son únicas en humillarte.
—Vero… —dije resoplando—, no descarto Leipzig en un
futuro, pero ahora necesito Madrid, lo necesito con toda mi alma, necesito
volver a casa y estoy muy contenta con lo que me ha salido. No busco más.
—Bien, si te conformas con eso...
Dadme un cuchillo, por favor.
Al día siguiente preparaba café a las 5.20 de la mañana.
Observaba la cafetera en el fuego y pensaba que ya que me había sincerado con
Vero debía hacerlo con Max. Hacía casi dos semanas que me había llegado la oferta
de Madrid y todavía no me había atrevido a decirle que dejaba nuestras clases secretas de alemán. Había invertido mucho tiempo en ayudarme y, sinceramente,
no sabía cómo se lo iba a tomar. Sé que no había hecho bien las cosas, me
sentía muy culpable.
Empujé los hombros hacia atrás delante de su puerta.
Saqué el móvil, eran las 5.58, sin dejar de mirarlo esperé hasta las 6 en
punto. Dibujé una falsa sonrisa en mi cara y toqué a la puerta. Max abrió.
—Guten Morgen,
Herr Srrraiba!
Entré sin mirarle a la cara y dejé mi bolso sobre la mesa
del comedor. Saqué el termo de café y mi cuaderno y los dispuse con orden.
Cuando sentí que se había acercado, levanté la vista.
—Hoy tengo que contarte una casa —dije en inglés. Fui a
sentarme pero como él permanecía de pie decidí imitarlo—. Es muy graciosa. La
cosa. La cosa es muy graciosa. Muy, muy graciosa. Vas a reírte mucho, Max. —Pero
por el momento no parecía hacerle ninguna gracia y me miraba como un
cirujano a su paciente antes de operarlo—. Bueno, los dos vamos a reírnos
mucho, mucho. ¡Qué divertido! ¡Qué divertido! ¡Oh, dios mío! ¡No te tomo en
pelo! ¡En serio! ¡Morimos de la risa! ¡Oh, mi señor! ¡Voy a romper tu culo! —Y al
ver su cara me di cuenta de que no había hecho una correcta traducción de “partirse
el culo”. Él se sentó así que lo imité inmediatamente—. Vale, sí, es mejor
sentarnos. Verás, Max —tragué saliva—, me estás ayudando mucho a aprobar el
examen de nivel que me piden en Leipzig, y yo te lo agradezco mucho, mucho,
mucho. Pero no me voy a presentar, ¿vale?, no lo voy a hacer. Yo, no. No —dije y sellé
la boca sobreponiendo un labio sobre el otro con fuerza.
—¿Por qué no? —preguntó con calma.
—Porque no voy a aprobar.
—No, no vas a aprobar —dijo, agaché la cabeza con
vergüenza.
—Me llegó una oferta de Madrid y he aceptado.
—Entonces, ¿regresas a Madrid?
—Sí.
Por un momento me sentí como una niña pequeña
justificándose ante un padre autoritario cuestionando sus infantiles
decisiones.
—Está bien. Se acabaron las clases de alemán. Nada más
que comentar.
—Voy a pagarte, Max, voy a pagar por tu tiempo, por
supuesto.
—No necesito el dinero. Está bien así. Entiendo tu
decisión, de verdad. Y creo que, por el momento, es la forma más coherente de
actuar. Sé lo mucho que deseas regresar a Madrid, no hay día que no lo
menciones. Te entiendo y estoy contento por ti.
Lo miré sorprendida, tras el episodio de Verónica pensaba
que me iría a encontrar con un frío Max que destrozaría mi poca autoestima
insultando mi escasa capacidad para los idiomas. Pero no fue así, como el
primer día de clase volvía a enternecerme.
—Voy a pagarte, en serio, voy pagarte —repetía sin poder
soltar ni un ápice de mi culpa tras sus palabras.
—Solo te pido que digas algo mejor de mí, ¿no?
—¿Cómo? —pregunté desorientada.
—¿Gollum?
—¿Qué?
—En tu blog Novelife,
donde escribe tus cosas, me llamaste Gollum.
Y a veces, solo a veces, se juntan mis dos mundos y
cuando ocurre me siento desnuda. Me contó que fue fácil encontrarlo
introduciendo mi nombre en internet y que Google le daba la opción de traducir
los relatos directamente a alemán. Cerré los ojos y solo quería desintegrarme
en mitad de su salón.
—Te pido perdón, pero no es la realidad, son tonterías
que escribo, no es la realidad. —Aquella no-realidad me había costado más de un
enfado de varios amigos míos, cierto.
—Solo di algo mejor, creo que no todo es tan feo en mí,
mis ojos por ejemplo —dijo entornando su silenciosa mirada de azul intenso—.
Puedes decir que se parecen al mar Báltico —sugirió y lo miré absorta, engullida por sus
ojos, como quien admira el mar Báltico desde el tranquilo paseo marítimo de
Travemünde.
—Lo haré —dije sonriendo.
Recogí mis cosas y sin atreverme a abrazarlo salí al
descansillo, nuestro descansillo.
—Gracias por todo, Max, es probable que vuelva a intentar
Leipzig en un par de años.
—Bien, a mí no me llames para ayudarte.
Solté una carcajada que no esperaba. Y después quedé en
silencio mientras en mi cabeza lo abrazaba con fuerza y le agradecía que fuera
un empollón diferente.
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