27 nov 2022

Que por qué te quiero

     

Shakin' Hands With The Holy Gosht de Balckberry Smoke


    Me desperté con la cara de Tomás a 5 centímetros de la mía. Parpadeé y él acortó la distancia un centímetro más. Tumbado sobre la almohada parecía estar poniendo huevos. Hola, gato, le dije. Saqué una mano de debajo del edredón y le acaricié las orejas. Hola, gato. Me olisqueó la nariz y se bajó de la cama de un salto. Me puse una vieja sudadera de la Trinity College y descalza me asomé al salón. Joan estaba sentado en su escritorio con los auriculares puestos. Hola, feo, le dije. No se giró, no se movió, no me escuchó. Me miré los pies desnudos y apreté los dedos contra el suelo. Hace frío, feo. Lo observé dibujar impasible y entré en la cocina. Alcé los brazos y fingí ser Tomás desperezándose. Pensé en los días que tenía una vida, una vida sin terminar y eran muchos, demasiados. Apreté el botón de la máquina de café. Joan siempre me dejaba preparada la dosis y el vaso, con tan solo una pequeña presión del dedo índice mi día daba comienzo. Vi salir el oro negro, me acerqué a la cafetera e inspiré con fuerza. Dejé el café sobre la mesa y fui al baño. No reconocí a la mujer del espejo. Me senté en el váter y me enrosqué papel higiénico sobre los dedos a modo de ovillo. Tiré de la cadena, Tomás apareció como alma que lleva el diablo. ¿Por qué te gusta tanto el agua si luego no puedes ni acercarte a ella? Me lavé las manos y saludé a la mujer que tenía enfrente. La llamé vieja y acabada. Sentada a la mesa, bebí el primer sorbo de café, cerré los ojos y deseé que el día estuviera acabando. Me gustaba descontarlos, uno menos. Uno menos. Tomás se sentó sobre mis pies desnudos y eso me reconfortó. Agaché la cabeza por debajo de la mesa y lo vi mirándome. Gracias, gato. Joan entró en la cocina dando una palma, ¿qué pasa aquí?, y se rio a carcajadas. Dime que es un chiste que sigamos vivos, le dije. Se colocó en el medio de la cocina y empezó a mover el culo de un lado a otro. Ven, me dijo. Me levanté sacudiendo a Tomás. Joan me agarró de las manos y me apretó contra él. Empezó a tararear Shakin’ Hands with the Holy Gosht de Blackberry Smoke. Me reí. Mi chico sabía dibujar pero no cantar. Nos balanceábamos de un lado a otro sin ningún ritmo, parecíamos dos sombras trastornadas en mitad de un pasillo abandonado. Me soltó y dio un par de palmas subiendo el tono. Sabía que su alma estaba en Atlanta. Cogí a Tomás del suelo y, levantándolo hacia los cielos, jaleé a Joan. El pobre animal se columpiaba en el aire mientras los dos gritábamos everybody knows, baby take it slow! Tomás se zafó y huyó de la cocina. Yo me acuclillé para verlo correr mientras me reía agarrada al pijama de Joan. Con un último grito, Joan se calló y con los brazos en cruz dio las gracias a la turba que había llegado desde tan lejos para oírlo cantar. Me ayudó a levantarme y cuando me tuvo frente a él, me sacudió el cabello de un lado a otro y después, con toda esa maraña de pelo sobre la cara, me beso. ¡Buenos días, nena!, dijo.

 

4 comentarios:

Mai dijo...

Pues qué maravilla de días. 😘

Susana Colt dijo...

Tengo el estómago encogiso, la sonrida en la boca y la sensación de un fin de película que en realidad es un comienzo, como cada día. Más días así, más días con besos de buenos días! ❤️

Elvira Rebollo dijo...

Mai, creo que quedan mejor escritas que vividas... ;-)

Elvira Rebollo dijo...

Susana, la cocina a veces también se nos llena de Montana Stomp.