19 mar 2023

Esa niña sí, no, esa no soy yo

 

Festival de viña, 1976. Mari Trini, Yo no soy esa

—Ya sé por qué vienes a verme cada dos semanas —dijo el viejo. Elvira apoyó la cabeza en la butaca y, mirando el techo de escayola, cerró los ojos—. Quieres certificarla.

Elvira abrió los ojos y se echó hacia adelante.

—¿Qué quiero certificar? —preguntó.

—Mi muerte.

Agustín, llevas muerto mucho tiempo.

—Igual que tú, querida. Y quizá sea eso lo que nos une.

—¿El purgatorio? —Se levantó y de su bolso sacó un sobre amarillo tamaño folio. Lo sostuvo con ambas manos—. Te he traído algo —. Se acercó a él y sobre sus rodillas depositó el sobre no demasiado grueso.

—¿Qué es esto? —Alzó la vista con una desdibujada sonrisa—. ¿Es tu investigación?

—Sabes cómo hacerme sentir mal. Mi investigación pesa cuatro veces más y dice cuatro veces menos.

El viejo profesor cogió el sobre y lo sostuvo en el aire con un leve balanceo.

—Cierto, poco hay aquí. ¿Tu testamento?

—¿Quieres verme muerta?

—Quiero verte.

Elvira sonrió y se sentó en el borde de la mesita de café. Juntó los pies y se los miró. Tenía dos pares de zapatos, los botines marrones de polipiel y las botas altas negras de tacón que ya nunca se ponía.

—No sé cuando fue la última vez que fui de compras tampoco sé por qué debería hacerlo. No necesito nada. —Alzó la vista y miró a su viejo profesor—.  Es mi novela.

Agustín, sosteniendo su mirada, lanzó el sobre al suelo.

—Agustín…

—¡Dolores! ¡Dolores! ¡Dolores!

—Agustín, necesito que la leas.

—¡Dolooores!

—Solo recibo negativas de las editoriales. Necesito que la leas y que seas sincero conmigo. Agustín, por favor.

—¡Dolores! ¡Maldita mujer! ¡Dolores!

—¡Virgen santa, virgen santa!, pero ¿qué pasa? —Dolores apresurada entró en el salón con un trozo de papel de aluminio que sostenía con dos dedos—. ¡A puntito de meter el bizcocho en el horno, señor mío, pero así no se puede, no se puede!

—¡Elvira se va! —gritó el viejo.

La mujer miró a Elvira sin entender demasiado.

—Bueno, bueno, pero si la chica conoce la salida de sobra.

—¡Se va, he dicho!

—Me voy, Dolores. —Elvira se levantó, tomó el bolso y el abrigo y se acercó a la puerta.

—¿Y eso? —dijo Dolores señalando el sobre en el suelo—. ¿Es tuyo, cariño?

—¡Eso es basura! —gritó el viejo—. ¡Llévatelo y tíralo!

Elvira vio como Dolores, sin preguntar nada más, se agachó a recogerlo del suelo, lo dobló por la mitad y se lo metió bajo el sobaco, también hizo una pelotita con el papel de aluminio y se lo guardó en el bolsillo del delantal. Después, las dos salieron del salón cerrando la puerta. En el descansillo, Elvira se puso el abrigo.

—Cariño, no se lo tomes en serio —dijo Dolores mientras le sostenía el bolso—. No ha vuelto a ser el mismo desde el derrame, ya lo sabes. Y es triste verlo así porque ya nadie viene a visitarlo, con lo que él ha sido, ¡con lo que esta casa ha sido! Es un cascarrabias, pero él te…

—Es difícil, Dolores —dijo cogiéndole el bolso y colocándose en el hombro—. Es difícil.

Se despidieron con un beso, Elvira bajó las escaleras y Dolores volvió a la cocina. Allí botó el sobre amarillo a la basura y volvió a recortar un trozo de papel aluminio que colocó sobre el molde del bizcocho. Vertió la masa sobre el recipiente y lo extendió con la espátula de goma para unificarla. Pensó que este le quedaría mucho mejor que el último, el truco estaba en añadir la justa medida de anís en grano. Empezó a tararear Yo no soy esa de Mari Trini: …de haber jugado con el amor de los demás…

—¡Doloooores!

Calló en seco. Colocó las manos sobre la encimera y farfulló:

—Señor, dame paciencia, porque si me das fuerza… —Siguió cantando—. Si de verdad me quieres, yo ya no soy esa que se acobarda en una borrasca…

—¡Dolores! ¡Doloooores!

La mujer abrió la puerta del horno, metió el pastel. Se sacudió las manos sobre el delantal y siguió cantando: luchando entre olas encuentra la playa, esa niña sí, no, esa no soy yo…

—¡Dolores! ¡Dolores! ¡Maldita seas entre todas las mujeres!, ¡Doloooooores!

Dolores entró en el salón fingiendo agitación.

—¡Ay, virgen!, pero ¿qué pasa ahora?

—Que está sorda, sorda, ¡sorda! —gritó el viejo.

—Ay, señor Agustín, la casa, que es muy grande, muy pero que muy grande y claro, cuando me meto en la cocina… Estaba con el bizcocho que ya sabe que mi prima Angelines me dijo: no pongas licor de anís, hazlo en grano, porque el licor lo amarga, ¡oiga!, ¿y se puede creer que probando solamente la masa así, un poquito…?, ¿sabe lo que le digo?, ¡qué diferencia!, porque Ana María, la mujer de mi cuñado Antonio, vamos, mi cuñada, la que tiene el hijo abogado, que gracias a eso, sus vecinos, los de Cedillo, ya sabe, allí en Toledo, no perdieron la casa porque si…

—¡Vale, vale, calle, calle, por dios, calle! No conozco a persona que escupa tanta información en tan poco tiempo —dijo pasándose la mano por la cabeza—. La basura.

—¿Qué basura?

—Qué basura va a ser: la basura.

Dolores aturdida se registró a sí misma y del bolsillo del delantal sacó la pelotita de aluminio.

—¿Esto? ¿La quiere?

—¿Y para qué voy a querer yo eso? ¡La basura! ¡El sobre!

—Válgame dios, el sobre, el sobre, virgen santa, ¡el sobre!

—Sí, sí, el sobre, Dolores, el sobre, deje de repetir las cosas cuatrocientas veces. El sobre, tráigamelo.

—Pero… Lo tiré a la basura.

—¡¿Y por qué hizo usted semejante cosa, Dolores?!

—Porque era basura. Usted me dijo que era basura.

—¡Tráigamelo!

Al cabo de diez minutos Dolores volvió a entrar en el salón con Mari Trini en la cabeza y el sobre en las manos.

—… yo no soy esa que tú te imaginas, una señorita tranquila y sencilla… ¡El sobre, aquí está! Lo he limpiado, no se preocupe. Limpio está, ya me conoce. ¿Se lo dejo aquí, en su escritorio?

—No, no, no, démelo, es importante, es muy importante.

—Bueno, pues para ser tan importante casi lo tira —dijo al dárselo—. … Que un día abandonas y siempre perdona, esa niña sí, no, esa no soy yo…

 

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