Bonito de Jarabe de Palo
Almudena se rio tapándose la boca. Sabía que no debía
hacerlo, no era el momento de reírse, pero su amiga Elvira siempre le hacía
hacer cosas de las que luego sentirse mal. Almudena pensaba que su amiga Elvira
era cruel en muchos sentidos, mientras que Elvira pensaba que Almudena era una
persona bonita. Elvira tenía dos personas bonitas: Joan y Almudena. Los
calificaba así porque eran los únicos seres humanos que conocía que sería
incapaz de atribuirles un adjetivo negativo. Cuando Elvira se enfadaba con su
novio lo miraba con rabia y finalmente le gritaba frustrada: “Eres, eres, eres…
¡eres un oso hormiguero!”, Joan se reía y después de unos días le dejaba sobre
su almohada un dibujo de un oso hormiguero con peto al que le salían corazones
dirigidos a una hormiguita de enormes pestañas. Elvira cogía el dibujo y pensaba
en lo bonito que era, lo infinitamente bonito que era Joan.
—Qué bonita eres, Almu —dijo Elvira. Almudena se quitó la
mano de la boca y le sonrió sincera—. Bonita de verdad.
—¿Y yo? —preguntó Bea.
—¿Tú qué?
—¿Yo no soy bonita?
—No, tú no —contestó Elvira sin dudar.
—¿Ni en momentos como este eres capaz de decirme algo
bueno?
Verdaderamente no era buenos tiempos. Las cinco últimas
semanas habían sido un carrusel de emociones para Beatriz, una tortura
emocional de la que no había hecho más que
empezar a participar. Se estaba acomodando porque sabía que eso era solo el
principio.
“Me han encontrado un bultito en la teta”, dijo Bea a
Elvira hacía 5 semanas por teléfono, “lo van a analizar”, “vale”, contestó
ella. “¿Es malo?”, le preguntó Almu a Elvira, por teléfono, al día siguiente, “no
lo sé, le darán los resultados en 21 días”. Una semana más tarde Elvira volvió
a llamar a Almu para decirle que sí, que era malo, que la operaban, “¿cáncer?”,
preguntó. “Es cáncer. Pero lo han cogido
a tiempo, tanto es así que me han dicho que al operarme y quitármelo no tendrán
ni que darme quimio”, dijo Bea a Elvira, por teléfono, el día anterior. Tres semanas más tarde, tras la operación, “todo ha ido bien, pero le van a dar
quimio para estar seguros”, dijo Elvira a Almu, por teléfono, “claro, hay que
estar seguros, estas cosas… señor, ay, señor…”. Clic.
Nueve días después de la operación estaban las tres amigas
en el salón de la casa de Bea, demasiado calor para disfrutar de la enorme
terraza, así que bajo el aire acondicionado se reían e insultaban a partes iguales.
—¿Y si vuelven a decretar el estado de alarma y me
cancelan las sesiones de quimio? ¿Qué voy a hacer entonces?
—Eso no va a pasar —dijo Elvira firmemente.
—¿Cómo lo sabes? ¡Mira lo que te pasó a ti! Y porque tu
oftalmólogo es Dios y movió cielo y tierra para poder operarte en plena
pandemia pero ¿y yo? ¡¿Y yo?!
—Eso no va a volver a pasar, la gente está muy
concienciada —mintió con la mirada clavada en Almudena evitando así cruzarse
con la de Bea—. Los hospitales no se van a volver a colapsar, la gente apenas
se junta en grupos, y si lo hace, ni se toca. He visto a grupos de
amigos dejando ¡hasta tres metros de distancia de seguridad! Saben que hay
otras enfermedades, saben que algo así no se puede repetir, hay muchos daños
colaterales, la gente tiene miedo, está siendo muy responsable.
—¿En serio, Elvi?
Elvira miró a su amiga y parpadeó rápidamente. Tragó
saliva.
—En serio, Bea.
—Oh, no, no, no, no llores, Bea, vamos… —dijo Almu—. Te
traigo un poquito más de zumo, ¿vale?, te va a hacer bien, ya verás. —Y salió del salón.
—No llores, Bea, de verdad, no llores porque no merece la
pena —dijo Elvira mirándola seria—. La vida es así, muy perra. ¿Te gusta leer?,
pues te dejo ciega. ¿Te gusta follar?, pues te amputo las tetas.
—Elvira, ¿para qué mierda has venido? —preguntó Bea.
—Para consolarte.
—Pues te aseguro que no lo estás consiguiendo, hija de la
grandísima puta.
—Ya… me pasa mucho, pues no sé hacerlo mejor…
—¿Y ahora de qué os reís? —preguntó Almudena entrando en
el salón y viendo a sus amigas tronchadas de risa en sendos sofás—. Toma,
recién exprimido. —Y ofreció a Bea el vaso de zumo.
Elvira volvió a pensar en lo bonita que era Almudena.
Bonita de verdad.
—Y tú, Almu, ¿cómo estás? —le preguntó.
—¿Yo? No sé, muy bien, claro, no me pasa nada a mí, yo…
¿de qué me puedo quejar? ¡Madre mía, estoy genial! Estoy tranquila. Vendrán
tiempos mejores, claro. Y en unos años Abel ya será adulto, ¿no?, eso es
importante, que crezca, que crezca rápido, muy rápido… Tener un hijo crecido es
importante. Tener un hijo lejos de la adolescencia es importante. Por eso que
la pase rápido, tan rápido que casi ni me dé cuenta, ¿verdad? Eso es
importante, muy importante… porque… porque… no lo soporto, no soporto a mi hijo…
No puedo más…
—¡Pero, Almu, no llores! —dijo Elvira riéndose.
—Es que no lo podéis entender. Es desquiciante, chicas,
de verdad. Solamente hace lo contrario de lo que le pido para cabrearme. Busca
en todo momento la manera de hacerme daño. Ayer me dijo que lo odiaba porque me
recordaba a su padre, ¿os lo podéis creer? ¿Cómo me dice algo así? Me siento
impotente. Se supone que los hijos te deben de querer y cuando Abel me muestra
tanto odio me… me… anulo, no entiendo mi papel, no entiendo nada…
—Mujer, es lo normal, en la adolescencia odiamos a
nuestros progenitores, punto —dijo Bea.
—¡Claro! —siguió Elvira—. Tonta, es la adolescencia
aunque, bueno, yo a mis 43 añitos sigo deseando la muerte de mi padre cada
puñetero día.
—No, Elvi, eso no… —Bea en tono confidencial.
—¿No…?, ¿esto no consuela…? —Elvi, imitando su tono aun
sin saber por qué.
Almudena sacó de su bolso un kleenex, se bajó la mascarilla y se sonó la nariz.
—Es que hay más… —Sus dos amigas la miraron con ansia—.
Le he encontrado una cajita con maría.
Sabía que esto iba a pasar. Dentro de dos semanas cumple solo 12 años pero hace
tiempo que dejó de parecer un niño. Estoy desesperada, estoy desesperada…
—Almu —empezó diciendo Bea—, está experimentando. Marihuana,
bueno, pues marihuana. Está situándose, recolocándose en este mundo, asumiendo
quién eres tú, quién fue su padre, por qué lo abandonó, y sobre todo quién es
él. Síguele de cerca, pero deja que pruebe, deja que se drogue, que se
alcoholice y que folle como un loco, porque igual a los 40 tiene un cáncer en
los huevos y se arrepiente de no haber hecho cosas, de no haber vivido lo suficiente.
Quizá a los 40 tenga miedo a morir, porque la vida le supo a poco, quizá la
muerte le parezca precipitada y sin sentido, quizá, solo quizá. Almu, déjalo
libre para que nunca se arrepienta de estar vivo y para que la muerte lo pille
saciado y cansado aunque tan solo tenga 40.
Elvira se llevó las manos al pecho.
—¿Y ahora por qué
lloras tú, tonta del culo? —le preguntó Bea.
—Porque tú también eres bonita, bonita de verdad —contestó.
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