Nail-Polish de Alessio Franceschetto |
Saliendo del supermercado a media mañana, el móvil me
vibró, lo saqué con intención de saber quién era y volverlo a meter en el
bolso. Mi misantropía iba en aumento, sin embargo vi que era Bea. Contesté con
cariño. Me contó que Markus le iba a preparar una fiesta de cumpleaños.
—¿Tu cumpleaños no fue el 23 de abril? —pregunté.
—No, el 3 de mayo, tonta del culo.
La cosa era buscar una excusa para celebrar algo en esos
momentos tan apagados para ella, así que mintió a Markus. Quería una fiesta.
Quería ver a sus amigos. Quería reírse un poco. “¿Sabes, Markus, que la próxima
semana es mi cumple?”, le dijo. Recordemos rápidamente que Markus era un
jovencísimo alemán que Bea sacó de Tinder
para poner celoso a Darío, pero que por diferentes circunstancias fueron
quedando y poco a poco parecía que tenían algo más serio, aunque por el momento
Markus no le había planteado la mítica cuestión germana de pareja: “Cariño,
¿qué somos?”.
Cuatro días más tarde, Almu, Darío, Enrique y yo
estábamos en el ascensor subiendo a la casa de Beatriz.
—¿Entonces es una fiesta sorpresa? —preguntó Darío.
—Sí —contestó Almu—, hablé con Markus. A ver, Bea claro
que sabe que venimos, la idea ha sido suya pero Markus piensa que es sorpresa y
que todo lo está organizando él.
—Joder, esto no tiene ningún sentido —dijo Enrique.
—Que tú estés aquí y no en Poitiers tampoco tiene
demasiado sentido —contesté.
—Ya te estás yendo un poquito a la mierda, Elvi —Enrique.
—¿De qué es la tarta, Almu? —preguntó Darío.
—De mango —contestó.
—¿De mango? —pregunté.
—¿Y de lo de su cáncer qué? ¿Es en plan chungo o qué?
—Enrique.
—No sé, después de comerse una tarta de mango quizá —yo.
—¿Y tú qué has traído si se puede saber? —preguntó
Almudena molesta.
—¿Yo? Una lata de berberechos.
—Vale, y cuando abra la puerta ¿qué gritamos?, ¿sorpresa?
—Darío.
—Eres una cutre, Elvi —Almudena.
—Cada uno que grite lo que le salga de los huevos —yogui
Enrique.
Y la puerta se abrió y todos gritamos a la vez:
—¡Sorpresa! —Almudena.
—¡Messi no! —Darío.
—Habeas corpus!
—Enrique.
—¡Mango! —yo.
Beatriz puso los ojos en blanco y nos llamó imbéciles,
luego nos pidió que lo repitiéramos más tarde porque Markus estaba en el baño y
debía escucharlo para creer que era realmente una fiesta sorpresa. Así que nos
cerró la puerta y pasado un minuto tocamos el timbre. Al rato, junto a Markus,
abrió de nuevo y todos gritamos:
—¡Sorpresa! —Almudena.
—¡Miguel Bosé! —Darío.
—¡Emiratos Árabes! —Enrique.
—¡Cómemelcoño! —yo.
Beatriz empezó a agitar las manos frente a sus ojos como
si quisiera secarse unas supuestas lágrimas, y empezó a lanzarnos besos desde
la distancia. Markus aplaudió, grasias, grasias,
decía.
Entramos y fuimos a la terraza. Beatriz se sentó la
primera y el resto nos colocamos en los sitios libres manteniendo la distancia
de seguridad con respecto a ella. Desde que enfermó casi no nos veíamos y si lo
hacíamos siempre con mascarilla y nunca más cerca de metro y medio, es que tengo miedo, me explicaba hacía 3
semanas, tengo mucho miedo. Markus
empezó a repartir las bebidas con comentarios jocosos en español. Lo miré con
cierta sorpresa y dije:
—Vaya, Markus, tu español ha mejorado mucho.
—Grasias, ¡soy
alemán!
—¿Qué significa eso? —pregunté.
—Alemanes siempre todo bien hacen.
—Oh, sí, sí, es verdad, la historia lo confirma.
La noche estaba transcurriendo tranquila. De vez en
cuando alguien alzaba su botellín y brindaba por Bea, ella como si estuviera
recogiendo un Oscar nos repetía lo
mucho que nos quería y que sin nosotros no podría salir adelante, todos
aplaudíamos y le lanzábamos besos hasta que alguien, al de un rato, volvía
a alzar su botellín.
En un momento de la noche, al salir del baño, fui a la
cocina, lo cierto es que tenía hambre. Allí me encontré a Bea apoyada en la
ventana que daba al pequeño patio interior.
—Qué, Bea, ¿tú también tienes hambre? —pregunté dándole la espalda para abrir la
nevera. No me contestó. Al darme la vuelta con el fuet en la mano me di cuenta
de que estaba llorando, llorando de verdad—. ¿Qué pasa, loca?
—Estoy muerta de miedo…
Dejé el fuet en la encimera y me apoyé en la puerta del frigorífico.
—Las cosas no deberían ser así, Elvi, las cosas no las
había planeado de esta manera, ¿sabes? Yo ahora tendría que estar contando los
días para regresar a Berlín, para darme otra oportunidad en el teatro, para
beber cervezas interminables en Kreuzberg, para follarme a 200 alemanes cada
semana… Y mírame, me han quitado un trozo de teta y me están achicharrando a
quimio. No, Elvi, las cosas no deberían ser así, yo no elegí esta mierda…
Hubo un largo silencio.
—¿Sabes que Almudena ha comprado tarta de mango? —dije.
—¿Qué? —preguntó levantando la cabeza.
—Y me la tendré que comer, ¡y te aseguro que yo esa
mierda sí que no la he elegido!
Bea se empezó a reír y a llorar a la vez, se bajó la
mascarilla y se llevó las manos a la cara. Eres
una imbécil, eres una imbécil, me decía.
—La vida nos la tenemos que tragar, Bea. Si no te gusta
ponle kétchup, pero te la vas a tragar sí o sí. No hay más.
No añadió nada. Se sonó los mocos con una servilleta de
papel y esperó a que partiera algo de fuet y a que me lo comiera mientras me
decía una y otra vez que, con ese corte de pelo, más que a Patti Smith, me parecía a Brian May.
A última hora, Markus trajo la tarta de mango a la
terraza y dos velas, una con el número 3 y otra con el 4. Una vez en la mesa,
las colocó sobre la tarta formando la cifra 34 y las prendió.
—Markus, están mal —dijo Enrique—. Las velas están al
revés, son 43.
Markus lo miró desconcertado y luego dirigió la vista a
Beatriz quien con tono meloso le explicó:
—No le hagas caso, cariño, Enrique es un bromista. Están
perfectas. Este año cumplo 34 y si todo va bien, el próximo 35. Y a quien no le
guste que le eche kétchup. —Se bajó la mascarilla y sopló las velas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario