21 ago 2021

China talibán

 

Reunión en Tianjing de Wang Yi, ministro de Asuntos Exteriores de China, y Abdul Ghani Baradar, cofundador de los talibanes y jefe de su comisión política.


―Es un Gobierno deshumanizado ―dijo Elvira apoyada en el escritorio que el viejo profesor Pardos tenía en su estudio―. Siento una enorme decepción.

―Querida ―dijo él desde su butaca―, la decepción no es más que la mala percepción que tenemos a priori de las cosas. China es un monstruo capaz de devorar a sus propias crías. El que tú lo estés descubriendo ahora no significa que no lo haya sido siempre.

Elvira agachó la cabeza y acarició la vieja madera del escritorio con delicadeza.

―El mundo se acaba ―dijo.

―El mundo acabó hace tiempo. Llevamos siglos dejándonos arrastrar por movimientos temporales cíclicos, repetitivos, previsibles y sin embargo, con cada nuevo acontecimiento, fingimos sorpresa y lo hacemos, mi querida alma, porque si no qué sentido tendría seguir respirando, quién soportaría lo absurdo de una existencia ya vivida, para qué.

―Para qué…

―Dame un beso. ―Elvira alzó la cabeza y lo miró con ternura, se acercó y se acuclilló junto a la butaca―. Tonta idealista de besos dosificados. ―Acariciándole la mano, Elvira se levantó.

―Siento dolor.

―Porque todavía no estás muerta. ¡Dolores, Dolores, Dolores! ―gritó el viejo. La puerta del estudio se abrió con ímpetu y Dolores apareció con un trapo entre las manos.

―Pero ¿qué pasa, qué pasa, qué es lo que pasa? Tanto grito, tanto grito.

―No lo repita todo, que parece el corifeo. Tráigale sandia a Elvira, haga el favor.

―¿Sandía? Pues sandía, sandia, sandía se traerá.

―¡Y dale con el repiqueteo!

―No, no quiero sandia, gracias, Dolores ―intervino Elvira.

―Sí quiere, sí, tráigale sandia.

―Sí quiere, sí quiere, sí, sí, pues sandía, sandía se traerá.

―¡Paciencia, señor!

Elvira se rio y Dolores agitando el trapo al aire salió de la estancia repitiendo paciencia, paciencia, paciencia.

La antigua estudiante del profesor se acercó a la biblioteca, a una de las tres paredes de aquel enorme estudio que estaba forrada por estanterías que iban del suelo al techo. Los libros se amontonaban sin ningún tipo de orden, aunque ella conocía a la perfección su disposición. Examinó el estante que más cerca le quedaba a la vista.

―Tengo en casa cuatro libros tuyos, te los devolveré en la próxima visita.

―Voy a cumplir 80 años, no creo que haya próxima visita.

―Entonces te los llevaré a tu tumba.

―¡La sandía! ―exclamó Dolores entrando en la sala. Dejó un plato con la fruta troceada sobre el escritorio―. ¡Hala, que con este calor es mano de santo! ―y dirigiéndose a Elvira añadió―: ¿Te quedas a comer, preciosa?

―No, Dolores, gracias, hoy no puedo.

―No, no puede, debe adornar de flores mi lápida.

―¡Oy, oy, oy, qué cosas, qué cosas, qué cosas, señor Agustín, qué cosas! ―y con un baile de aspavientos salió.

Elvira se acercó a la mesa y observó el plato. El profesor Pardos la miraba desde su butaca.

―Ojalá pudiera templar tu dolor pero solo tengo fruta ―dijo.

 

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

Me gusta tu blog es diferente a todos los blogs que conozco
te dejo mis huellas por si quieres seguirme un saludo desde Miami
y Suerte

Elvira Rebollo dijo...

Gracias, Recomenzar.