4 ago 2021

Psicopatía veraniega

 

Foto: Elvira Rebollo

Estaba recostada en la tumbona, frente a una pequeña piscina de diseño que daba a las faldas de toda la sierra malagueña. Llevaba leyendo casi una hora, no podía pedir más. Joan y yo habíamos alquilado una casita en medio de la nada y todo estaba siendo perfecto, idílico, placentero, imperturbable…

―¡Joaaaaaaaaan!

―¿Qué? ―dijo asomando la cabeza desde la barandilla de la terraza del segundo piso.

―¡Tenemos un problema!

 

―Tenéis un problema ―dijo Beatriz mostrándome un top de tiras, de los que nunca sé cómo se ponen. Lo volvió a dejar en la estantería al ver mi mueca―. Estamos pasando por una pandemia. Nos han aislado durante meses, has estado en China bajo unas condiciones lamentables en cuarentena, y aun así os vais a alquilar una casa en mitad de la montaña sin vida humana a 30 km a la redonda. Perdona, de esta faldita ¿tienes la talla M? ―La dependienta le contestó que iría a ver, Bea suspiró y revisó la falda poco convencida―. Con unas sandalias de tacón alto puede quedar bien, ¿no?

―No nos gusta la gente ―contesté. Beatriz me pidió que le sostuviera el bolso para probarse una chaqueta de punto sin mangas.

―¿Te gusta?

―Me aburro.

―Te aguantas. Me lo debes. Ya sé que eres comunista, minimalista, anti consumista y una misántropa de mierda, pero me lo debes. Te recuerdo que tu amiguita se tiró al amor de mi vida en mi propia casa.

―Pensaba que el amor de tu vida era Markus.

Beatriz me miró con rabia.

―Aquí la tiene ―dijo la dependienta ofreciéndole la falda talla M.

Bea la cogió molesta por todavía no saber qué contestarme, ni le dio las gracias.

―No sé por qué siempre defiendes a Almudena.

―Porque es bonita.

Lanzó la falda hecha una bola a la estantería y levantando la voz me pidió que saliéramos de la tienda porque parecían no gastar en aire acondicionado.

Me encantaba verla caminar por la Gran Vía madrileña, desprendía toda la seguridad que una persona podía llevar sobre sus hombros. Su casi metro setenta desfilaba con una elegancia sutil de una mujer delicada y firme a la vez. La admiraba, había sabido sacudirse las secuelas del cáncer y recuperar su vieja personalidad desbordante, era asombrosa. Al pararse frente al semáforo se giró para buscarme.

―Entre ese nuevo corte de pelo y ese peto tan horroroso, pareces un espantapájaros. Anda, vamos, que ya está en verde ―dijo.

Cruzamos la carretera y nos sentamos en una terracita de la Plaza Luna.

―Te pongas como te pongas no pienso perdonar a Almudena.

―Ya lo has hecho.

Beatriz se llevó el botellín de cerveza a la boca y sonrió mirándome fijamente.

―Me das mucho asco, Elvi. Tienes ese toque de profesora condescendiente que da mucha rabia. Siempre lo sabes todo, ¿no?

―Todo.

―Me gustaría saber qué harías si me follara a Joan.

―Nada. Soy comunista, lo comparto todo.

Beatriz se rio y bebió un largo trago de cerveza.

―Joan y tú sois una pareja de psicópatas bien avenida. Y, repito, tenéis un problema. Daría lo que fuera por entender qué vais a hacer en esa casa en mitad de la montaña los dos solos. Estoy convencida de que queréis deshaceros de un cuerpo. No me extrañaría que lo hubierais matado durante el confinamiento, y a lo largo de todo este tiempo lo tuvierais en vuestro congelador, quizá un vecino molesto o el repartidor de Amazon o el de Glovo, ¿se demoró en traeros la comida?, ¿ya estaba fría?, ¿no quiso devolverte el dinero?, ¿lo atizaste con la plancha o simplemente lo empujaste escaleras abajo?

Sonreí y pedí al camarero otros dos botellines.

 

Joan bajó a la piscina y se acercó a la tumbona.

―¿Qué hacemos con él?  ―pregunté.

Joan se colocó al otro lado para verlo mejor. Se acuclilló junto a él y lo observó de cerca durante un par de minutos.

―A este hay que enterrarlo, el anterior lo tiramos entre las piedras del barranco y me supo mal, se lo comerán los carroñeros, es triste.

―¿Te encargas tú?

―Sí, no te preocupes.

Lo sonreí, verdaderamente hacíamos un buen equipo.

―Tomás, ¿qué vamos a hacer contigo? ―recriminé al gato que me miró sin apartarse ni un centímetro del pájaro muerto.

 

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