9 dic 2010

Horneando ideas, gratinando novela

Nota: Se recomienda leer el relato Pide un deseo... para contextualizar a los personajes de este cuento.

—Sí, lo sé, lo sé —repetía con voz ausente, sabía que tenía razón.
Acababa de tomar el metro en Sol. Tenía el móvil pegado en mi oreja izquierda y la flauta de un boliviano en mi derecha. Eran las cuatro de la tarde, todavía no había comido, tres cafés y un zumo de naranja, eso era todo. No entendía cómo podía dar las clases con el estómago vacío, pero siempre lo hacía y mis estudiantes no parecían darse cuenta del hambre que pasaba a esas horas.
—Ya, la semana pasada, sí, ya lo sé, Chete, pero es que… —intentaba disculparme con poca convicción, sólo quería llegar a casa, prepararme un sándwich, echarme al sofá y fermentar el resto del día.
El boliviano agradeció al vagón entero su paciencia y, con una bolsita en la mano, lo recorrió invitándonos a aportar la voluntad.
—He andado liadísima —mentí—. Las clases en la uni, la mudanza, el cambio, el master… —los semáforos, el coche, la paella, la abuela que fuma; lo cierto es que era una genia haciendo listas dando a entender lo ocupadísima que estaba. Eso lo había aprendido de mi madre: he ido a la charcutería, luego al banco, que si la cola, que si venga a esperar, que si vuelve, que recojo lo de la tintorería, llega y ponte a cocinar, que si el aceite, que si la sal, que si se me ha olvida'o el pan, baja otra vez, sube , que llama tu tía, que el crío está malo, que mira, que te digo, que, ay madre, que no puedo más.
—Bueno, Elvira, no te preocupes, como dice mi mujer: con paciencia todo va saliendo.
Lo bueno de tener un editor canario era eso, que sabía que había más tiempo que vida, así que los retrasos siempre estaban justificados. Era cierto que las correcciones las tenía que haber entregado hacía dos semanas pero también era cierto que Chete me había prometido que mi novela estaría en las librerías en octubre, estábamos en diciembre y andábamos a medias con la maquetación.
—Mi niña, escúchame, envíame la foto.
—¿Qué foto? —pregunté apartándome de la puerta porque era mucha la gente que se estaba subiendo en Tribunal.
—La foto de contraportada, la que va junto a tu biografía.
—¡Ah, no, no, no! ¡No hay foto! —La mujer de al lado me miró riéndose, había gritado demasiado, así que corregí mi volumen y se lo repetí más bajito—: Chete, no, ¿eh?, no me hagas poner una foto con cara imbécil, que me muero de la vergüenza.
Entre risas me pidió que le explicara qué era eso de cara imbécil.
—Pues, no sé, cara Espido Freire, que parece estar extasiada mirando al infinito con la manita debajo del mentón.
Lo oí reírse más fuerte todavía, después me prometió que no habría foto. Aun así me recriminó por algo que no me esperaba:
—Elvira, te lo digo en serio, de verdad, últimamente tu blog parece una funeraria con tanto muerto.
—¿Sí?, ¿no te gusta?
—Hombre, no es tu estilo, lo característico de tu blog era su frescura, ahora aburres a cualquiera.
—Ya… —reflexioné y luego me justifiqué—: Es que dice mi profesor de Creación Literaria que hay que escribir desde la angustia.
—¡No me digas!, oye, ¿y cuántas novelas dices que ha publicado tu profesor? —me reí al escucharlo, qué cabrón. Luego continuó—: Mi niña, tu novela sale en enero y, como sigas espantando a los lectores con tanto drama en tu blog, esto no va a funcionar. Tienes un estilo muy particular, valóralo.
Se me cayeron las lágrimas sin querer. Valóralo. Era muy poco lo que confiaba en mí misma por no decir nada, los últimos meses acabaron con mi autoestima, así, sin más, un día empezó a evaporarse hasta que sentí que nada de lo que hacía tenía sentido y por lo tanto era inútil buscarle un para qué a las cosas. El valóralo aquél daba cierto significado a todo el año que llevaba arrastrando.
—Gracias… —dije encogiéndome de hombros intentando ocultarme, sentía que la gente me miraba.
—Bueno, pues entonces como habíamos dicho, el jueves quedamos, te paso el borrador y miramos los dobles espacios esos que nos están dando tanto la lata, ¿te parece?
—Me parece —contesté con media voz.
—De acuerdo, el jueves a las seis de la tarde en el Café Gijón.
—¿Qué? ¿En el Café Gijón? —¿se podía ser más hortera?
Chete se reía como un loco:
—Que no, mi niña, que sólo te estaba probando —soltó otra carcajada—. Dejemos el Café Gijón a tu profesor el angustias. Entonces, ¿en el Starbucks de Fuencarral?
—Perfecto —dije riéndome también.
Guardé el móvil, tomé aire con una sonrisa y sentí como el pecho se me llenaba de esa ilusión que tanto había añorado últimamente.

4 comentarios:

Leire dijo...

Ilusión, ilusión. ¡Qué bonita palabra!

Elvira Rebollo dijo...

Pues sí, pero no siempre es fácil conseguirla, la ilusión está cara últimamente... ;-)

Anónimo dijo...

sí mi niña, ni en el lidl la encuentras a buen precio. palabrita de editor canario

Elvira Rebollo dijo...

;-D