Trilce de Sofia Serra
Elvira no tiene miedo a
la muerte. Está más que convencida de que morirá joven. A los 40 dice. Ser tan
absolutamente consciente de que morir no te importa, hace que construir el
sentido a la vida, sea un esfuerzo titánico.
Tenía 22 años cuando un
amigo suyo, después de terminar el pintxo de tortilla en la cafetería de la
universidad, dijo que se marchaba. Se levantó, se desplomó y se murió. Nada ha
podido justificar aquella muerte. Se levantó, se desplomó y se murió.
Elvira convirtió su
vida en un juego en el que, tarde o temprano, dejaría de echar los dados.
―Es un tío raro.
―¿Quién? ―preguntó
Elvira a Kayla, su compañera de departamento, que estaba, en ese momento, en su
despacho. Las dos, profesoras treintañeras, trabajaban en una universidad de
West Virginia.
―Darrell Crow.
Elvira se levantó de su
mesa y se acercó hasta la puerta, desde donde su compañera veía cómo Darrell introducía
las monedas en la máquina de café.
―No sé, no lo conozco ―contestó
Elvira.
―¿A Darrell Crow?, ¡claro
que lo conoces!, pero si tiene el despacho a la vuelta del pasillo, y he sido
testigo de cómo has intentado sacarle conversación en el ascensor, ¡Darrell
Crow!
―Sí, sí, sí, sé quién
es, pero no lo conozco. No sé si es raro o no.
―Es raro. Tiene 37 años
y parece de 50. No habla con nadie. Siempre va con esos mocasines, ¡aunque haga
-20º! Es raro.
Elvira tenía revisión
de exámenes. Cuatro estudiantes esperaban sentados en el suelo del pasillo
frente a su despacho. Un quinto estaba dentro, apoyado en su mesa, intentado
convencerla de lo mucho que había estudiado.
―Si yo lo sé, Nathan,
pero este examen no tiene un medidor de esfuerzo, sino de conocimiento.
El sonido de unas
pisadas arrastradas hizo que Elvira ladeara la cabeza y mirara hacia el
pasillo. Vio a Darrell Crow llegar a la máquina de café y echar unas monedas.
―¡El señor Crow! ―exclamó
Nathan―. Ése sí que es un buen profesor. No hace exámenes a sus estudiantes.
Dicen que valora sólo la actitud en
clase. Debe ser un tío genial.
―Tiene que ser difícil
poner una nota sobre una actitud, ¿no? ¿Qué nota te pondría a ti, si te pasas
toda la clase dormido? Con mi método tienes por lo menos un 53/100, ¡no está
mal! ―Y devolvió el examen a su estudiante con una sonrisa―. ¡Siguiente! ―Nathan
salió, pero nadie entró―. ¡Siguiente! ―Nada―. Se levantó y se acercó a la
puerta. Allí vio cómo sus cuatro estudiantes miraban a Darrell Crow, que se
había quitado un zapato para guardar en él las monedas que la maquina le había
devuelto. Elvira no dijo nada, simplemente avisó a su alumna Penny de que
entrara.
―Pobre señor Crow… ―dijo
Penny sentándose en la silla que estaba junto a la mesa―. Es que últimamente
parecía algo mejor. Mi prima iba en el avión, ¿sabe?
―No…, no, ¿qué avión? ―preguntó
Elvira buscando el examen de su estudiante.
―En el avión. El que
cogió de Huntington a Charlotte. Iba a hacer una entrevista de trabajo. Mi
prima, no el señor Crow. El señor Crow iba con su novia. Y pasó.
―¿Qué pasó?
―¿No sabe lo que pasó
en el avión?
―¡No, Penny, no sé lo
que pasó en el avión! ―Su alumna la miró sorprendida―. Perdona, estoy un poco
cansada. A ver, ¿qué pasó en el avión?
―Pues hará de esto casi 6 años. En el avión, nada más
despegar, la novia del señor Crow empezó a decir que se encontraba mal. Mi
prima, que estaba sentada justo detrás, le dio su botellín de agua, y parece
que se sintió mejor. Y cuando el avión se estabilizó, su novia dijo que quería
ir al baño. Se levantó, se desplomó y se murió. Tuvieron que aterrizar en
Charleston de urgencia. Se levantó, se desplomó y se
murió.
Elvira respiró hondo.
Sacó el examen de Penny del montón y se lo dio.
―Bien, échale un
vistazo y me preguntas las dudas.
Elvira raspaba una
moneda contra la máquina de café.
―¿Perdona?
―Oh, Darrell, hola. Parece
que la máquina no me la acepta, no sé por qué…
Darrell Crow se quitó
su zapato. Metió la mano en él y sacó un par de monedas.
―Toma, prueba con éstas
―dijo ofreciéndoselas a Elvira.
―Oh, gracias… ―Extendió
la mano un tanto indecisa y tomó las monedas. Las miró y luego se volvió a
dirigir a él―: Pero tú primero, que… no sé, igual tienes más prisa que yo.
Darrel Crow asintió con
la cabeza. Se colocó delante e introdujo el dinero por la ranura. La máquina
comenzó a preparar el café. Elvira detrás, observaba las monedas en la palma de
su mano y en silencio esperó su turno.
6 comentarios:
"Se levantó, se desplomó y se murió". ¿Te parece argumento para publicar un viernes por la noche, Elvira?
Y qué doloroso a la vez que tierno el perfil del señor Crow. ¡Pobre señor, Crow!
Es cierto, los viernes exigen otros relatos.
El señor Crow te saluda con el zapato en alto, y yo te mando un besazo
A mí me gusta cómo sabes hilvanar la realidad más cotidiana, las escenas, los actos menos trascendentes de nuestra vida con ese algo que sabemos que está ahí, para bien, para mal..quiero decir para verdad...aunque últimamente percibo en tus relatos cierto desasosiego, una especie de tenebrismo camino del surrealismo, no sólo en lo planteado, en el contenido temático digamos, sino en la forma narrativa. Ciertas elipsis, como pasos por alto adrede que dejan al lector ahí, bien colgadito del abismo.
Gracias por elegir esa foto, :).
Un beso.
(si no te digo nada de la foto me da apuro, y si te lo digo, peor, jaja, así que nunca sé bien qué hacer, :DD)
Jajaja! Sofía, te entiendo, porque como ves, esta vez te tomé la palabra y te robé la foto en silencio. Me encanta mirarlas,en cada una de ellas me imagino un relato.
Y sí, últimamente los ánimos andan reguleros, pero si consigo trasmitirlo, no me preocupa, significa que todo sigue en orden.
Beso enorme!
Me gusta.
Por cierto soy Pérfida
Un saludo coleguita
Gabon! a mí la foto me dice: esperanza, guía, seguir, adelante, fuerza, todo, sí, cohabitando o irrumpiendo simplemente en un medio algo tristón, lúgubre, algo amenazante aunque, a la vez con mucha fuerza avanzando hacia bondades venideras. El detalle de las monedas en el zapato es la nota made in Elvira? me encanta, Glori
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