Con clases y a lo loco de Javier Avi |
—No puedo… —suplicaba a Joan que me estiraba de las
piernas para sacarme de la cama.
—Sí puedes. Elvi, en 20 minutos empiezas la clase,
venga.
—No puedo…
Sí pude. Me arrastré hasta la cocina, Joan me había
preparado el café.
—¿Qué jersey te vas a poner?
—El granate —contesté.
Joan trajo el jersey de la habitación. Me lo puse por encima del pijama.
—¿Tengo muy malos pelos?
—Lávate por lo menos la cara, anda.
—No puedo… —farfullaba de camino al baño.
Al regresar a la cocina Joan me abrazó.
—Cuando termines la clase de hoy habla con la decana. Dile
que te dé más asignaturas de posgrado, así no puedes seguir.
Sí, la profesora Wang me había castigado ese semestre dándome el curso de Fonética con alumnos de primero. Lo que significaba que dar
clases, y además online, se había convertido en una verdadera tortura china, literal. “Te
necesito en los primeros cursos, no tienen buena base”, me dijo. Yo lo que
necesitaba era pensar en la forma de abandonar este mundo. Barajaba la defenestración,
el envenenamiento y, cómo no, el horneado de cabeza.
Por fin me senté delante del ordenador. Lo encendí.
Resoplé. “No puedo…”, dije unas 13 veces más. Apreté los ojos. Busqué los archivos
de fonética. Fijé la unidad 3. Coloqué mi móvil
en el manos libres y a través del Wechat llamé, por videollamada, a los primeros 8 estudiantes del grupo A.
La imagen se conectó.
—¡Hola! —exclamé una falsísima sonrisa—. ¿Qué tal,
chicos?
Y con aquella pregunta comenzaba la tortura.
—Plofesola, bien, plofesola, ¿y usted?
—Profesora, ¿verdad? Prrrrofesora, -ra, -ra,
¿verdad? Estoy bien, sí.
—Sí, plofesorrzzzrrzzza.
—Perfecto, ¿me decís los nombres, por favor?
—Cántalo.
—¿Te llamas Cántaro? —Los estudiantes chinos se ponían
nombres en español para que los profesores que no sabíamos mandarín pudiéramos recordarlos
con mayor facilidad, pero la elección de estos era cuanto menos singular.
—Sí, Cántalo.
—Perfecto, ¿más?
—Pau Gasol.
—Muy bien.
—Plofesorrrzzza, me llamo Arcoíris.
—Fenomenal. ¿Más? —Silencio—. Bueno, ya me iréis diciendo
vuestros nombres. Ahora vamos a empezar. Por favor, unidad 3. Hacemos el ejercicio 2, repetid detrás de mí,
por favor: Cenicero.
—Maluma.
—¿Perdón? Cenicero. Repetid: Cenicero.
—Me llamo Maluma, plofesola.
—Ah, muy bien. Cenicero.
—No, Maluma, plofesola.
—Vale… —Respiré hondo y me imaginé mi caída desde el
quinto piso, la degusté—. Cántaro, tú sola, ejercicio 2. Cenicero.
—Cenicero —todos.
—No, solo Cántaro. Cántaro, por favor.
—Sí, plofesola, aquí, aquí.
—Sí, ya sé que estás ahí. Cenicero.
—Cenicero —todos.
—Me llamo Piña, plofesola.
—Vale, bueno, no es necesario que me digáis más nombres,
¿sí? Hacemos los ejercicios. Siguiente palabra: Zozobra. Repetimos, por favor.
—Zozobla —algunos.
—Cenicero —otros con peor wifi.
—Zozobrrrrrrra, brrrrra, brrrra —subrayé.
—Zozobla, bla, bla, bla.
—Vale, repetimos: Rrrrrrrrrrrrrrr.
Todos se rieron.
—No nos reímos, por favor. Rrrrrrrrrr. Venga, Piña, tú
sola.
—¿Yo?
—Sí, Piña, tú, tú.
—Sí, yo Piña, Piña.
Cerré los ojos un instante y reflexioné sobre lo mala
persona que tuve que haber sido en mi otra vida.
—Rrrrzzzrrzzzrrrddddssssrrrzzss —algunos.
—Bla, bla, bla —otros.
—Tú, tú, tú —Piña.
—Continuamos. Ejercicio 4. Lee la palabra correcta y
deletrea.
—Yo no hablo, plofesola.
—Sí, no hablamos todos, ¿vale? No podemos hablar todos,
poco a poco.
—Poco, sí, complendo, plofesola, soy Tiburón. Poco.
—Eso es. Poco.
—Poco —todos.
—No, lo decía por Tiburón —yo.
—Poco —Tiburón.
—Vale, muy bien. Maluma, por favor, primera palabra, lee
y deletrea.
—¡Sí! Ciluela.
—Ciruela —corregí.
—Sí, ciluerrrda.
—Muy bien. ¿Cómo se escribe?
—Sí, ge-i-ele-u-i-rrrrdddssrr-e.
—Ajá, perfecto. —Y aprieto los dientes porque de solo
pensar que mi director de tesis me estuviera viendo, me entraban ganas de
llorar—. Bien, y ahora vamos a cerrar los ojos y en estos 10 minutos que nos
quedan, vamos a interiorizar, de forma individual y en completo silencio, todas
las palabras que hemos visto en clase.
—Sí, plofesola.
—Sí, glacias, plofesola.
—Sí, cenicelo.
—En silencio, chicos, en completo silencio. Es importante
el silencio en fonética. Muy importante.
La clase terminó y, antes de que me diera cuenta, ya tenía
a los 8 siguientes estudiantes online.
—¡Hola! ¿Qué tal, chicos?
—Plofesola, bien, plofesola, ¿y usted?
—Profesora, ¿verdad? Prrrrofesora, -ra, -ra,
¿verdad? Estoy bien, sí.
—Sí, plofesorrzzzrrzzza —todos.
—Perfecto, ¿me decís los nombres, por favor?
—Messi.
—Me llamo Ballena, plofesola.
Y fue en ese momento cuando me decanté. Lo tuve claro,
así que les pedí un minuto a mis estudiantes. Me levanté. Fui a la cocina. Abrí
el horno y metí la cabeza. En mi último segundo de vida pude escuchar a Joan
detrás de mí:
—¡Cenicero!
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