Enmascarado de Javier Avi |
Estoy en la calle. En la cola del supermercado. Esperando
a entrar. Delante de mí tengo a unas 15 personas. Así que la línea llega a la zapatería. Allí
me compré las parisinas plateadas. Cómo te gusta el brili-brilli, dijo Joan
cuando se las enseñé. Miro el escaparate, está tapado por una lona. La tienda
lleva 4 semanas cerrada, igual que el resto de comercios. Que no se me olviden
los guisantes. Que no se me olviden los espárragos. Me ajusto los auriculares.
Escucho Faber. Cantautor suizo.
Beatriz me lo descubrió, como a todos los grupos alemanes que también escucho.
Pienso en ella. En su pelazo negro y largo. Me toco el mío, es fino y pobre. Me
lo retiro detrás de la oreja. Un coche de policía pasa con lentitud, su
copiloto lleva el brazo fuera y nos observa uno a uno. Si fuera Beatriz le
lanzaría un beso. Me rio. Nadie se da cuenta, llevo mascarilla. Agacho la
cabeza y me sigo riendo. La echo de menos. Su terraza, nuestros vinos. La cola
avanza. Me paro frente a la cafetería de la esquina. Tiene la persiana bajada.
Un café, por favor, dije a Joan hace dos días al entrar en la cocina. ¿Un
café?, marchando, dijo él, 1’50, señorita.
—Un café, por favor —murmuro—. Un café. Un café, por
favor —sigo murmurando—. Un café, por favor…
Me bajo la mascarilla y cojo un poco de aire. Levanto la
cabeza. Veo el cielo, el mismo cielo que veo desde nuestra buhardilla día tras
día. Bajo la cabeza y veo el pavimento, sonrío, me gusta más. Junto los pies
con un toc-toc de talón. Cierro los ojos. Estoy en el camino de baldosas
amarillas. Me rasco la frente. Abro los ojos y otro coche de policía pasa
observándonos. Me subo la mascarilla. No hay que tocarse la cara, no hay que
tocarse la mascarilla. Me la vuelvo a bajar. Me doy la vuelta y la mujer, que
tengo a metro y medio detrás, me sonríe. Detesto la falsa empatía que crece en
estos días. La miro seria y me doy la vuelta. Que no se me olviden los
guisantes. Ni los guisantes ni los espárragos. Guisantes y espárragos.
Avanzamos. ¿No tienes ganas del día en que podamos abrazarnos?, me preguntó
Almudena ayer por teléfono. No, contesté. ¿No quieres unirte a nuestra videollamada
grupal?, me preguntó Blanquita hace tres días por teléfono. No, contesté. ¿No quieres
participar en un video todos cantando animando a Gael?, me preguntó Silvia la
semana pasada por teléfono. No, contesté. No, contesto. ¡No, coño! ¡No!
—¡NO!
El chico, que tengo a metro y medio por delante, se da la
vuelta. Lo sonrío. A él sí. El pack de tarada que sea completo. Me subo la
mascarilla. Otro coche de policía. Los miro. El copiloto me mira. Pienso de
nuevo en Beatriz. Avanza la cola. Me pregunto si podré volver a China este
semestre. Pienso en Verónica. Pienso en nuestras conversaciones nocturnas de
balcón a balcón. Mi Vero. Quiere asesinar a sus sobrinos. Me rio. El chico de
delante se vuelve a dar la vuelta. Que no se me olviden los guisantes. Miro la acera de enfrente. Una mujer camina con dos bolsas de la compra. Se parece a
mi madre. Tiene su pelo. Es rubia. Me toco el mío. Es fino y pobre.
—Un café, por favor…
Avanzamos. Suspiro. Saco el móvil. Cambio de música. AnnenMayKantereit. También me los
descubrió Beatriz. La echo de menos. Mucho. Extiendo la mano al
frente. La contemplo. Es pequeña y gordita. Ladeo la cabeza y vuelvo a bajar la
mano. Guisantes y espárragos. ¿Te quedarás completamente ciega?, me preguntó
Almudena hace 6 años. Eso dicen, contesté yo.
—Eso dicen…
Me muerdo los carrillos por dentro. Con fuerza. Avanzamos.
Bruce Springsteen. Saco el móvil. Cambio de música. Tunnel of Love. Álbum favorito de mi madre. Tenía unos ojos
preciosos. Tristes. Mi madre tenía unos ojos tristes preciosos. Los míos ciegos. Un coche de
policía pasa. Las 5 personas que tengo delante agachan la cabeza. Nos observan.
Avanzamos. Entro en el supermercado.
Llego a casa. Joan recoge las bolsas.
—¿Todo bien? —me pregunta.
—De vuelta me ha parado la policía, me han pedido la
documentación.
—¿Y eso?
—No sé, no sé qué de un beso. Están algo alterados. —Le
doy la espalda y sonrío.
—Ten cuidado —me dice y vuelve a las bolsas. Comienza a
vaciarlas—. Cariño, ¿no íbamos a comer menestra?
—Sí —respondo.
—¿Y dónde están los guisantes y los espárragos?
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