Compañeros en la Luna de Javier Avi |
—Voy a aprovechar el confinamiento para aprender a tejer
y te voy a hacer un jersey de lana —dije
a Joan mientras preparaba el café.
—Ajá.
Joan dice que cuando no sé en qué invertir mi tiempo lo
termino haciendo en actividades digamos que poco prácticas para mi vida, como
cuando me dio por aprender coreano o cocina molecular o maquillaje de
caracterización o Aikido o… Pero no es cierto, ¡claro que no es cierto!
Hace algo más de 8 años vivía en Madrid y todos mis amigos
del máster habían triunfado. Es decir, Beatriz decidió irse a Berlín para
empaparse del teatro épico alemán, Darío a Buenos Aires para formarse en teatro
del cuerpo, Ernesto acababa de ganar el Premio Nacional de Jóvenes Dramaturgos con
una obra que en origen era mía y Enrique, con la coartada de escribir teatro, se
había esfumado de mi vida. Vale, es cierto que yo hacía año y medio había
publicado mi primera novela y ahora la editorial me pedía la segunda, a lo que
me negaba en rotundo porque antes de seguir escribiendo mierda prefería tirarme
por la ventana.
—¿Piensas en tirarte por la ventana frecuentemente,
Elvira? —me preguntaba Óscar, mi psicólogo.
—No, no, no, frecuentemente no, solo a veces.
—Ajá.
Tampoco me veía con fuerzas para embarcarme en un
doctorado en ese momento, aunque algunos profesores me insistieron en ello, pero
no. Yo quería algo que… yo… a mí lo que en realidad me llenaría sería…
—¿Astrofísica? —me preguntó Gael con cara de avestruz.
—A ver, se trata de unos cursos que imparten en el
Planetario, es dificilísimo tener plaza pero voilà!, lo conseguí.
—Ajá.
Me sentía muy bien, en ese momento me sentía realmente
bien. Lo tenía todo: acababa de dejarlo con Rafa, un hombre que había terminado con todo mi almacenamiento de dopamina; seguía teniendo un trabajo en una
universidad de Madrid que detestaba, pero estaba muy bien pagado; mis amigos se
habían evaporado, pero es lo que ocurre siempre al terminar una fase de tu vida;
y desde hacía un par de meses me había inscrito en Meetic solicitando a hombres no más lejos de 100 metros de mi casa
y ahí estaban.
—¿Y tú sabes capoeira?
—me preguntó Marcos o Martín o Mateo o como coño se llamara ese tío de Meetic que solía venir a mi casa a dormir cuando
no lo hacían Andrés o Ángel, Carlos o Cosme, o Tito o Teo.
—¿Yo? No, me gustaría aprender Aikido.
—Mira. —Y se levantaba de mi cama y así, como dios lo
trajo a este mundo, se ponía a practicar capoeira—.
Es importante levantar mucho la pierna, así, así, así, ¿lo ves?
—Ajá.
El primer día de clase llevé un cuaderno azul, como el
cielo. Iba a ser una astrofísica y tenía que estar preparada. El aula era
pequeña y me senté en la tercera fila. Seríamos unos veinte. Mis compañeros
empezaron a presentarse en voz alta, de uno en uno. Yo, mientras esperaba mi
turno, abrí el cuaderno y en la primera página escribí en letras redondas ASTROFÍSICA y debajo dibujé una luna con nariz, ojos y boca.
—Me llamo Francisco Javier, tengo 43 años, soy matemático
y doy clases en el Instituto Miguel Hernández.
—Oh, perfecto, un matemático, nos vendrás muy bien —dijo
la profesora—. ¿Qué más?
—Hola a todos, me llamo Vera, tengo 27 años, soy
periodista y divulgadora científica y trabajo para la revista Muy Interesante.
—Vaya, ¡qué interesante! —Y ella sola se rio—. Bien,
¿más?
—Bueno, hola, me llamo Elvira, tengo 33 años y soy filóloga.
—¿Perdona? —preguntó la profesora acercándose a mí.
—Filóloga.
—Ajá.
No me importó. La Astrofísica era mi vida y no me iba a
dar por vencida. Además nunca había encajado en ningún grupo ni social ni
académico ni humano.
—¡¿Cómo que se casa Nerea?! —grité a Marieta por
teléfono.
—Que no me chilles, enana de mierda, y apunta su cuenta bancaria,
le tienes que ingresar 150 euros.
—Jodeeeeer, pero ¿por qué se casan?, ¡¿por qué?!
—Porque es lo que hace la gente. La gente que no somos ni
tú ni yo, pero gente, gente a fin de cuentas. Elvira, esa gente, que no
somos ni tú ni yo, pertenece a un grupo humano especial en el que se tiene
pareja y esa pareja le propone matrimonio porque le quiere. La gente, que no somos ni tú ni yo, se quiere, se-quiere
—Ya. Yo tuve un novio que un día me prometió que nos
casaríamos porque “Te quiero, reinita”, 3 semanas después me confesó que se tiraba a su ex y después huyó a
Finlandia con la excusa de hacer el proyecto fin de máster. Nunca más supe de
él. Pero me quería, me quería mucho.
—Ajá.
El curso de Astrofísica terminó y guardé mi cuaderno azul junto al naranja de coreano.
—Pon los brazos en cruz para tomarte las medidas.
Joan dejó su café en la mesa y se puso en medio de la
cocina con los brazos en alto.
—Pero, cariño, ¿no crees que sería mejor que primero
aprendieras a tejer y luego, ya si eso, me tomaras las medidas?
—Aprender a tejer… Ya… no sé, es que ahora mismo estoy pensando
que esto de la cuarentena se va a alargar mucho y que quizá me apunte al curso,
de 5 semanas, de Criminología que ofrece online la Universidad de Salamanca.
—Ajá.
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