3 jun 2020

Ovejas verdes

Por GwensArt

Enrique vio llegar a Elvira por la Plaza de la Paja. Levantó la mano para saludarla. Ella sonrió y se acercó a la terraza, hasta su mesa.
—Hola, camarada —dijo y se sentó a su lado.
—Hola, amiga. ¿Me lo has traído?
—Aquí está. —Señaló su bolso que colocó sobre la mesita.
Los dos se miraron.
—¿Estás nerviosa? —preguntó él.
—Hombre, contigo nunca se sabe.
—Tranquila, voy a ser piadoso. No te preocupes.
—No necesito piedad.
—Sí la necesitas, amiga mía.
Elvira sonrió.
—¿Qué vas a tomar? —preguntó el camarero a metro y medio de distancia.
—¿Me lo preguntas a mí o a los de la otra mesa?
El camarero se rio.
—¡Puta distancia de seguridad! —dijo y después apuntó una caña para ella y otro terció para él.
Solos otra vez, Elvira sacó de su bolso los 54 folios impresos a letra Times New Roman 12, doble espacio y márgenes justificados. Los dejó frente a Enrique.
—Aquí está —dijo él.
—Ahí está —dijo ella.
Enrique cogió la primera página y leyó el título.
—Lo cambiarás, ¿verdad? Los títulos que resumen la novela son un chiste.
—¿Y cómo quieres que la llame?
—“Hipopótamo azul”, por ejemplo. La gente se volvería loca buscando la conexión entre el título y la novela.
El camarero apareció de nuevo. Dejó las bebidas sobre la mesa. Elvira hizo hueco entre los folios y su bolso. Luego pagó con tarjeta y el camarero se fue. Pegó un trago a su caña y dijo:
—El título es lo de menos, quiero que me digas qué te parecen esos 4 primeros capítulos.
—¿Ya les has mandado algo a tus ojeadores?
—No, cuando esté terminada.
—Bien, pues la leeré. Hablamos este fin de semana.
—No, léela ahora, Enrique. Ahora.
—Elvi, coño, ¿por qué estás tan nerviosa? —Elvira giró la cabeza, miró a la pareja de la mesa de al lado y se acarició los labios como si buscara un pellejito que arrancar—. Está bien, está bien. La leo ahora, pero dame tiempo, joder.
Elvira lo miró y sonrió.
—Claro, voy a dar una vuelta. Vuelvo en una hora.
Se puso en pie, bebió la caña de trago, cogió su bolso y, levantándose su veraniega falda, le enseñó las bragas a su amigo. Él se rio y ella se marchó.
63 minutos después, Enrique dejó los folios sobre la mesa y levantó la mano para avisar al camarero, que estaba apoyado en la puerta del bar, de que quería otro tercio.
Mientras pegaba el segundo trago al botellín vio aparecer a Elvira. No se saludaron. Ella se sentó, se acomodó el bolso en el regazo, lo miró y esperó.
—Está bien escrita —dijo.
—Siempre dices lo mismo cuando lo que te enseño no te gusta.
—Es que escribes muy bien. El problema es que lo que cuentas no le interesa a nadie. Escribes tonterías.
Elvira con gesto cansado se ajustó las gafas.
—Está bien —dijo.
—Elvira, escucha. A esa gente no le puedes enviar esto porque te estarías lapidando.
—¿Tan mala es?
—Es una mierda y de las gordas.
A Elvira le dolió pero hizo por reírse. Enrique se dio cuenta, no hacía falta conocer demasiado a su amiga para percatarse de semejante trampantojo. Intentó acariciarle el brazo pero ella se apartó molesta. Luego hubo silencio. Un silencio largo.
—¿Entonces?
—Hipopótamo azul, amiga.
Ella apretó los labios. Levantó la mano y pidió al camarero la última cerveza antes de volver a casa y empezar de nuevo.

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