26 may 2020

De terraceo pandémico

Terraza de café por la noche de Vicent Van Gogh

—Sentaos más separados, he sacado sillas para todos. Coged cada uno vuestra cerveza del cubo, no toquéis el resto. No hay vino, porque lo de compartir las botellas no terminaba de verlo claro. Darío, por favor, no te quites la mascarilla. —Beatriz daba instrucciones sin parar, parecía nerviosa, muy nerviosa—. Bueno, y me alegro mucho de que estéis aquí otra vez. —Extendió los brazos y, sinceramente, no supimos cómo reaccionar a ese gesto, así que nos quedamos en nuestro sitio esperando el pistoletazo de salida—. Vale, podéis coger ya las cervezas. —Los 5 nos levantamos a la vez—. ¡De uno en uno! ¡La distancia de seguridad, por favor! ¡Dos metros! ¡Dos metros!
—Bea, tu casa entera mide 40 metros cuadrados —dije volviéndome a sentar.
—Vamos a morir todos…
Beatriz había desarrollado un pánico incontrolado a ser contagiada. Durante la Fase 0.5 Almudena y yo habíamos hecho por encontrarnos fortuitamente en nuestros paseos nocturnos o incluso a la salida de alguna librería, pero Beatriz nunca quiso salir de casa. De hecho, en un primer momento decidimos celebrar la llegada a la Fase 1 en una terracita en la Plaza de la Paja, pero “para estar en una terraza estamos en la mía”, y así fue. Fuimos llegando a las 20.30 a su casa y según cruzábamos la puerta nos obligaba a descalzarnos y nos untaba de arriba abajo con solución hidroalcohólica.
—Es normal que te sientas así, Beatriz, es una reacción habitual ante la incertidumbre de los cambios y eres valiente expresándolo, eres muy valiente. Que no te quepa duda que todos padecemos ese temor y gracias a ti nos sentimos menos solos ante nuestro miedo.
—Qué bien que hayas venido, Carlos —dije con mi sonrisa de cartón.
La noche transcurría sin demasiada alegría por describirlo de alguna manera. Beatriz pulverizaba con desinfectante todas las superficies que íbamos tocando. La teníamos pegada a cada uno de nosotros con el Sanytol en la mano.
—¡Bea, no me sigas! —grité desesperada.
—¿A dónde vas?
—¡A mear!
—Vale, pero no te sientes en la taza.
No había pasado ni una hora y aquello parecía de todo menos un reencuentro de amigos tras sobrevivir a una pandemia. Además Enrique nos contó que no había conseguido la financiación de la productora que había organizado el concurso al que presentó su corto.
—Joder, lo siento, macho —dijo Darío—. Era bueno, de verdad, el final me costó entenderlo pero era bueno.
—Cagüen dios, Darío, no había que entender nada, era lo que era, ¡punto!, que a veces pareces idiota —le espetó Enrique.
—Pues… menos mal que no llueve, ¿verdad? —dulcificó Almudena.
—Sí, sí, sí, menos mal —todos.
Beatriz, con cara de agobio, entró en casa. Hice un gesto a Almudena para seguirla. La encontramos en su habitación, sentada al borde de la cama con la cabeza entre las manos y murmurando que todo se acababa.
—Hombre, de momento la cerveza sí, solo quedan 3 botellines —dije y luego me senté a su lado.
—¡Elvira, a dos metros de distancia!
A Almudena le entró la risa. Me levanté y me apoyé en la pared junto a ella que me contagió la risa.
—¡No os riais, perras! El mundo se acaba y os da igual…
—Bea, por favor, es solo una pandemia mundial. —Ahí estaba yo sentando cátedra.
—Perdona, Elvira, por no desear la muerte tanto como tú, perdóname por no entender el ciclo de la vida, perdóname por sentirme aterrada por los 30 mil muertos de coronavirus, perdóname por darme cuenta de que ya empiezo a envejecer, perdóname por la angustia de sentir que soy incapaz de parar el tiempo, por darme cuenta de que estoy en un momento de mi vida en el que ya solo puedo perder cosas… Ya perdí a Pablo, ¿voy a perder a mis padres ahora?, ¿a los dos a la vez? Todo se acaba… Todo…
Almudena y yo nos dimos la mano, apoyé la cabeza en su hombro y ella luego lo hizo en la mía. Y así, con las cabezas amontonadas, Almudena le dijo que nosotras no nos acabaríamos nunca. Beatriz contestó con un tímido  gracias y levantó despacito la cabeza.
—¡Joder, pero dejaos de sobar! ¡A dos metros! ¡El virus con vosotras se está retroalimentando, es inagotable! —Y salió de la habitación como si le quemara el culo.
Almudena y yo nos tiramos en la cama muertas de la risa, hasta que la vimos entrar de nuevo con… ¿una aspiradora? Le quitó la boquilla aplanada y con tan solo el tubo comenzó a aspirar… ¿el aire?
—¡Está por todas partes! —gritaba.
Almu y yo no supimos reaccionar, la situación se nos escapaba de las manos. Darío llegó alarmado por los gritos. Al ver a Bea nos miró desencajado, y luego intentó quitarle la aspiradora.
—¡No me toques! ¡Que nadie me toque! Necesito ducharme, necesito ducharme… —Comenzó a quitarse la ropa con asco.
—Está bien, está bien, no pasa nada —dije intentando controlar la situación—. Darío, vete a la terraza, seguro que el coach tiene muchas cosas interesante que decir, corre, vete, nos quedamos nosotras con ella, no pasa nada, aquí no pasa nada. —Darío, muy poco convencido, salió de la habitación y yo cerré la puerta.
Almudena me ayudó a levantar del suelo a Bea y la sentamos en la cama. No dejaba de llorar. Me acuclillé frente a ella, a una distancia prudente para no ponerla nerviosa. Almu se volvió a apoyar en la pared.
—No quiero morir… —dijo bajándose un poco la mascarilla y secándose la nariz con el borde del dedo índice.
—Pues vas a morir, de eso estoy segura —dije.
—¿Sabes que eres una puta mierda de amiga? —preguntó y Almu se rio.
—Lo sé —contesté—. ¿Os podéis creer que el otro día les dije a mis amigas de toda la vida de Bilbao que las quería lejos?
—Qué bestia, ¿por qué les dijiste algo así? —preguntó Almu y se acercó un poquito.
—Estábamos chateando todas en el grupo de WhatsApp y tuvieron típico momento de exaltación de la amistad con una canción de Jarabe de Palo que mandó una de ellas. Así que empezaron a decir que si os quiero, que si tengo los pelos de punta, que si muero por volver a abrazaros, que si no puedo parar de llorar, que si amigas para siempre, que si, que si, que si… Que vamos, que yo quería ser como ellas, una persona con sentimientos, una persona que se emociona con canciones de Jarabe de Palo. Entonces me lancé y les mandé un audio expresándome… pero ya sabéis que no sé hablar del amor, así que me puse nerviosa, me bloqueé y en vez de decirles que desde lejos las quería, terminé diciendo: “¡Os quiero lejos!”. Y luego me entró la risa y no pude ni arreglarlo. Ahora ellas sí que me quieren y mucho.
Almudena y Bea estaban tronchadas de la risa y por una vez me alegré de ser tan inútil con mis sentimientos, no hay mal que por bien no venga.
Beatriz se tranquilizó bastante. Nos habló con calma de lo que una situación así le estaba haciendo sentir, de lo vulnerable que se había descubierto al no saber gestionar todo aquello sin ansiedad, de lo triste que era recordar la vida sin Pablo, de asustarse por quererse muerta más pronto que tarde y del placer que era comer la Nocilla a cucharadas.  Después se duchó y Almudena y yo regresamos con el resto.
Todavía nos dio tiempo, antes del toque de queda de las 23.00, a compartir las 3 cervezas que quedaban y a reírnos un ratito más en la terraza. Estaba siendo todo muy raro, no fue el encuentro esperado, no fue la exaltación prevista de quien no se ve en mucho tiempo, fue más bien un ya estamos de vuelta y ¿ahora qué?

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