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Daisy de Flower Pop Art |
Almudena y Elvira cruzaban la Plaza de la Paja. Hacia
arriba, dirección a sus casas. Eran las dos de la mañana. Caminaban despacio,
cogidas del brazo como dos viejas a la cola de un cortejo fúnebre. Almudena
llevaba un pequeño tiesto con petunias rojas, lo sostenía con fuerza en su
brazo izquierdo. Elvira cabizbaja se frotaba el cuello dolorido intentando
entender lo que había sucedido aquella noche. Miró a su amiga buscando respuestas y se percató de las
petunias. Sorprendida paró el paso.
—¿Estás segura de que no le importa que vaya yo? —preguntó
Almudena.
—No, no le importa —contestó Elvira.
Almudena y Elvira cruzaban la Plaza de la Paja. Hacia
abajo, dirección a la casa de Beatriz. Eran las nueve de la noche. Caminaban
con brío, decididas. Su amiga celebraba una fiesta en su nueva casa
para despedir el verano.
—¿Vive en un palacio? —preguntó Almudena empujando el
portón de la calle.
—Algo así… —Elvira alzó la vista a los altísimos techos
escayolados de la entrada.
El pequeño palacete de mediados del s.XIX había sido
reformado y convertido en tres casas independientes. El padre de Beatriz había
alquilado la del primero, con jardín privado. Algo absolutamente prohibitivo en
pleno centro de Madrid.
—¿Qué hace esta aquí? —espetó Beatriz al abrirles la
puerta.
—Tienes una casa preciosa, Bea —dijo con rapidez Elvira y, de medio lado, se coló dentro.
—Yo si quieres me voy, yo…
Pero antes de que Almu pudiera seguir victimizándose,
Elvi la agarró del brazo y la empujó hacia adentro.
—¡¿Qué hace esta aquí?! —exclamó Enrique apareciendo por
el pasillo.
—¿Yo? —preguntó indignada Elvira que seguía sosteniendo el
brazo a Almudena—. ¡Soy amiga de Beatriz!
—Bea, lo siento,
pero si ella se queda nosotros nos vamos.
Y es que después de aquel accidentado ménage à trois, hacía más de un mes, no
habían vuelto a tener contacto.
—¡¡¿Qué hace este aquí?!! —gritó esta vez Elvira al ver a
Markus en la puerta del fondo con una cerveza en la mano.
—¡Te recuerdo que es mi novio! —Bea.
—¡Creo que él no piensa lo mismo! —Elvi.
—¡Si ella se queda nosotros nos vamos! —Enrique.
—No, si la que se va soy yo… —Almu.
—¡De eso nada, que se vaya Markus! —Elvi.
—¡Es mi casa! —Bea.
—¡Jèrôme, nos vamos! —Enrique.
—¡Silencio! —Darío entró en el hall dando palmas—. ¡Basta ya! ¡Centrémonos! Hemos pasado por una
pandemia, nevadas históricas, inundaciones, incendios, volcanes y China está a
punto de meternos en la Tercera Guerra Mundial. Señores, centrémonos, así que:
¿quién quiere vino y quién cerveza?
Elvira estaba sola sentada en uno de los taburetes altos
de la isla de la cocina, sostenía una copa de vino. Llevaba mirando los imanes
de la nevera más de 20 minutos.
—Dice un parajo que hablas alemán.
Elvira giró la cabeza y vio a Markus en la puerta.
—¿Un parajo? —Se
rio.
—Sí, dice un parajo, dice eso un parajo.
—Pájaro. Pero no es correcto, se dice “me ha dicho un
pajarito que…”.
—Me ha dicho un parajito que…
Elvira empezó a reírse. Dejó el vino sobre la isla y lo
miró.
—¿Amigos? —preguntó él.
—Yo no tengo amigos.
—¿Enemigos?
—Enemigos —contestó ella. Extendió la mano y se la
ofreció. Markus la apretó con firmeza.
—Ay, que nos van a oír… —susurraba Almudena a Darío sentada
en la encimera del baño, tenía las piernas abiertas, con el vestidito subido
hasta los muslos, y él estaba perfectamente encajado—. No, no… Darío, las
bragas no, no… no me las quites, aquí no…
—Nadie nos oye… están el jardín…
—Ay… esto no está bien… —Las bragas terminaron deslizándose hasta sus tobillos.
—Pues a mí me parece que no puede estar mejor....
—¿Dónde está Darío? —pregunto Beatriz meciéndose en el
balancín con una sola pierna.
—Creo que en la cocina —contestó Enrique.
—¿Y Almudena? —volvió a preguntar.
—Ella no lo sé.
—¿La chica de gafas gojas? Crgeo que al baño —explicó
Jérôme.
—En el baño, ya… —Al ver aparecer a Elvira en el jardín
le preguntó—: ¿Darío está en la cocina?
Elvira se sentó en el borde de una enorme maceta que
parecía hospedar a una extraña palmera raquítica y, mirándolos a todos, asintió
con la cabeza, después añadió:
—Son granates, Jèrôme, las gafas de Almudena son
granates, no son rojas.
—¿Pog cuá odias como así a los frganseses?
—No los odio. —Bebió un sorbito de vino y luego dejó la
copa en el suelo. Cruzó las piernas y se atusó el flequillo hacia un lado—.
Simplemente creo que su existencia no es del todo necesaria en este mundo.
—¡Gasista!
—¿Racista yo? No os culpo por alimentaros de queso y
beber cerveza con sirope de fresa, no os culpo por considerar a Carrère como lo
mejor que tenéis en literatura, no os culpo por no entenderos al hablar en cualquier
otro idioma. No os culpo. No te culpo, Jèrôme, por ser francés. No es tu culpa,
naciste así. No soy racista, soy benevolente. Comprendo tu dolor.
—¡Yo la mato, yo la mato! —Enrique se puso en pie y
decidido cogió a Elvira de la camiseta y la levantó en el aire—. ¡Te voy a
matar!
—Bébé, oh, là là!, ¡no, no! ¡Trgganquilo, mon bébé!, ¡vas
a matag a ella, vas a matag a ella!
—¡Eso quiero!
En el momento en que Markus quiso interceder, Beatriz
regresó al jardín gritando que Darío no estaba en la cocina. Su novio se acercó
y sujetándola por el brazo le dijo en alemán al oído:
—Deja de buscar a tu amigo. Yo estoy aquí. He venido. No
me avergüences.
—¡Pues vete! —gritó ella en español zafándose con rabia—.
¡Vete!
—¡Me matan! —gritaba Elvira desde el aire.
—¿Qué pasa aquí? —Darío salió corriendo del baño con la
camiseta en la mano.
—¡Cabrón! —gritó Beatriz al verlo.
—¡¿Qué pasa?! —Detrás Almudena—. ¡La vais a matar! ¡Ay, Elvira!
¡Bajadla!
—¡Diles que no me maten, Almudena! Que por caridad. Así
diles. ¡Diles que no me maten!
Darío no vio venir el golpe. El puño de Markus apareció
de la nada. Sintió que el labio se le reventaba y que el azulejo del jardín le
helaba la mejilla.
—Mais, qu'est-ce
que c'est?!!!
—Backpfeifengesicht!!!
—¡Animal!
—¡Me matan!
—¡Te mato!
—Cabrones… —Beatriz cayó de rodillas al suelo y bramó con
fuerza—: ¡Cabrones! ¡A vuestra puta casa todos! ¡Todos!
—Almu, cariño, ¿de quién es ese tiesto?
—¿Este? De Beatriz —dijo y lo sujetó frente a ellas con
las dos manos. Ambas amigas ladearon la cabeza para verlo mejor—. Son bonitas,
¿verdad? Petunias creo que son.
—Petunias, ya. Y Almu, cariño, ¿por qué te has llevado un
tiesto con petunias de la casa de Beatriz?
Almudena levantó los hombros y volvió a rodear el tiesto
con tan solo su brazo izquierdo.
—Porque me he puesto tan nerviosa al no encontrar las
bragas que he cogido lo primero que he visto.