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Desconocido |
—¿No hay cerveza? —pregunté en chino a la dependienta del
supermercado del campus, una joven de poco más de 20 años con camiseta roja y
pantalones azules que reorganizaba las baldas del segundo pasillo.
—¿Cerveza? Hay. Hay cerveza. Hay, hay. —Dejó su tarea y
se encaminó al fondo del supermercado. Allí me señaló casi una docena de cajas
alineadas en el suelo—. Cerveza.
Lo primero que pensé fue que habría una nueva normativa
en la que estaría prohibido exhibir la cerveza en los supermercados de dentro
de la universidad, las reglas en China se modifican cada 5 minutos y esta
última no la conocía, desde luego.
—Bien —dije—. ¿No hay cerveza fría?
—¿Fría? Hay. Hay cerveza fría. Hay, hay. —Se dio media
vuelta y me mostró un pequeño frigorífico—. ¿Cuántas?
—Quiero dos. Perdona ¿esa cuál es?
—¿Esta? —repitió alcanzando una lata verde y blanca—.
Esta es cerveza local.
—Bien, quiero dos —dije, así que me dio dos de las
locales—. No, quiero dos Tsingtao y locales. —Así que me quitó esas cervezas y
sacó una Tsingtao y una local. Dos en total. —No, no quiero así —dije algo
nerviosa en mi chino macarrónico—. Quiero cuatro, cuatro.
—Ah, bien, bien. —Y sacó cuatro cervezas Tsingtao y
cuatro locales y me las puso sobre los brazos, encima de las dos que ya tenía
de antes—. ¿Bien?
—Muy bien —respondí, era viernes noche y mi fuerza para
discutir se la había llevado una pésima semana.
La acompañé hasta la caja registradora y justo antes de
poder dejar las 10 cervezas sobre el mostrador escuché:
—Oh, ¿la ayudamos, profesora?
¿Profesora? Giré con pavor sosteniendo
parte de las latas de cerveza con mi barbilla.
—Chicos, ¿qué tal? —dije a un grupito de tres estudiantes
de grado—. No, no, no os preocupéis, puedo yo sola.
Y me di la vuelta fingiendo naturalidad, como si aquella
escena no representara claramente el ocaso irremediable de una profesora ya sin vocación.
Deposité las latas en el mostrador y tragué saliva.
—¿Va a hacer una fiesta, profesora?
—¿Qué?
—Una fiesta. ¿Con los profesores Raúl, Marina y Verónica?
—¿Eh?
—¿Con todos los profesores?
—Eh… sí… sí, sí, voy a hacer una fiesta en mi casa, todos
los profesores van a venir. Todos, todos.
Nerviosa, sin dejar de mostrar una falsa sonrisa, pagué
con la aplicación de Wechat y con
impaciencia metí las 10 latas en la pequeña bolsita de plástico. Adiós, chicos, dije saliendo por fin del
supermercado y sintiéndome algo liberada. Esta semana no había hecho más que
empeorar mi situación en China. Había caído al pozo, me habían tirado. Y lo más
triste es que no fue solo Samara sino que mi Verónica estaba a su lado para
ayudarla.
—Elvi, te prometo que solo le dije que no ibas a renovar,
nada más —intentaba explicarse Verónica, el martes, sentada frente a su mesa del
despacho sin atreverse a mirarme—. No tenía ni idea de que Narumi lo iría
contando por ahí y mucho menos que dijera las cosas que ha dicho de ti, todo
fue un malentendido. Créeme, nunca hablaría mal de ti, bueno, ni mal ni bien,
no sé… fue… yo…
Sentí el agua fría del pozo calarme primero la espalda y
después el cuerpo entero. Con lentitud recogí mis cosas del despacho, las
fotos, los libros y el bote de los bolígrafos y lo metí con desgana en el
bolso.
—¿Qué haces, Elvi?
—Trabajaré desde casa en mis horas libres. Así tienes más
espacio para ti y para tus chismes con Samara.
—Elvira, no seas injusta, todo ha sido un malentendido y
te prometo que jamás volverá a pasar. Pero entiéndeme, necesito a Narumi. La
necesito, debo seguir viéndola, Osaka no va a ser fácil, tengo que ir muy
preparada, ella me puede ayudar mucho.
—Por muy raro que te parezca, Vero, yo a mis amistades no
les saco provecho, solo ratitos disfrutones. Ya ves qué simple soy.
Me coloqué el bolso en el hombro y salí del despacho sin
un adiós que cerrara la puerta. Desde el martes no había vuelto a saber nada de
Verónica y parecía que iba a ser la tónica de mi nueva vida en el campus.
Atravesando el aparcamiento del supermercado comencé a
tararear mi canción para los malos momentos:
—Un suicida se balanceaba sobre la cornisa del
CapitoooôôÔÔÔL y como veía que no se tiraba fue a llamar a otro suiciiiiîÎÎÎda,
dos suicidas se balanceaban…
Nos la inventamos Enrique y yo, hará cosa de 11 años,
sentados en un banco de la Plaza de las Descalzas a las 4 de la mañana, tras una
noche para olvidar.
Ya en casa dejé la bolsa de latas de cerveza sobre la
encimera de la cocina.
—… doce suicidas se balanceaban sobre la cornisa del…
Saqué una lata y la abrí, pegué un primer sorbo a morro y
poco convencida cogí un vaso y vertí el resto. Rebusqué en el bolso y comprobé
el móvil, tenía 3 llamadas perdidas de Almudena, hoy no, Almu, pensé en voz alta, hoy no. Tomé la cerveza y me senté en el sofá. Abrí la última
conversación con Joan en WhatsApp y
lo llamé.
—¿Joan?
—¿Elvi? Jo, qué liada tengo.
—¿Te llamo en otro momento?
—No, amor, dime, dime, ¿pasa algo? Raro que me llames a
estas horas.
—No, no, nada, solo que pienso cosas, cosas… Sé que no
soy fácil, sé que una persona fácil no podría sentirse tan sola, y yo…
—Joder, ya está vomitando otra vez. ¡Tomás!, ¿qué pasa,
Tomás? Este gato no está bien, no está bien. Perdona, cariño, es que ya andaba
mosqueado porque hace dos días que no hace cacas, así que he pensado en
llevarlo al veterinario y, mira, preparando el trasportín otra vomitona y es la
tercera en la mañana, joder… Cacas no pero lo que vomita este gato, la madre
que…
—Ya… Sí, sí, pobre, a ver si las cacas… Bueno, te llamo
luego, ¿prefieres?
—No, no, mi vida, dime, dime. Voy bien, le acabo de meter
en el trasportín, salimos para el vete, dime, tengo un ratín antes de llegar.
—Vale, ¿sí?, de acuerdo. No, verás, es que me doy cuenta de
que quizá mi forma de ser no es conveniente, la culpa no siempre puede ser de
los demás…
—¡Trinidad! Sí, tranquila, me lo llevo al veterinario,
pero está bien, que hace dos días que no hace cacas. Claro… ¡Pues justo estoy
hablando con ella! Ahora se lo digo, no te preocupes, adiós, adiós. Trinidad
que muchos besos, que la escalera sin ti no es lo mismo. Qué buena mujer es esta
señora.
—Sí, dale muchos besos también a ella. No, a ver, lo que
te decía, era que a veces peco de culpar a los demás y… Si el problema es mío
debo solucionarlo desde dentro y voy a cambiar, Joan, sé que para ti no es
fácil estar conmigo…
—Cariño, por favor, no digas eso, eres la mujer más…
¡Adela!, pues ya ves, que le gusta darnos sustos, me lo llevo al veterinario,
que no hace cacas… Sí, dos días ya sin hacer cacas. —Me bebí el vaso de un trago—. Sí, sí, si
vomitar vomita mucho pero cacas nada, nada de cacas. —Miré seria a la pared, por
lo menos no teníamos hijos—. Sí… Parece que muy bien, sin problemas. En julio
ya llega, ahora, casualidad, la tengo al teléfono, vale, vale, de tu parte. Oye,
muchos besos de Adela, la de la farmacia, me ha preguntado por tus ojos, con
ganas de verte.
Fingí estar recibiendo una llamada entrante de la
profesora Wang y colgué prometiéndole que lo llamaría al día siguiente. Me
levanté y abrí una nueva lata de cerveza, esta vez no la eché en el vaso. Pegué
un par de sorbos y la dejé sobre la encimera de nuevo. Miré a través del
ventanal de la cocina y no sé si fue porque vi pasar a una pareja de
estudiantes cogidos de la mano o porque uno de los árboles del camino estaba
torcido o porque la papelera desbordaba basura, no lo sé, la cosa es que me
llevé las manos a la boca y ahogué un grito que llevaba tiempo agarrado a mis
costillas. Qué espesa es la soledad cuando no es elegida.
A mi lado vi el móvil vibrar, llamada de Almudena. Hoy no, Almu, hoy no. Y lo ignoré.
—Quince suicidas se balanceaban sobre la cornisa del
CapitoooôôÔÔÔL y como veían que no se tiraban fueron a llamar a otro
suiciiiiîÎÎÎda, dieciséis suicidas… —El móvil volvió a vibrar, esta vez acepté
la llamada—. ¿Qué?
—Elvi, te necesito, la acabo de liar muy, muy, muy gorda.
Cogí mi lata de cerveza y me senté en el suelo de la
cocina apoyada en los muebles bajos. Escuché a Almudena. Su ex César se casaba.
Hasta ahí nada interesante, un idiota menos en el mercado. Todo bien. El
problema llegó cuando hoy, Almudena, después de comer y algo aburrida, decidió
cotillear quién era esa tal Sandra Mejías Salvador, futura mujer de César. Y no
se le ocurrió mejor idea que hacerlo por Instagram.
—No tienes Instagram.
—Un poco sí —contestó.
—¿Un poco?
—Es un perfil falso. No soy yo, bueno, soy yo pero no, es
para ver cosillas, ya sabes.
—Ya, para ver si la nueva mujer de tu ex es mejor que tú
o no.
—Exacto.
—Viva la sororidad.
La cuestión es que entre cotilleo y cotilleo le dio sin
querer a dos fotos “me gusta”.
—¡Sopla! —dije.
—¿Qué?
—¡Sopla!, a veces se van los corazoncitos de “me gusta”
soplando.
—¡Elviraaaaaa!
Y entonces empezó el…: Nunca me ayudas, no te tomas en
serio mis problemas; eso no es verdad, sopla y si no funciona, cierra la
aplicación, reinicia el móvil y ya; ¿pero qué tontería es esa?; pues sopla más
fuerte; ¡eres una inútil, Elvi!; ¡jajajajajaja!; puta, no te rías; ¡sopla!;
¡jajajajaja!, coño, ya soplo; jajajajajajaja; jajajajajajaja; dieciocho
suicidas se balanceaban sobre la cornisa…; ¿qué hacemos?; ¡haces!; ¿qué hago?;
no te conoce, síguela; ¿qué?; ¡síguela!, jamás adivinaría que ese falso perfil
pertenece a la ex de su marido; ¿la sigo?; ¡sopla primero!; jajajajajaja;
jajajajajaja; ¡ya!, ¡la sigo!, ¡la sigo!, ¡qué fuerte!; qué perra, sigues a la
mujer de tu ex; ¡zorra! Jajajajajaja; ¡puta! Jajajajajajaja; ¡sigo a la mujer
de mi ex!
No sé ni el tiempo que estuvimos riéndonos hasta que Almu
con su inocencia dijo:
—Ay, Elvi, no sé qué haría sin nuestros ratitos
disfrutones.
Se me atascaron sus palabras tan dentro que tuve que
soltar el vaso de cerveza y apretarme con ambas manos el esternón para ver si
pasaban. Imposible, estaban agarradas bien adentro y, aunque intenté
contralarme, empecé a llorar con una angustia espesa e inagotable. Almu quiso
tranquilizarme con mucho cariño pero el llanto no cesaba, me daba golpecitos en
el pecho para intentar que remitiera pero hasta que no pasó largo rato, no pude
dejar de llorar.
—Elvi, cariño, ¿pero qué te ha pasado?
—Nada —respondí—, que he vomitado porque llevaba dos días
sin hacer cacas…