—Sentaos más separados, he sacado sillas para todos.
Coged cada uno vuestra cerveza del cubo, no toquéis el resto. No hay vino,
porque lo de compartir las botellas no terminaba de verlo claro. Darío, por
favor, no te quites la mascarilla. —Beatriz daba instrucciones sin parar,
parecía nerviosa, muy nerviosa—. Bueno, y me alegro mucho de que estéis aquí
otra vez. —Extendió los brazos y, sinceramente, no supimos cómo reaccionar a
ese gesto, así que nos quedamos en nuestro sitio esperando el pistoletazo de
salida—. Vale, podéis coger ya las cervezas. —Los 5 nos levantamos a la vez—.
¡De uno en uno! ¡La distancia de seguridad, por favor! ¡Dos metros! ¡Dos
metros!
—Bea, tu casa entera mide 40 metros cuadrados —dije
volviéndome a sentar.
—Vamos a morir todos…
Beatriz había desarrollado un pánico incontrolado a ser
contagiada. Durante la Fase 0.5 Almudena y yo habíamos hecho por encontrarnos fortuitamente en nuestros paseos
nocturnos o incluso a la salida de alguna librería, pero Beatriz nunca quiso
salir de casa. De hecho, en un primer momento decidimos celebrar la llegada a
la Fase 1 en una terracita en la Plaza de la Paja, pero “para estar en una
terraza estamos en la mía”, y así fue. Fuimos llegando a las 20.30 a su casa y
según cruzábamos la puerta nos obligaba a descalzarnos y nos untaba de arriba
abajo con solución hidroalcohólica.
—Es normal que te sientas así, Beatriz, es una reacción
habitual ante la incertidumbre de los cambios y eres valiente expresándolo,
eres muy valiente. Que no te quepa duda que todos padecemos ese temor y gracias
a ti nos sentimos menos solos ante nuestro miedo.
—Qué bien que hayas venido, Carlos —dije con mi sonrisa
de cartón.
La noche transcurría sin demasiada alegría por
describirlo de alguna manera. Beatriz pulverizaba con desinfectante todas las
superficies que íbamos tocando. La teníamos pegada a cada uno de nosotros con
el Sanytol en la mano.
—¡Bea, no me sigas! —grité desesperada.
—¿A dónde vas?
—¡A mear!
—Vale, pero no te sientes en la taza.
No había pasado ni una hora y aquello parecía de todo
menos un reencuentro de amigos tras sobrevivir a una pandemia. Además Enrique
nos contó que no había conseguido la financiación de la productora que había
organizado el concurso al que presentó su corto.
—Joder, lo siento, macho —dijo Darío—. Era bueno, de
verdad, el final me costó entenderlo pero era bueno.
—Cagüen dios, Darío, no había que entender nada, era lo
que era, ¡punto!, que a veces pareces idiota —le espetó Enrique.
—Pues… menos mal que no llueve, ¿verdad? —dulcificó
Almudena.
—Sí, sí, sí, menos mal —todos.
Beatriz, con cara de agobio, entró en casa. Hice un gesto
a Almudena para seguirla. La encontramos en su habitación, sentada al borde de
la cama con la cabeza entre las manos y murmurando que todo se acababa.
—Hombre, de momento la cerveza sí, solo quedan 3
botellines —dije y luego me senté a su lado.
—¡Elvira, a dos metros de distancia!
A Almudena le entró la risa. Me levanté y me apoyé en la
pared junto a ella que me contagió la risa.
—¡No os riais, perras! El mundo se acaba y os da igual…
—Bea, por favor, es solo una pandemia mundial. —Ahí estaba
yo sentando cátedra.
—Perdona, Elvira, por no desear la muerte tanto como tú,
perdóname por no entender el ciclo de la vida, perdóname por sentirme aterrada
por los 30 mil muertos de coronavirus, perdóname por darme cuenta de que ya
empiezo a envejecer, perdóname por la angustia de sentir que soy incapaz de
parar el tiempo, por darme cuenta de que estoy en un momento de mi vida en el
que ya solo puedo perder cosas… Ya perdí a Pablo, ¿voy a perder a mis padres
ahora?, ¿a los dos a la vez? Todo se acaba… Todo…
Almudena y yo nos dimos la mano, apoyé la cabeza en su
hombro y ella luego lo hizo en la mía. Y así, con las cabezas amontonadas,
Almudena le dijo que nosotras no nos acabaríamos nunca. Beatriz contestó con un
tímido gracias y levantó despacito la
cabeza.
—¡Joder, pero dejaos de sobar! ¡A dos metros! ¡El virus
con vosotras se está retroalimentando, es inagotable! —Y salió de la habitación
como si le quemara el culo.
Almudena y yo nos tiramos en la cama muertas de la risa,
hasta que la vimos entrar de nuevo con… ¿una aspiradora? Le quitó la boquilla
aplanada y con tan solo el tubo comenzó a aspirar… ¿el aire?
—¡Está por todas partes! —gritaba.
Almu y yo no supimos reaccionar, la situación se nos escapaba
de las manos. Darío llegó alarmado por los gritos. Al ver a Bea nos miró
desencajado, y luego intentó quitarle la aspiradora.
—¡No me toques! ¡Que nadie me toque! Necesito ducharme,
necesito ducharme… —Comenzó a quitarse la ropa con asco.
—Está bien, está bien, no pasa nada —dije intentando
controlar la situación—. Darío, vete a la terraza, seguro que el coach tiene muchas cosas interesante que
decir, corre, vete, nos quedamos nosotras con ella, no pasa nada, aquí no pasa
nada. —Darío, muy poco convencido, salió de la habitación y yo cerré la puerta.
Almudena me ayudó a levantar del suelo a Bea y la
sentamos en la cama. No dejaba de llorar. Me acuclillé frente a ella, a una
distancia prudente para no ponerla nerviosa. Almu se volvió a apoyar en la
pared.
—No quiero morir… —dijo bajándose un poco la mascarilla y
secándose la nariz con el borde del dedo índice.
—Pues vas a morir, de eso estoy segura —dije.
—¿Sabes que eres una puta mierda de amiga? —preguntó y
Almu se rio.
—Lo sé —contesté—. ¿Os podéis creer que el otro día les
dije a mis amigas de toda la vida de Bilbao que las quería lejos?
—Qué bestia, ¿por qué les dijiste algo así? —preguntó
Almu y se acercó un poquito.
—Estábamos chateando todas en el grupo de WhatsApp y
tuvieron típico momento de exaltación de la amistad con una canción de Jarabe
de Palo que mandó una de ellas. Así que empezaron a decir que si os quiero, que
si tengo los pelos de punta, que si muero por volver a abrazaros, que si no
puedo parar de llorar, que si amigas para siempre, que si, que si, que si… Que
vamos, que yo quería ser como ellas, una persona con sentimientos, una persona
que se emociona con canciones de Jarabe de Palo. Entonces me lancé y les mandé
un audio expresándome… pero ya sabéis que no sé hablar del amor, así que me
puse nerviosa, me bloqueé y en vez de decirles que desde lejos las quería, terminé
diciendo: “¡Os quiero lejos!”. Y luego me entró la risa y no pude ni
arreglarlo. Ahora ellas sí que me quieren y mucho.
Almudena y Bea estaban tronchadas de la risa y por una
vez me alegré de ser tan inútil con mis sentimientos, no hay mal que por bien
no venga.
Beatriz se tranquilizó bastante. Nos habló con calma de
lo que una situación así le estaba haciendo sentir, de lo vulnerable que se
había descubierto al no saber gestionar todo aquello sin ansiedad, de lo triste
que era recordar la vida sin Pablo, de asustarse por quererse muerta más pronto
que tarde y del placer que era comer la Nocilla
a cucharadas. Después se duchó y Almudena y yo regresamos con el resto.
Todavía nos dio tiempo, antes del toque de queda de las
23.00, a compartir las 3 cervezas que quedaban y a reírnos un ratito más en la
terraza. Estaba siendo todo muy raro, no fue el encuentro esperado, no fue la
exaltación prevista de quien no se ve en mucho tiempo, fue más bien un ya
estamos de vuelta y ¿ahora qué?
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