Autor desconocido. |
Nota: Para entender mejor este relato, te aconsejo leer antes: Lunes de consultorio.
—¿Te lo puedes creer, Elvi? ¿Te lo puedes creer? ¡Está
con otra tía!
Era la noche del martes o del miércoles. Sostenía mi
segunda copa de vino en la terraza de la casa de Bea, mientras la escuchaba
gritar.
—Sí, es… es… —decía yo y pegaba otro trago de vino, el
día se me estaba haciendo largo.
—Darío con otra tía, por eso no se ha querido mudar a mi
casa, ¿cómo iba a hacerlo si estaba saliendo con esa pava? ¡Es que está con ella desde octubre! ¿Tú lo sabías?
—¿Yo? No, no lo sabía.
Sí, sí lo sabía.
Hacía una semana desayunaba con Darío:
—Gracias, Elvi, por quedar. Sé que andas liada con tus
cosas…
No es que estuviera liada con mis cosas, de hecho,
últimamente estaba bastante dispersa. Con esto del coronavirus, no terminaba de
organizarme ni con las clases online ni con los artículos. Todo estaba en el
aire y la profesora Wang no podía concretarnos nada porque tampoco ella sabía
la fecha de regreso a China. Intentaba planificarme un horario pero me
resultaba difícil cumplirlo.
—… pero quería hablarte de Bea, sois muy buenas amigas y
quizá por eso puedas ayudarme.
Darío me contó que el día anterior había quedado con Bea.
Sí, eso también lo sabía, habíamos comido juntas. Y también me contó que le
propuso mudarse a su casa. No, eso no lo sabía porque supuestamente Bea me prometió
no pedírselo. Sin embargo supongo que para eso están las amigas, para
escucharlas y luego hacer lo que te salga del toto.
—Entiéndeme, Elvi, me encanta Bea. Joder, ¿a qué tío no
le gusta Bea? Pero pensaba que todo iba a ir más lento, más tranquilo, bueno,
como es ella, que todo se lo toma a chufla, no sé si me entiendes. —Sí, le
entendía—. Yo es que he conocido a alguien, nada serio, ¿sabes? Pero quiero
seguir conociéndola.
Se llamaba Eva. Era estudiante en su
escuela de Expresión Corporal y llevaban follando desde octubre. No podría
llamarse relación porque tan solo tenía 23 añitos y había muchas cosas que a
Darío no le encajaban.
—¿Qué hago, Elvi?
Temía esa pregunta que todos me hacían.
—De momento pedirme otro café, anda.
El desayuno se alargó más de la cuenta. Por fin, sobre
las 09.30 nos despedimos acordando que, en cuanto él tuviera tiempo, se lo
contaría a Bea, porque si se trataba de mantener una relación abierta, Bea era
idónea para ello.
—¡Y me pide que
tengamos una relación abierta!
Bueno, igual Bea no era tan idónea para ello.
—¿Estamos locos? ¿Holaaaaaa?
—Hola… —De un trago me terminé el vino. Me había
equivocado.
—¿En qué cabeza
cabe que quiera compartir a Darío?
En la mía. Me serví la tercera copa, lo necesitaba, sí,
verdaderamente el día se me estaba haciendo largo. Demasiados errores.
A las 11 de la mañana estaba subida a un taburete
rebuscando entre las estanterías de una vieja librería de segunda mano, cuando
mi móvil vibró. Llamada entrante de Vero.
—Dime, loca de mi vida.
—Ya han pasado 10 días y no sé nada de Antonio. Evira…
yo…
Me bajé del taburete y haciendo un gesto al librero, que
estaba detrás del mostrador y que custodiaba mis libros hasta ahora elegidos,
salí de la tienda.
—Vero, a veces los hombres necesitan tiempo, a veces…
—¡Elvira, basta! Ha tomado una decisión y me ha dejado
fuera.
Sí, la había dejado fuera. Diez días eran demasiados para
un silencio que no fuera acompañado de una intención. Me senté en un bolardo
que había en la acera, frente a la puerta de la librería y suspiré derrotada,
la jugada me había salido mal.
—Está bien, Vero, pues ahora intenta olvidarlo y ya. Y
ya.
—¡No es tan fácil! ¿Qué crees? Echo de menos sus mensajes
diarios, sus audios, sus fotos, echo de menos… ¡Echo de menos que esté ahí!
¡Ahí! Ahí… coño, joder, ahí para mí.
—Vero, lo sé, pero ya está. Esto no iba a ninguna parte.
Ahora intenta olvidarte de él poco a poco y ya está.
—Elvi, es que tú no me entiendes.
Claro que la entendía. Nueve años atrás, yo vivía en
Madrid desde hacía poco más de un año. Estaba de pie en el salón de mi casa con
unos leggins y una camiseta de tirantes llorando frente a mi amigo Gael que me
sujetaba por los hombros intentando tranquilizarme.
—Cari, basta, te lo pido, por favor —me rogaba.
—No puedo, el dolor viene de aquí. —Y le señalaba las
tripas.
Hacía 4 años que me había dejado Etienne, mi ex por
excelencia, y hacía 4 años que lloraba sin consuelo. Hacía uno que había
empezado terapia para poder aprender a continuar con mi vida sin él y hacía 10
minutos que le había mandado el último mensaje por el chat del Skype.
—Es que no me contesta… —le explicaba a Gael.
—No, cari, no te contesta porque te pidió hace dos meses que no le escribieras más y llevas en la última hora 4 mensajes.
—Es que no me contesta…
—Cariño, escúchame, él ya no te quiere.
—No me digas eso…
—Es que ya no te quiere.
—Sí… un poco sí.
—No, ni un poco, nada. Hace 4 años que no te quiere.
Me senté en el sofá como quien teme romperlo.
—Igual incluso más…, ¿verdad…? —dije.
—Sí, igual incluso más. —Se sentó a mi lado—. Cariño,
debes pensar que Etienne ha muerto porque si no, no vas a salir de este bucle
desesperante, imaginándote una y otra vez cómo sería tu vida si no te hubiera dejado.
Es que, Elvi, llevas mucho tiempo atascada, se acabó, Etienne ha muerto.
—¿Muerto…?
—Sí, muerto, chimpún. ¡Venga —exclamó dando una fuerte
palmada—, ya puedes empezar con tu vida! Vamos, empieza lavándote el pelo que
das asco, ¡vamos!
—Vale… —Entendí aquello.
20 minutos más tarde, al salir de la ducha, Gael, que preparaba macarrones, me
peguntó que qué hacía sentada en mi escritorio.
—¿Eh?, nada, escribiendo un mensaje a Etienne para
decirle que tú me has dicho que debo pensar que se ha muerto y que ya no le
volveré a escribir nunca más. Seguro que a este mensaje me contesta.
Gael me lanzó la cuchara de palo con todas sus fuerzas.
El timbre en la casa de Bea sonó y yo me quité a Vero, a
Etienne y a Gael de la cabeza.
—Voy yo —dije.
Al abrir, Almudena me abrazó. Pasamos juntas a la terraza.
Bea le sirvió una copa de vino.
—Bueno, ¿y esta reunión de chicas, así, a mitad de semana?
—preguntó.
—Darío está saliendo con una tía, ¿lo sabías? —dijo
Beatriz.
—Oh, no…, no, no lo sabía.
Sí, sí lo sabía, se lo había contado yo.
—Pero, Almu, espera que hay más. Lo mejor de todo es que
me propone estar con las dos a la vez hasta ver si alguna relación sale
adelante.
—Oh, por favor, ¿qué dices? ¡No me lo puedo creer!
Sí, sí se lo podía creer porque eso también se lo había
contado yo y le pareció bien. Me terminé la tercera copa. Almudena me miró y yo
miré al suelo, quería que mi vida terminara en ese momento. Al verme tan
agobiada empezó a hablar de su fin de semana en Segovia. Saqué el móvil y le
escribí un mensaje a Vero, me sentía fatal.
La he cagado. STOP. Lo
siento. STOP. Soy la peor consejera amorosa del mundo. STOP. Pero tú sigues
siendo la mujer más increíble que conozco. STOP. Así que haz lo que quieras.
STOP. Si necesitas verlo, escríbele y díselo. STOP. Como yo, él tampoco querrá
perderte. STOP y FIN.
—… A ver, los niños se lo han pasado muy bien, parece que
van a hacer buenas migas.
—¿Pero tú no ibas a cortar con Carlos? —pregunté
guardando el móvil en el bolso.
—Ah, ¿le ibas a dejar? —Bea.
—A ver, sí, de hecho se lo he dejado caer.
—¿Caer? —yo.
—Pues en plan, bueno, ya si eso el próximo fin de semana
no salimos de Madrid, ¿no? Vaya, para que vea que no siempre voy a estar
disponible para viajar.
Bea y yo nos miramos y luego miramos a Almu.
—¡Es que, chicas, es difícil cortar con un coah!, porque te empieza a liar la
cabeza con proyectos y con un futuro tan bien estructurado que… que… ¿A quién
no le gusta saber qué va a hacer en el futuro?
—A mí —respondí sirviéndome la cuarta copa.
Mi bolso vibró, saqué el móvil. Mensaje de Vero:
O pones STOP o pones FIN,
pero nunca los dos, idiota.
Me reí. El móvil volvió a vibrar. Nuevo mensaje de Vero:
No le voy a escribir. Tomé
una decisión. Algún día dejaré de echarle de menos, no?
Sí, algún día. CAMBIO.
Que no se dice CAMBIO para
terminar. Coño.
Perdón. COÑO y CAMBIO.
Jajsjaksksjajajajskakasjaja!!!
Gilipollasssss!!!
Y tan muerta de risa estaba guardando el móvil que no me
di cuenta de que me había quedado sola en la terraza.
—¿Chicas? —pregunté entrando en la casa. Empezaba a notar
las 4 copas de vino, todo parecía tambalearse.
Las encontré en la cocina. Bea estaba muy alterada y
Almudena al verme me hizo un gesto con la mano de “aquí se va a liar pero bien”.
Bea salió gritando y en bajo pregunté a Almu qué mierda estaba pasando.
—Darío está subiendo por las escaleras —dijo repitiendo
el mismo gesto con la mano.
—Vale, tú y yo no sabemos nada, putas como gallinas, no, putas
y muertas, gallinas muertasss, bueno, ¡sssshhhht! —Sí, confirmamos que ya estaba
borracha.
Oímos la puerta, la voz de Darío y los gritos de Bea.
Almu y yo nos agarramos de la mano.
—Necesito más vino… —dije, me estaba mareando.
Entraron en la cocina.
—¡Y te atreves a venir a mi casa después de proponerme la
guarrada de la relación abierta! —Bea.
—¡Pero por qué te enfadas conmigo si la idea fue de
Elvira!
Adiós. Cerré los ojos creyendo que así nadie podría
verme.
—¡Serás puta!
Seguí sin abrirlos fantaseando que Bea se lo estaba
diciendo a Almudena.
—A ver, por favor, calmémonos todos —pidió Darío.
Pero lejos de calmarnos la cosa se calentó todavía más
cuando Almu, en un torpe gesto por ayudarme, le confesó que ella también lo
sabía. Bea nos echó de su casa. En el descansillo no dejaba de chillar lo malas
amigas que éramos.
—Yo te quiero, Bea… —le decía intentando abrazarla con el
abrigo a medio poner.
—¡Que no me toques, mentirosa!
—Menudo pedo llevas, trasto. Almudena, ¿os pido un taxi?
—Yo te quiero, Darío…
—No, tranquilo, Darío, la acompaño a casa dando un
paseíto, a ver si se le pasa. Anda, Elvi, ven, dame la mano que nos vamos a
casa.
—Adióssss, amigosss, os quiero… Follad y sed libressss…
—Lo haremos, trasto —dijo Darío lanzándome un beso a las
escaleras.
—¡¿Cómo que lo haremos?! Antes tendrás que explicarme
muchas cosas, ¿no?
Se metieron en casa pero yo seguía diciéndoles adiós con
mano.
Ya en la calle, Almu me colocó bien el abrigo.
—¡Ay! —exclamé—. Me vibra el chocho.
Almudena se rio y me sacó el móvil del bolso.
—Anda, toma.
—¿Qué pone…?
—Mensaje de WhatsApp
de Verónica China.
—Acepto.
—Que no tienes que aceptar nada, que es un mensaje, ¿te
lo leo?
—Acepto.
—Joder, qué pesadita eres, Elvi. A ver, ¿cómo se desbloquea tu patrón de seguridad?
—Así. —Y recuerdo dibujarlo en el aire una y otra vez,
oía a Almu reírse.
—Pareces el Zorro. Vale, aquí está. Te leo el mensaje
entonces, ¿no?
—Acepto.
—Bueno, pues Verónica
China escribe: “He recibido mensaje. STOP. Ha comprado los billetes. STOP.
Llega a Londres el sábado por la mañana. STOP. No eres tan inútil. COÑO y
CAMBIO”. No sé, yo no he entendido nada, vosotras sabréis de qué va esto. ¿Quieres
contestarle?, ¿eh, Elvi?, ¿te ayudo a cont…? Pero, pero, pero ¿por qué lloras, tonta?
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