Obra de teatro: La clase muerta de Tadeusz Kantor
—Profa, ¿entonces para la próxima semana capítulo 1 y 2?
Estaba recogiendo tranquilamente mis cosas sobre el atril
de clase, pero como un resorte levanté la cabeza y miré con seriedad a mi
alumno.
—Profesora o profesora
Elvira.
El estudiante se enderezó en su asiento.
—Sí, profesora, pensé que al venir de España…
—El día que a la profesora Ding, a la profesora Zhou y a
la profesora Ni, las llames “profas”, podrás llamármelo a mí, pero hasta entonces no, ¿está claro?
—Sí, profesora.
—Y sí, para la próxima semana analizaremos los dos
primeros capítulos. Para cualquier duda estoy disponible 24 horas en mi Wechat
y los martes y miércoles me podéis encontrar en el despacho de la séptima planta.
Era el primer día y claro que me supo mal, dejé a toda la
clase en silencio. No eran muchos, 7 chicos de postgrado que habían cogido mi
optativa de Generación del 98, y que
ahora estaban completamente arrepentidos. Me lamenté, no siempre había sido
así, la edad supongo, no lo sé.
Todos comenzaron a levantarse y a salir de la clase.
—Ya sabes que puedes ponerte en contacto conmigo si
tienes dificultad con las lecturas, Unamuno no es fácil —dije al de “profa”
antes de que saliera por la puerta.
—Sí, lo sé, profesora, gracias, sí, porque Unamuno es un
poco… farragoso —dijo, parecía contento de que no le hubiera dejado marchar, se
apoyó en una mesa de la primera fila.
—Sí, podríamos decir que Unamuno es farragoso. —Sonreí,
yo también me alegré de que me diera otra oportunidad.
—Voy a escribirle todas mis dudas por Wechat.
—Me parece muy bien, suelo ser rápida contestando.
—Sí… ¿pero no cree que 24 horas son muchas para estar
conectada?
Me reí, él también al verme a mí.
—Bueno, es lo que pasa cuando tienes problemas de sueño y
cuando tu vida social brilla por su ausencia.
—Sí, comprendo, no tiene que ser fácil vivir sola en
China. —Y dio con la mano unos golpecitos en la mesa: toc-toc-toc… Un impulso rápido hizo llevarme la mano al pecho.
Toc-toc-toc.
—¿Comprobando la calidad de la mesa? —pregunté riéndome.
Yo tenía 22 años y era el primer curso que daba como
profesora en una universidad de Bilbao. Él tenía 24, era estudiante alemán, también
de postgrado. Me miró, no dijo nada y volvió a golpear con sus nudillos en la
mesa, esta vez un poco más fuerte:
Toc-toc-toc.
—Lo hacemos en Alemania cuando nos ha gustado la clase —dijo
finalmente, con la férrea seriedad que lo había caracterizado durante esas 5
primera semanas de curso.
—Bueno, gracias, me alegro —dije sonriendo, porque nunca
perdía mi sonrisa, nunca lo hacía entonces.
El chico recogió sus cosas y se marchó sin añadir nada
más. Recoger las mías me llevó un poco más de tiempo, cuando ya me colgué el
bolso al hombro y me di la vuelta para salir, lo vi plantado en la puerta de
clase.
—¿Olvidaste algo?
—¿Puedo invitar a mi profesora a un café?
Con la mano todavía en el pecho vi que mi estudiante
chino estaba hablando, lo veía mover los labios pero yo todavía estaba
regresando poco a poco de Bilbao, cruzar aquellos 20 años me había sacudido violentamente por dentro.
—… o a casa?
—Perdona, ¿qué?
—Le pregunto, profesora, que qué va a hacer ahora ¿ir a
comer o ir a casa?
—No… no, ahora voy a tomar un café…
Mi alumno se despidió y salió de clase, yo tras recoger
con torpeza mis cosas, también lo hice. Al entrar en el ascensor, saludé a los
de dentro con la cabeza y me coloqué contra la pared del fondo, acaricié la
superficie con la mano derecha, no
siempre había sido así, pensé de nuevo, cerré los ojos y preparé mis
nudillos…
Toc-toc-toc.
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