2 feb 2020

Coaching me si puedes

Ilustración para 'Loca Novelife 2' de Javier Avi


—¡Por el Brexit! —brindó Enrique.
—¡Por sus hombres! —gritó Beatriz.
—¡Por China! —brindé  yo.
—¡Por sus hombres! —gritó Beatriz.
—¡Por los coachers, choaches, choachis, coachings, cuchings…, por, por su puta madre! —brindó de nuevo Enrique.
Yo me reía con la cabeza apoyada sobre el hombro de Darío. Eran las 2 de la mañana, y los cuatro amigos estábamos terminándonos la tercera botella de vino en la casa de Beatriz, nunca nos pudimos imaginar que aquella inocente cena iba a deparar salidas del grupo tan sorprendentes.
Siete horas antes, Beatriz abría la puerta de su casa y al verme se puso a gritar como una loca, a mí me entró la risa. Nos abrazamos como si no nos hubiéramos visto en décadas y hacía poco más de 5 meses de nuestro último encuentro.
Era viernes y Beatriz había organizado cena en su casa con: Darío, Enrique, Almudena y yo. A todos los había visto ya desde mi regreso de China pero con Bea, entre unas cosas y otras, todavía no había coincidido.
Me llevó a la cocina, allí estaban Darío y Enrique. Bea me ofreció una cerveza.
—¿Sabes de lo que me acordé el otro día? —me preguntó Beatriz cerrando el frigo.
—No —dije sonriendo a los chicos que se reían al vernos tan exaltadas.
—Del día ese, el día que… —E hizo un gesto con la mano como si se tratara de mucho tiempo atrás.
—¿Cuál? —pregunté ya muerta de la risa porque sabía que recordar aquello, fuera lo que fuera, no iba a ser una buena idea viniendo de ella.
—El día que, en el Carbono 14 con Lucía… —Y ja, ja, ja, ja, ella sola.
—¿Me hablas de hace 9 años?
—Sí, cuando en los baños…
—¡Callaaaa!
—Y Lucía, que…
—Ah, y tú cuando le dijiste…
—¡Puto finlandés!
—¡Era sueco!
Y ja, ja, ja, ja, las dos.
—¿Sueco? Pues hablaba finlandés.
—Qué coño, si hablaba inglés, tontalculo…
Y ja, ja, ja, ja, yo ya estaba acuclillada en el suelo de la cocina muerta de la risa. Darío y Enrique nos miraban sin dar crédito.
—Que Lucía con lo del abrigo…
—¡Sí! Ay, y luego que no… —Y yo venga a reírme desde el suelo.
Tocaron al timbre.
—Ya voy yo —dijo Darío—, vosotras seguid a lo vuestro.
—Te lo tiraste —dijo Bea cogiendo un poco de aire.
—¡¿Yo?! No me he tirado a un sueco en mi vida.
—¡Que era finlandés!
—Ah, entonces igual sí. —Y las dos ja, ja, ja, ja, y la noche no había hecho más que empezar.
—Os juro que se os oye reír desde las escaleras. —Almudena acababa de entrar en la cocina.
Me puse de pie y la besé. Y luego le expliqué que la culpa era de Beatriz que sacaba lo peor de mí. Salimos todos a la enorme terraza, era la mejor parte de aquel diminuto apartamento.
—Entonces, ¿de verdad que no te importa? —preguntó Almudena por segunda vez a Bea.
—Claro que no, tonta, me parece genial que venga, además así Elvira lo conoce.
Yo sonreí a medio gas porque, sinceramente, conocer al nuevo novio de Almudena me importaba muy poco. Para ser francos, creo que Almu estaba desperdiciando una oportunidad de oro para pasar una larga temporada sola con su hijo, tres iban a ser multitud, qué necesidad tenía de engancharse a alguien después de lo de César, pero qué necesidad, ¡que se lo folle y punto! Y así se lo dije estando en China y así estuvo ella casi 6 semanas sin hablarme. Y es que yo y mi sinceridad teníamos un grave problema para socializarnos. En enero, justo antes de regresar a Madrid, solucionamos las cosas, agaché las orejas y le pedí perdón. Quería demasiado a Almudena, con o sin novio.
—Seguro que te encanta —me dijo Almu chocando su botellín contra el mío.
—Seguro —contesté.
Decidí ayudar a Enrique a preparar la ensalada en la cocina, era una buena excusa para no estar presente cuando apareciera el tipo ese.
—¿Todo bien por China?
—Sí —dije sentándome en la encimera para verle mejor hacer la ensalada, porque como ya he dicho lo de ayudar era solo una excusa—. ¿Y tú?
—Jodido, ya sabes.
En diciembre tuvo que cerrar su sala de teatro. Las deudas le comían la existencia. Visto y no visto. No dije nada. Pegué un trago largo a mi cerveza y esperé a que añadiera algo más.
—Soy un puto fracasado, Elvi —dijo troceando con desánimo la lechuga—. La sala se ha comido todos mis ahorros, ahora tengo 40 tacos sin un puto duro y lo peor de todo es que no sé dónde caerme muerto, ¿qué hago ahora?, ¿dónde busco trabajo?, ¿de qué?, ¿eh?, ¿de qué?
Y dio un golpe tan fuerte sobre la encimera que me sobresalté. Dejé el botellín a un lado y junté las manos.
—Lo volverás a intentar —dije—, todos te envidiamos por eso, porque lo intentas y lo vuelves a intentar. Míranos a nosotros: Darío profe de expresión corporal en una pequeña escuela, Bea colocada en un puesto administrativo en la empresa de su padre y yo me he ido a China a esconder la cabeza. Hemos fracasado, los 4 hemos fracasado en el teatro, pero tú lo volverás a intentar, de eso no tengo ninguna duda, nunca te das por vencido, no eres como nosotros.
Enrique me miró y después volvió a fijar la vista en la ensalada.
—Gracias, tía.
—Y aunque sea comunista tengo algo de dinero guardado en eso que los capitalistas llaman banco, cuenta con él si lo necesitas, no sé en qué gastarlo, todo el mundo me dice que me compre zapatos nuevos pero a mí me gustan estos.
Enrique echó un rápido vistazo a mis botitas desgastadas y con la cremallera rota, luego sonrió.
—A mí también me gustan. Gracias, amiga.
—De nada, camarada.
Y de un saltito me bajé de la encimera y cogí un nuevo botellín de cerveza. Salí de la cocina dejando a Enrique solo. Al regresar a la terraza vi que el novio de Almu ya estaba allí.
—Hola —dije—, soy Elvira.
—Oh, la famosa Elvira, soy Carlos. —Y me dio dos besos.
Intenté disimular la cara de asco, no soportaba que la gente desconocida me besara, cada día lo llevaba peor. Follar sí, besar no.
—Tenía muchas ganas de conocerte, Elvira.
Yo sonreí sin ánimo, no sé si tenía que decir “yo también” o algo así, pero no lo hice, solamente sonreí y sin ánimo, así, con la boca apretada.
—Almu me ha dicho que vives en China, vaya, eres una mujer valiente, que sabe lo que quiere y va a por ello, aunque eso signifique dejar toda tu vida en Madrid, es importante saber dónde estamos y a dónde queremos ir.
¿Este tío era un charlatán de los de  TED o qué? Preferí no contestar porque no iba a saber controlarme y Almudena no se lo merecía. Así que con una nueva sonrisa cínica me coloqué al lado de Darío para apartarme algo del chamán de la palabra.
—Es que Carlos es coach —explicó Almudena, se le notaba algo apurada—, y trabaja para diferentes empresas y a veces le cuesta dejar su trabajo aparcado.
—Ya, coach —dije sin sorprenderme, un pedorro como aquel solo podía ser coach—, qué interesante.
—Lo es —dijo él—. Es fascinante observar nuestros pensamientos y al mismo tiempo analizar las emociones que están generando, es algo liberador porque en realidad no somos lo que pensamos, es importante entender esto para el desarrollo personal, ¿verdad? Debemos ser responsables de nuestros pensamientos pero comprender que no nos configuran como personas. Pero bueno, todos os dedicáis al teatro y supongo que por vuestros personajes entenderéis perfectamente las diferentes aristas en los rasgos de la personalidad.
Miré a Darío con disimulo y luego bajé la cabeza porque iba a empezar a reírme.
—La ensalada ya está en la mesa —dijo Enrique entrando en la terraza—. Oh, hola, Carlos, ¿cómo estás?
—Carlos es coach y dice que nosotros también porque  nos dedicamos al teatro —dije y luego me reí—. Carlos es un tío muy divertido. —Beatriz me quitó la cerveza y me acuchilló con la mirada.
Sentados a la mesa le pedí a Darío que me sirviera vino. Empezaron a hablar unos de algo y otros de otra cosa, yo andaba un poco dispersa, teniendo a Mister Coach sentado a mi lado poco me apetecía hablar.
—Oye, Elvira, dime —vaya, pero a él parecía que sí que le apetecía—, ¿nunca has pensado en asistir a sesiones de coaching? Tienes una personalidad árida, te vendría bien.
—¿Árida? Supongo que será un chiste, ¿no? —respondí. Se hizo un molesto silencio, me di cuenta así que intenté suavizar mi respuesta—. Bueno, quiero decir que llevo 10 años en terapia, suficiente para mí.
—Vaya, 10 años son muchos años, quizá ese tipo de psicología no esté funcionando bien, deberías probar otras maneras de escucharte y entenderte a ti misma. O probablemente tu terapeuta no sea el idóneo.
Por un momento pensé en Óscar, mi psicólogo, y sí, era un tío raro: no bebía café y al despertarse estoy convencida de que salía al balcón para hacer la fotosíntesis frente al sol; pero si en estos 10 años no me había tirado por una ventana había sido gracias a él, de eso estaba más que segura.
—Sí, es posible que no sea perfecto —dije, no iba a discutir con el charlatán aquel, no iba a hacerlo, no, señor.
—Elvira, siento insistir pero en tus respuestas asoma cierta dejadez, incluso frustración, muchas veces es algo fácil de solucionar porque lo que en realidad nos falta son metas, saber qué queremos conseguir. ¿Conoces tus planes después de China? Un buen coach te puede ayudar.
Levanté mi copa de vino y abrí la boca sin saber muy bien qué decir.
—Oye, perdona —intervino Enrique, sorprendida lo miré—, esto del coaching es como la homeopatía a la medicina, ¿verdad?, una puta estafa, ¿no? Así que tienes dos opciones: o te callas la puta boca y nos dejas cenar en paz, porque sí, te aseguro que tenemos problemas, muchos problemas pero lo único que pedimos es una noche tranquila entre amigos, o te largas con tus consejos de mierda de psicología barata. Decide.
Bajé la copa y miré a Almudena, tenía la cabeza gacha. Carlos se levantó, Almudena lo miró y también se levantó pidiéndonos perdón muy bajito. Ninguno más se movió, desde ahí oímos cerrarse la puerta de casa.
—Bien —dijo Enrique.
—Bien —dije yo.
—Bien —dijo Darío.
—Bien, habéis estropeado mi cena. Muchas gracias —dijo Bea. Los tres la miramos con cierta culpa—. Genial, además razón no le falta, ¡no le falta nada de razón! Hay que establecer metas y ¡nosotros somos unos putos acabados!, ¿dónde está el teatro?, ¿dónde está nuestro teatro, ese el que íbamos a escribir o a interpretar o a dirigir?, ¡¿dónde?! —Silencio—. Eso es lo que nos jode…, que nos vean desorientados y frustrados, que nos digan que no sabemos a dónde queremos ir, ¡nos jode! ¡Cobardes y acabados! Pues yo tengo metas, chicos, tengo objetivos. —Cogió su copa de vino—. Mi próximo objetivo es tirarme a un inglés recién salido de la Unión Europea y a un chino que haya sobrevivido al coronavirus, ¡salud!


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