17 jun 2021

Extraños en un descansillo

Strangers on a train de Alfred Hitchcock (1951)


—Por eso necesito que me ayudes —dije en inglés.

Era la primera vez que hablaba con él y lo hacía en el descansillo del tercer piso, junto a su puerta. Max y yo éramos vecinos, lo fuimos desde el primer día que me instalé en el campus chino pero, a pesar de conocernos, nunca nos habíamos dirigido la palabra porque él tenía fama de raro y supongo que yo también.

—Lo siento, no puedo —contestó.

—¡Eres profesor de alemán! —Sí, me acababa de cabrear—. ¿Por qué no puedes darme clases?

—Puedo darte clases, pero no quiero, no vas a aprobar el examen de nivel, por lo tanto es perder el tiempo, no me gusta perder el tiempo.

Lo último que necesitaba en ese momento era aquella lógica aplastante de un hombre tan hirientemente directo.

—Vale, imagina que necesitas aprobar un examen de español muy importante en 6 semanas, yo te ayudaría —argumenté mostrando mi cara más dulce.

—No necesito aprobar ningún examen de español.

—Lo sé, lo sé, solo imagínalo.

—Imaginar algo que no va a ocurrir es absurdo.

—¡Virgen santa! ¡Deja de ser tan alemán! —grité en español. Me miró sin mover un músculo de su cara, parecía estar hecho de cera—. Perdona, perdona  —dije de nuevo en inglés—, no te estoy gritando, de verdad, lo parece pero no. Es solo mi carácter que es muy alegre y a veces grito con alegría cosas, cosas, así… Soy española, demasiado sol, el sol da alegría, en Alemania no hay sol pero… hay coches, muchos coches, coches bonitos, rápidos, caros, capitalismo… Necesito que me ayudes, por favor.

Max resopló.

—Está bien. Voy a ayudarte.

—¿De verdad? Gracias, gracias, gracias, muchas gracias, danke, super danke, mil millones de dankes.

—Mañana baja a mi casa a las 6.30 de la mañana. Sé puntual, por favor.

—Claro, sí, sí, sin problema, puntual, puntual, soy española: sol y puntual. Hasta mañana, Herr Max.

—Herr Schreiber.

—Oh, perdón, Herr Srraiba. Ich bin Frau Rebollo… —¡Pum!—. Hallo?

Cerró la puerta con desprecio pero yo respiré tranquila, tenía lo que quería, yes! Sin embargo la gozadera me duró poco tiempo porque antes de llegar al descansillo del cuarto piso me topé con ella.

—¡Verónica! ¿Qué…? —Hacía algo más de dos semanas que no nos veíamos a pesar de vivir puerta con puerta y trabajar en el mismo departamento.

—Elvi, Elvira, Elv… ¿subes?

—Sí, ¿tú bajas?

—Sí, sí.

—¿Bajas abajo?

—Sí, sí, abajo voy. Tú subes, ¿no?

—Sí, sí, arriba. A casa. Subo arriba.

—Ah, vale, bien, sí, vale, pues… Me gusta tu pantalón, el peto…

—¿Eh? Oh, es… sí, parezco una granjera, ¿no?

—Es muy bonito, estás, estás, estás muy guapa.

—No, no, no, tú, tú, tú… —Jo, la echaba de menos, si la pudiera retener un poquito más—. ¿Qué tal todo? ¿Tu japonés progresa?

—Sí, sí, muy bien. Sí. —Sonrió, qué bonita era cuando sonreía—. ¿Y tu alemán?, ¿bien?

—Uy, sí, sí, mi alemán fenomenal, muy fluido, mi alemán ya vuela solo, sí, sí.

—Vaya, me alegro. Podrías practicar con nuestro vecino, Hans creo que se llama.

—Max.

—Sí, eso, Max, ¿ya has hablado con él?

—¿Yo? No, no, nunca, no sé ni quién es, no me viene su cara ahora mismo. —Está bien, la echaba de menos, pero tenía claro que iba a mantener mi vida alejada del pozo que Narumi y ella representaban, ya me tiraron una vez, no les iba a dar información para que me tiraran una segunda. 

—Bueno, podría ayudarte pero dicen que es muy raro, no habla con nadie y siempre con la misma ropa, ese pelo, no sé…

—Ni idea, ni idea.

En ese momento se abrió la puerta del tercero derecha. Max salió de casa, al verme en lo alto del siguiente tramo de escaleras me señaló, nerviosa fijé la mirada rápidamente en Verónica.

—¡Ey, Elvira!, mejor a las seis, hay mucho trabajo. Mañana a las seis en mi casa —dijo y sin esperar respuesta bajó a zancadas las escaleras.

Verónica me miró, yo la seguía mirando a ella sin parpadear y Max ‘Gollum’ ya estaría en la calle buscando el anillo.

—Entonces, ¿te va a dar clases? —preguntó.

—¿Qué clases?

—Las del vecino.

—¿Qué vecino?

—¡El alemán!

—¿Qué alemán?

Esta técnica la aprendí de los chinos: “¿Los tanques aplastaron a más de diez mil estudiantes en Tiananmen?”; “¿Qué tanques?, ¿qué estudiantes?, ¿qué Tiananmen? Next!”. Y así es como China construye su historia sobre unos hechos encadenados de atrezzo. Nunca negar, solo ignorar.

—Vamos, Elvira, somos amigas —dijo.

—Sí, claro, lo somos, Vero. —Pero no quería que mis actos estuvieran en boca de todos y Verónica seguía siendo una grieta al estar tan unida a Samara.

—Narumi y yo nos hemos distanciado, ¿sabes? Bueno, sin más, que entiendo que no quieras contarme nada pero que sepas que puedes hacerlo.

—No hay nada que contar, Vero —Y con cierta tristeza comencé a subir de nuevo los escalones despidiéndome con la mano.

A las seis de la mañana del día siguiente, Max me abría la puerta de sus casa.

—¡Buenos días, Herr Srraiba, he traído café! —dije con el entusiasmo de una niña.

—Schreiber.

—Sí, Srraiba. Café.

Nos sentamos en la mesa del comedor. Estaba ciertamente conmovida porque Max había preparado muchísimo material, también había organizado el trabajo por semanas junto a un plan de acción que me explicó al detalle.

—Vaya, no sé qué decir, Max, eres muy amable.

—Bien, ya te lo he dicho, no me gusta perder el tiempo, debes comprometerte a cumplir estos objetivos y desde ahora solo hablaremos en alemán, ¿de acuerdo?

—Claro, perfecto, perfecto.

Y entonces empezó:

—Fr$kschsstrgt&β chw%rthgdc€rrkgrt bxβjsschl@ lprthch, Pfvbrrd.

—Perdona, lo de no pronunciar vocales ¿es por una cuestión cultural o para ver quién se ahoga antes?

No lo podría confirmar al cien por cien pero creo que se rio.

La siguiente hora y media la pasamos entre ejercicios, estructuras gramaticales, textos y un bochornoso intento de expresión oral por mi parte. En todo momento Max, sin separarse un ápice de su gesto serio, me animaba con frases en positivo: correcto, así es, bien-bien, sí, suenas muy alemán. Y cuando cometía errores tan solo me pedía que repitiera la frase y con su bolígrafo me señalaba donde estaba la confusión. Al final, aquel desgarbado e huidizo desconocido escondía a un magnífico profesor, paciente y muy amable.

—¿Quieres comer algo? —preguntó en inglés al levantarme de la mesa para irme, pero antes de que pudiera contestar me ofreció una rebanada de pan de molde—. Si quieres tengo mostaza.

—Genial, pan con mostaza, todo un chef —dije cogiendo la rebanada con dos dedos.

—Además de mi tiempo, ¿quieres robarme la comida?

—Lo siento, de verdad. —Me reí—. Estoy muy agradecida, en serio, eres un profesor excelente.

—Lo sé pero no vas a aprobar.

—Y un coach de mierda.

—¿Acaso hay algún coach bueno?

Heeeeeeeey! —grité levantando la mano.

—¿Qué haces?

—¡Choca! ¡Choca esos cinco! ¡Choca! Por la mierda-coach.

—No voy a chocar.

—Vale, no vas a chocar… —y me metí parte de la rebanada en la boca.

Recogí todas mis cosas y aunque insistí en que se quedara con el café que había sobrado en el termo, no quiso, así que también lo metí en el bolso.

—Está bien —me dijo en la puerta de su casa—, mañana a las seis. Sé puntual, por favor.

—Claro, puntual, puntual. Muchísimas gracias por tu tiempo y trabajo, estoy impresionada, de verdad.

—Normal. —Apoyó la espalda en el marco de la puerta, metió las manos en los bolsillos y con una sonrisa torcida dijo—: Dicen que soy perfecto.

—Oh, sí, sí, no hay más que ver tu mugrienta ropa y ese churretoso pelo.

Fue decirlo y lamentarme. Cerré los ojos con culpa. Solo quise ser divertida, pensaba que el momento lo permitía pero está claro que no supe hacerlo. Max dio un paso adelante, yo con miedo di uno hacia atrás. Sabía que había cruzado la línea de lo asumible como “broma”, siempre me pasaba lo mismo, mi cerebro parecía confundir chiste con impertinencia, por eso estaba tan sola. Antes de que pudiera pedirle disculpas, Max dijo:

—¿Qué ropa?, ¿qué pelo?

Sonreí aliviada. Dos raros inadaptados saben entenderse, pensé.

—Hasta mañana, Herr Srraiba.

Bis morgen, Frau Grebolo.

 

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