Hoy…
—Por tu culpa me he metido en este lío —decía Verónica a
su compañera Elvira. Comían en la cantina del edificio 2 de la
universidad china donde trabajaban—. ¡Lee! —gritó mostrándole el móvil.
Elvira levantó la cabeza de su bandeja y leyó en inglés:
—Lo siento, no
puedo.
—No-puedo. Por
tu culpa.
Elvira sonrió. Sabía que su compañera estaba muy enfadada,
pero ella solo podía sonreírla. Adoraba a Verónica, además la tenía de vuelta.
Había estado casi 3 semanas en Japón en un curso de formación. La había echado
mucho de menos en los Exámenes Oficiales pero ahora, por fin, la tenía con ella de nuevo, allí, comiendo juntas, era
maravilloso, no podía tener más suerte, por eso Elvira no dejaba de sonreírla
mientras se acariciaba el jersey.
—¿Me estás escuchando?
—¿Dormías en tatami o cama normal?
—¡Elvira!
—Es que yo creo que el tatami está sobrevalorado.
Estéticamente es muy cuqui, pero no hay quien duerma ahí.
—No me lo puedo creer, ¡es que te da igual!
—¡No, no, no!, ¡no me da igual!, te estoy diciendo que
prefiero la cama sí o sí.
Verónica volvió a plantarle en la cara el mensaje de Wechat a su compañera. Elvira levantó
los hombros y siguió comiendo.
6 días atrás…
Verónica deshacía, sobre la cama, la maleta. Acababa de
llegar de Japón. Su vecina y amiga Elvira la ayudaba. Elvira tocaba con
veneración toda su ropa, la admiraba tanto, tanto que creía que rozando sus
pertenencias conseguiría parecerse en algo a ella, y no había nada que le
hiciera más ilusión porque jamás había conocido a una mujer tan inteligente y
divertida a partes iguales.
—Oh, Vero, me encanta este jersey —dijo sacándolo de la
maleta y doblándolo en la cama.
—¿Te gusta? Te lo dejo cuando quieras.
—¿De verdad? Vale, ¿hoy?
—¡Claro! —contestó riéndose.
Elvira lo desdobló y se lo puso encima de su propio
jersey.
—¿Qué tal me queda? —preguntó.
—Hombre…, así pareces una morcilla.
Y Elvira cerró los ojos de la emoción.
Cuando terminaron de organizar sus cosas salieron a cenar
y Vero le confesó a su amiga que Antonio (el ex con el que mantenía una
relación intermitente a pesar de estar casado, con dos hijas, y de ser inmensamente feliz) la había llamado
varias veces estando en Japón.
—Pensaba que no quería volverte a ver, fue claro antes de
marcharnos a Macao.
—Pues ha cambiado de parecer. Quiere quedar mañana.
—Te está mareando, Vero. No puede ser. —Y dirigiéndose a
la camarera pidió dos cervezas más.
Elvira molesta negaba con la cabeza mientras farfullaba
que no podía ser. Llegaron las dos cervezas, la camarera abrió los botellines y
los repartió entre las dos amigas. Elvira pegó un trago largo, mientras que
Verónica lo miraba dándole vueltas sobre la mesa.
—¿Qué quieres que haga? —preguntó Vero.
—No lo sé, pero no está bien lo que hace. Ahora sí, ahora
no, ahora sí, ahora no. Te está volviendo loca. Creo que debes ser tú quien
tome la decisión definitiva porque está claro que él no tiene las cosas claras, y va a intentar estirar la
cuerda hasta donde sea posible. Y al final, si la cuerda se rompe la única que
se va a llevar el golpe vas a ser tú, porque él caerá sobre el colchón de su
familia que siempre va a estar ahí, y si te he visto no me acuerdo, pero tú te
quedas sola y además magullada de pies a cabeza.
—Joder, Elvi… como se nota que eres especialista en
textos dramáticos…
Elvira se rio y luego dijo con un tono mucho más animado:
—Necesitamos un plan B.
—¿Un plan B? ¿A qué te refieres?
—Me refiero a Ranjit Hashmi.
4 días atrás…
Las dos profesoras estaban en su despacho de la séptima
planta. Tenían sus móviles en la mano y discutían sin reparo. Llevaban 40
minutos intentado redactar un mensaje de Wechat
para el nuevo profesor del departamento de inglés: Ranjit Hashmi, un
atractivo indio de treinta y muchos.
—¡Elvi, por favor!, ¡estás más loca que una cabra en
bragas! ¿Cómo le voy a mandar ese mensaje?
—Vero, hay que ser clara, porque luego ponen la excusa de
que si yo pensaba que si tú habías dicho que si no me refería a… ¡Clara!: Ranjit, a las 20:30 en mi apartamento, yo
pongo las pizzas y las cervezas, tú los condones.
Verónica se llevó las manos a la boca muerta de la risa,
lo había oído ya como unas 10 veces pero le seguía pareciendo una auténtica barbaridad.
La discusión duró 40 minutos más pero, finalmente, Verónica optó por algo más
ambiguo:
—Ranjit, en febrero
viajo a Maharashtra y tengo algunas dudas con el transporte, ¿podríamos vernos
en la cafetería de la biblioteca hoy a las 17:30? ¿Qué te parece, Elvi?
—Ajá, pues… Muy, muy, muy claro, sí, señor.
2 días atrás…
Por la noche, en la cocina de la casa de Elvira, las dos
amigas en pijama preparando café.
—A ver, no quiere nada conmigo, ha sido muy sincero —explicaba
Verónica.
—Lo que no quiere es organizarte el viaje, ¡Vero, coño!,
que en menudo embolado le has metido al pobre.
—Pero si yo le gustara lo haría.
—¡Por favor! ¿Qué tiene que ver querer echar un polvo con
estar obligado a planificar una ruta por la India a una compañera que ni
siquiera es de tu Departamento?
—¡Es que yo no quiero echar un polvo!
—Ah, ¿no? ¿Y para qué lo quieres?
—Joder, Elvi, pues no sé, para hablar, supongo.
—¿Hablar? —Elvira atónita comenzó a servir el café en dos
vasitos—. ¿Con un hombre? ¿Hablar de qué?
—¡Elvi, eres un animal!
Y Elvira hizo el gesto de victoria con ambas manos.
—Vero, en serio, el pobre no entiende lo que quieres.
Déjaselo claro. Escríbele un nuevo mensaje. Ranjit-mañana-noche-cervezas.
Este lenguaje es internacional.
Verónica se rio. Mensaje enviado.
Hoy…
—Qué vergüenza, Elvira, qué vergüenza. Me ha rechazado. Me
voy a tener que pasear por el campus con una bolsa en la cabeza. Todo por tu
culpa.
—No te ha rechazado, solamente te ha dicho que no puede.
Estará ocupado.
—Lo siento, no
puedo, en lenguaje internacional, señorita experta, significa: paso de tu culo
pomposo.
Elvira se alisó el pelo mientras, no sin dificultad,
intentaba coger de su plato una bola de carne con los palillos, terminó
pinchándola.
—Perdona, ¿te vas a comer las setas? —dijo con la boca
llena.
—Elvi…
—Si quieres te las cambio por las patatas.
—¡Hola, chicas! —dijo en inglés Ranjit que, por sorpresa, estaba frente
a la mesa interrumpiendo el trueque.
Las profesoras bloqueadas lo saludaron. Vero, nerviosa,
se atusó el pelo y se irguió en su silla, sonreía como una boba; Elvira dejó
los palillos en su bandeja y miró con ilusión a su compañera.
—Bonito jersey, Elvira.
—Oh, gracias, Ranjit. —Y se lo acarició con orgullo
echando una mirada cómplice a su amiga.
—Perdona, Verónica, como ayer no pudimos quedar porque
tenía trabajo, te iba a mandar un mensaje para tomar ahora un café, pero
casualidad os he visto y qué suerte, ¿verdad?
—¡Uy, qué suerte, qué suerte! —A Elvira solo le faltaba
aplaudir.
—Oh, ¿ahora?, ¿es jueves? No sé si tengo clase… —dudó
Vero.
—No, no tienes, no tienes, no, no tienes, ¡uy, qué
suerte! —Elvira en estado puro.
—Vale…, claro, vamos —dijo Verónica.
—Claro, bien, vamos —dijo Ranjit.
—Claro, claro, súper claro —dijo Elvira.
Ranjit y Verónica se marcharon. Se ayudaron a ponerse los
abrigos y las bufandas en la puerta de la cantina. Elvira sonreía al verlos
desde la mesa, después cogió de nuevo los palillos de su bandeja y acercándose
el plato de setas de Vero se las fue comiendo una a una, allí sola, con su
bonito jersey.
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