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13 abr 2025

Aliento sin espejos

 

Interior (Model reading) 1925, por  Edward Hopper

El mundo no se apagó de golpe,

se fue encogiendo.

Un borde menos.

Una esquina más que interrumpe sin aviso.

Páginas donde las palabras se embarran cual campos de batalla.

¿Quién reclama la noche siendo de día?

Ellos, y tú, los veis invisibilizados.

E impasibles observáis su carga,

porque incrédulos negáis el nervio gangrenado que seco daña,

y alzáis la voz con cínica palabrería de esperanza.

¡Grito!

¡Ciegos vosotros!

¡Insensibles de miradas vacías!

¡Amantes de la compasión relamida!

¡Grito que mi dolor es real!

¡Real como un quebrantahuesos escarbándome las tripas!

Porque el mundo, tal como era, ya se ha ido.

Y yo, con él.


1 ene 2021

Múnich, tenemos un problema

 

Brindis con distancia social, de Javier Avi

Mierda. Me acababa de quemar la lengua con el café. Siempre lo pido frío. Por favor, un café con leche fría, gracias. Y no hay día que el café no esté ardiendo.

—¿Entiendes? —me preguntó Darío.

Pestañeé rápidamente. Sí, dije. No sabía de qué me estaba hablando, me acababa de quemar la lengua, estaba abstraída.

—No tiene sentido —añadió.

No, contesté. Eran las 08.00. Darío parecía tener prisa por contarme algo, así que habíamos quedado para desayunar. Me toqué la punta de la lengua y con dos dedos me la estiré con la intención de vérmela.

—¿Qué haces?

Lo miré con la lengua fuera sujeta por mi dedo índice y pulgar. No dije nada. No podía. Esperó a que guardará la sin hueso y me secará la mano con una servilleta para preguntármelo:

—¿Hablarás con ella?

—¿Con quién?

—Elvira, joder… ¿Dónde has estado todo este tiempo mientras te lo contaba? —Resopló y dio vueltas a su taza de café vacía—. Escúchame, ¿vale?

Ese escúchame me sonaba. Me lo había dicho Joan hacía día y medio. Escúchame, no hemos comprado nada para Navidad, me dijo. Lo sé, le respondí. Entonces, ¿no nos vamos a comprar ningún regalo?, preguntó. Por supuesto que no, contesté, ¡rechazamos el consumismo!, ¡rechazamos esta sociedad capitalista!, no somos lo que tenemos, somos lo que somos. Ya, dijo él, somos-somos. Exacto: somos, puntualicé. Vale, y para mi cumpleaños ¿seguiremos siendo somos o te podré pedir una PS5?

—…Múnich porque él tiene un apartamento que se lo deja su tía. Y como Beatriz es incapaz…

—¿Qué?

—Que Beatriz es incapaz…

—No, antes.

—Que el apartamento es de su tía.

—No, antes.

—Múnich.

—¿Múnich? —¡Zas! de un manotazo me zafé de todos mis entrometidos pensamientos.

—Elvi, que Bea se muda a Múnich con Markus a finales de enero.

—¡¿Pero cómo no me lo has contado nada más llegar?!

Darío se echó hacía atrás frotándose la cara desesperado. Después, con infinita paciencia me lo volvió a explicar. Markus tenía una tía que se mudaba a Wiesbaden, así que le dejaba su apartamento de Múnich a cambio de que se lo cuidara y corriera con los gastos de suministros, ojalá Joan tuviera una tía así, ¿no?, aunque estoy encantada de ser somos-somos. Bien, sigamos: Markus le propuso a Beatriz marcharse juntos en cuanto la situación del Covid-19 les diera un respiro, ella aceptó y dos días más tarde llamó a Darío para contárselo.

Pegué un sorbito a mi café ya templado y respiré profundamente. Muchas cosas no me encajaban.

—¿Vas a hablar con ella? —preguntó.

—Es su decisión, Darío, poco le puedo decir.

—Elvira, no se puede ir, es su sentencia de muerte. ¿Múnich? ¿Qué hay en Múnich?

—Hombres con pantaloncitos cortos y tirantes, borrachos de Paulaner.

—Elvira, hablo en serio. No podemos dejar que se vaya, no está bien. Es incapaz de tomar decisiones en su estado. Berlín es teatro pero Múnich… ¿Múnich? Hay tres capitales del teatro: Buenos Aires, Nueva York y Berlín. ¡Punto! —Le pedí que se tranquilizara—. Entiéndeme, a mí me da igual, yo tengo una vida aquí con Eva, las clases de Expresión Corporal funcionan bien online, la gente ya no quiere salir. Estoy bien, estamos bien. Pero me preocupo por Beatriz. ¿La has visto últimamente? —Asentí—. No está bien. No parece ella. ¿Es que Markus no se da cuenta?, ¿no entiende que en cuanto Bea pongo un pie en una ciudad como esa se va a morir de pena? Múnich no es Berlín. No es Berlín. ¡Múnich no es Berlín!

—Sí, Darío, ya te he entendido, no es Berlín, no es Berlín, ¿y?

—Beatriz ama Alemania por el teatro y Múnich no es teatro, hay tres capitales del teatro: Buenos Aires…

Nueva York y Berlín. Buff, adoraba a Darío, pero podía ser repetitivo hasta la extenuación.

—…Beatriz no va a sobrevivir al invierno de Múnich y mucho menos en pandemia. Frío, oscuridad y alejada de lo que más le gusta. Markus la va a matar.

Para estar tan bien con Eva creo que su rechazo hacia Markus era cuanto menos significativo.

—¿No crees que estás exagerando un poquito? Markus es un tío encantador y muy divertido, no parece alemán. —Esperé a que se riera pero no lo hizo—. Está bien. Oye, mira, comparto tu opinión, Alemania no es el país más alegre de este mundo, es cierto, si no no tendríamos España llena de viejos alemanes jubilados disfrutando de sus últimos días. Los pobres vienen buscando un poquito de sol y caras sonrientes. No estoy diciendo que Alemania sea el país de La invasión de los ultracuerpos, pero todavía no entiendo cómo son capaces expresar emociones sin mover un ápice las cejas. —Conseguí hacer reír a Darío y le sonreí cómplice—. Markus es genial y, en serio, habrá sopesado mucho la situación para proponer a Bea, en su estado, mudarse a Múnich. Markus la quiere con locura.

—Y Beatriz, ¿lo quiere a él?

Esa reflexión me desmarcó. Sabía lo que sentía por Darío, me lo dejó claro la última vez que fui a verla, pero ¿y por Markus, qué sentía? ¿Y si aquello de mudarse a Múnich era solo una treta para darle celos a Darío? ¿Y si solo quería llamar su atención? Claro, sí, por eso a mí no me había comentado nada, porque sería mentira, qué tonta había sido. Únicamente pretendía agitar a Darío para que reaccionara, quizá Bea también se había dado cuenta de que algo no marchaba bien con Eva, si no ¿por qué tanta preocupación por su amiga?

No dije nada. Calmé a Darío y le prometí que hablaría con ella. Y así lo hice, pero para disimular una situación tan incómoda, le pedí a Almudena que me acompañara. Le conté la conversación con Darío y mi teoría sobre la estrategia de Bea, así que nosotras solamente íbamos a su casa a tomar café y a desenmascararla entre risas. Todo iba a ser muy, muy, muy divertido.

—Importante —dije a Almudena en el ascensor justo antes de llegar al piso de Beatriz—: nosotras no hemos hablado con Darío.

—Sí.

—¡No!

—Ay, que sí, que no hemos hablado. Nosotras no hemos hablado con Darío.

—Eso es. Nosotras no hemos hablado con Darío.

Todo estaba yendo sobre ruedas. El café estaba templado, Beatriz tenía bastante buen ánimo, se reía sin parar de las últimas trastadas que Almudena contaba de su hijo, y Markus acababa de anunciar que salía a correr. Nos íbamos a quedar solas y Bea podría hablarnos sin tapujos sobre su plan para reconquistar a Darío. Todo era perfecto.

—Me marcho a vivir a Múnich —dijo. Almudena y yo reaccionamos como dos suricatas observando el Kalahari—. Me lo propuso Markus, creo que es una buena idea. Nos vamos a finales de enero o en febrero, depende de la situación del coronavirus.

—Oh, oh, oh, Múnich, qué bien, Bea, ¿verdad, Elvi? Qué buena idea.

—Sí, sí, sí, Múnich, muy buena idea, sí, sí, porque Múnich tiene, tiene, tiene…

—¡Salchichas! —gritó Almu.

—Sí, salchichas de Múnich, ¡uy, qué ricas!

—Salchichas bávaras.

—¡Ay, Almu, me encantan las salchichas bávaras!

—Y a mí, rositas…

—Blanditas…

—¡Salchichas!

—¡¡Salchichas!!

—¿Qué mierda os pasa? —preguntó Bea.

—Nada —contesté.

—Nada, nada. Nosotras no hemos hablado con Darío.

Y con el ano contraído me pregunté por qué, de los 7 mil millones de habitantes en el mundo, había elegido a Almudena como mi persona favorita.

Beatriz cogió una manta del sofá se la colocó sobre los hombros y salió a la terraza. Un minuto más tarde volvió a entrar, se sentó frente a nosotras y comenzó a hablarme muy despacio.

—Sé, Elvira, que tienes una vida muy aburrida y de verdad que lo siento, pero eso no te da derecho a entrometerte en la mía.

—No es tan aburrida...

—Elvi lo hace porque está muy preocupada por ti. Sabemos por lo que has pasado y no terminamos de entender que quieras refugiarte en Múnich.

Ahí sí comprendí por qué Almudena era mi persona favorita. Me quedé mirándola embobada. Bonita, pensé.

—No voy a refugiarme. Huyo. Así de claro. Huyo de Madrid, de vosotras, de... Huyo de Darío. No tengo la capacidad de escuchar un no. Otro no. No puedo volverme a ilusionar con él. Se acabó. Desperté. Tiene su vida y yo la mía. Y nunca serán la misma. Markus me ha ofrecido un sí y lo he aceptado, es lo que necesito, alguien que organice mi vida en estos momentos, porque estoy agotada. La vida me ha superado. Me sigue superando. Markus me ofrece una nueva alternativa y necesito creer que eso va a cambiar algo las cosas. Anhelo el yo que era antes y quizá Múnich me lo devuelva, pero si no es así siempre podré echar la culpa a la ciudad, a un Múnich frío y despersonalizado, no a mí misma. Necesito un verdugo en la recámara para atreverme a tener esperanza.

No dijimos nada. Nada más se podía decir.

Tres días más tarde tenía la lengua dentro de un vaso de agua.

—¿Qué haces? —preguntó Darío.

—En esta cafetería no entienden el concepto de leche fría.

—¿Hablaste con ella?

Dejé a un lado el vaso de agua y apoyé toda la espalda en la silla.

—Sí, hablé con ella —dije. Hice una pausa apretando los labios y continué—: Se va porque está enamorada de Markus y lo quiere intentar.

—Lo sabía. Lo sabía pues, es verdad, es un buen tío. —Nos miramos un instante—. ¿Alguna vez has sentido que eres la persona que más boicotea tu propia vida? Que sabes lo que quieres pero, por alguna extraña razón, haces lo contrario. ¿Nunca has sido infiel a tus sentimientos o ideas conscientemente?

—¿Yo? Nunca. Soy completamente consecuente con lo que digo y hago. —Darío agachó la cabeza—. Por cierto, ¿después del café me puedes acompañar a hacer un recado? Tengo que ir a PcComponentes a reservar una PS5.


28 ago 2013

Bodas, análisis y otros males

Espanta-males de Javier Avi
Elvira lo miró buscando una solución. Gael, sin decir nada, cogió su móvil y llamó a su amiga Leticia.
Cielo, mira, te cuento: tengo aquí a mi amiga Elvi, que es pobre..., sí, sí, pobre de sin dinero. Resulta que de aquí a diciembre tiene tres bodas, y no hay cosa más horrible que invitar a un pobre a una boda, porque en vez de disfrutar del evento lo convierten en una hoja excel de contabilidad..., ¡Ja, ja, ja!, ni que lo digas, ¡terrible!, la tengo a mi vera sin parar de hacer numeritos. Pero espera, que ahora viene lo mejor, va y me dice que tiene pensado llevar el mismo modelito a tres bodas, ¡y las amigas son del mismo grupo!...., ¡Te lo juro, reina! ¡Sigo en shock!
Marica mala...
¡Te he oído!..., No, a ti no, cielo. Así que a ver si le puedes prestar algo. Tendréis la misma talla, tú más menudita, claro, a ella le pierden las palmeras de chocolate..., ¿Zapatos? Sí, creo que también, espera un segundo. Cari, ¿qué pie tienes?
El cinco.
Un 35..., ¿el 36?, perfecto, le metemos algodón y listo..., ¡Genial!, pues te llamo en unos días para que te vengas a casa y hacemos probaturas, ¡te adoro, reina!
Gael dejó el móvil sobre la mesa de la cocina y miró a Elvira esperando su agradecimiento.
Viva el marxismo —dijo ésta con el puño en alto.
Cari, ahí tienes el baño, vete a cagar un rato.
Elvira cogió una cerveza de la nevera y fue al salón donde se dejó caer en el sillón de piel de vaca. Miraba al infinito mientras se mordisqueaba el labio inferior.
Me superan las bodas... —dijo.
Gael, también con cerveza en mano, se sentó sobre la mesita de café, frente a ella. Le acarició la rodilla.
Elvi, tengo que contarte algo.
Elvira lo miró de golpe.
¡No!, ¡no me digas que te casas porque no! ¡No me invites! —Se levantó—. ¡No!, no quiero tu banquete y ¡mucho menos tu número de cuenta bancaria!, ¡no! ¡Basta ya! ¡No-a-las-bodas-capitalistas!
Elvi...
Vale, iré... pero no me cobres la entrada, porque con tres tengo más que suficiente... —Y se tumbó en el sofá dejando la cerveza en el suelo.
No, no me caso.
¿Ah, no? ¿Y entonces? —Al reincorporarse vio la cara de su amigo desencajada. Se levantó y se sentó junto a él, en la mesita de café—. ¿Qué pasa, amor?
Es Raúl.
¿Qué Raúl, vida?
Raúl Perella. El escritor. Que fuimos juntos a la presentación de su libro hará cosa de dos meses.
¿El orgánico?
¡Elvi!
Perdón.
Bueno, pues nos liamos.
Sí, claro, para eso fuimos a la presentación, ¿no?
La verdad que estamos muy bien. Bien de verdad. Es un tío genial, estoy súper a gusto con él, no sé, como que la cosa ha empezado a ir un poco en serio, un poco bastante.
Ay, me encanta, ¡pero no os caséis!
Elvi... —Poco quedaba del chico que pedía a Leticia, con energético sarcasmo, vestidos de boda para su amiga la pobre. Estaba cabizbajo y tembloroso. Elvira se juntó más a él y con un gesto de cabeza le animó a que hablara—. Me ha pedido que tengamos relaciones sin condón porque, claro, estamos limpios y claro, es mejor, y claro, él está muy seguro y claro, yo también le he dicho que sí, que estoy seguro, que estoy limpio —Pausa—. Elvira, estoy acojonado, no me he hecho nunca los análisis.
¿Qué? Tienes 33 años y ¿nunca te has hecho los análisis? Vale, no pasa nada, el VIH no sé coge así como así, si siempre has tenido sexo seguro no pasa nada. ¿Gael?
No sé, a veces... Yo... Joder, Elvira, estoy acojonado. No quiero morir. ¡No quiero morir!
No vas a morir.
Elvi, ¿qué voy a hacer?
Los análisis.
No puedo, te lo juro, no puedo, he ido varias veces y no puedo, me rajo, no puedo. Vete tú...
¡Yo ya me los he hecho unas 10 veces! Es lo primero que te hacen cuando aterrizas en un país extranjero para trabajar en una entidad pública, si no olvídate del visado. Y desde que estoy en España dos veces, una porque pedí análisis de tiroides y otra de diabetes tipo 1. Ambos médicos me aconsejaron hacerme una serología completa, no sé, debo tener cara de promiscua irresponsable.

Al día siguiente por la mañana, fueron al centro de salud del barrio de Gael.
Hola —dijo Elvira agachándose, en el puesto de Información, para que su voz saliese por el hueco de la ventanilla—. Venía para unos análisis.
Muy bien, dime el nombre de tu médico, por favor.
Sí, un momento —Elvira se dio la vuelta. A su espalda Gael con las manos apretándose los ojos mientras gimoteaba una y otra vez que no podía—. Sí puedes. Venga, el nombre de tu médico.
Aguilar Sáinz de Buruaga.
Aguilar Sanz de Luaga —dijo agachándose de nuevo.
Aguilar Sáinz de Buruaga —repitió Gael destapándose los ojos.
Sí, perdón, Aguimar Sáinz de Luaga —dijo esta vez con la cabeza casi metida en el hueco y lo repitió por si acaso—. Luaga, Sáinz de Luaga, Aguimar.
Joder... —Y Gael volvió a tapárselos.
¿Aguilar Sáinz de Buruaga? —preguntó la recepcionista.
¡Sí! —gritó Gael saltándose a la intermediaria.
Te puedo dar cita para hoy a las 4:22 de la tarde. ¿Está bien?
Elvira se dio la vuelta esperando respuesta de su amigo.
Sí...
Sí —repitió ella a la recepcionista, y le dio la tarjeta de salud de Gael.
Al salir del centro, Elvira devolvió a Gael su tarjeta sanitaria.
Hoy a las 4:22. Te espero en la puerta a y cuarto, ¿vale? Y apunta bien el nombre de tu médico: Aguilar Sáinz de Buruaga, no te vayas a volver a equivocar.

A las 5.10 de la tarde Gael y Elvira seguían sentados en la sala de espera del centro de salud.
¿Por qué tardan tanto? —preguntó Gael a su amiga que deslizaba el dedo índice por la pantalla de su móvil mientras se reía a cada rato.
Me encanta Facu Díaz.
¿Por qué...?
Porque es un genio. Tiene a todo twitter revolucionado. ¡Mira! —Y estampó el móvil en la cara de su amigo.
Elvira...
Venga, que le voy pedir que salude a todas las víctimas de la Seguridad Social, ya vas a ver qué risas.
Me troncho...
5:27, 5:32 y a las 5:46...:
¿Gael Álvarez Carrillo? —preguntó la enfermera ante la puerta del médico.
¡Aquí! —gritó Elvira como si llevara tres días perdida en el Amazonas y la acabaran de encontrar.
Se sentaron ante la mesa, y esperaron a que Aguilar Sáinz de Buruaga dejara de revisar algo en el ordenador y les prestara un poco de atención. Elvira cogió la mano de Gael y asintió cerrando los ojos. Gael se desprendió de su mano abriéndolos mucho.
Perdonad, que ando liadillo con esto —dijo el médico y, dejando a un lado el ordenador, masculló sonriendo—: Este Facu Díaz es la hostia... Bien, Gael, cuéntame.
Quería unos análisis.
¿Una analítica completa?
Sí, para lo del colesterol que lo llevo fatal y eso... —Elvira lo miró de golpe—. Y, bueno, para lo otro también.
¿Lo otro?
VIH —contestó la resabionda de la clase.
Me estoy mareando —dijo Gael sujetándose la frente.
El médico se rió y le dio un papel.
Entrégalo en recepción, allí te darán cita para hacerte los análisis. Siendo verano, imagino que mañana por la mañana tendrás hueco. En diez días estarán los resultados.
¡Diez días! —Gael colocó su cabeza entre las rodillas—. Me estoy mareando mogollón... ayuda...

Efectivamente tuvo hueco al día siguiente. A las 8:13 de la mañana, Elvira colocaba las pequeñas pegatinas rojas, que le había dado una de las enfermeras, bajo el clip de las hojas de la analítica. Luego le explicó a Gael que, según lo que le habían dicho, debía esperar en la cola. La línea de unas 7 personas se cortaba ante una puerta cerrada. Detrás, cinco mujeres, tras cinco pequeñas mesas, extraían sangre como si de una central lechera se tratara. Cuando le tocó el turno a Gael, fueron los dos quienes cruzaron la puerta.
Lo siento, sólo puede entrar uno —dijo la mujer de la primera mesa apretando la goma del brazo de su ternerita.
Por favor, es que soy muy aprensivo —dijo Gael.
Y yo —dijo Elvira.
Y si tú también eres aprensiva ¿para qué lo acompañas?
Dos aprensivos mejor que uno.
La mujer se rió y los mano a la mesa del fondo. Y los dos, como niños, corrieron al final de la sala no fuera a ser que la ganadera cambiara de idea.
Media hora más tarde Elvira se terminaba su café en el bar de al lado y Gael no dejaba de mirar el papel con la nueva cita para recoger los análisis.
Diez días... —decía—. No lo voy a soportar.
Pasan en seguida —mintió Elvira.
Y si me da positivo, ¿qué voy a hacer?
Eso no va a pasar.
¡Y si pasa! —El camarero los miró desde la barra.
¡Pues si pasa, pasa! ¡No te vas a morir! —Después, Elvira bajó el tono de voz—: Tener los anticuerpos del VIH no significa que vayas a desarrollar la enfermedad. Gael, por favor, no me hagas darte una clase de sexualidad ahora, pero creo que ser más responsable y tener un poquito más de cabeza, no te vendría mal.
Gael bajó la vista. Elvira se percató de que lloraba. Se acercó a él. Lo abrazó.
Eres una amiga de mierda, cari...

Diez días más tarde.
Eran las 4:38 de la tarde y Elvira abanicaba a Gael con un folleto sobre la diabetes gestacional, en la sala de espera del centro de salud.
¿Tengo pulso?
Elvira le tocó la muñeca.
Sí, Gael, tienes pulso.
Me mareo...
Elvira lo abanicaba con más fuerza. De reojo miró el reloj de la pared: 4:53.
Nunca jamás voy a follar con nadie, se acabó, te lo juro, nunca más... Me están entrando nauseas.
Elvira dejó de darle aire.
Gael, tranquilo, respira por la nariz, por la nariz, fuerte, mira así, ¿ves?
Una mujer se fue a sentar junto a la chica, pero en el último momento prefirió hacerlo tres sillas más allá, por si las moscas.
¿Gael Álvarez Carrillo?
¡Aquí! —Y del Amazonas volvió a resurgir.
Una vez ya ante el médico esperaron en silencio. Éste revisaba de atrás a adelante las dos hojas que contenían los resultados de la analítica completa. Aguilar Sáinz de Buruaga, por fin, pareció decidido a hablar. Chasqueó la lengua y levantó la vista con gesto raro.
Ay, madre... —suspiró Elvira.
Creo que me estoy muriendo... —Gael.
Pues como no te cuides va a ser que sí. Chico, para lo joven que eres tienes el colesterol disparado.
Y tras un grito eufórico al unísono, los dos amigos se abrazaron ante la perpleja mirada del médico.
Al salir del centro con los análisis estrujados en la mano de Gael, Elvira propuso celebrarlo por todo lo alto.
Vale, pero a mi manera, cari. —Sacó del bolsillo su móvil y tras buscar en la agenda el nombre, esperó tono—. ¿Leti?, cielo, en 30 minutos en mi casa, no olvides traer los vestidos de boda, a mi amiga le gustan como muy de princesa..., sí, nos vamos a reír...
Marica mala...
¡Te he oído!..., No, cielo, a ti no.


30 jun 2013

Locura parental

  Castigo divino de Javier Avi

Cuando crees que las cosas no pueden ir a peor, recibes esa llamada telefónica de tu madre:
Que vamos.
Que venís, ¿a dónde? —pregunto.
A Madrid, a verte.
Y es entonces, cuando se te empieza a nublar la vista y crees que un tumor cerebral está a punto de acabar con tu vida de forma inminente, pero no, no tienes esa suerte. Dos días más tarde te ves en la estación de tren esperando la llegada de tus padres con un cartel en la frente que dice: lo intenté pero sigo viva.
Dejamos las cosas en el hotel de al lado de mi casa. Mientras mi madre mea por quinta vez, mi padre me pregunta si ya he encontrado un trabajo serio. Salimos y nos sentamos en una terracita no muy lejos de allí.
Para mí una caña doble, por favor —pido al camarero.
Mi padre quiere un crianza, un Rioja, y mi madre un zumito de piña.
No hay, señora.
Ay, madre, que no hay, Elvira, que no hay. Si es que lo cuentas y no lo creen, no hay nada que me salga bien, oye...
Bueno, mamá, no pasa nada, ¿eh? ¿Tienen de melocotón?
Sí, de melocotón sí.
Mamá, ¿de melocotón entonces?
Pues qué le vamos a hacer, si no hay de piña pues será de melocotón. He aprendido en esta vida a resignarme, hija, otra cosa no, pero vivir con lo que me ha tocado es mi sino, nadie como yo para...
De melocotón, por favor —digo al camarero que se va agitando los hombros.
Tu hermano está bien —dice mi padre.
Lo sé, hablé ayer con él.
Su mujer también está bien.
Lo sé, que te digo que hablé ayer con Gerardo.
Y ¿tú estás bien?
¡Cuantos árboles tiene Madrid! —dice mi madre desde el país de Nunca Jamás.
Sí, papá, yo estoy bien.
Si necesitas algo, no tienes más que pedirlo —dice—, porque los dos sois iguales para nosotros, nunca hemos hecho ninguna diferencia. Nunca. Siempre os hemos tratado por igual. Tu hermano es inteligente, serio, responsable y su opción fue casarse con Anke, una mujer muy válida, e irse a vivir a Alemania llevando una vida impecable y tú, tú Elvira, eres nuestra hija igualmente, nadie es menos. Nadie. Vives aquí y tienes tus cositas. Y no por eso debes sentirte inferior, porque no lo eres, por lo menos no a nuestros ojos. Sois nuestros hijos, los dos, sois nuestros hijos. Pedid y se os dará.
Amén.
... 21, 22, 23, 24, 25... —Mi madre contando las hojas de los árboles.
Llegan las bebidas y mi padre cree que es buen momento para comer, así que le pide al camarero que espere y nos pregunta qué queremos. Miro la carta plastificada que hay sobre la mesa y pido ensalada César y unas alitas de pollo picantes.
Para mí, a ver —dice mi madre pensativa—. Mire, verá acabo de venir de Bilbao, ¿sabe?, entonces ando revueltilla, porque el tren es cómodo pero son muchas horas, hasta que no hagan el AVE, que sinceramente no entiendo cómo no lo han hecho, vamos para atrás, en vez de avanzar, es una cosa...
Mamá, que qué quieres.
Pues eso estoy diciendo, hija, que te entran las prisas y te pones muy digna y ni me dejas hablar, como tu padre, de verdad, que no me dejáis respirar, ¡ni respirar! Sois tal para cual, machacándome todo el día, y dale, dale, todo el día...
Mientras lo piensa la señora, a mí me va a traer el carpaccio de buey.
Muy bien, caballero.
... todo el día, y eso que tengo paciencia, pero cojo y me largo si quiero, pero no quiero porque a ver qué haríais sin mí. En fin, ni me molesto, porque sois dos egoistas que poco os importo y yo ya no estoy para perder el tiempo. Así que si es tan amable, me va a hacer una tortillita con espárragos, por favor, para que se me asiente el estómago.
Señora, solamente servimos lo que hay en la carta.
Lo que yo te diga, vamos, que hoy no es mi día, ¿no?
No sé cómo lo hago, pero la intento convencer y, finalmente, se pide un tartar de salmón.
Cojo aire y espero a que el mundo se acabe en ese momento, pero continúa, dando vueltas y vueltas y más vueltas.
Me llamaréis loca, pero en Bilbao no hay plaza con tanto árbol.
Loca —digo. Mi madre se ríe y me cuenta que la semana pasada vio en Indautxu a mi amiga Virginia embarazada.
Sí, del segundo —le confirmo.
¡Pero si es una niña!
¡Mamá, tiene 35 años!
Ay, ella, que tiene amiguitas mayores, mayores, mayores de verdad, casadas y con hijos.
¡Mamá, tengo 35 años!
No aparentas más de 13, ¿qué quieres que te diga?, mírate.
Pero es ya toda una mujercita —añade mi padre—. Una mujer adulta, ¿verdad?, que ha decidido vivir como una niña, y ojo, es muy lícito. Hay opciones en esta vida y ella ha decidido vivir así, su hermano tomó otro camino, ¿mejor o peor?, nadie es mejor o peor. Los dos sois nuestros hijos y os queremos por igual.
Pego un enorme trago a mi cerveza. Mi madre me coge de la mano y:
Ay, pitititititititi, ¿pititipotó?, no, no, no, ¡pitititititititi! ¿Pititipotó?
¿Pero qué dices, mamá?
Tienes que decir: ¡no, no, no, pitititititititi!
Empiezo a no poder respirar. Más que seguro, ahora sí, es un cáncer de pulmón fulminante, me muero, ya no estoy aquí...
Pues aquí está lo que han pedido, señores.
Pues no, no era cáncer.
Comemos. Sigue habiendo muchos árboles en Madrid, y mi padre sigue teniendo dos hijos iguales, los dos. Regresa el camarero y pregunta si queremos postre.
¿Postre? —vuelve a preguntar mi padre como si no lo hubiéramos oído.
Yo quiero un yogur natural, por favor.
Señora, solamente servimos lo que hay en la carta.
De verdad, que no es cosa mía, ¿no? Nunca, pero nunca de los jamases, en esta vida, he tenido lo que he querido, ¡nunca!, ni cuando...
Mientras lo piensa la señora, a mí me va a traer helado de pistacho.
Muy bien, caballero.
...o que me digas que mis padres me dieron lo que que quise, pero ¿de qué?, ¿de qué?, ¿eh? Si hubiera nacido ahora, las cosas serían muy diferentes, toda la mierda me tocó de golpe y es cuando...
Y tú, hija, ¿ya sabes qué quieres? Pide lo que quieras, con absoluta libertad. Nadie aquí es menos. ¿Ya lo sabes?
Sí —respondo sin titubear. Miro al camarero—. Un revólver, por favor.
¿Con tres balas, señorita?
No, con una es más que suficiente, gracias.

21 sept 2012

El proceso


El sopor del psicoanalista de Javier Avi

―Llevo viniendo dos años ―dije a Óscar, mi psicoanalista, recolocándome en el sillón―. Dos años ya…
―Sí, dos años.
―Es el proceso, ¿verdad?
―Sí, es el proceso.

Dos años atrás, estaba en Bilbao por Navidad. Había ido al ambulatorio de la Seguridad Social para hacerme unos análisis de tiroides. Había oído que el hipotiroidismo provocaba agotamiento, caída de pelo, dolor muscular, insomnio, reglas irregulares, pérdida de memoria, ansiedad, apatía, irritabilidad… Yo tenía hipotiroidismo.
―Los resultados son negativos, tu tiroides está perfecta ―me dijo la doctora ofreciéndome los análisis.
―No puede ser ―dije―. Tengo hipotiroidismo… Mis uñas, mi pelo… no duermo… ―Empecé a llorar―. Estoy agotada… estoy muy cansada… me pesan las piernas, los brazos… estoy muy, muy, muy cansada… no tengo ilusión por nada… yo...
―Tienes depresión endógena ―dijo escribiendo algo en un papel―. Te remito a psiquiatría. Es un caso claro. Te darán tratamiento con antidepresivos. En unos meses te encontrarás mejor. En el siglo XXI es absurdo sufrir por una depresión ―Levantó la cabeza y me vio con las manos pegadas al pecho y temblando―. ¡No te pongas así, mujer! Hay gente con diabetes, ¿no?, pues a ti te ha tocado la depresión.

―No tienes depresión endógena  ―dijo Óscar, una semana después, tras escuchar mi episodio en la Seguridad Social―. Cargas con material suficiente para sentirte como te sientes, y lo vamos a revisar. Llevará su tiempo, no te voy a mentir. Esto es un proceso, un largo proceso.

Entre todos me iban a marear. Decidí quedarme con Óscar y su largo proceso en vez de con los antidepresivos de la Seguridad Social. Porque los retos siempre me llamaron la atención. Una vez subida al barco, tenía ganas de tirarme cada vez que alguna de mis amigas me contaba las místicas experiencias con sus psicólogos. Marisa es maravillosa, ayer, después de la consulta me abrazó, y me dijo que no me merecía lo que me estaba pasando. Por un momento me imaginé a mi psicoanalista abrazándome y regurgité un espasmo. Elvira ¿cuándo terminas la terapia? A mí Lorenzo me ha dicho que he progresado mucho, que tengo muchísima fuerza, que sabe que es difícil, pero que lo estoy haciendo muy bien, es un verdadero encanto. A mí Óscar me dice que intente ser más puntual. Y no me digas de qué estábamos hablando pero nos dio un ataque de risa, vamos, que tuvimos que dejar la sesión, las dos como locas muertas de la risa. Yo también me reí un día en su consulta, porque estornudé y se me escapó un pedo, Óscar puso cara de voy a hacer que no lo he oído. Y es que nuestro misticismo se quedaba ahí, en un pedo. Mientras que los psicólogos de mis amigas eran los más guapos, listos, cariñosos y graciosos, el mío era el antihéroe emocional.
No, no tengo un psicólogo cool del que contar anécdotas. Es un tío pelín tarado que no va a solucionar mis problemas, ni siquiera a cargar con parte de esa angustia que mutila mis deseos. Porque, en este proceso, he aprendido que Óscar no es más que un simple corrector con la función de tabular el cuaderno de mi vida, para que yo misma pueda leerlo con claridad, y así darle ese sentido que todavía le falta.


―Es un largo proceso, ¿verdad?
―Sí ―respondió Óscar. Parecía cansado. Puso sus manos sobre el vientre y cruzó las piernas. Cerró los ojos. Me quedé mirándolo sin tener muy claro si estaba reflexionando o, simplemente, se había dormido.