Mostrando entradas con la etiqueta Etienne. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Etienne. Mostrar todas las entradas

10 nov 2020

¿Y si la vida fuera la opción B? (Segunda parte)

 

Fotograma de Back to the future de Robert Zemeckis

Nota: Continuación del relato ¿Y si la vida fuera la opción B?

Nuevamente un fuerte golpe hizo que me arrastrara por un suelo de gravilla con el que me raspé las manos. Me las miré y al ver que tenía algo de sangre las agité al aire.

—¡Carol!, ¿es que en el más allá no os enseñan a montar en bicicleta?

—Ya te he dicho que no vengo del más allá. Anda, levántate.

Dejó la bicicleta apoyada en la fachada de una moderna casa independiente. La formaban 3 cubos gigantes de hormigón blanco superpuestos de manera escalonada. Las ventanas no parecían seguir ninguna regla de simetría, enormes orificios acristalados salpicaban la fachada. Un cuidado jardín la rodeaba y una pequeña piscina rectangular asomaba por la parte de atrás.

—Joder, menuda casita, ¿quién vive aquí? —pregunté.

—Tú. —La miré atónita—. Te casaste con un arquitecto.

—¿Etienne?

—Etienne. ¡Vienes o qué!

Nerviosa seguí a Carol. Entramos en la casa. Del hall pasamos a un impresionante salón minimalista de techos de más de 8 metros de altura.

—Debe haber un error… —dije sin despegar la vista de los colosales muros—. Etienne nunca fue mi opción B. Un día, tras 4 años de relación, él me dejó y ya, nuestra historia no tuvo más opciones.

Carol me sonrió con cierto cinismo.

—Detesto a las mujeres que se hacen las víctimas —dijo y desapareció por un estrecho y larguísimo pasillo blanco que se abría en un lateral del salón. ¡Oye, oye!, le gritaba mientras intentaba seguir su apresurado paso. Se paró en seco y se dio la vuelta—. Agosto, 2008. Singapur. La relación con tu jefe es insostenible. Lanzas tu CV al mundo para comenzar el curso académico en otro país. Recibes 3 ofertas: un colegio internacional en la India, una universidad en EEUU, y un lectorado en Francia, en Lyon, en la misma facultad en la que ya habías trabajado un año antes. Descartas la India, no te interesan los niños. Por lo tanto, tus opciones se reducen a dos: Estados Unidos o Francia. Escribes a Etienne y se lo explicas. Le dices que hay una gran posibilidad de regresar a Lyon. Te contesta un breve email animándote a aceptar el trabajo porque le harías, palabras textuales, “el hombre más feliz del mundo”. Lees su email. Lloras. Lloras. Sigues llorando. Pasas la noche llorando. A la mañana siguiente confirmas a la universidad de EEUU que aceptas el trabajo. Tu opción A fue irte sola a un pueblo estadounidense del que nunca habías oído hablar. Esa fue tu opción A. Y ahora, si dejas de hacerte la víctima, voy a mostrarte lo que hubiera pasado de haber elegido la opción B.

Me quedé petrificada. No es que me hubiera hecho la víctima durante los últimos 13 años, es que simplemente no lo recordaba. Memoria selectiva creo que lo llaman, no lo sé, pero sí es cierto que soy capaz de borrar episodios completos de mi vida. Y, sinceramente, es maravilloso. Pero volviendo al caso, antes de poder asentir, Carol ya había desaparecido. Corrí hasta el final del pasillo. No la encontré. Me metí en una habitación que tenía la puerta entreabierta. Era un dormitorio. Vi a Carol sentada sobre la cama. Con una risita de adolescente me señaló la otra punta de la habitación, junto a la ventana. Un hombre de torso desnudo y jeans sin abrochar hablaba por teléfono de espaldas a nosotras. El corazón me reventó el esternón al escuchar su voz otra vez.

—Oh, madre mía, Etienne… —Me acuclillé y respiré como buenamente pude.

Al darse la vuelta y verlo de nuevo, después de trece años, me quebraron las rodillas y caí al suelo. Me apreté las tripas y empecé a llorar.

—¡Ya estamos otra vez! —espetó Carol.

—Es que lo quería tanto, tanto, tanto… ¿Qué nos pasó?

—Que elegiste la opción A.

—¿Por qué eres tan simple, Carol? ¡La vida no es A o B! La vida tiene pequeños parámetros que hacen que tus decisiones parezcan razonables en un momento determinado pero que llevados a otro punto de la línea temporal son absurdas. Sin sentido. Incluso, incluso… ¡son decisiones de las que te arrepientes día sí y día también! Vivimos siempre en una vida equivocada, ¿no te das cuenta? En una vida que de haber entendido en el presente nuestros errores del pasado, el futuro sería, no sé si correcto, pero sí plenamente justificado y por lo tanto convincente.

—Y ahora le da por filosofar a la llorona…

Carol no me entendía, pero al volver a ver a Etienne había comprendido que fue un error mi opción A. Siempre supe que Etienne y yo formábamos un buen equipo. ¡Míralo! Está como siempre, apenas ha cambiado. Se le ve feliz, tranquilo, la vida junto a mí le sienta realmente bien. Tuvimos nuestros problemitas, sí, claro que los tuvimos pero seguro que supimos hablarlo y solucionarlo, no hay más que verlo, es un hombre pleno junto a mí. Hemos formado el perfecto tándem que siempre creí que fuimos.

—Entiendo, mi amor —decía en francés por teléfono. Me levanté del suelo y me senté en la cama junto a Carol—. Sí, sí, ya sabes, hoy ha hecho algunas preguntas pero no te preocupes por ella, está en su mundo, y así mejor, no da demasiados problemas. No pienses en ello, por favor, mi princesa…

—Oh, está hablando conmigo —dije a Carol—. Siempre me llamaba princesa.

—Ya… —contestó ella.

—…Sí, acabo de salir de la ducha, en 30 minutos salgo para allá… ¿Sí?, bueno, voy a quitarte todo en cuanto te vea… ¿qué?... ¿con la boca? Oh, bebé…

—Buf, es que éramos muy piel con piel, ya sabes, unos guarrillos y, míranos, seguimos igual después de más de 17 años de relación, ¡madre mía! —grité fingiendo vergüenza.

—Ya, piel con piel…

En la habitación entró una jovencita espigada, pelirroja y de ojos miel claro. Confundida miré a Carol.

—Es Marion —me explicó—. Vuestra única hija de 12 años. Te quedaste embarazada al poco de llegar de Singapur. Os casasteis un año después.

—Es igual que él… —dije.

—Lo es, sí.

La niña hizo un gesto a su padre. Etienne terminó la conversación telefónica de manera abrupta y lanzó el móvil a la cama, Carol y yo lo esquivamos con cierta risa.

Su hija le preguntó si se marcharía también este fin de semana.

—Sabes que sí, cariño, el nuevo proyecto está en Ginebra y solo puedo revisar la obra los fines de semana. Salgo en 30 minutos.

—Es que no quiero quedarme sola con mamá, está loca.

¿Hola? ¿Cómo que la princesa está loca? ¿Coucou?

—Marion, no hables así, tu madre está enferma, ten paciencia con ella —contestó Etienne. La miró con cierta pena y luego continuó—: Está bien, ¿quieres pasar el fin de semana en casa de tu amiga Chlóe? Llámala y si le parece bien a sus padres te dejo con ella, me pilla de camino.

—Oh, gracias, papi, ¡gracias, gracias, gracias! —Y tras abrazarlo con fuerza, salió corriendo de la habitación.

—¡Y date prisa, en media hora me voy! —Se rio y terminó de vestirse.

Preparó una pequeña maleta, recogió su móvil de la cama y salió. Carol me estiró con fuerza del brazo y, con un “vamos”, le seguimos. Llegamos hasta la diáfana cocina. Etienne dejó la maletita junto a la puerta y se acercó a la mesa del fondo, una enorme plancha de mármol vetado sobre dos pies de piedra negra.

—Dios mío, Carol, ¿qué es eso…? —pregunté.

Eso eres tú.

En una de las sillas de aquella regia mesa vi a mi otro yo. A mi enorme otro yo. A mi desbordante otro yo. Pesaba por lo menos 50 kilos más que ahora. Me llevé las manos a la boca y retrocedí tres pasos, no lo podía creer, estaba completamente deformada.

—Tienes graves problemas de ansiedad que no sabes gestionar —empezó a explicarme Carol—. Intentas saciarte con comida y el resto del día duermes o lloras. Al poco de regresar a Lyon, las cosas volvieron a ir de mal en peor entre vosotros y teniendo un hijo pensasteis que se solucionarían, sin embargo la llegada de Marion no hizo más que empeorarlas. Etienne enseguida comenzó a hacer su vida fuera de casa, y desde hace 5 años mantiene una relación más estable con Sylvie Morin, su princesa.

No lo entendía. No lo podía entender. Soy independiente. Soy una mujer independiente. Con una carrera profesional que me da libertad para elegir cómo y dónde vivir, ¿por qué no me voy?

—¡¿Por qué no me largo de esta mierda-casa?!

—Primero, porque solo te quedaría la opción de regresar a Bilbao, a casa de tus padres. Tienes 43 años y una simple licenciatura, ni masters ni doctorado, y llevas casi 10 sin trabajar porque no lo has visto necesario ganando Etienne lo que gana. Mira todo esto, os sobra el dinero. Entonces, dime, ¿quién te contrataría ahora con semejante currículo? Y en segundo lugar, estás tan anulada psicológicamente que no tienes capacidad de decisión. Tu única inquietud desde hace 11 años es comer, comer y comer.

Cerré los ojos intentando procesar toda aquella información.

—Elvira —dijo Etienne acercándose a mi otro yo por detrás—. Me voy. Paso el fin de semana fuera, ya sabes, por trabajo, te lo he explicado antes. Me llevo a Marion, la dejo en casa de Chlóe.

—¿No quiere quedarse conmigo? —preguntó mi otro yo sin ni siquiera mirarlo.

—No es eso. Volveremos el lunes por la mañana.

Se dio la vuelta y recogió la maleta junto a la puerta.

—Etienne —dijo mi otro yo con muy poquita voz—, sois todo lo que tengo…

Etienne salió de la cocina sin contestar.

Se me saltaron las lágrimas de la impotencia.

—Dios santo, Carol… ¿qué he hecho con mi vida?

—Elegir la opción B.

                                                                                       (Continuará…)

 

28 feb 2020

Noches de consultorio

Autor desconocido.


Nota: Para entender mejor este relato, te aconsejo leer antes: Lunes de consultorio.

—¿Te lo puedes creer, Elvi? ¿Te lo puedes creer? ¡Está con otra tía!
Era la noche del martes o del miércoles. Sostenía mi segunda copa de vino en la terraza de la casa de Bea, mientras la escuchaba gritar.
—Sí, es… es… —decía yo y pegaba otro trago de vino, el día se me estaba haciendo largo.
—Darío con otra tía, por eso no se ha querido mudar a mi casa, ¿cómo iba a hacerlo si estaba saliendo con esa pava? ¡Es que está con ella desde octubre! ¿Tú lo sabías?
—¿Yo? No, no lo sabía.
Sí, sí lo sabía.
Hacía una semana desayunaba con Darío:
—Gracias, Elvi, por quedar. Sé que andas liada con tus cosas…
No es que estuviera liada con mis cosas, de hecho, últimamente estaba bastante dispersa. Con esto del coronavirus, no terminaba de organizarme ni con las clases online ni con los artículos. Todo estaba en el aire y la profesora Wang no podía concretarnos nada porque tampoco ella sabía la fecha de regreso a China. Intentaba planificarme un horario pero me resultaba difícil cumplirlo.
—… pero quería hablarte de Bea, sois muy buenas amigas y quizá por eso puedas ayudarme.
Darío me contó que el día anterior había quedado con Bea. Sí, eso también lo sabía, habíamos comido juntas. Y también me contó que le propuso mudarse a su casa. No, eso no lo sabía porque supuestamente Bea me prometió no pedírselo. Sin embargo supongo que para eso están las amigas, para escucharlas y luego hacer lo que te salga del toto.
—Entiéndeme, Elvi, me encanta Bea. Joder, ¿a qué tío no le gusta Bea? Pero pensaba que todo iba a ir más lento, más tranquilo, bueno, como es ella, que todo se lo toma a chufla, no sé si me entiendes. —Sí, le entendía—. Yo es que he conocido a alguien, nada serio, ¿sabes? Pero quiero seguir conociéndola.
Se llamaba Eva. Era estudiante en su escuela de Expresión Corporal y llevaban follando desde octubre. No podría llamarse relación porque tan solo tenía 23 añitos y había muchas cosas que a Darío no le encajaban.
—¿Qué hago, Elvi?
Temía esa pregunta que todos me hacían.
—De momento pedirme otro café, anda.
El desayuno se alargó más de la cuenta. Por fin, sobre las 09.30 nos despedimos acordando que, en cuanto él tuviera tiempo, se lo contaría a Bea, porque si se trataba de mantener una relación abierta, Bea era idónea para ello.
 —¡Y me pide que tengamos una relación abierta!
Bueno, igual Bea no era tan idónea para ello.
—¿Estamos locos? ¿Holaaaaaa?
—Hola… —De un trago me terminé el vino. Me había equivocado.
 —¿En qué cabeza cabe que quiera compartir a Darío?
En la mía. Me serví la tercera copa, lo necesitaba, sí, verdaderamente el día se me estaba haciendo largo. Demasiados errores.
A las 11 de la mañana estaba subida a un taburete rebuscando entre las estanterías de una vieja librería de segunda mano, cuando mi móvil vibró. Llamada entrante de Vero.
—Dime, loca de mi vida.
—Ya han pasado 10 días y no sé nada de Antonio. Evira… yo…
Me bajé del taburete y haciendo un gesto al librero, que estaba detrás del mostrador y que custodiaba mis libros hasta ahora elegidos, salí de la tienda.
—Vero, a veces los hombres necesitan tiempo, a veces…
—¡Elvira, basta! Ha tomado una decisión y me ha dejado fuera.
Sí, la había dejado fuera. Diez días eran demasiados para un silencio que no fuera acompañado de una intención. Me senté en un bolardo que había en la acera, frente a la puerta de la librería y suspiré derrotada, la jugada me había salido mal.
—Está bien, Vero, pues ahora intenta olvidarlo y ya. Y ya.
—¡No es tan fácil! ¿Qué crees? Echo de menos sus mensajes diarios, sus audios, sus fotos, echo de menos… ¡Echo de menos que esté ahí! ¡Ahí! Ahí… coño, joder, ahí para mí.
—Vero, lo sé, pero ya está. Esto no iba a ninguna parte. Ahora intenta olvidarte de él poco a poco y ya está.
—Elvi, es que tú no me entiendes.
Claro que la entendía. Nueve años atrás, yo vivía en Madrid desde hacía poco más de un año. Estaba de pie en el salón de mi casa con unos leggins y una camiseta de tirantes llorando frente a mi amigo Gael que me sujetaba por los hombros intentando tranquilizarme.
—Cari, basta, te lo pido, por favor —me rogaba.
—No puedo, el dolor viene de aquí. —Y le señalaba las tripas.
Hacía 4 años que me había dejado Etienne, mi ex por excelencia, y hacía 4 años que lloraba sin consuelo. Hacía uno que había empezado terapia para poder aprender a continuar con mi vida sin él y hacía 10 minutos que le había mandado el último mensaje por el chat del Skype.
—Es que no me contesta… —le explicaba a Gael.
—No, cari, no te contesta porque te pidió hace dos meses que no le escribieras más y llevas en la última hora 4 mensajes.
—Es que no me contesta…
—Cariño, escúchame, él ya no te quiere.
—No me digas eso…
—Es que ya no te quiere.
—Sí… un poco sí.
—No, ni un poco, nada. Hace 4 años que no te quiere.
Me senté en el sofá como quien teme romperlo.
—Igual incluso más…, ¿verdad…? —dije.
—Sí, igual incluso más. —Se sentó a mi lado—. Cariño, debes pensar que Etienne ha muerto porque si no, no vas a salir de este bucle desesperante, imaginándote una y otra vez cómo sería tu vida si no te hubiera dejado. Es que, Elvi, llevas mucho tiempo atascada, se acabó, Etienne ha muerto.
—¿Muerto…?
—Sí, muerto, chimpún. ¡Venga —exclamó dando una fuerte palmada—, ya puedes empezar con tu vida! Vamos, empieza lavándote el pelo que das asco, ¡vamos!
—Vale… —Entendí aquello.
20 minutos más tarde, al salir de la  ducha, Gael, que preparaba macarrones, me peguntó que qué hacía sentada en mi escritorio.
—¿Eh?, nada, escribiendo un mensaje a Etienne para decirle que tú me has dicho que debo pensar que se ha muerto y que ya no le volveré a escribir nunca más. Seguro que a este mensaje me contesta.
Gael me lanzó la cuchara de palo con todas sus fuerzas.
El timbre en la casa de Bea sonó y yo me quité a Vero, a Etienne y a Gael de la cabeza.
—Voy yo —dije.
Al abrir, Almudena me abrazó. Pasamos juntas a la terraza. Bea le sirvió una copa de vino.
—Bueno, ¿y esta reunión de chicas, así, a mitad de semana? —preguntó.
—Darío está saliendo con una tía, ¿lo sabías? —dijo Beatriz.
—Oh, no…, no, no lo sabía.
Sí, sí lo sabía, se lo había contado yo.
—Pero, Almu, espera que hay más. Lo mejor de todo es que me propone estar con las dos a la vez hasta ver si alguna relación sale adelante.
—Oh, por favor, ¿qué dices? ¡No me lo puedo creer!
Sí, sí se lo podía creer porque eso también se lo había contado yo y le pareció bien. Me terminé la tercera copa. Almudena me miró y yo miré al suelo, quería que mi vida terminara en ese momento. Al verme tan agobiada empezó a hablar de su fin de semana en Segovia. Saqué el móvil y le escribí un mensaje a Vero, me sentía fatal.
La he cagado. STOP. Lo siento. STOP. Soy la peor consejera amorosa del mundo. STOP. Pero tú sigues siendo la mujer más increíble que conozco. STOP. Así que haz lo que quieras. STOP. Si necesitas verlo, escríbele y díselo. STOP. Como yo, él tampoco querrá perderte. STOP y FIN.
—… A ver, los niños se lo han pasado muy bien, parece que van a hacer buenas migas.
—¿Pero tú no ibas a cortar con Carlos? —pregunté guardando el móvil en el bolso.
—Ah, ¿le ibas a dejar? —Bea.
—A ver, sí, de hecho se lo he dejado caer.
—¿Caer? —yo.
—Pues en plan, bueno, ya si eso el próximo fin de semana no salimos de Madrid, ¿no? Vaya, para que vea que no siempre voy a estar disponible para viajar.
Bea y yo nos miramos y luego miramos a Almu.
—¡Es que, chicas, es difícil cortar con un coah!, porque te empieza a liar la cabeza con proyectos y con un futuro tan bien estructurado que… que… ¿A quién no le gusta saber qué va a hacer en el futuro?
—A mí —respondí sirviéndome la cuarta copa.
Mi bolso vibró, saqué el móvil. Mensaje de Vero:
O pones STOP o pones FIN, pero nunca los dos, idiota.
Me reí. El móvil volvió a vibrar. Nuevo mensaje de Vero:
No le voy a escribir. Tomé una decisión. Algún día dejaré de echarle de menos, no?
Sí, algún día. CAMBIO.
Que no se dice CAMBIO para terminar. Coño.
Perdón. COÑO y CAMBIO.
Jajsjaksksjajajajskakasjaja!!! Gilipollasssss!!!
Y tan muerta de risa estaba guardando el móvil que no me di cuenta de que me había quedado sola en la terraza.
—¿Chicas? —pregunté entrando en la casa. Empezaba a notar las 4 copas de vino, todo parecía tambalearse.
Las encontré en la cocina. Bea estaba muy alterada y Almudena al verme me hizo un gesto con la mano de “aquí se va a liar pero bien”. Bea salió gritando y en bajo pregunté a Almu qué mierda estaba pasando.
—Darío está subiendo por las escaleras —dijo repitiendo el mismo gesto con la mano.
—Vale, tú y yo no sabemos nada, putas como gallinas, no, putas y muertas, gallinas muertasss, bueno, ¡sssshhhht! —Sí, confirmamos que ya estaba borracha.
Oímos la puerta, la voz de Darío y los gritos de Bea. Almu y yo nos agarramos de la mano.
—Necesito más vino… —dije, me estaba mareando.
Entraron en la cocina.
—¡Y te atreves a venir a mi casa después de proponerme la guarrada de la relación abierta! —Bea.
—¡Pero por qué te enfadas conmigo si la idea fue de Elvira!
Adiós. Cerré los ojos creyendo que así nadie podría verme.
—¡Serás puta!
Seguí sin abrirlos fantaseando que Bea se lo estaba diciendo a Almudena.
—A ver, por favor, calmémonos todos —pidió Darío.
Pero lejos de calmarnos la cosa se calentó todavía más cuando Almu, en un torpe gesto por ayudarme, le confesó que ella también lo sabía. Bea nos echó de su casa. En el descansillo no dejaba de chillar lo malas amigas que éramos.
—Yo te quiero, Bea… —le decía intentando abrazarla con el abrigo a medio poner.
—¡Que no me toques, mentirosa!
—Menudo pedo llevas, trasto. Almudena, ¿os pido un taxi?
—Yo te quiero, Darío…
—No, tranquilo, Darío, la acompaño a casa dando un paseíto, a ver si se le pasa. Anda, Elvi, ven, dame la mano que nos vamos a casa.
—Adióssss, amigosss, os quiero… Follad y sed libressss…
—Lo haremos, trasto —dijo Darío lanzándome un beso a las escaleras.
—¡¿Cómo que lo haremos?! Antes tendrás que explicarme muchas cosas, ¿no?
Se metieron en casa pero yo seguía diciéndoles adiós con mano.
Ya en la calle, Almu me colocó bien el abrigo.
—¡Ay! —exclamé—. Me vibra el chocho.
Almudena se rio y me sacó el móvil del bolso.
—Anda, toma.
—¿Qué pone…?
—Mensaje de WhatsApp de Verónica China.
—Acepto.
—Que no tienes que aceptar nada, que es un mensaje, ¿te lo leo?
—Acepto.
—Joder, qué pesadita eres, Elvi. A ver, ¿cómo se desbloquea tu patrón de seguridad?
—Así. —Y recuerdo dibujarlo en el aire una y otra vez, oía a Almu reírse.
—Pareces el Zorro. Vale, aquí está. Te leo el mensaje entonces, ¿no?
—Acepto.
—Bueno, pues Verónica China escribe: “He recibido mensaje. STOP. Ha comprado los billetes. STOP. Llega a Londres el sábado por la mañana. STOP. No eres tan inútil. COÑO y CAMBIO”. No sé, yo no he entendido nada, vosotras sabréis de qué va esto. ¿Quieres contestarle?, ¿eh, Elvi?, ¿te ayudo a cont…? Pero, pero, pero ¿por qué lloras, tonta?

25 nov 2013

Sirenas en la noche



    
Adiós de Javier Avi
 
     ―¿Cuándo crees que lo superaré? ―preguntó Gael.
     ―Pronto ―contestó su amiga Elvira sin levantar  la vista del libro.
     ―Tu cama es un asco. Todavía no sé qué hago aquí. Será muy bohemio esto de vivir en una buhardilla, pero, hija, tenemos el techo a un palmo, ¡qué agobio! ―Ahuecó la almohada y posó la cabeza en ella con incomodidad. Volvió a ahuecarla y resopló tumbándose, finalmente, boca abajo.
     ―Gael, si no te gusta te vas. No me marees. Fuiste tú el que no quería dormir solo, el que se quiso venir por no estar en casa, porque resulta que al niño su casa le recuerda demasiado a él.
     ―Eres mala. Mala, mala, en plan amargadilla mala. ¡Bicho, fú!
     Elvira cerró el libro y lo miró.
     ―Gael, ¿me vas a tocar las narices toda la noche?
     ―¡Es que no lo entiendo! ¡No lo entiendo! Tenemos que apoyarnos, entendernos, consolarnos…. ¡Se supone que tenemos que sufrir juntos!
     ―¿Por qué voy a sufrir?
     ―¡Porque a ti también te han dejado!
     Elvira volvió a abrir el libro, bajó la vista y dijo en casi un susurro:
     ―A mí no me han dejado...
     ―¡Vaya que sí! Tu pintor está ahora en Montpellier, dibujando a francesitas de sobacos asilvestrados.
     ―Era una oportunidad, ¿cómo iba a rechazarlo?, estaría loco. No es cualquier cosa, es un estudio de ilustración, yo también me hubiera ido y tú, ¡qué coño! Que aquí todos somos muy generosos hasta que nos tocan lo nuestro y entonces nos olvidamos de los demás, pero la mala soy yo, ¿no?, la amargadilla soy yo, ¡claro que sí! ¿Quieres que te recuerde dónde está tu amado Raúl?
     ―Qué mala eres… Mira, mira, si hasta te brillan los ojos viéndome sufrir...
     ―¡En Oviedo con su agente!
      Gael se dio la vuelta dándole la espalda. Pasaron lo menos 5 minutos sin decirse nada.
     ―Vale, lo siento… ―dijo ella. Cerró el libro y lo dejó a un lado de la cama, luego se acercó a su amigo y le sopló la oreja.
     ―¿Te has dado cuenta de que ahora tienes a dos ex viviendo en Francia?
     ―Yo seré mala, pero tú eres perverso.
     ―Igual ya se han conocido. Hola. Hola. Yo soy ex de Elvi. ¿Qué?, yo también. ¡Vaya!, esto se merece un vino. Oh, claro, amigo mío. Sí, ¡brindemos por ella con un Château Pupufuá!
     ―¿Un Château Pupufuá?
     ―Ríete, pero ahora mismo tus ex están con copa en alto celebrando que se han deshecho de ti.
     Elvira se separó de Gael lentamente y se colocó boca arriba mirando a través de la claraboya.
     ―Pienso muchas veces en ello. En la cara de satisfacción que tenía Etienne cuando me dejó. Estaba tan aliviado, estaba tan contento… Tenía tantas ganas, pero tantas ganas de que me fuera de casa, de perderme de vista. Pasan los años y no puedo olvidar su mirada de “lárgate, tía, no puedo más”. Se moría por verme desaparecer de su vida. Imagínate durante cuánto tiempo lo tuvo que estar rumiando, y yo sin enterarme de nada, de nada, Gael… A veces intuyes que va a llover, pero aquello fue una galerna, sin aviso se volvió todo negro. Y ya. Me marché y tiró de la cadena, fui una mierda que se fue por el retrete, y él se quedó bien aliviado… Igual que Joan.
     ―Elvi, no quise decir eso. Sabes que Joan la ha cagado. Su proyecto termina en marzo y luego querrá volver, seguro que te echa de menos. No fueron maneras en cómo se marchó, creo que sólo buscaba una excusa para poder irse sin ataduras, que los tíos somos muy cómodos, cómodos y cobardes. Volverá con las orejas gachas, ya verás. Y Etienne, pff, ¿quién es Etienne? Ah, ¿ese gabacho con el que salías que se parecía a Robert Redford pero que seguro que ahora está gordo y calvo? ¿Ése que te dejó porque quería una vida loca y me apuesto el cuello a que ahora está casado y cargado de hijos? Y casado no con cualquiera, no. ¡Con la típica francesita adicta a la ropa y a los zapatos!, a los zapatos bailarinas para ser más exactos, seguro que los tiene de todos los colores: con brillantina, de charol, de leopardo, de ante… Y seguro que viste a sus hijos como repollos. Sinceramente, a un tipo así no me lo imagino casado con una Marie Curie, ¿qué quieres que te diga? Él es de los que necesita a una maruja en casa para sentirse alguien. Y vale, tú tampoco eres la Curie, pero seguro que ahora estará arrepentidísimo, porque por lo menos contigo tenía más espacio en el armario. Cari, seamos sinceros, aquí la única que hizo de vientre, y se quedó bien a gusto, fuiste tú. Y a Joan déjamelo a mí, que cuando vuelva le van a caer un par de collejas por atonta’o, ya verás ya, qué pronto va a espabilar. Y mientras tanto ¡a disfrutar! A ver, ¿cómo lo quieres?
     ―¿Cómo quiero el qué?
     ―Pues al tío-transición. Lo de tapiar con ladrillo puertas y ventanas se acabó con la Bernarda Alba, ¿eh? En esta casa que entre el viento de la calle y que sople bien fuerte. Nos vamos a poner moradas, cari… ¿Cómo lo quieres?
     ―Ay, pues no sé, bajito, moreno, tronchito, con barba, tímido…
     ―Cari, ése es Joan. Y no queremos a Joan.
     ―¿No lo queremos?
     ―¡Joan, caca. Caca, Joan! ―Bajando el tono de voz―. O por lo menos hasta marzo. ¡Bueno, mira, ya elijo yo por los dos! ―Gael se arrodilló sobre la cama y extendió los brazos en cruz. Alzó la vista hacia la claraboya y empezó a vocear―: ¡Oh, Eros, dios del amor, en ti confiamos y… Cari, arrodíllate ―Elvira lo miró incrédula pero obedeció―. Extiende los brazos, así, como yo. ―Elvira los extendió―. ¡Oh, Eros, dios del amor, de la potencia, de las feromonas! Apiádate de este par de almas que no tienen ná que llevarse a la boca. Envíanos a dos hombres, olvida, oh, señor, lo de tronchito, perdónala, porque no sabe lo que dice. Los queremos bien, con cuerpo y mango…
     ―¡Gael!
     ―¡Calla! Oh, Eros, envíanoslos con un 45 de pie, larga nariz y manos venosas…
     Se empezaron a escuchar sirenas de la calle.
     ―¿Qué es eso, Gael?
     ―Joder, ni puta idea, pero eso suena a movida, seguro… ¿Hoy qué manifestación había?
     ―No sé, pero si es casi la una de la mañana. Ay, Gael, me estoy acojonando, que las cosas andan muy revueltas. Si parece que llega todo un ejército. Están en esta calle, ha pasado algo gordo. Ay, Gael...
     Gael se levantó e intentó mirar por una de las claraboyas.
     ―¡No!, ¡mejor por el ventanuco del baño! ―gritó Elvira.
     Gael saltó de la cama y se asomó por la estrecha ventana. Elvira se acurrucó en la cama esperando noticias. Gael salió del baño con las manos en la boca.
     ―¿Qué ha pasado?
     ―Ay, cari, ay…
     ―¡Gael, por favor, qué pasa!
     ―Eros… que nos ha enviado dos camiones de bomberos, ¡dos camiones!, ¡uno para ti y el otro para mí!
     Gael cogió el abrigo, se calzó torpemente, abrió la puerta y corrió escaleras abajo.
     ―Pero ¿adónde vas, loco?
     ―¡Corre, cari, que hoy nos riegan!
     Elvira sonrió. Entornó la puerta y volvió  a la cama. Comprobó su móvil, ningún mensaje. Se acomodó la almohada y, cogiéndolo de uno de los lados de la cama, siguió leyendo La mujer justa.