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13 feb 2021

Las videollamadas las carga el diablo II

 

Operadora. Autor desconocido.


Videollamada. En la pantalla de un ordenador aparece la cara de tres mujeres residentes en Madrid. Llevan 11 meses teletrabajando debido a una pandemia que afecta al mundo entero porque un chino se comió un murciélago en diciembre de 2019.

En la línea de arriba, a la derecha aparece Almudena, 44 años, bibliotecaria en la UCM, madre soltera desesperada por un hijo preadolescente incombustible. Melenita corta y flequillo recto. Sin maquillaje y con gafas grandes azules de pasta. Camiseta negra de tirantes de los Montana Stomp diseñada por Joan, pareja de Elvira.

A la izquierda, Elvira, 43 años, profesora (online) de literatura en una universidad china. Corte de pelo ochentero a capas y flequillo, ella cree parecerse a Patti Smith pero se acerca más a Brian May. Camiseta gris y chaqueta de punto americano, ella cree parecerse a Arthur Miller frente a su máquina de escribir pero se acerca más a Velma de Scooby-Doo.

Abajo, Beatriz, 41 años, alma de actriz pero cuerpo de administrativa en la empresa de su padre. Superviviente de un reciente cáncer de mama. Pelito muy corto por las secuelas de la quimio. Camisa vaquera, cerrada hasta el cuello. Gloss nude en los labios, fino colorete rosado y pendientes largos de pluma.

ELVIRA.— No lo entiendo, ¿te ha dejado o no te ha dejado?

BEATRIZ.— No. Markus no me ha dejado, ayer me lo explicó. Tenía cosas que hacer.

ELVIRA.— ¿Se marchó a Múnich solo y luego estuvo dos semanas sin llamarte porque tenía cosas que hacer? Pues sí que era larga su to-do-list.

ALMUDENA.— O igual se le desconfiguró su Notion y ya no supo qué pasos seguir.

(Las dos mujeres se ríen.)

BEATRIZ.— No lo entendéis. Los hombres alemanes son así, priorizan.

ELVIRA.— Pues mejor me lo pones. A ver, Bea, debes darte cuenta de que es raro. Markus es un tío genial, no hay debate, todas lo querríamos como novio: sexi, inteligente y divertidísimo pero…

ALMUDENA.— ¿Por qué Markus te cae bien desde el principio pero a Carlos no lo soportas?

ELVIRA.— Te lo he dicho mil veces, porque Carlos es coach.

ALMUDENA.— ¿Y?

ELVIRA.— Y debería estar en el corredor de la muerte. Además, ¿por qué lo defiendes si ya tienes a tu panadero de Tinder?

ALMUDENA.— Es cocinero.

BEATRIZ.— Creo que me he perdido algo.

ALMUDENA.— Álvaro, un hombre que conocí en Tinder y nos mandamos cositas… Ya sabes, fotitos…

ELVIRA.— En pelotas.

BEATRIZ.— Uy, Almu, y parecías buena cuando te compramos.

ALMUDENA.— ¡Lo soy! Me hacéis sentir fatal. Álvaro es solo un juego inocente.

ELVIRA.— Que te enseñen el merengue por videollamada ahora se llama juego inocente.

BEATRIZ.— Vaya, vaya con el pastelero.

ELVIRA.— Pandero.

ALMUDENA.— ¡Es cocinero! Además os vais a marchar las dos, una a Alemania y la otra a China en marzo, ¿qué voy a hacer yo?

ELVIRA.— ¡Ay, eso, Alemania! Entonces, ¿te vas a Múnich seguro?

BEATRIZ.— Sí, me voy, está decidido. Markus me ha explicado que el confinamiento se ha alargado hasta el 7 de marzo. Así que me marcharé a finales de marzo o principios de abril. Así Markus tiene tiempo de arreglar la casa, quiere cambiar las ventanas y la caldera.

ALMUDENA.— Ya. ¿Y confías en él?

BEATRIZ.— ¿En Markus? ¿Por qué no iba a hacerlo?

ELVIRA.— Porque ya te ha dejado una vez.

BEATRIZ.— ¡No me ha dejado!

ELVIRA.— Un poco sí, un poco sí.

BEATRIZ.— A ver, chicas, ¡prioriza!

(Silencio.)

ELVIRA.— Bueno, pues esperemos que estando tú en Múnich no le dé por “priorizar” otra vez.

BEATRIZ.— Mira, Elvi, preocúpate de lo tuyo que tienes mucho de lo que preocuparte. Te recuerdo que en marzo regresas al epicentro de la pandemia.

ALMUDENA.— En estos momentos el epicentro es Madrid. (Silencio.) Por comentar.

ELVIRA.— Bea, solo te digo que andes con cuidado. Markus es un encanto pero si vuelve a hacer tonterías: Next! No puedes perder el tiempo con hombres que no tengan las cosas claras. Debes tomar decisiones y hacerlo sin que te tiemble el pulso.  ¿Me oyes?

ALMUDENA.— Hombre, Elvi, Bea es mayorcita, tampoco eres su madre, sabrá lo que tiene que hacer.

BEATRIZ.— No, Almu, no te equivoques, Elvira no es madre, por suerte. Elvira es profesora, es profesora 24 putas horas al día. Se cree en posesión de la verdad absoluta y luego adoctrina a los demás. Tú haz esto, tú haz lo otro, no lo hagas así, hazlo asá. Eres…

(Beatriz es interrumpida por el móvil de Elvira que vibra sobre la mesa. Elvira se quita los auriculares y hace un gesto a sus amigas con el dedo pidiéndoles un minuto. Escucha el mensaje de voz recibido. Pone los ojos en blanco y suspira dos veces. Con enfado graba un mensaje de voz como respuesta. Sus dos amigas lo escuchan a lo lejos.)

ELVIRA.— Luo Kun, vamos a ver, ¿me quieres explicar, por favor, cómo pretendes empezar a redactar las conclusiones de tu tesis si todavía no tienes los objetivos claros? ¿Cómo lo vas a hacer? Cuando te vistes, ¡¿te pones los calzoncillos por encima de los pantalones?! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Objetivos y enfoque metodológico claros! ¡Olvídate de las conclusiones! Virgensantadelamormisericordioso… Vais a acabar todos conmigo, ¡señor!

(Deja el móvil. Se coloca de nuevo los auriculares y mira la pantalla de su ordenador como si nada hubiera pasado.)

BEATRIZ.— Vaya, tus alumnos tendrán ganas, ¿no?

ELVIRA.— ¿De verme?

BEATRIZ.— No, de que vayas a pasar 14 días de cuarentena encerrada en una diminuta habitación de hotel en Tianjin, mientras te acribillan a PCRs anales. Karma lo llaman.

ELVIRA.— Mis alumnos me quieren.

BEATRIZ.— Sí, te quieren, te quieren muerta. Pero ¿tú te ves? ¿Tengo o no tengo razón? ¡Eres una profesora odiosa! La típica amargada que lo paga con sus pobres estudiantes porque es incapaz de asimilar que su propia vida es una mierda. Y haces lo mismo con nosotras. ¡Actúas como una asquerosa profesora con todo el mundo!

(Silencio.) (A través de la pantalla Elvira observa seria a sus amigas largo rato. Ellas evitan mirarla.)

ELVIRA.— Bien, Beatriz, creo que después de decir lo que has dicho, necesitas ir un ratito al rincón de pensar.


27 ene 2021

Felicidad en tiempos de pandemia

 

Miss Carlyle & Miss Clarke. Autor desconocido

Seamos sinceros, no hay nada que represente mejor la felicidad que un profesor de vacaciones. Es decir, yo. Hoy, lunes, estaba oficialmente de vacaciones y las cosas no me podían ir mejor. Amaba mi trabajo y, ahora, amaba mis vacaciones.

Me había levantado a las 5.20 de la mañana y durante cuatro horas había escrito parte del primer capítulo de mi nueva novela que nadie querría publicar por lo que nadie nunca leería y, lejos de frustrarme, lo disfruté como cuando, de madrugada, te levantas para comer algo y ese momento se convierte en la más pura intimidad entre tú y la nevera. El pecado nunca requirió de público.

A media mañana, en la librería de mi barrio a la que visitaba una o dos veces por semana, me explicaron que todavía no había llegado el libro de Yan Lianke que había pedido tres días atrás, así que me llevé el Teatro Completo de Valle-Inclán, en un único tomo de kilo y medio. Lo que me recordó a mi amiga Ane de Bilbao, quien al entrar en un supermercado y no tener sándwich vegetal, se llevó un pollo.

En la calle, sujetando a mi ternerito encuadernado con ambas manos, sentí el móvil vibrar. Con dificultad leí el escueto mensaje de Almudena: “Estoy en el Café de Abril, vente, xfa.” Así que, Valle-Inclán, mi felicidad y yo pusimos rumbo a la cafetería a la que solíamos acudir.

—Hola, Abril —dije al entrar.

—Hola, tesoro, ¿un café con leche fría?

—Sí, pero fría, fría.

Al fondo, junto al ventanal vi a Almudena. La saludé desde la barra, ella me sonrió. Cogí el café y me acerqué a la mesa. Al sentarme, Almu se colocó la mascarilla mientras que yo me la quité para beber el café.

—No hay manera, la leche ardiendo —dije.

—Pues dile que te la ponga fría. —Amigas con grandes ideas—. ¿Qué tal estás?

Podría decirle que bien, muy bien, porque estaba de vacaciones, porque cada vez me resultaba más cómodo trabajar con jefes chinos, porque dedicaba mi tiempo a leer y a escribir, porque Joan después de 9 años juntos me seguía haciendo reír como nadie en este mundo, porque las arrugas me estaban empezando a salir en la comisura de los labios y con la mascarilla no se notaba nada de nada, y porque en mi banco siempre había dinero para comprarme buenos libros. Vale, es cierto que me estaba quedando ciega a pasos agigantados, pero era una simple minucia si lo comparábamos con el resto, ¿no?

—Bueno, pues mal, como todo el mundo, esto de la pandemia está siendo terrible… —opté por decir.

—Sí, verdad, es todo tan terrible, tan, tan, tan, no sé, así de mal siempre todo, no se acaba nunca, ¿no?

Sí, ella estaba igual de feliz que yo pero el pudor pandémico no le permitía expresarlo.

—Es así, interminable. Aunque claro, no todo es malo —apuntalé.

 —No, no, no, no todo es malo, no.

—Hay cosas buenas.

—Sí, sí, sí, sí, hay cosas buenas, sí.

—Bastante buenas.

—¡Buenísimas! —gritó.

Me reí tanto que los chicos de la mesa de atrás se dieron la vuelta y nos sonrieron.

Almudena me lo contó.

—¿Tinder? ¿Cómo te has metido en Tinder, golfa? —pregunté alucinada.

—De allí salió Markus. Yo también quiero un Markus en mi vida: joven, guapo y divertido.

—¡¿Y Carlos?!

—¿Carlos?

—Sí, tu novio, el coach. El de los consejitos y las listas. El pesado. El cargante. El inaguantable. El que caga unicornios de colores. Tu mierda-coach.

—Qué mala eres, Elvi.

—¿Yo? ¡Eres tú la del Tinder!

—Con Carlos todo sigue igual. Esto es solo un complemento. Todo suma.

Del nuevo año me esperaba muchas cosas, pero aquello nunca podría habérmelo imaginado. Almu y yo siempre habíamos encajado a la perfección precisamente por eso, porque nos complementábamos. Mientras que yo era la amiga amoral (por no decir inmoral) con pensamientos psicopáticos y sin filtro a la hora de tratar con la gente, Almu era la amiga de perfectos y pulidos valores éticos, además de una enorme empatía y una amabilidad y dulzura para con los demás que le hacían ganarse el título de “gente-bonita” a pulso.

—Se llama Álvaro —dijo y me enseñó sus fotos en la aplicación.

—¡Match, match, dale al match, Almu! ¡Strike, súper strike, doble estrella! ¡Triplete arcoíris, por dios! —grité arrancándole el móvil de las manos.

Y es que aquel Álvaro no merecía menos. No se trataba de un yogurín como Markus, tenía un aspecto de hombre maduro realmente atractivo. Cuando nos tranquilizamos y los chicos de atrás dejaron de aplaudirnos también entre risas, Almu me contó que tenía 47 años, estaba divorciado con un niño de 11, era cocinero en un restaurante de la Castellana, y que desde hacía tres semanas tenían una relación muy morbosa virtual: mensajes, audios y videollamadas subidas de tono.

—Elvi, mi vida ha cobrado luz. —Me decía bajito, como un secreto—. No te imaginas cuánta adrenalina me aporta esta tontería. Sé que no es una relación, es simplemente un juego. Es lo que es y ya. Pero, madre mía, Elvi, llevo el corazón a mil todo el santo día. Es como cuando estaba en el colegio y la profesora decía: “¡examen sorpresa!”, y sin darte cuenta te ponías histérica pero al mismo tiempo te daba la risa mirando a tu mejor amiga y, en ese momento, te dabas cuenta de lo intenso que era todo. Elvi, vuelvo a vivir con intensidad, no sabía que a mis 44 años podía volver a sentirme así, con tanta ilusión.

—Con tanta ilusión… —repetí ensimismada.

Nos pedimos otro café y hablamos, con deliciosa complicidad, hasta la hora de comer.

Al salir de la cafetería, nos encontramos con la madre de un amigo de Abel a la que Almu hacía, por lo menos, un par de años que no veía.

—¡Menuda sorpresa, Leonor, encontrarte en mi barrio! —exclamó Almudena.

—Sí, es que han reducido plantilla y a los demás nos han trasladado a este edificio —dijo y señaló el portal de enfrente—. Dime, ¿cómo estás? ¿Y Abel?

—Muy bien, ¡todo muy bien! Bueno, a ver —reculó—, bien, bien, tampoco.

—Claro, es que bien nadie está.

—Nadie, nadie.

—Es todo tan difícil, ¿verdad?

—Sí, sí, es difícil, es un momento…

—Terrible, es un momento terrible para todos.

—Sí, para todos, para todos —dijo Almudena sin poder evitar una inocente sonrisa.

 

21 abr 2020

Con clases y a lo loco

Con clases y a lo loco de Javier Avi


—No puedo… —suplicaba a Joan que me estiraba de las piernas para sacarme de la cama.
—Sí puedes. Elvi, en 20 minutos empiezas la clase, venga.
—No puedo…
Sí pude. Me arrastré hasta la cocina, Joan me había preparado el café.
—¿Qué jersey te vas a poner?
—El granate —contesté.
Joan trajo el jersey de la habitación. Me lo puse por encima del pijama.
—¿Tengo muy malos pelos?
—Lávate por lo menos la cara, anda.
—No puedo… —farfullaba de camino al baño.
Al regresar a la cocina Joan me abrazó.
—Cuando termines la clase de hoy habla con la decana. Dile que te dé más asignaturas de posgrado, así no puedes seguir.
Sí, la profesora Wang me había castigado ese semestre dándome el curso de Fonética con alumnos de primero. Lo que significaba que dar clases, y además online, se había convertido en una verdadera tortura china, literal. “Te necesito en los primeros cursos, no tienen buena base”, me dijo. Yo lo que necesitaba era pensar en la forma de abandonar este mundo. Barajaba la defenestración, el envenenamiento y, cómo no, el horneado de cabeza.
Por fin me senté delante del ordenador. Lo encendí. Resoplé. “No puedo…”, dije unas 13 veces más. Apreté los ojos. Busqué los archivos de fonética. Fijé la unidad 3. Coloqué mi móvil  en el manos libres y a través del Wechat llamé, por videollamada, a los primeros 8 estudiantes del grupo A.
La imagen se conectó.
—¡Hola! —exclamé una falsísima sonrisa—. ¿Qué tal, chicos?
Y con aquella pregunta comenzaba la tortura.
—Plofesola, bien, plofesola, ¿y usted?
—Profesora, ¿verdad? Prrrrofesora, -ra, -ra, ¿verdad? Estoy bien, sí.
—Sí, plofesorrzzzrrzzza.
—Perfecto, ¿me decís los nombres, por favor?
—Cántalo.
—¿Te llamas Cántaro? —Los estudiantes chinos se ponían nombres en español para que los profesores que no sabíamos mandarín pudiéramos recordarlos con mayor facilidad, pero la elección de estos era cuanto menos singular.
—Sí, Cántalo.
—Perfecto, ¿más?
—Pau Gasol.
—Muy bien.
—Plofesorrrzzza, me llamo Arcoíris.
—Fenomenal. ¿Más? —Silencio—. Bueno, ya me iréis diciendo vuestros nombres. Ahora vamos a empezar. Por favor, unidad 3.  Hacemos el ejercicio 2, repetid detrás de mí, por favor: Cenicero.
—Maluma.
—¿Perdón? Cenicero. Repetid: Cenicero.
—Me llamo Maluma, plofesola.
—Ah, muy bien. Cenicero.
—No, Maluma, plofesola.
—Vale… —Respiré hondo y me imaginé mi caída desde el quinto piso, la degusté—. Cántaro, tú sola, ejercicio 2. Cenicero.
—Cenicero —todos.
—No, solo Cántaro. Cántaro, por favor.
—Sí, plofesola, aquí, aquí.
—Sí, ya sé que estás ahí. Cenicero.
—Cenicero —todos.
—Me llamo Piña, plofesola.
—Vale, bueno, no es necesario que me digáis más nombres, ¿sí? Hacemos los ejercicios. Siguiente palabra: Zozobra. Repetimos, por favor.
—Zozobla —algunos.
—Cenicero —otros con peor wifi.
—Zozobrrrrrrra, brrrrra, brrrra —subrayé.
—Zozobla, bla, bla, bla.
—Vale, repetimos: Rrrrrrrrrrrrrrr.
Todos se rieron.
—No nos reímos, por favor. Rrrrrrrrrr. Venga, Piña, tú sola.
—¿Yo?
—Sí, Piña, tú, tú.
—Sí, yo Piña, Piña.
Cerré los ojos un instante y reflexioné sobre lo mala persona que tuve que haber sido en mi otra vida.
—Rrrrzzzrrzzzrrrddddssssrrrzzss —algunos.
—Bla, bla, bla —otros.
—Tú, tú, tú —Piña.
—Continuamos. Ejercicio 4. Lee la palabra correcta y deletrea.
—Yo no hablo, plofesola.
—Sí, no hablamos todos, ¿vale? No podemos hablar todos, poco a poco.
—Poco, sí, complendo, plofesola, soy Tiburón. Poco.
—Eso es. Poco.
—Poco —todos.
—No, lo decía por Tiburón —yo.
—Poco —Tiburón.
—Vale, muy bien. Maluma, por favor, primera palabra, lee y deletrea.
—¡Sí! Ciluela.
—Ciruela —corregí.
—Sí, ciluerrrda.
—Muy bien. ¿Cómo se escribe?
—Sí, ge-i-ele-u-i-rrrrdddssrr-e.
—Ajá, perfecto. —Y aprieto los dientes porque de solo pensar que mi director de tesis me estuviera viendo, me entraban ganas de llorar—. Bien, y ahora vamos a cerrar los ojos y en estos 10 minutos que nos quedan, vamos a interiorizar, de forma individual y en completo silencio, todas las palabras que hemos visto en clase.
—Sí, plofesola.
—Sí, glacias, plofesola.
—Sí, cenicelo.
—En silencio, chicos, en completo silencio. Es importante el silencio en fonética. Muy importante.
La clase terminó y, antes de que me diera cuenta, ya tenía a los 8 siguientes estudiantes online.
—¡Hola! ¿Qué tal, chicos?
—Plofesola, bien, plofesola, ¿y usted?
—Profesora, ¿verdad? Prrrrofesora, -ra, -ra, ¿verdad? Estoy bien, sí.
—Sí, plofesorrzzzrrzzza —todos.
—Perfecto, ¿me decís los nombres, por favor?
—Messi.
—Me llamo Ballena, plofesola.
Y fue en ese momento cuando me decanté. Lo tuve claro, así que les pedí un minuto a mis estudiantes. Me levanté. Fui a la cocina. Abrí el horno y metí la cabeza. En mi último segundo de vida pude escuchar a Joan detrás de mí:
—¡Cenicero!

17 nov 2019

El lago


Foto: Liu Heung Shing

—Dicen que el ejército va a entrar en Hong Kong —dijo Tao.
—No lo creo —contestó Elvira.
Estaban sentados en el muro que rodeaba la orilla del inmenso lago de aquella universidad china. Acababan de llegar de la ciudad. Habían cenado en el centro.
—Eso dicen.
—Pero ¿tú sabes algo? —preguntó Elvira con cierto temor a que su respuesta fuera afirmativa.
—No, solo dicen.
—Sí, en China dicen muchas cosas, pero ¿tú sabes algo? —preguntó ella de nuevo.
—¿Por qué iba a saberlo?
—Porque eres diplomático y perteneces al Partido.
—Yo no sé nada.
Elvira lo miró, tenía ante ella a un hombre de 36 años enfundado en un carísimo abrigo inglés, con el pelo engominado hacia atrás, que fumaba despreocupado apoyando el codo sobre sus piernas cruzadas. Le costaba reconocer al estudiante al que había dado clase hacía 16 años en otra universidad de China. Le costaba reconocer la inocencia de aquel chico de 19 años que le atosigaba continuamente con sus preguntas. “Es que quiero entrar en el cuerpo diplomático, profesora”, le decía, “Bien, entrarás, pero relájate un poco y deja que yo me relaje también”, luego se reía y le daba un golpecito en el hombro, él le pedía disculpas una y otra vez y después comenzaba con las preguntas de nuevo, ella por fuerza se encariñó de él como de ninguno. Mantuvieron el contacto a lo largo de todos estos años y llegaron a verse hasta en dos ocasiones, una en Estados Unidos y otra en Singapur.
—Has cambiado mucho, Tao.
—Tú no demasiado.
Elvira se levantó y se apoyó en la barandilla que separaba la arena del agua del lago.
—¿Habrá intervención militar?
—No lo sé, Elvira...
—La historia se repite.
—Se repite para quienes la conocen y en este país pocos son los que saben lo que pasó. Así avanza el gigante.
Elvira se volvió a sentar en el muro junto a él.
—Se desmorona el mundo, Tao…
—Te gusta demasiado creer en sueños y así pasas la vida dormida —dijo y lanzó el cigarrillo al lago, después soltó el humo con prisa y miró a su vieja profesora, ella sonrió y le dio un golpecito en el hombro.
—No me vengas con proverbios chinos, mi pequeño saltamontes —dijo, se rieron. Tao la abrazó con fuerza y ella perdió su mirada en aquel lago tan enorme y tan artificial.

23 oct 2019

¿Hay sexo en China?


I am your father por Aquatro
―¿Profesora?
Preguntó la estudiante entornando la puerta del despacho que Elvira compartía con su compañera Verónica, en una universidad al norte de China.
―Pasa, pasa ―dijo Elvira.
Recogía los papeles de su escritorio. Por lo menos los intentaba ordenar. Finalmente desistió y decidió llevarlos todos a tropel hacia el lado derecho del ordenador para comenzar a amontonar en el izquierdo los libros.
―Dame un segundo…
―Sí, no pasa nada.
―Es que busco mi agenda.
La estudiante, que ya se había sentado frente a la mesa de la profesora, se levantó y echó un vistazo al escritorio.
―Ahí, profesora.
―Oh, no ―dijo cogiendo un cuaderno lila de piel―, esta es la personal, busco la de clase, la roja.
―La roja… ¿Ahí?, ¿debajo de los libros?
―¡Sí! Aquí estás. ―Y al sacarla del montón volvió a derrumbar la montaña esparciendo nuevamente los libros por la mesa. Los retiró hacia un lado sin darle mayor importancia y, levantando unos y otros trastos más, encontró un bolígrafo―. ¡Boli! ¡Para escribir!
―Sí, para escribir… ―contestó su alumna dudando si había sido una buena idea elegir a aquel caos de mujer como tutora de su tesis de fin de carrera.
Elvira abrió su agenda y en voz alta se contextualizó así misma.
―… y…. bla, bla, bla… de tema… ¿VIH?
La profesora sorprendida le preguntó si su tesis era sobre el virus VIH en España. La estudiante asintió y miró a la puerta que seguía entreabierta.
―VIH… no lo sé… no entiendo por qué quieres escribir sobre ello…
Toc-toc
―Profesora, busco a la profesora Verónica.
En la puerta un estudiante asomaba la cabeza.
―En 20 minutos termina su clase, pásate después ―dijo Elvira y volvió la vista a su alumna que permanecía sentada frente a ella con las manos entrelazadas sobre los muslos.
―Perdona, te preguntaba sobre el VIH…
La estudiante miró la puerta que seguía abierta.
―Bien, cerraremos la puerta, ¿verdad?, que parece que entra algo de frío. ―La profesora se levantó y la cerró. Volvió a sentarse y esperó a que su estudiante hablara.
―Me interesa ―dijo.
―¿Qué es lo que te interesa exactamente?
―Me interesa. ―Y agachó la cabeza.
―Sí, por supuesto, es un tema interesante pero yo no sé cómo puedo ayudarte.
―Es que usted no es como los otros profesores.
Elvira, que empuñaba el boli en una mano y sostenía la agenda en la otra, decidió dejar sus cosas sobre la mesa y acercar la silla un poco más a la de la estudiante.
―¿A qué te refieres?
―Que para usted no somos niños.
―No, claro que no, tenéis… ¿22, 23, 24 años?
―No todos los profesores lo creen y entonces a veces es difícil expresar lo que pensamos realmente.
―Comprendo. Pero considero que es una apreciación tuya, todos los profesores son excelentes y seguro que os tratan con la madurez que demostráis tener en clase. ―Su alumna no contestó, se miró las manos y giró varias veces el anillo que tenía en la izquierda―. Dime, ¿por qué quieres hablar del VIH?
―¿Sabe que el año pasado cursé tercero en una universidad en España?
―Sí, lo sé, en Madrid.
―Sí. ¿Puedo hablar claramente?
―Siempre.
Y su alumna habló. Tardó en hacerlo, comenzó con muchos rodeos y pausas pero por fin le contó que desde los 17 años mantenía relaciones sexuales abiertas. Nunca había tenido novio, quizá un par de relaciones más duraderas pero nada serio y que disfrutaba del sexo libre y sin compromiso. Sin embargo, el año pasado en España, se topó con una gran mayoría de jóvenes que no querían mantener relaciones sexuales seguras, rechazaban el preservativo, así que se había visto obligada a dejar de mantenerlas. Elvira tras escucharla se inclinó hacia adelante.
―Creo que te estoy entendiendo. Lo que te parece alarmante y digno de estudio es la irresponsable actitud de los jóvenes españoles ante las relaciones sexuales abiertas y sus consecuencias.
―¡Sí! ¡Eso, eso, eso!
―Bien, pues vamos a trabajar sobre ello. ¿Te parece que lo centremos solo en jóvenes universitarios?
―Claro, perfecto.
―¿Estudio comparativo?
―Sí, ¿China-España?
―No, céntralo más, Madrid ¿y? Piensa una ciudad en China con características similares a las de Madrid.
―Claro, entiendo. ―La estudiante sacó una libretita de su bolso y anotó algo en ella―. Y… profesora, ¿cree que tendré algún problema por defender este tema como tesis?
―¡Por favor, ninguno!, ¿qué piensas de nosotros? Todos los profesores sabemos que sois adultos y os tratamos como tal. Deja de tener semejantes prejuicios, de verdad, no lo voy a permitir.
La puerta se abrió y apareció Verónica.
―Uy, perdón, ¿molesto? Dejo las cosas y me voy.
―No, tranquila, ha venido para definir su tema de tesis y ya hemos terminado ―dijo Elvira.
―Vaya, genial ¿y sobre qué va a tratar? ―preguntó Vero a la alumna.
Esta miró a Elvira, luego se miró las manos y finalmente respondió:
―Es un estudio comparativo entre estudiantes universitarios españoles y chinos.
―¡Qué chuli! Y ¿lo vas a enfocar solo académicamente?, o ¿también vas a hablar de los primeros novietes y esas cosillas…?
La estudiante no respondió, recogió su bolso, agradeció a Elvira su tiempo y salió del despacho.
―Pobres…―dijo Vero―, les mencionas el amor y pasan una vergüenza… Ay, estos estudiantes chinos son tan, tan, tan infantiles, ¿no crees?